Domingo, 8 de diciembre de 2013 | Hoy
INDONESIA VIAJE A LA MISTERIOSA BALI
Es uno de los destinos más fantaseados alrededor del globo, un rincón asiático que esconde playas soñadas, campos de arroz y selvas, pero sobre todo el encanto de una cultura milenaria y exótica que practica una religión única en el mundo: el hinduismo balinés.
Por Paula Mom
Fotos de Paula Mom
En el otro extremo del planeta existe una isla pequeña, pequeñísima, que junto con otras 17.000 forma parte de Indonesia, el país-archipiélago más grande de la Tierra. Resulta que Bali tiene varios siglos de historia, pero hasta antes de los años ’70 su nombre no figuraba ni en las guías de viaje ni en las revistas.
La década bohemia le dio el puntapié necesario para llegar a la fama, porque para los viajeros hippies de Norteamérica y Europa Bali era un edén terrenal: vida mansa, playas surferas, precios bajos, paisajes de selva y una cultura artística –y alternativa, para el virgen ojo occidental– que inundaba las callecitas.
Aquellos intrépidos turistas fueron seguidos por las instalaciones de cientos de hoteles, aunque el próximo gran boom llegaría en el siglo XXI, de la mano de Hollywood y Julia Roberts, quien pondría de moda la búsqueda interior en un destino exótico de Asia. En la película –y libro– Comer, rezar y amar, la protagonista encuentra en Bali el rumbo y sentido de su vida de la mano de Ketut Liyer, este vidente y artista que hoy tiene llena su agenda de consultas (sí, Ketut existe, tiene 96 años y asegura que el libro de Elizabeth Gilbert le trajo “mucha suerte”).
Sin embargo, más allá del azaroso éxito turístico y de su cara maquillada para los visitantes, Bali esconde misticismo, arte y una tradición arcaica y fascinante que se ha mantenido intacta hasta la actualidad. Aunque hay que encontrarla.
EN BUSCA DE BALI La primera parada es Kuta, el distrito playero más cercano a Denpasar, la capital de la isla. Un lugar de discotecas estrambóticas, grandes marcas, mercados de ropa donde todo es “batik” (los artesanos locales son especialistas en este estilo textil) y playas poco atractivas invadidas por jóvenes extranjeros, que llegan buscando fiesta y buenas olas.
En busca de los colores locales, mi amiga Angie y yo emprendemos una travesía en moto hacia el sur de la isla. Desde la partida, la aventura motoquera se convierte en una pesadilla caótica: nadie parece usar guiños ni frenos, y los semáforos son invisibles al ojo local. Unos kilómetros más adelante las calles se calman y se bifurcan en caminos de tierra, y entre selva y campos de arroz una Bali distinta asoma la nariz.
En la ruta nos sorprenden las playas de Nusa Dua y sus inmensos hoteles de lujo. La costa de Balangan es algo más desértica y rústica. Las habitaciones hoteleras se yerguen en la playa, están hechas de bambú y de colores del reggae jamaiquino que aggiornan la estadía. Por siete dólares con desayuno incluido dormimos frente al mar, con las olas golpeando el sueño y un cielo que estalla en infinitos puntos blancos.
Hay otras playas igual de turquesas y paradisíacas, tales como Palang Palang y Uluwatu, ideales para disfrutar de la naturaleza pero no para encontrar la Bali que vinimos a descifrar. La pista está en Ubud, y con esa pista avanzamos hacia el norte y al centro de la isla...
EL CORAZóN CULTURAL Los campos de arroz se escalonan en verdes eléctricos, intensos, siempre húmedos, y en lagunas de agua rodeadas por palmeras. Esa es la puerta de entrada a Ubud, el corazón de la isla, un pequeño pueblo conocido como la meca artística de Bali.
Por las calles de adoquines pasan mujeres con frutas en la cabeza y ropas blanquísimas. Hay templos en cada esquina, hay gente pintando cuadros en las veredas y ofrendas coloridas por doquier. Hay carteles que anuncian su ayuda médica a base de meditación, hierbas caseras, acupuntura y psicoanálisis, porque para la cosmovisión local mente y cuerpo son una misma cosa, y por eso hay que tratarlos juntos.
