Dom 26.01.2014
turismo

BOLIVIA. LA FERIA DEL EKEKO EN LA PAZ

De todo y en miniatura

Desde el 24 de enero y por un mes se realiza en la capital boliviana la Feria de las Alasitas, una costumbre ritual marcada por el sincretismo religioso, durante la cual los creyentes compran réplicas en miniatura de las cosas que desean obtener para ofrendárselas al ekeko, el dios aymara de la abundancia.

› Por Julián Varsavsky

Foto de Julián Varsavsky

“Yo he venido a comprar estos billetitos para poder pagar mis deudas”, dice Sixto Mamaní, llevándose un fajito de euros en miniatura al bolsillo en la Feria de las Alasita de la ciudad de La Paz.

“Nosotros hemos comprado esta casita a medio construir porque estamos juntando platita para levantar la nuestra”, cuentan en murmullos los esposos Quispe, recién casados, mientras ella envuelve con la mano el objeto de sus sueños.

Manuel Suxo tiene otras pretensiones y se lleva una “valija del millón”, en cuyos 5x5 centímetros caben varios fajos de dólares, pasaporte, pasaje de avión, permiso de residencia y hasta una laptop: “Es un regalito para mi sobrino que quiere emigrar”.

Al presidente Evo Morales –cuando fue a inaugurar la feria de 2013– le regalaron una gallina de estuco para que consiga novia y se case.

El personaje central de esta feria de las miniaturas y los deseos es el ekeko, cuyo origen más comprobable remite a los tiempos de la colonia (aunque en realidad sería precolombino). Esta imagen –que puede ser de barro, madera o yeso– es la de un hombre bajo y regordete con ojos vivarachos que viste el sombrero y las sandalias de los indígenas andinos. De los brazos le cuelga una sobrecarga de alforjas con todo tipo de alimentos y objetos para la vida cotidiana.

El ekeko es un dios de la abundancia al que se le ofrenda en un altar hogareño una réplica en miniatura de las cosas que una persona desea obtener, en general objetos de valor y también éxito en el amor o los estudios. La ritualidad incluye darle de fumar un cigarrillo los días viernes (si el tabaco se consume completo es buen indicio de cumplimiento de los deseos).

UN PUESTO EN LA FERIA Doña Teófila Tintaya tiene uno de los centenares de puestos de venta de alasitas que pueblan la colina donde se levanta esta laberíntica feria, en el centro de la ciudad. La tienda está abarrotada de pequeños objetos que ella muestra con generosidad aclarando que “comprar aquí es garantía de que se cumple”. Una somera lista de lo ofrecido incluye: pequeños diarios apócrifos con noticias como “Evo Morales deja la política para abrir tienda de ponchos”, “permantent resident card”, minifarmacias para quien desea instalar una, minitiendas de licores, camionetas Hummer y otros modelos actuales, tarjetas de crédito de diferentes bancos, iPads, netbooks, televisores plasma e iPhones del tamaño de una aceituna, diplomas de honor del ejército, la policía y la armada; licenciaturas en Comunicación Social, doctorados y maestrías de la Universidad Mayor de San Andrés (con la especialidad en blanco para llenar), cerditos alcancía, ratoncitos por el Año de la Rata, canastas familiares donde se apretujan paquetes de leche en polvo del tamaño de un dado, galletas, dentífrico, fideos, azúcar, polvo de lavar... (para que no falte nada esencial en la casa), preservativos tamaño como para ekeko.

Lourdes Choqueona tiene un puesto de alasitas en la feria y un taller en su casa donde las produce. Es una empresa familiar integrada por padre, madre, cuñada y tres sobrinos. En el puesto tiene, por ejemplo, setenta modelos diferentes de animalitos que miden tres centímetros de alto. Son amuletos para la suerte que por lo general se llevan en la cartera, cada cual con su propia función: el búho, para pedir sabiduría; el tucán, protección; la llama, trabajo; el pez, pureza; la mariquita, alegría; la tortuga, larga vida....

Una serie de alasitas muy original que ofrece en su puesto es la de parejitas de hombre y mujer a lo largo de las etapas del amor: mirándose cara a cara, es cuando él le declara su amor; con ambos en la cama, el amor se consuma; con el bebé en brazos, el fruto del encuentro, y los dos en la cama mirando para lados opuestos, cuando están enojados.

Cuenta Lourdes que ellos obtienen el barro de un cerro para hacer las alasitas. Tienen unos 200 modelos y de cada uno hay varios moldes de yeso que llenan con arcilla, para después cocerlos en un horno a 80 grados. Entonces esmaltan y pintan a mano cada pieza. Pintar un ekeko mediano lleva 20 minutos (una persona pinta cincuenta por día). En cambio los chiquitos son mucho más trabajosos y cuestan dos bolivianos (un cuarto de dólar).

En una buena temporada la familia produce entre 25.000 y 30.000 alasitas que venden a lo largo del año en diferentes ferias del país. Pero la de La Paz es la más importante, que se desarrolla desde el 24 de enero hasta el 24 de febrero. Los Choqueona no son por cierto unos improvisados: el marido de Lourdes estudió Bellas Artes y la familia hace 27 años que se dedica a esto. Aunque hay otras familias en la feria que van por su segunda y tercera generación de fabricantes de alasitas.

