Domingo, 11 de mayo de 2014 | Hoy
COREA DEL SUR. EL FESTIVAL DE FAROLES DE LOTO
Un juego de palabras en inglés describe a Seúl como “soul of Asia”, el alma del continente. En este mes, cuando se celebra el cumpleaños de Buda, la capital surcoreana enciende ese espíritu con miles de farolitos que, como símbolo de la sabiduría que iluminará al mundo, se despliegan por sus avenidas, templos y palacios.
Por Graciela Cutuli
Fotos de Graciela Cutuli
Más de 24 horas repartidas en dos vuelos, y 12 horas de diferencia horaria. Casi las antípodas. Y sin embargo, al llegar a Seúl nos recibe una cara conocida. Muy conocida, y para todo el mundo, sea que llegue de Buenos Aires, Nueva York, París o Sydney: es ese increíble fenómeno global llamado Psy, rostro visible en todo el globo de la movida k-pop, el “pop coreano”, de la mano de su celebérrimo Gangnam Style. Psy logró lo impensable: poner en el mapa del mundo occidental a Gangnam, el “barrio progre” de Seúl, cuyo nombre significa, simplemente, que está “al sur del río” Han, que divide la ciudad. Más impensable aún, logró que Ban Ki-moon, el muy serio secretario general de las Naciones Unidas, se sacudiera en público al ritmo del “baile del caballo” compuesto por su compatriota: en pocas semanas, el baile en cuestión hacía hablar de Corea del Sur más que sus teléfonos celulares y sus autos, tal vez la cara más visible de su impresionante industria. Una industria que hizo del “tigre asiático” –que comenzó a dar su zarpazo en los ’70, dejando atrás una guerra aún no cerrada gracias a un asombroso crecimiento económico– la 12ª economía del mundo.
EL MES DE BUDA Seúl es una ciudad enorme, donde los primeros pasos del viajero que ignora el hangul –el alfabeto coreano– no siempre resultan fáciles, pero las principales avenidas, barrios y puntos de interés están señalizados, con su transliteración al inglés. Rascacielos numerados, avenidas espaciosas y jardines de sello oriental ayudan a orientarse, de modo que –horas más, horas menos– pronto será posible “perderse” con todo gusto por sus animadas calles, mercados y barrios comerciales, donde algunos complejos funcionan incluso toda la noche. Contamos además con la ayuda de James Kim, nuestro guía, que nos hará descubrir de la mano de KTO –el organismo oficial de promoción del turismo coreano– todo lo que “el alma de Asia” tiene para ofrecer en este mes particular, ya que en mayo la ciudad se viste de fiesta para las celebraciones del “cumpleaños de Buda”. En las principales avenidas, en los templos, en los paseos públicos y en el frente de las universidades –toda una institución en un país cuya principal apuesta para el futuro es la educación– ya hay cientos de farolitos colgados, listos para encenderse para el gran desfile del Festival de Faroles de Loto. Es cierto que este año el clima es particular: la tragedia del ferry Sewol aún es reciente y empañó la atmósfera habitualmente festiva, pero la fuerza de la tradición se impuso y la luz de los faroles ya anuncia la conmemoración por todos lados. Como en la plaza Gwanghwamun, donde una sedosa pagoda se levanta junto a la estatua del rey Sejong, el más célebre de la dinastía Joseon y creador del alfabeto coreano. Aunque al profano le resulta todo un desafío, dice un refrán que ese alfabeto –distinguido por la Universidad de Oxford como “el mejor sistema de escritura del mundo”– puede ser aprendido en una mañana por un hombre inteligente, y en una semana por uno estúpido. Todo se debe a la meridiana claridad de sus caracteres, que representan vocales y consonantes agrupadas: pero por las dudas, tal vez temiendo que una mañana no nos alcance para dominarlo como manda el refrán, por ahora no hacemos el intento...
Justo detrás de la plaza se alza el imponente palacio Gyeongbokgung, uno de los cinco palacios de Seúl, levantado durante la dinastía Joseon y aún en proceso de reconstrucción después de haber sido literalmente arrasado en tiempos de la invasión japonesa. Dos palabras, estas últimas, que volverán en forma recurrente durante la visita a Seúl, como recordando que la herida provocada por los vecinos nipones aún está abierta.
