Domingo, 8 de diciembre de 2013 | Hoy
SAN LUIS. EN EL VIEJO FORTíN MERCEDINO
La calma vida de Villa Mercedes se refleja en sus tardes de mate y vermut, en los ritmos cuyanos de su Calle Angosta y en rincones donde la historia dejó lo suyo, como el Hogar Escuela de Eva Perón. Sin perder esencia de pueblo, es la primera ciudad puntana en desarrollo industrial.
Por Pablo Donadio
Fotos de María Clara Martínez
Cuando empiezan las lluvias, entre septiembre y octubre, Mercedes reverdece. Da gusto caminar por las veredas anchas y arboladas de la calle Mitre, donde parece que la vida tranquila se enciende por la actividad comercial, aunque nunca al punto de saturar. Si se mira para arriba casi todos son plátanos, traídos en la presidencia de Sarmiento con el afán de transformar los paisajes autóctonos en postales europeas. Cosas de aquellos tiempos, como la de matar a los indios, cuando esta villa era un fortín cuyo objetivo era frenar a los ranqueles (hoy reconocidos, ironía del destino, como patrimonio histórico-social). Volviendo a los plátanos, colorean el otoño opaco –algo muy mercedino– hasta desnudarse en invierno para dejar pasar el sol. Ya en estas fechas florecen con prisa, desperdigando unas bolitas de pelusa que hacen estragos en la vida de los alérgicos, mientras sus ramas tupidas refrescan la primavera-verano y alivian a los habitantes.
EL VIEJO FORTíN Mercedes, a secas, como le dicen todos aquí, fue en el pasado una posta mucho antes que una villa. Su vida organizada se inició durante el gobierno de Justo Daract, cuando una serie de “Fortines Constitucionales” apuntaban a frenar el avance indígena en la región. Llamada también Río Quinto, por haber sido fundada a orillas de ese cauce, fue en 1861 cuando adquirió su nombre definitivo. Ya a fines de siglo XIX, con la llegada del ferrocarril que comunicaba la ciudad de Buenos Aires con Valparaíso, en Chile, cobró importancia nacional. Los inmigrantes le dieron el cariz social de su ascendencia española, italiana, siria y libanesa, lo que aumentó el mestizaje. Mientras tanto la actividad agrícolo-ganadera permitía el establecimiento de importantes frigoríficos, tambos y curtiembres, y la ciudad comenzó a forjar su impronta industrial.
Por eso, mientras en lo político y administrativo Villa Mercedes es la segunda ciudad en importancia en San Luis, a nivel industrial y productivo es sin dudas la primera: la circunda un cordón de fábricas (Camino Interfábricas), muchas de las cuales se radicaron en los años ’80, cuando se realizó por ley una importante promoción luego refrendada en 2005. Así la tierra salitrosa se transformó en un polo de atracción para jóvenes y familias de los alrededores, y creció en una década más que en toda su historia. Por su posición geográfica se volvió además el paso obligado de importantes rutas comerciales nacionales e internacionales, y hoy mantiene conexiones permanentes con Río Cuarto (Córdoba), San Luis, Mendoza y San Juan, lo que le ha permitido enviar sus productos a toda la región cuyana y a destinos de exportación. Es curioso que, por su condición de ciudad fronteriza entre provincias, su tonada sea una mezcla única entre puntano y cordobés, casi inconfundible. Y es que mucha gente esta acá por trabajo, algunos con más amor y otros con menos, pero todos con la idea firme de que aún está todo por hacer.
DE SOTANOS Y TUNELES Mercedes no es una ciudad turística en lo convencional, aunque sí en lo histórico. Se cuenta que los hogares escuela, concebidos por Eva Perón a través de la fundación que llevó su nombre para prestar amparo a chicos de escasos recursos, fueron instituciones creadas para brindar formación integral, principalmente a aquellos cuyas necesidades no podían ser satisfechas por sus propias familias. En todo el país se construyeron 18 de estos complejos, donde se atendía a niños de 4 a 12 años que estudiaban como internos o externos, según las necesidades. El lugar les brindaba, en palabras de Eva, “más hogar que escuela”.
