Dom 19.10.2003
turismo

SUR DE MENDOZA PAISAJES MISTERIOSOS EN LOS ALREDEDORES DE MALARGüE

Embrujos andinos

En Malargüe están algunos de los paisajes más asombrosos y menos conocidos de la
provincia, como las extrañas formaciones de los Castillos de Pincheira, la Caverna de las Brujas con sus estalagmitas y estalactitas, y un par de hoyos gigantescos llenos de agua, conocidos como El Pozo de las Animas.

Por Julian Varsavsky

La ciudad de Malargüe, ubicada al sur de Mendoza, es el punto de partida para visitar una serie de paisajes rodeados de un horizonte infinito y un aura inhóspita de extrema belleza. En el Pozo de las Animas los silbidos graves del viento estremecen tanto como las leyendas de hechicería de la Caverna de las Brujas. Y en los Castillos de Pincheira –con su perfil de castillo medieval tallado en la montaña– se reviven historias de bandidos y traficantes de los tiempos coloniales.

La Caverna de las Brujas. Unos 70 kilómetros al sudoeste de la ciudad de Malargüe por la Ruta 40, se encuentra la Reserva Natural Caverna de las Brujas. Está ubicada sobre el cerro Moncol, a unos 1830 metros sobre el nivel del mar. Para llegar, hay que subir unos 200 metros por un camino de montaña hasta un espectacular lugar rodeado de escarpados cerros grises del período jurásico, donde reina un silencio absoluto. Allí está la pequeña entrada a la caverna. Antes de ingresar, los visitantes tienen que ponerse el casco con linterna frontal. Después de unos pocos pasos, se desemboca en la llamada Sala de la Virgen, amplia, abovedada y oscura. El guardaparques que guía la excursión aconseja apagar las linternas para que la visión se adapte a la oscuridad absoluta. Luego de unos minutos se encienden las linternas y aparece ante los ojos el resultado del minucioso trabajo de miles de años de goteo constante, que fue construyendo con paciencia infinita una larga serie de estalagmitas y estalactitas.
Quienes sufran de claustrofobia o estén con niños menores de cinco años pueden terminar aquí la visita, llevándose una idea general de la caverna. Los que decidan continuar el trayecto recorrerán otras cuatro salas de características muy diferentes a la primera. Algunas son más estrechas, con tramos ascendentes y descendentes difíciles de transitar. En ciertos sectores hay que sujetarse de unas sogas para no resbalar y también se atraviesan pasadizos tan pequeños que hay que hacerlo en cuclillas. Además de las tradicionales estalactitas y estalagmitas, hay formaciones de piedra traslúcida con forma de corales que adquieren tonalidades blancas, amarillentas y pardas a medida que van creciendo los cristales de carbonato de calcio. Otra aparición llamativa son los sorprendentes “cortinados de rocas”: centenares de pliegues que ocupan amplios sectores en los techos o en las paredes más altas.
En este ambiente frío, húmedo y cautivante, sólo se oye el ruido insistente de un goteo sin fin sobre las rocas. Se cree que el nombre de la cueva proviene de las historias de brujas tejidas por la imaginación popular de los antiguos pobladores de la zona. Una de las leyendas cuenta que a veces se acercaba a la entrada de la caverna una madre con un niño en brazos que luego desaparecía en el interior lanzando estridentes lamentos. Otra versión cuenta que cada atardecer se veía la entrada iluminada y en su interior se divisaban sombras que emitían un murmullo de cantos rituales y de brujerías.
La entrada a la caverna cuesta $10 (incluye el casco con linterna). La excursión desde Malargüe cuesta $35.

El Pozo de las Animas. A una distancia de 60 kilómetros al noreste de la ciudad de Malargüe, sobre la Ruta 222, existe otro solitario punto de inmensa belleza que se puede visitar durante todo el año. El Pozo de las Animas era denominado por los indígenas Trolope-Co, que significa “agua del gritadero de las ánimas”. Este pozo es una particular formación geológica llamada “dolina”, que se caracteriza por tener dos inmensas cavidades separadas por una endeble pared. Se estima que en el futuro esa división va a desaparecer. En el fondo, cada uno de los pozos tiene un espejo de agua color verdoso intenso. Y el viento provoca un singular silbido muy grave que le da al paraje un toque tan misterioso como majestuoso, y explica el origen de la creencia de los antiguos pobladores. Según la leyenda, desde tiempos remotos las ánimas en pena vienen a llorar aquí y a rezar a los dioses.
La entrada a la caverna cuesta $10 para adultos y $5 para menores y/o estudiantes (incluye el casco con linterna). La visita es guiada y se puede realizar entre las 8 y las 17 horas. Se recomienda llevar abrigo y calzado para trekking.

Los Castillos de Pincheira. Uno de los paisajes más asombrosos de los alrededores de Malargüe son unas formaciones geológicas conocidas como los Castillos de Pincheira, que el viento y el curso del río Malargüe esculpieron a lo largo del tiempo. Vistos a la distancia, estos “castillos” con un plano inclinado en la parte superior parecen fortalezas medievales.
El nombre de las formaciones –ubicadas 27 km al oeste de la ciudad– proviene de un bandido y caudillo chileno llamado José Antonio Pincheira, quien a principios del siglo XIX hizo de este paraje su refugio y lugar de paso para el tráfico de ganado. Devastado por las guerras de la independencia, Chile se encontraba en una situación económica difícil que propiciaba los actos de pillaje. Así surgieron una serie de bandoleros que saqueaban campos argentinos en La Pampa para regalar parte de lo robado y ganar adeptos para el bando realista. Pincheira, que manejaba varios dialectos indígenas, logró entablar buena relación con las tribus de la zona, e incluso algunas lo nombraron cacique. De esa forma tenía el camino libre para llevar ganado robado o cimarrón caminando hasta Chile. Esto ocurrió allá por 1830, cuando se exportaba tasajo destinado a los esclavos de California que trabajaban en las plantaciones de algodón.
Actualmente los Castillos de Pincheira son un destino turístico con un excelente camping, un restaurante y la posibilidad de realizar trekking y cabalgatas. Las caminatas comienzan desde el camping, atravesando un puente colgante sobre el río Malargüe, cuyo intenso caudal bulle con estruendo. Al frente se alzan las enormes bardas, a cuyo borde superior se llega ascendiendo por un estrecho sendero, con un alto para tomar aliento en la cavidad de un alero poco profundo donde solían esconderse los bandidos en los momentos difíciles. Una vez arriba de las bardas, se comprueba que la subida valió la pena. Desde allí se tiene una admirable panorámica del paisaje que se extiende a los pies: el río serpenteante –silencioso a la distancia–, una frondosa arboleda y los picos nevados al fondo. Otra opción es realizar un recorrido similar pero a caballo, vadeando el río.
Quienes deseen pescar truchas o simplemente disfrutar de la naturaleza del lugar pueden utilizar el camping que cuenta con parrillas e instalaciones con agua caliente. En el restaurante preparan el imperdible chivito de Malargüe, que se sirve con la modalidad de tenedor libre acompañado con ensalada, pan casero y un postre ($ 18). También se pueden encargar empanadas ($ 6 la docena).
La excursión desde Malargüe cuesta $25.

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