Todas estas manifestaciones son parte una misma realidad, de una cultura que amalgama prácticas hinduistas con creencias budistas y otras indígenas y hasta animistas. El resultado es una especie de religión y filosofía distinta de todo y conocida con el nombre de hinduismo balinés.
Y es justamente ese rasgo el que la hace brillar entre miles de islas hermanas, en donde reina a rajatabla la religión musulmana (de hecho, el 90 por ciento de los indonesios son musulmanes).
¿Por qué Bali? Por una sucesión de influencias que se fusionaron casi sin opacarse entre ellas. Porque a su esencia indígena y de alabanza a la tierra le siguió el dominio del Imperio Majapahit hindú. Porque cuando los musulmanes invadieron la isla vecina de Java, en el siglo XV, los artistas e intelectuales se refugiaron en Bali, haciendo crecer el arte sin limitaciones, pero combinándolo también con la tradición y la religión. Tanto fue así que hoy todas las creaciones de los balineses son minuciosas dedicatorias, agradecimientos y pedidos de bendición a su Dios. Fueron los extranjeros, mucho después, quienes dijeron que aquello era “arte”.
CULTURA CALLEJERA Bien entrada la noche, paseamos por los templos, que suelen estar abiertos y además de ser templos también funcionan como talleres de los monjes, que pintan sin relojes ni ataduras. A diferencia de otros lugares asiáticos, en Bali los monjes son más sociales, les intriga lo desconocido y buscan compartir experiencias.
En todo el centro no existen casas que no den la bienvenida con una ofrenda en la puerta. Y es que los rituales aquí son diarios, serios e impostergables. Tres veces por día las mujeres preparan estas ofrendas vistosas hechas con sahumerios, flores, cigarrillos y arroz, todo colocado en vasijas artesanales hechas con hojas de palma. A la mañana siguiente todos los restos se baldean y se limpian entre los vecinos para dejar allí las nuevas ofrendas. Así cada hogar permanece protegido, alejado de los demonios y cerca de Dios: sí, los balineses creen en un solo Dios que se manifiesta en Shiva, Vishnu y Brahma.
Parte también de su cultura se exhibe y se transmite en el teatro y la danza. Cada noche los escenarios al aire libre abren sus puertas y ofrecen un auténtico show balinés. Si bien el espectáculo está organizado para el turismo, también forma parte de un rito y de una transmisión de enseñanza moral. El baile barong, por ejemplo, representa la lucha entre el bien y el mal, el topeng es el teatro de máscaras de madera que representan a personajes históricos, y hay otras danzas que, a su vez, interpretan historias de amor.
DE VERDE Con ganas de ver esos campos de arroz bien de cerca, pedaleamos en bicicleta por senderos y caminos inventados. En medio del verde nos topamos con una casa de paja y bambú que exhibe su arte naturalista y esencias de todo tipo. Atrás se esconde una huerta de frutas y verduras, y por los pastos corre una familia de patos. Estamos sumergidas en una postal surrealista y nos encanta. Aparece la dueña del arte, quien tiene su casita a unos metros, allí donde parece que en la sencillez tiene todo lo que necesita.
La tierra se hace cada vez más húmeda y pantanosa. Dejamos las bicicletas y a pie nos perdemos por el verde eterno. Un sendero selvático corta en forma abrupta el manto sembrado. Entre lianas y árboles, la sombra refresca el calor pesado, y los arroyos también.
Por el campo los campesinos juntan los granos de a uno, sin máquinas y sin apuro. La mayoría de los balineses se dedican al cultivo de arroz o, en menor medida, al de frutas, verdura y café. De hecho, es aquí donde se elabora el mejor –según los expertos– y más caro café del mundo. Su cosecha implica la intervención de un luwak (una especie de gato civeta local), que se alimenta con granos de café y los desecha: luego estos granos se higienizan y se tuestan.
Después de varias horas de caminata, donde el paisaje uniforme nos invitó a perdernos, tomamos los pedales una vez más hasta llegar a otro bosque, el de los monos. Se trata de una reserva natural de 27 hectáreas que reúne más de 350 monos de cola larga y bien curiosos, que no tardarán en actuar de mascotas a cambio de comida. Una vez más, Bali nos regala otra pieza de este rompecabezas surrealista, que con paciencia comienza a mostrar su entramado espiritual, bohemio, arcaico... y sincero.
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