ECUADOR. FLORES Y CUIDADOS CHAMáNICOS
En las afueras de Quito, el sorprendente negocio de las rosas de exportación se entrelaza con el turismo de placer. Así se matizan tradiciones de algunos pueblos con hospedajes alta gama de la época jesuítica, entre comidas ancestrales y terapias para el cuerpo.
› Por Pablo Donadio
Fotos de Pablo Donadio
“Mira, Ecuador es prolífico hasta en esto: en cualquier esquina puedes obtener dos docenas de rosas apenitas chamuscaditas por un dólar. Claro que no son de la calidad que les enviamos a los gringos... esas cuestan un dólar cada rosa”, dice Carmen Bayas, una de nuestras guías, apenas iniciamos el trayecto desde la angosta y siempre verde capital ecuatoriana hacia la zona rural del norte. Atravesamos primero el famoso Museo de la Mitad del Mundo y otros poblados pequeños, hasta entrar en campos rodeados de volcanes y valles fértiles donde se pone en marcha el colosal negocio de las flores.
TIERRA JESUITA Los carteles anuncian la llegada a Cayambe, meca productiva a sólo una hora de Quito. Nos reciben en la hacienda La Compañía, una construcción de gran antigüedad pero en estado impecable, rodeada de amplísimos jardines y donde las rosas juegan de local. Cuentan que este lugar fue propiedad de los jesuitas hasta poco después de su expulsión, pero hace ya cinco generaciones que pertenece a la familia Vallejo Moreno. Se trata de una verdadera mansión colonial, repleta de detalles y recuerdos de otros tiempos, íntimamente ligada a la producción rosera. Adentro suena música clásica y los floreros, jarrones de cerámica y vasijas de barro exhiben orgullosos montañas de enormes y perfectas rosas. Las hay blancas, rojas, amarillas, naranjas y rosas en distintas gamas, pero también tienen lugar colores aún más curiosos como el lila, el verde y hasta el azul, teñidas por completo o “manchadas” con otros colores. El paseo sigue por salones señoriales que lucen muebles Luis XV, fonolas, teléfonos y demás reliquias centenarias, hasta abrirse paso hacia una escalera de madera. Todo es sobrio y pacífico. Hacia el fondo se va a una vieja iglesia, también blanca e impecable como la propia casa, que muy al estilo jesuita estaba integrada al cuerpo central y enmarcada en una especie de abadía. Adentro se exhiben algunas de las más de 200 variedades de rosas que se presentaron hace unos meses en el Desfile de las Rosas, festividad inserta en las celebraciones del Inti Raymi ecuatorial, con carros alegóricos adornados con miles de flores, entre danzantes, músicos y representantes de las empresas florícolas de la región. Esa fiesta que celebra al sol en toda América, junto a la de San Pedro y otros patronos locales, tiene aquí en Pichincha un gran atractivo, y suele ser una de las razones por las que crece el turismo de estancias. En la propia abadía reparten rosas y nos explican sobre su particular coloración: “La mayoría son colores naturales, pero las azules, por ejemplo, que son de las más asombrosas para el público, se logran insertando una jeringa con tintura en el tallo. Días después, sus pétalos toman la tonalidad”.
LUJO FOR EXPORT A tres cuadras de La Compañía, camino abajo, están los campos de Rosadex, una de las empresas líderes en la materia. Además del cultivo en interminables invernáculos, allí se seleccionan, acondicionan, empaquetan y mandan rápidamente al aeropuerto, con celoso cuidado, las rosas más impecables. Es que, si bien algunas duran más de dos semanas, un día de diferencia baja radicalmente su precio. Se venden a muchos países pero el principal comprador es Estados Unidos, tanto para fiestas y eventos gubernamentales o empresariales como para el uso “cotidiano”. Las cifras que se manejan son sorprendentemente millonarias, motivo por el cual no asombran la proliferación de productores en la zona, los inmensos predios montados como barrios dedicados a distintas tareas y el empleo de gran cantidad de agricultores, en mayor escala que aquellos que manipulan frutas y hortalizas. “La temperatura, el sol franco y la altitud hacen de este rincón de Ecuador, junto con Holanda, los mejores sitios del planeta para las rosas”, afirma Douglas Toscano, nuestro otro guía.