Ana Monasterios fabrica soldaditos de plomo desde hace más de 60 años y es toda una institución en la feria. Todos los puesteros la conocen y saben dónde está su tienda. Ella es una chola de pollera larga, doble trenza y sombrerito de fieltro, a la que encuentro sentada en un banquito con ganas de charlar. Ella y su familia fabrican soldaditos de plomo, que no son para el ekeko ni para jugar, sino que los suelen comprar adultos que los coleccionan y ponen de adorno. Ana ofrece regimientos completos a caballo y de a pie, camuflados y sin camuflar, básicamente del histórico regimiento Los Colorados de Bolivia. Ella misma rellena los moldes con plomo al rojo vivo, luego los pule y pinta con ayuda de su familia.

Una docena de soldaditos cuesta 30 bolivianos (4 dólares) y doña Monasterios trabaja todo el año fabricándolos. Después los vende durante el mes que dura la feria y con eso vive. El mes de la feria suele instalarse en su kiosco, donde tiene una cama para pasar la noche y cuidar así la mercadería.

Las imágenes de los oficios están entre las más comunes: peluqueros, parteras, músicos, veterinarios, panaderos, dentistas, analistas de sistemas, mecánicos, carpinteros... y las suelen comprar tanto estudiantes y aprendices que aspiran a un oficio o una profesión como profesionales consumados que desean superarse.

DE TODO Y PARA TODOS La de las alasitas es una gran feria boliviana de compras donde el eje son las miniaturas, pero hay una asombrosa variedad de entretenimientos y productos en venta. En el Sector Decanos –señalado con un pasacalle– están las alasitas producidas por unos 4000 artesanos (hay 300 puestos). Otro pasacalle indica que ingresamos a la “Asociación de futbolines y minibillares”, donde hay decenas de esas mesas de juego que hacen furor los días de mayor afluencia. A su alrededor están los puestos de diversión donde uno puede reventar globos con dardos o balines de escopeta, jugar a la ruleta, tumbar latas a pelotazos, andar en bicicleta o sobre patines en una pista, subirse a los juegos de un pequeño parque de diversiones –con vuelta al mundo, autos chocadores y calesitas– y comprar bananas, frutillas y manzanas que chorrean chocolate.

En los puestos de venta de bromas hay chicles que dejan aliento a ajo y otros que adormecen la boca con xilocaína, cigarrillos explosivos, cápsulas que producen sangre y pistolitas para dar shocks eléctricos.

En el punto más alto de la colina –y de la feria– hay un gran monumento al ekeko.

En el sector de las comidas hay decenas de puestitos con olor a fritanga, cada uno con tres o cuatro mesas y un gran televisor de pantalla plana, donde se venden anticuchos (pinchos de carne asada) y el típico “plato paceño”: un trozo de queso frito, habas cocidas en su vaina y papas con cáscara.

Un producto con mucha salida en la feria son los carnets y certificados como los de divorciado y el de marido azotado: “El socio activo del sindicato de azotados, esclavizados y ramas anexas es un hombre totalmente atado a su esposa que no sale a compartir con sus amigos un par de chelas o a jugar a las damas, al ajedrez y al minifutbolito, ni va a los viernes de soltero. Porque si lo hace, que Dios lo ampare”. Abajo hay recuadros para la firma y foto del “azotado”.

UN “COMPRAME” MILENARIO El uso ritual de las miniaturas en Bolivia –las “illas” en idioma aymara– se remonta al tiempo del imperio tiawanakota, dos milenios atrás. Los modos, usos y funciones de estas imágenes han ido variando de acuerdo con los procesos culturales, hasta el día de hoy en que el ekeko –aun vistiendo parte de su ropaje milenario– puede ir cargado de las últimas innovaciones tecnológicas a nivel global. Alasita significa “cómprame” en aymara y la fecha del 24 de enero como día del ekeko fue establecida en 1781 por el gobernador de La Paz, porque ese día se ganó la batalla contra Túpac Katari, quien se había rebelado contra los españoles cercando la ciudad.

Lo más curioso de observar en la feria es cómo los procesos sincréticos que mezclan religiones crean dinámicas en apariencia contradictorias, en las que la Iglesia Católica trata de encauzar la fiesta hacia el lado del costumbrismo (no reconocen al ekeko como un dios pero lo reciben en las iglesias). Los creyentes, por su parte, se toman con total seriedad la idea de transferirles poder a las miniaturas, como viene ocurriendo en los Andes desde hace milenios, para que esto se traduzca en algo muy concreto: una casa, un auto, una profesión o un amor.

La idea de que lo chiquito se transforme en algo grande a través de una energía transferida desde los dioses a un objeto es una de las manifestaciones más antiguas de los pueblos originarios, hoy ya mestizados e insertos desde hace generaciones en el nuevo mundo urbano. La feria de las alasitas es ni más ni menos que un gran pase de magia multitudinario, lleno de color, alegría y talento artesanal.

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