Inaugurado el 17 de octubre de 1952, el de Mercedes fue un hito para la ciudad, ya que generó un movimiento continuo en recursos materiales y humanos, ocupando doce manzanas. Desde 1955 se sucedieron una serie de cambios e intervenciones en lo educativo, pero aún hoy si uno llega a la terminal de colectivos y pide un taxi al actual Instituto de Formación Docente Continua (IFDC), le preguntan: “¿Al Hogar Escuela?”. Además del IFDC hoy funcionan en el predio tres escuelas (Montessori, Eva Perón y Leonardo da Vinci), y hay canchas de fútbol y básquet, fuentes de agua, una pileta, una casa de cuidadores y otras dos abandonadas. Donde hoy funciona el departamento de reconocimientos médicos estaba la casa de Eva. Cada complejo contemplaba la posibilidad de que la primera dama visitara a las niñas del hogar y ellas, como una suerte de premio, conocieran su coqueto chalet. Pero Evita no pudo contemplar la materialización final del hogar mercedino: falleció un año antes. “Algunos fines de semana, una pequeña selección de niñas, las que mejor nos portábamos, podíamos ir a dormir a la casa de Eva. Había habitaciones elegantes, sábanas bonitas... no es que estuviéramos mal, pero esa casa era un lujo para nosotras”, dice Marta, vecina y ex pupila. Como otras construcciones de la época, el lugar tiene enormes sótanos oscuros y faltos de ventilación, que hoy son depósitos plagados de leyendas y lugares para la intervención artística: éste es el caso de la puesta Ellos te liquidan, una impresionante instalación a cargo de alumnas de Artes Visuales del IFDC sobre la explotación esclava de la mano de obra en grandes empresas textiles.
DEL BARRIO AL CANCIONERO ¿Cómo se vuelve mito una calle pueblerina? Emblema mercedino, la Calle Angosta carga una memoria barrial que la popularizó hasta volverla referencia provincial y folklórica. Compuesta por José Zabala y Alfredo Alfonso, la cueca es hoy una de las expresiones musicales más conocidas del cancionero argentino y todo un GPS para los desorientados musicales. Tal ha sido su fama que el festival propuesto en su nombre y celebrado cada diciembre lleva ya 27 ediciones. Dicen que todo arrancó hacia fines del siglo XIX con una traza nueva que permitió a los conductores de carros y carretas trasladar su producción hacia la estación, nudo ferroviario en el que se entreveraban los rieles del Tren del Oeste, el de La Rioja, el Central Argentino y el de Buenos Aires al Pacífico. Así fue como conectaron primero por una huella la calle de Los Alamos hasta el molino harinero Fénix, como recuerda la canción: “Sos la calle más humilde/de mi tierra mercedina/que en Los Alamos comienza/y en el molino termina”. El tramo fue luego separado de las vías por un alambrado, y del lado contrario a las vías y ese alambre comenzó a afianzarse una vereda para el paso de a pie. Conforme el paso del tiempo el barrio fue creciendo, pero la crisis del ’30 golpeó la zona, y algunos parates y despidos ferroviarios obligaron a muchos empleados a rebuscárselas. Recordado en la cueca, Cándido Miranda –jefe de aquella estación– se transformó en comerciante y su boliche Los Miranda adquirió fama local. “Fue fortuito, porque él fue separado del ferrocarril tras la defensa de empleados socialistas en las huelgas de esos años. Era un hombre que solía guardar recados y encomiendas, así que algunos amigos le sugirieron abrir un almacén, y de esa forma nació el boliche en 1920, como alternativa económica en la estación, acompañando a ese pueblo que se estaba formando”, cuenta Ricardo Ulises Miranda, historiador y nieto de Don Cándido. Hoy la Calle Angosta es uno de los espacios verdes más bonitos, con el antiguo molino (hoy Complejo Molino Fénix) a un lado, aggiornado con una plaza seca, un pub, una sala para cumpleaños infantiles, teatro, restaurantes, bares y un cine, todo inaugurado en 2010 junto a La Casa de la Música, el estudio de grabación más grande de la región, adecuado para las grabaciones de las “100 guitarras mercedinas”. Al otro lado, empedrada y silenciosa, la calle conserva los rasgos de la Mercedes que todavía es pueblo y campo, con su única vereda donde los pibes de guardapolvo blanco juegan a la pelota, los adultos sacan las sillas para tomar mate y algún vermut, y los comerciantes esperan en el zaguán la llegada de los clientes. Un romanticismo que, quiérase o no, despierta una sonrisa.
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