Afuera hay rieles que pasan por la entrada de cada invernáculo, bajo un sistema de roldanas para trasladar los carros con rosas directo a la sección de limpieza en piletas con agua fresca. Luego se pasa al envasado, se cargan en camiones y se llevan al aeropuerto. Adentro de un tinglado, contra un rincón, una mujer quita pétalos de infinidad de flores arrinconadas en canastos. Sonríe tímida, y se va escondiendo tras las ramas espinosas que acaba de despeluchar cuando nos ve. “Trabajo aquí hace años, y he realizado varias tareas. Ahora separo y empaqueto los pétalos, que también exportamos a los Estados Unidos y a otros sitios. Me gusta mi trabajo”, dice. Parece lógico... su nombre es Rosa.
DEL NEVADO AL IMBABURA Partimos de la provincia de Pichincha bajo el influjo del Cayambe, el nevado que da nombre al pueblo que vamos dejando atrás. Nos recibe pronto el distrito de Ibarra, donde conoceremos otro pueblito que conjuga producción rural con alta gama hotelera. El camino que recorremos está marcado visiblemente por la geología, y rápido se presenta en el horizonte la figura del volcán Imbabura, otro de los gigantes dormidos de mayor importancia en el país, con sus 4630 msnm.
Atravesamos también el mercado de Otavalo, famoso por sus bordados y por los habilidosos tejidos de distintas comunidades como las imbaya o karanki, especialistas en faldas plisadas. Una hora después llegamos a Cotacachi, al lujoso Romantic Garden Hotel & Spa La Mirage, un reducto especial para el cuerpo y el espíritu. “Este es un hotel con el sabor natural de los Andes: un secreto del Ecuador”, alardea un poco su dueño, que recibe al grupo y lo lleva de recorrida. Cada habitación tiene todo el lujo posible, y se inserta en jardines que a su vez muestran el marco montañoso por sus ventanales. Este hotel también ha sido remodelado sobre bases de una antigua hacienda, y se nota en sus añejos árboles, rodeados de rosas chinas, rosas y orquídeas.
Otro de los detalles sobresalientes lo establece el spa: hay una enorme variedad de tratamientos, como reflexología y aromaterapia, con productos alta gama. Pero todos incluyen los poderes curativos de una chamana, una vecina de la región que heredó de su padre ciertos poderes curativos. Ella nos recibe en silencio y con un gesto amable, y comienza a “limpiar” a cada visitante como lo hace en las terapias. Enfundada en ropas típicas, fuma y escupe alcohol, dice cosas que no comprendemos y nos sacude el cuerpo con ruda, como parte de la curación indígena del cuerpo, alma y espíritu que se practica en la zona. Más tarde, el relax final de la jornada lo da la gastronomía.
Por un sendero en el que las rosas vuelven a ser protagonistas llegamos al principal de sus cuatro restaurantes, donde nos esperan con cajas cerradas sobre la mesa. No sabemos si es un regalo, hasta que las abren y una pequeña empanada brilla en el centro. Curiosa tal vez, pero verdaderamente deliciosa. Sopas o guisos regionales continúan el menú de tres pasos, que finaliza con un plato bien típico de Quito, con carne de cerdo al pimentón, papas, palta y maíz tostado, como para recuperar todo lo que el cuerpo ha gastado en estos días. Acompañan yuca frita, mote, tomate de árbol y verduras frescas, junto al famoso “canelazo”, una bebida clásica del campo con naranjilla hervida, agua ardiente y canela, perfecta para la charla de sobremesa antes del descanso.
Para quien pueda tomarse un poco más de tiempo, hay muchas visitas que valen la pena, desde el día completo en el mercado de Otavalo hasta la propuesta de visitar la comunidad karanki de La Magdalena, pasando por cabalgatas y caminatas hacia las míticas tierras del Imbabura, donde todo es fértil y la rosa, su creación más destacada.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux