DUBAI DE LA TRADICIóN A LA VANGUARDIA
El emirato de Dubai es un milagro de la modernidad en un mundo de arena, donde las mezquitas tradicionales conviven con construcciones ultramodernas. Donde antes sólo había desierto –y petróleo–, hoy se levantan el hotel más lujoso del mundo y el edificio más alto: pero los camellos siguen estando a sólo un paso.
› Por Graciela Cutuli
Fotos de Graciela Cutuli
Un vuelo largo –18 horas con escala en Río de Janeiro– y siete husos horarios hacia el Este ya marcan la distancia. Una distancia que resulta necesaria para adecuarse al cambio que está por llegar, y que se hace presente de muchas otras maneras: pero sobre todo en la cultura y las costumbres, a pesar de que la masiva población extranjera aporta una cuota de occidentalización a este emirato pequeño y sin embargo decidido a jugar fuerte en el contexto turístico mundial. Todo de la mano de la fuerza económica que le da el petróleo, y que le permitió en pocas décadas convertir al desierto en una isla ultramoderna de rascacielos asombrosos, donde las islas artificiales tienen la forma de palmeras y los hoteles se levantan como un velero en medio del mar. Los que fueron chicos en los ’60 recuerdan bien que los sellos postales de Dubai –como los de los territorios vecinos con que se unificó en 1971 para formar los Emiratos Arabes Unidos (EAU)– eran moneda corriente en los álbumes de estampillas que, por obra y gracia de los tiempos sin Internet, eran entonces un hobby habitual: Sharjah, Umm al Quwain, Fujeira o Ajman tenían vistosas emisiones con series de animales, plantas, obras de arte. No valían gran cosa según los cánones de la filatelia, pero eran bonitas y a los chicos les bastaba. En 1971, cuando esos cinco emiratos, más Abu Dhabi –que hoy es la capital y el más rico de todos por sus reservas petroleras– y Ras al-Jaima se unieron al grupo, las estampillas pasaron a identificarse con la denominación común de los siete emiratos: al mismo tiempo, Dubai comenzaba un lento y paciente trabajo para hacerse su lugar en el mundo. Hoy, a la sombra del imponente Burj Khalifa –el edificio más alto del mundo– la reinante dinastía de los Al-Maktoum bien puede decir que es “misión cumplida”.
DE LOS AVIONES AL DE-SIERTO Días atrás, Dubai celebró una nueva edición del AirShow en el Dubai World Central, que forma parte del área de su futuro nuevo aeropuerto. El emirato ya tiene una aeroestación ultramoderna, pero quiere más, también en vista de que será sede de la Expo 2020: y a la medida de sus ambiciones, el último AirShow –inaugurado por el sheikh Mohammed bin Rashid Al Maktoum y un séquito de jeques, que lejos de mostrarse distantes andaban sin problemas entre la gente, dejándose fotografiar por todo el mundo– batió records de pedidos de aviones, con los gigantescos Airbus A380 y el nuevo Boeing 777X (aún no construido) como estrellas de esta edición. El evento confirmó que la dinámica de la aeronavegación del siglo XXI pasa por Asia, pero al mismo tiempo es una vidriera donde se reúnen todos los contrastes del propio emirato: la ultramodernidad, en la forma de infraestructuras vertiginosas, y las tradiciones simbolizadas en la vestimenta, tanto de las autoridades como de la gente común, que recuerda el fuerte arraigo de este pueblo con el desierto.