El palacio está compuesto por una serie de puertas, pabellones y jardines que respetan la arquitectura tradicional coreana, con sus típicos tejados curvos. Situado en el corazón de Seúl, con el monte Bugaksan detrás y el monte Namsan delante, respeta el irrenunciable principio de armonía entre las energías positivas y negativas (ying/yang) y es famoso por el vistoso cambio de guardia que se realiza por la mañana.
EL JARDíN SECRETO Gyeongbokgung es un imperdible de Seúl junto con otro palacio, el Changdeok o “palacio del Este”, que también data de la dinastía Joseon y que recorremos ataviados con unos vistosos hanbok, la blusa de seda que forma parte de la vestimenta tradicional coreana. Dado el rosa brillante del hanbok en cuestión, es comprensible que algunos hombres del grupo duden en un primer momento, pero se convencen porque las casacas funcionan como un “señalador” inconfundible para no perderse entre la gente. Por la tarde, después de haber visitado el abigarrado Mercado Gwangjang, descubriremos un piso entero dedicado a este traje tradicional que hoy se usa para ocasiones especiales, y con los que dos chiquitos –de visita con su padre coreano y su madre norteamericana– en el palacio Changdeok se llevan las miradas (y la ráfaga de fotos) de todos los visitantes. Los más crecidos pueden probárselo también en algunas de las varias casas de fotografía que ofrecen ponérselo para una foto “de época” en la calle Insadong, una de las más tradicionales de Seúl, donde a toda hora se concentran los turistas en busca de abanicos pintados a mano, juegos de té de cerámica y prendas de seda. Jin, una joven vendedora de Insadong que ostenta en su sonrisa y sus modales la dulzura distintiva de muchas jóvenes coreanas, cuenta que muchos vienen en estos días en busca de su farolito para el desfile de homenaje a Buda. Otros, en cambio, se suman a la propuesta de confeccionarlos ellos mismos en el templo Jogyesa, donde se concentran los preparativos previos al desfile que iluminará Seúl: pero para eso aún faltan unos días. Volvemos al palacio Changdeok, entonces, para completar el recorrido visitando el Jardín Secreto que antiguamente era un lugar de descanso para la familia real.
En plena floración de las azaleas, el jardín ya no es un secreto, sino uno de los más espléndidos lugares de Seúl para revivir las glorias de tiempos pasados y disfrutar de esa armonía oriental que aquí encuentra su máxima expresión. Pero además, suponiendo que uno sea aficionado a las series asiáticas –que se encuentran con facilidad en Internet subtituladas en castellano, muchas veces gracias al aporte de jóvenes coreano-argentinos– la visita al palacio Changdeok tiene un atractivo adicional: aquí se filmó una serie muy popular, Dae Jang Geum (Una joya en el palacio, 2003), un drama basado en la figura histórica de Jang-geum, la primera mujer médica de la dinastía Joseon. De la misma dinastía llegó el protagonista de Byeoleseo On Geudae (El hombre de las estrellas, 2013), otra serie que causó furor y está ambientada en varios lugares emblemáticos de Seúl (además de estar acompañada por una banda de sonido que representa la flor y nata del k-pop).
De algún modo, caminar por Seúl presenta siempre esta suerte de duplicidad que une lo antiguo y lo nuevo: allí están por doquier la historia y la tradición, que se recuperan lentamente de un siglo XX difícil, y hoy brillan con toda la nueva fuerza de la economía coreana. Están sus artes tradicionales, desde la cerámica a la pintura, y sus rituales del té y la gastronomía, que es una auténtica ceremonia y un verdadero descubrimiento para cualquier occidental, incluso los habituados a la cocina china o japonesa, muy diferentes a pesar de la cercanía geográfica (al menos vistas desde el otro lado del mundo). Y allí está la modernidad que exhibe con alegría la generación más joven, la que vive aferrada a sus teléfonos celulares y se saca “selfies” con desparpajo por todas partes, la que puebla al atardecer las calles comerciales iluminadas a día con miles de leds multicolores, y se instala en el shopping Lotte Dongdaemun para ver a Psy en holograma. Así es Seúl, una de las capitales más tecnológicas del mundo, y también una de las más orgullosas de su historia y tradiciones. Lo vamos a comprobar, una vez más, en la visita al barrio de Bukchon, donde se encuentran los hanok, o casas tradicionales coreanas.
