SUR DE MENDOZA PAISAJES MISTERIOSOS EN LOS ALREDEDORES DE MALARGüE
En Malargüe están algunos de los paisajes más asombrosos y menos conocidos de la
provincia, como las extrañas formaciones de los Castillos de Pincheira, la Caverna de las Brujas con sus estalagmitas y estalactitas, y un par de hoyos gigantescos llenos de agua, conocidos como El Pozo de las Animas.
La ciudad de Malargüe, ubicada al sur de Mendoza, es el punto de partida para visitar una serie de paisajes rodeados de un horizonte infinito y un aura inhóspita de extrema belleza. En el Pozo de las Animas los silbidos graves del viento estremecen tanto como las leyendas de hechicería de la Caverna de las Brujas. Y en los Castillos de Pincheira –con su perfil de castillo medieval tallado en la montaña– se reviven historias de bandidos y traficantes de los tiempos coloniales.
La Caverna de las Brujas. Unos 70
kilómetros al sudoeste de la ciudad de Malargüe por la Ruta 40,
se encuentra la Reserva Natural Caverna de las Brujas. Está ubicada sobre
el cerro Moncol, a unos 1830 metros sobre el nivel del mar. Para llegar, hay
que subir unos 200 metros por un camino de montaña hasta un espectacular
lugar rodeado de escarpados cerros grises del período jurásico,
donde reina un silencio absoluto. Allí está la pequeña
entrada a la caverna. Antes de ingresar, los visitantes tienen que ponerse el
casco con linterna frontal. Después de unos pocos pasos, se desemboca
en la llamada Sala de la Virgen, amplia, abovedada y oscura. El guardaparques
que guía la excursión aconseja apagar las linternas para que la
visión se adapte a la oscuridad absoluta. Luego de unos minutos se encienden
las linternas y aparece ante los ojos el resultado del minucioso trabajo de
miles de años de goteo constante, que fue construyendo con paciencia
infinita una larga serie de estalagmitas y estalactitas.
Quienes sufran de claustrofobia o estén con niños menores de cinco
años pueden terminar aquí la visita, llevándose una idea
general de la caverna. Los que decidan continuar el trayecto recorrerán
otras cuatro salas de características muy diferentes a la primera. Algunas
son más estrechas, con tramos ascendentes y descendentes difíciles
de transitar. En ciertos sectores hay que sujetarse de unas sogas para no resbalar
y también se atraviesan pasadizos tan pequeños que hay que hacerlo
en cuclillas. Además de las tradicionales estalactitas y estalagmitas,
hay formaciones de piedra traslúcida con forma de corales que adquieren
tonalidades blancas, amarillentas y pardas a medida que van creciendo los cristales
de carbonato de calcio. Otra aparición llamativa son los sorprendentes
“cortinados de rocas”: centenares de pliegues que ocupan amplios
sectores en los techos o en las paredes más altas.
En este ambiente frío, húmedo y cautivante, sólo se oye
el ruido insistente de un goteo sin fin sobre las rocas. Se cree que el nombre
de la cueva proviene de las historias de brujas tejidas por la imaginación
popular de los antiguos pobladores de la zona. Una de las leyendas cuenta que
a veces se acercaba a la entrada de la caverna una madre con un niño
en brazos que luego desaparecía en el interior lanzando estridentes lamentos.
Otra versión cuenta que cada atardecer se veía la entrada iluminada
y en su interior se divisaban sombras que emitían un murmullo de cantos
rituales y de brujerías.
La entrada a la caverna cuesta $10 (incluye el casco con linterna). La excursión
desde Malargüe cuesta $35.
El Pozo de las Animas. A una distancia de 60 kilómetros
al noreste de la ciudad de Malargüe, sobre la Ruta 222, existe otro solitario
punto de inmensa belleza que se puede visitar durante todo el año. El
Pozo de las Animas era denominado por los indígenas Trolope-Co, que significa
“agua del gritadero de las ánimas”. Este pozo es una particular
formación geológica llamada “dolina”, que se caracteriza
por tener dos inmensas cavidades separadas por una endeble pared. Se estima
que en el futuro esa división va a desaparecer. En el fondo, cada uno
de los pozos tiene un espejo de agua color verdoso intenso. Y el viento provoca
un singular silbido muy grave que le da al paraje un toque tan misterioso como
majestuoso, y explica el origen de la creencia de los antiguos pobladores. Según
la leyenda, desde tiempos remotos las ánimas en pena vienen a llorar
aquí y a rezar a los dioses.
La entrada a la caverna cuesta $10 para adultos y $5 para menores y/o estudiantes
(incluye el casco con linterna). La visita es guiada y se puede realizar entre
las 8 y las 17 horas. Se recomienda llevar abrigo y calzado para trekking.
Los Castillos de Pincheira. Uno de
los paisajes más asombrosos de los alrededores de Malargüe son unas
formaciones geológicas conocidas como los Castillos de Pincheira, que
el viento y el curso del río Malargüe esculpieron a lo largo del
tiempo. Vistos a la distancia, estos “castillos” con un plano inclinado
en la parte superior parecen fortalezas medievales.
El nombre de las formaciones –ubicadas 27 km al oeste de la ciudad–
proviene de un bandido y caudillo chileno llamado José Antonio Pincheira,
quien a principios del siglo XIX hizo de este paraje su refugio y lugar de paso
para el tráfico de ganado. Devastado por las guerras de la independencia,
Chile se encontraba en una situación económica difícil
que propiciaba los actos de pillaje. Así surgieron una serie de bandoleros
que saqueaban campos argentinos en La Pampa para regalar parte de lo robado
y ganar adeptos para el bando realista. Pincheira, que manejaba varios dialectos
indígenas, logró entablar buena relación con las tribus
de la zona, e incluso algunas lo nombraron cacique. De esa forma tenía
el camino libre para llevar ganado robado o cimarrón caminando hasta
Chile. Esto ocurrió allá por 1830, cuando se exportaba tasajo
destinado a los esclavos de California que trabajaban en las plantaciones de
algodón.
Actualmente los Castillos de Pincheira son un destino turístico con un
excelente camping, un restaurante y la posibilidad de realizar trekking y cabalgatas.
Las caminatas comienzan desde el camping, atravesando un puente colgante sobre
el río Malargüe, cuyo intenso caudal bulle con estruendo. Al frente
se alzan las enormes bardas, a cuyo borde superior se llega ascendiendo por
un estrecho sendero, con un alto para tomar aliento en la cavidad de un alero
poco profundo donde solían esconderse los bandidos en los momentos difíciles.
Una vez arriba de las bardas, se comprueba que la subida valió la pena.
Desde allí se tiene una admirable panorámica del paisaje que se
extiende a los pies: el río serpenteante –silencioso a la distancia–,
una frondosa arboleda y los picos nevados al fondo. Otra opción es realizar
un recorrido similar pero a caballo, vadeando el río.
Quienes deseen pescar truchas o simplemente disfrutar de la naturaleza del lugar
pueden utilizar el camping que cuenta con parrillas e instalaciones con agua
caliente. En el restaurante preparan el imperdible chivito de Malargüe,
que se sirve con la modalidad de tenedor libre acompañado con ensalada,
pan casero y un postre ($ 18). También se pueden encargar empanadas ($
6 la docena).
La excursión desde Malargüe cuesta $25.
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