En Dubai el desierto no es una realidad lejana ni una geografía del pasado: está ahí, todo el tiempo, al borde mismo de los rascacielos y en el aire que de vez en cuando se enrarece con una tormenta de arena; está en la kandoura, la túnica impecablemente blanca que visten los hombres, y en el agal, la cuerda negra que se usaba para sujetar los camellos y hoy ajusta a la cabeza el pañuelo blanco o a cuadros, llamado guthra. Esa vestimenta tradicional –en la que también hay modas a veces imperceptibles para el recién llegado, como volcar las puntas de la guthra hacia atrás para los más jóvenes– toma en las mujeres la forma de una túnica negra y un velo en la cabeza, a veces tan abarcador que apenas deja entrever la línea de los ojos. En la playa conviven las occidentales de mallas reducidas con las emiratíes de burkini, ese traje de baño que las cubre de pies a cabeza, cuando no van en túnica y velo al lado de un hombre que puede andar tranquilamente en pantalón corto. Entonces, el recién llegado debe tratar de comprender cómo es Dubai más allá de los oropeles de sus construcciones modernas, del lujo de sus centros comerciales, de los deslumbrantes proyectos que se prevé inaugurar en los próximos años y del vértigo de sus inversiones multimillonarias. Acercarse al alma del emirato, a pesar de la notable accesibilidad turística, no es tan sencillo: tal vez porque gran parte de la población es extranjera y el contacto con los locales es, entonces, más bien infrecuente. Para muestra bastan varios botones: Zumaia, la bailarina árabe que brinda su show de danza del vientre en las noches del desierto, es oriunda de Salvador, en el norte de Brasil. Aisha, nuestra guía, también es brasileña. Maria, la encargada de recibirnos en el aeropuerto, es portuguesa. Jaffer, el chofer del taxi que tomamos una noche, es bengalí. Olga, la amable señora que se pone a conversar con nuestro grupo en el subte, es mexicana. La mamá y sus dos nenas que compran útiles escolares en un shopping son francesas. Para moverse no hace falta saber una palabra de árabe; no lo hablan ni siquiera muchos de los que viven aquí, aunque los chicos de los colegios internacionales aprenden la lengua local y también francés. Pero lo que se oye por todas partes es inglés, que es también el idioma de la señalética en las calles, autopistas y negocios. El progreso de Dubai es espectacular y está en plena marcha, por eso funciona como imán para los extranjeros, aunque la otra cara de la moneda es la mano de obra que sustenta ese boom y llega sobre todo desde el sudeste asiático: su trabajo, que parece no interrumpirse ni de día ni de noche, se traduce en el vertiginoso crecimiento arquitectónico de Dubai desde el fin de los años ’90.
COMPRENDER LA TRADICION Dubai se promociona como un destino de compras, turismo familiar, diversión y aventura, con una serie de proyectos cada vez más grandes. Ya está la Palmera Jumeirah, una de las zonas más exclusivas del emirato, donde residen muchos de los expatriados y entre ellos Diego Maradona. También está en construcción The World, otro complejo de islas artificiales donde por el momento sólo existe El Líbano. Y entre los proyectos que verán la luz en el futuro próximo están Dubai Marina, con más de 200 edificios cerca de la playa; la Dubai Opera House, con 2000 asientos; la Mohammed bin Rashid City, un complejo con el shopping y la piscina más grandes del mundo, además de un centro de entretenimiento. Todos ponen el acento en los aspectos más modernos de este “reino del desierto”: pero detrás del acero y el vidrio de este futuro que ya existe hay una rica cultura que también invita a comenzar el viaje retrocediendo en el tiempo.
