Domingo, 16 de marzo de 2014 | Hoy
MISIONES. VISITA AL PARQUE NACIONAL IGUAZú
Benditas por naturaleza, las Cataratas del Iguazú imantan a los turistas y generan a su alrededor un gran fenómeno comercial. El Parque Nacional, pionero del movimiento de áreas protegidas, plantea, a la vez, interrogantes sobre el uso del patrimonio de río y selva.
Por Pablo Donadio
Fotos de Pablo Donadio
Hay un momento en que los tesoros naturales comienzan a ponerse en riesgo (visual, simbólica y concretamente) hasta atentar contra sí mismos. Es curioso que el misionero ame la selva, la sienta su paisaje, su identidad, y conviva con un parque nacional colapsado de visitas e intereses contrapuestos de guardaparques y empresas. ¿Son las reglas que impone la fama internacional? ¿Sería justo achicar el cupo de ingreso, como hizo, por ejemplo, Machu Picchu? ¿Es posible mantener semejante estructura sin fondos privados?
CONSERVACION La RN12 remonta la provincia desde Posadas, y sube por el oeste bordeando el río Paraná, serpenteando en sus ondulaciones verdes y rojas, y mostrando a su paso los encantos del suelo misionero. Su tierra inspira respeto, y el placer de los ojos ante cada pueblito. Colinas alfombradas de yerba y té se alternan con franjas de monte salvaje y bosques de pino y eucaliptos. Las aguas, siempre presentes, recorren antojadizas la tierra colorada, dibujando saltos, arroyos y lagunas. Se suceden villas y poblados repletos de flores, arreglados como si se esperaran visitas de inmediato. También la entrada a los vestigios de las misiones jesuíticas de Santa Ana, Loreto y San Ignacio hablan de su historia, cuando la selva todo lodo minaba.
Los saltos de agua del Tabay –próximo a Jardín América– o el Santa Elena –en la ciudad de El Dorado– anticipan las lenguas doradas que el Iguazú muestra orgulloso al mundo. Varios kilómetros antes de llegar, comienzan a aparecer carteles anunciando la presencia de animales en la ruta, con un pedido expreso de bajar la velocidad. La invasión que significan las carreteras para el ecosistema selvático provoca unas 3000 muertes anuales de animales nativos como el coatí y el ciervo, y decesos aún más significativos de tapires y yaguaretés, en franco peligro de desaparición. Eso les ha valido el mote de Monumentos Naturales de la provincia, una de las tantas categorías para la conservación que conforman el sistema de Areas Protegidas en Misiones, involucrando jurisdicciones nacionales, provinciales, municipales, privadas y dependientes de diversas ONG. Hay además otra figura, la de Reserva Natural Cultural, prevista para las zonas habitadas por comunidades guaraníes. Así la provincia se enorgullece de tener una enorme superficie protegida, y tras la creación del Corredor Verde pone en resguardo el 37 por ciento de la superficie total de su territorio, según un relevo de su Ministerio de Ecología en 2013. En esta línea, el estado misionero ha impulsado recientemente, junto a prestadores turísticos privados, la certificación de Rainforest Alliance, para elevar los estándares de calidad no sólo ecológica sino administrativa y social. Es el caso de Yacutinga Lodge (Andresito), de la Posada Puerto Bemberg (Puerto Libertad) y del hotel Amerian (Puerto Iguazú), quienes ya han certificado. Pero la iniciativa más antigua de conservacionismo es del Parque Nacional Iguazú, creado en 1934 y promovido por el arquitecto y paisajista Carlos Thays, antes de la propia provincialización del territorio misionero.
El Parque conserva más de 67.000 hectáreas de Selva Paranaense, el mayor bloque protegido de una jungla que supo dominar el sur de Brasil, el este de Paraguay y noreste de Argentina, hoy reducida al seis por ciento de su antigua superficie. En sus casi ochenta años de vida, el parque ha logrado recuperar en gran parte sus comunidades de animales y vegetales. La yacutinga, el macuco, el yacú poí y el carpintero cara canela son algunas de las aves amenazadas que cuentan en el lugar con poblaciones estables. El yaguareté, el gato onza, el lobito de río, el lobo gargantilla y el oso hormiguero también buscan aquí, aunque con más dificultad, su subsistencia.