TEJAS Y TORRES En el Bukchon Hanok Village, situado entre el palacio Gyeongbok, el Changdeok y el Jongmyo Royan Shrine –el más antiguo de los santuarios reales confucionistas, consagrado a los antepasados de la dinastía Jeoson– es un barrio histórico perfectamente conservado, que permite pasear entre calles y pasajes tal como eran hace cientos de años, entre casas que respetan la construcción tradicional coreana en los tiempos del esplendor real. Para el visitante de Seúl es una visita imperdible, porque permite situarse en una parte alta de la ciudad –que se considera ideal por el sol, el drenaje del suelo y la ubicación– y abarcar de un solo vistazo los curvos techos de los tiempos antiguos que dejan ver, a lo lejos, las torres más recientes y las montañas que rodean la capital. Bukchon no es un museo al aire libre, sino un barrio residencial que tradicionalmente fue preferido por las clases altas: hoy sigue siendo uno de los barrios más caros de Seúl, donde una propiedad se cotiza en millones de dólares. Como la del ex presidente Lee Myung Bak, que alquiló una casa en Bukchon antes de ser elegido en 2008, confirmando la creencia de los candidatos según la cual ganarán si viven en este barrio tradicional. Hoy su casa se convirtió en un icono turístico del barrio, con incesantes visitantes que se sacan fotos en el frente.
Mientras tanto, en las esquinas, señoras con carteles recuerdan a los visitantes que Bukchon es un barrio residencial y hay que hacer silencio para no perturbar su vida diaria, aunque no sea un objetivo tan fácil de lograr entre los muchos grupos de estudiantes y turistas que andan por aquí: de hecho, la recorrida de Bukchon es una de las actividades favoritas de los visitantes en Seúl. Algunos se alojan en las “guest houses” que proponen vivir la experiencia de residir en un hanok, la vivienda tradicional coreana (con sus habitaciones distribuidas en torno de un patio y sus interiores típicamente revestidos de madera y papel), mientras otros se suman a los talleres que proponen iniciarse en la pintura a la acuarela o el modelado de cerámica.
Otra de las visitas favoritas es la N Seoul Tower, o Torre de Seúl (la “N”, explica la simpática Song Yi, que trabaja en la tienda de souvenirs, significa a la vez “naturaleza”, “nuevo” y “Namsan”). La torre está situada precisamente sobre el monte Namsan a casi 480 metros sobre el nivel del mar, en el centro de la ciudad. Levantada a fines de los años ‘60, pero abierta al público una década más tarde, hoy es uno de los emblemas del paisaje de Seúl con sus 236 metros de altura, que permiten una vista espectacular en 360 sobre todos los alrededores. Recuerda un poco al Eye of Sydney, con su piso de observatorio, su restaurante giratorio y su comparación con otras torres del mundo, pero al visitante argentino no deja de impresionarlo especialmente la leyenda que muestra, en uno de sus ventanales, la distancia que separa Seúl de Buenos Aires: 19.426 kilómetros... y unos metros.
UN MUNDO DE LUZ El gran día del Festival de Faroles de Loto encuentra a Seúl bañada en un sol de primavera. Aunque es un sábado, el tránsito empieza a complicarse un poco por la gran afluencia de gente que llega a las calles céntricas para la ocasión y busca conseguir un buen lugar: sin embargo, no hay ningún caos ni nada que se le parezca, sólo mucha gente que camina por Insadong hacia el templo Jogyesa, donde se organizan varias actividades previas para residentes y turistas. A la sombra de “techos” de farolitos, muchos pasean afuera o ingresan al templo para rendir su homenaje a Buda, mientras otros se dedican a realizar sus propias flores de loto luminosas para participar más tarde en el festival que recorrerá la céntrica avenida Jongno, desde la puerta Dongdaemun al templo.
A las siete de la tarde, ya está todo listo. Y así de a poco comienza la magia que envuelve la noche de Seúl: mientras miles de luces brillan en lo alto de los edificios, otros miles desfilan suavemente por las calles, en la forma de flores, elefantes, stupas, monjes, dragones... Hay un clima especial, como de procesión, sobre todo cuando pasan las luces blancas que homenajean el alma de los muertos, clima que no interrumpen siquiera las cámaras de televisión o los fotógrafos en busca de la mejor imagen de esas figuras que avanzan lentamente, como flotando sobre la oscuridad. La tradición se repite cada año, desde tiempos antiguos, y es seguida con devoción por las decenas de miles de personas que se agrupan al paso del desfile (y que, en algunos casos, se suman también llevando en la mano los faroles realizados con papel hanji y seda). Así, sus buenos augurios de longevidad, de salud y de una abundante cosecha se dispersan con miles de luminarias sobre Seúl, el alma de Asia.
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