“Beduinos y nómades. Así eran los habitantes del desierto, que se movían en busca de agua con sus rebaños de ovejas y cabras, valiéndose del camello como fuente de leche, carne y lana. Vivían en tiendas de piel de cabra y comerciaban de oasis en oasis”, dice Nasif Kayed, un emiratí expansivo y persuasivo que recibe a los visitantes en el Sheikh Mohammed Centre for Cultural Understanding (Smccu) de Bastakiya, una de las áreas más antiguas de Dubai. Nasif reúne a los grupos en el ingreso de este distrito histórico situado junto al brazo de mar conocido como Dubai Creek y los lleva a recorrer sus callecitas estrechas, su wind tower o captador de viento (una estructura propia de la región que apunta a refrescar el hirviente clima del Golfo), el fuerte Al Fahidi –el edificio más antiguo de Dubai– y la mezquita, donde la charla se convierte en clase magistral sobre la religión y las tradiciones del Islam. “Open doors. Open minds”, es el lema del centro, y Nasif lo repite con insistencia mientras responde preguntas que, no es difícil imaginar, son las mismas grupo tras grupo: por qué las mujeres van cubiertas de pies a cabeza, por qué los varones visten la túnica tradicional, por qué los hombres tienen varias esposas. Para todo hay una respuesta, que hace hincapié en el respeto a las tradiciones. Y aunque convenza mucho a algunos y un poco menos a otros, todos coinciden en que el concepto de Bastakiya –“abrir la mente a las diferencias y a las cosas que hay en común en la gente, una comprensión cultural que permita entender que unos y otros somos más parecidos de lo que imaginamos”– ayuda a derribar prejuicios. Además, la libertad que se ve en las calles y la convivencia de culturas sin roce alguno parece confirmar el lema de Nasif. La visita termina con una comida al estilo tradicional, con todos sentados en el piso sobre cojines bordados en torno de los platos más típicos de la tradición árabe, como para sellar aquello de que todas las diferencias se terminan en torno de una buena mesa.
Saliendo de Bastakiya, se puede cruzar en lanchitas colectivas al otro lado del Dubai Creek, o bien dar una vuelta por el mercado textil, para ejercitar el regateo y volverse con algunas de las sedosas telas que venden los comerciantes, indios en su mayoría. El milagro de la insistencia es capaz de rebajar tres veces y más también los precios de las prendas, una práctica que también es habitual en el mercado de especias y en el espectacular zoco del oro, aunque en éste los precios no se miden en un puñado de dirhams –la moneda local– sino en varios miles, un valor acorde con el impresionante brillo de las vidrieras. Cuesta creer que aquí todo lo que brilla es oro, pero lo es: este antiguo zoco, donde hay unos 300 negocios, rebosa de anillos, pulseras, collares de increíbles filigranas, cadenas y muchas otras joyas que ayudan a entender por qué Dubai se conoció como la “ciudad del oro”. Para bolsillos menos equipados, aquí también hay varios comercios de telas, pero en sus bien provistas callecitas interiores las técnicas de venta rozan el acoso: hay que tomarlo con actitud y aprovechar la oportunidad para conseguir buenos precios, apelando una vez más a la regla de apuntar como mínimo a un tercio del precio pedido. Probablemente, al final de la negociación ambas partes se vayan convencidas de haber hecho un buen negocio.
DE LA NIEVE AL HIELO Si en Dubai hay zocos tradicionales, también los hay modernos: ni más ni menos que malls tan modernos como gigantescos, verdaderas ciudades destinadas al shopping en todas sus formas. Ropa, zapatos, accesorios, joyas, relojes y delikatessen: para todo hay lugar en los centros comerciales de Dubai. Pero más allá de Louis Vuitton y Christian Louboutin, de Armani o Chanel (aunque también hay cadenas accesibles, como H&M y Marks&Spencer), para el extranjero curioso lo más interesante es acercarse a los negocios que venden la ropa tradicional emiratí, no sólo para grandes sino también para niñas, a veces desde bastante chicas pudorosamente vestidas de negro: pero aquí, a pesar de la apertura que reina por doquier, las miradas indiscretas y las fotos no son realmente bienvenidas. Aunque debajo de las túnicas negras sorprenda el nivel de lujo de la vestimenta de las emiratíes, la discreción a rajatabla es la regla.