MARAVILLA MERCANTILIZADA El Parque Nacional Iguazú, cuyo atractivo central son la Cataratas, convoca casi un millón de visitantes al año. Pero la primera impresión al llegar no es la del ingreso a un parque nacional, sino a un enorme shopping o un parque de diversiones: la infraestructura necesaria para hacer frente a la gran cantidad de visitas, y el hecho de estar concesionado desde los ’90 a la empresa Iguazú Argentina, a Iguazú Jungle para los paseos náuticos y a otros propietarios para los comercios de venta al público, provoca una sensación de innegable rechazo.
Sin embargo, de a poco, la selva envuelve con su magia, y cuando al fin llegamos a ver de frente la inmensa mole de agua entregándose al vacío, se soporta con más hidalguía la “prohibición” de los guardaparques para sacar fotos “de uso comercial”, o la superpoblación de comercios. Los costos son otra curiosidad: la visita diaria puede llegar a costar, entre el estacionamiento ($ 40), la entrada ($ 65), las comidas ($ 50), un agua mineral ($ 25) y un discreto paseo en lancha ($ 180), unos $ 1320 para una familia tipo. Si uno se libera de eso puede empezar a disfrutar, tomarse el trencito eléctrico hasta las dos estaciones siguientes, o iniciar el recorrido a pie hasta los senderos inferior, superior y la Garganta del Diablo. Recorrerlos en ese orden garantiza un acercamiento gradual al asombro. El circuito inferior, de unos 1400 metros, va penetrando la selva hasta dar con saltos menores, como el Lanusse y el Alvar Núñez (en homenaje al primer europeo en llegar a este sitio).
Hay vistas panorámicas, y un acercamiento como para ser bañado por la furia del salto Bosetti, el primero de la larga hilera que continúa hacia Brasil. Es aquí desde donde se toman los paseos en gomón y se cruza a la isla San Martín, que ofrece –dicen– las mejores vistas, aunque hace varios meses el cruce está suspendido por el alto nivel del río. Los 650 metros del circuito superior muestran la mole de agua caer por los barrancos, sumando emoción al vértigo y la cercanía de las Cataratas. También permite apreciar desde los miradores y pasarelas una hermosa vista del delta del río Iguazú. Estos dos circuitos pueden llevar toda una mañana, especialmente si se camina despacio, disfrutando del entorno y la observación de los animales. Las más sociables de las aves son las urracas, que intentan conmover a los comensales con su elegante pecho amarillo y su comportamiento cercano. Esto atrae a muchos “desprevenidos” que no ven los gigantescos carteles dispuestos por todo el parque donde se solicita no alimentar animales debido a los trastornos que pueden ocasionar a su dieta. Algunos monos, y especialmente los coatíes, pueden ser agresivos con los turistas en el afán de conseguir comida. “Bueno, hay millones de historias al respecto, pero siempre recuerdo al hombre de Santa Fe que se llevó un coatí bebé, porque le pareció tierno. Nos enteramos cuando lo trajo de regreso, en el baúl del auto, porque le destrozó la casa. Imaginate el lío que armó en el Parque un bicho que vivió meses en un departamento...”, cuenta una de las guardaparques.
La frutilla del postre la da el tercer circuito, que cruza los brazos del río una y otra vez, hasta dar 1100 metros después con la imponente Garganta del Diablo. Es la culminación del recorrido del Iguazú Superior en una unión de saltos de más de 150 metros de longitud y una caída de 80 metros de altura, en forma de herradura. La potente e hipnótica caída de agua rompe el cauce del río dibujando densas nubes de vapor de la que nacen arcoiris y lluvias benditas que alivian el verano caluroso. Tres balcones en forma de abanico permiten una visión panorámica y única de este paisaje monumental. El Sendero Macuco (un recorrido de siete kilómetros poco transitado, ideal para experimentar de cerca los sonidos y aromas de la selva, culminando en el Salto Arrechea) y los salones interpretativos completan la oferta, junto a un desfiladero de locales, casi como en la avenida Santa Fe.
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