Moda árabe u occidental aparte, los centros comerciales de Dubai se esfuerzan en innovar y sorprender: porque no menos que asombro causa ver, en el Mall of the Emirates, una verdadera pista de esquí y trineos cubierta (además de los 466 negocios, el complejo de cines, los restaurantes y hasta un hotel) que desafía a fuerza de tecnología el calor del desierto. “Pista de esquí” no es una metáfora: es una realidad de 80 metros de alto y 400 de largo total, que incluye nieve verdadera, cinco recorridos con distintos niveles de dificultad y por supuesto medios de elevación. Se puede practicar esquí y snowboard, con todo el equipamiento incluido (salvo guantes) en el precio de la entrada. Hasta los que no esquían ni entran se quedan con la nariz pegada al vidrio, asombrados por el espectáculo. Mientras tanto, el Dubai Mall –considerado el más grande del mundo por su área total, aunque está destinado a ser superado por el futuro Mall of the World de la Mohammed City– tiene una pista de patinaje sobre hielo y un impresionante acuario, y el Ibn Battuta Mall, el mayor shopping temático del mundo, fascina con sus sectores de arquitectura inspirada en las distintas partes del mundo que recorrió el explorador árabe Ibn Battuta en el siglo XIV. Pero si se trata de records, no bastan los de sus centros comerciales. Dubai es famoso por el edificio más alto del mundo, el impresionante Burj Khalifa (“burj” significa “torre”, como en Burj al Arab, el famoso “hotel vela” de Jumeirah, que se considera el más lujoso del mundo).
REY DE RASCACIELOS Para visitar el Burj Khalifa hay que ser previsor: es mucha la demanda de entradas para visitar esta torre que durante el proceso de construcción se conoció como Burj Dubai, y que ahora lleva ese nombre en homenaje al presidente de los Emiratos, Khalifa bin Zayed al Nahayan. Nobleza obliga: el jeque de Abu Dhabi y presidente de los EAU brindó ayuda durante la crisis de Dubai en 2008, que amenazó con parar la obra. Para entrar hay que reservar entrada y horario de antemano, so pena de pagar cuatro veces más para conseguir un ingreso inmediato.
Proyectado a partir de 2004 en el corazón de la zona conocida como Downtown Dubai, el Burj Khalifa alimentó numerosas especulaciones sobre su altura, que llegó finalmente a los 828 metros incluyendo la antena que remata su perfil de delgada lanza escalonada elevada hacia el cielo: suficiente para convertirlo en la más alta estructura levantada por el ser humano.
El edificio de todos los records lleva a los visitantes, en ascensores rapidísimos que suben hasta 10 pisos por segundo, hasta la planta 124, la quinta “terraza” visible desde el exterior. En total son 200 pisos, incluyendo los 40 dedicados sólo a mantenimiento: con semejante altura, la punta de la construcción se puede divisar hasta casi 100 kilómetros de distancia. Y para dar una comparación que exceda la cifras abstractas, basta decir que el concreto usado en la construcción del Burj Khalifa equivale al peso de 100.000 elefantes. Unos 24.000 paneles de vidrio cortado revisten el exterior de la torre, cuya fachada visible tiene una superficie equivalente a 17 canchas de fútbol... aunque repartidas en altura. Todas las cifras impresionan, y sin embargo esta proeza de la arquitectura tiene una inspiración natural, porque la planta baja está diseñada como un hymenocallis, una flor blanca de seis pétalos que se cultiva en la India y en Dubai. La forma de la flor y las curvas de la arquitectura islámica soportan entonces esta estructura impresionante con vista sobre todo Dubai. Desde allí se divisan la unión de la ciudad y el desierto, la concreción del impresionante desafío inmobiliario que representa el emirato y las torres deslumbrantes de los principales hoteles y complejos de edificios, incluyendo el Burj al Arab con sus delicadas curvas. Conviene visitar el rascacielos por la tarde, y a la hora en que se encienden las primeras luces del anochecer sentarse en los restaurantes que dan al pie de la torre, donde un complejo de aguas danzantes al son de la ópera italiana crea un sueño de arquitectura y armonía musical que se eleva sobre el desierto y proyecta sobre todo el Golfo la moderna y tradicional silueta de Dubai.
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