NEUQUéN. VILLA PEHUENIA Y EL BATEA MAHUIDA
En los Andes del oeste neuquino se levanta una aldea de cuento que transcurre los inviernos semitapada por la nieve. Un manto blanco perfecto para caminatas con raquetas, paseos en moto de nieve y en 4x4, trineos para chicos y clases de esquí en el centro invernal Batea Mahuida, de la comunidad mapuche.
› Por Julián Varsavsky
Fotos de Julián Varsavsky
Tenemos el dato: “Si van a Villa Pehuenia, háganlo por el Camino de Primeros Pinos; es una de las rutas panorámicas más espectaculares de la Patagonia en invierno”. Pero también nos dijeron la salvedad: “La ruta de ripio que cruza esa planicie blanca se cierra después de cada nevada por varios días”. Así y todo, cumplimos con la tercera indicación –“llamen antes a Vialidad Nacional”–, y resulta que somos bien recibidos por la naturaleza. “La ruta está abierta”, dice una voz del otro lado del teléfono.
La RP13 o Camino de Primeros Pinos nace en Zapala, el centro de Neuquén, y va hacia el oeste, hasta chocarse con la cordillera de los Andes. Su particularidad es la Pampa de Lonkoluan, una planicie casi perfecta que en invierno se cubre con un liso tapiz de nieve, donde casi no sobresale un solo árbol ni arbusto.
Las máquinas de Vialidad Nacional limpiaron la nieve la noche anterior, así que el camino está impecable. Al cruzar la kilométrica recta de la Pampa de Lonkoluan entramos en un universo blanco, en una dimensión radiante cortada a la mitad por la línea del horizonte: un blanco unánime brilla en la planicie del suelo y el azul reina en el cielo diáfano. Es un mundo bicolor en medio de la más absoluta desolación.
Detenemos el vehículo para tocar la nieve y nos agrada la idea de sentirnos los únicos habitantes de un planeta blanco, unos náufragos interplanetarios en medio de un gran vacío universal, con 360 grados de nada absoluta.
ALDEA ENCANTADA El Camino de Primeros Pinos asciende de a poco y comienzan a aparecer esas esbeltas coníferas llamadas araucarias (pehuén, en lengua mapuche) que existen desde hace 70 millones de años y llegan a vivir 1500 años. Estos colosos de hasta 60 metros de altura crecen un centímetro por año y tienen forma aparasolada, con las ramas arqueadas. Para los mapuches de la zona, que comen su piñón, tienen un carácter sagrado.
Las araucarias fueron contemporáneas de los dinosaurios, sobreviviendo a terremotos y erupciones volcánicas. Sin embargo, la única amenaza verdadera que ha puesto en jaque la continuidad de la especie fue la llegada del hombre blanco a la Patagonia: bastaron dos siglos de depredación para que casi quedara borrada de un plumazo una historia de 200 millones de años. Ahora están protegidas por ley y no se las puede talar. Así que las vemos por centenares al costado de la ruta.
Lo primero que llama la atención al llegar a Villa Pehuenia es que el pueblo con calles de tierra parece casi desierto. La nieve se acumula en los techos a dos aguas de las casas y en las enramadas de las araucarias. Incluso los cables de luz son un hilo blanco. La nieve está por todos lados la mayor parte del invierno y cae en forma de suaves copitos, encaneciendo a los viajeros. Muchas casas tienen chimenea y reina un ambiente de cuento donde sólo faltarían Hansel y Gretel.
Aquí no hay una sola galería comercial ni tampoco un banco. Abundan en cambio los complejos de cabañas, las confortables hosterías y los pequeños restaurantes, que se levantan sobre la ladera de una montaña rodeando al lago Aluminé. Gracias a su relativo aislamiento, Villa Pehuenia está a salvo del turismo masivo y mantiene su encanto virginal. Pero al mismo tiempo tiene todo lo necesario para una estadía confortable.
ESQUI EN EL VOLCAN Los paisajes de ensueño que se ven desde la ventana de las cabañas justifican un viaje a Villa Pehuenia, aun cuando a uno no le interese otra cosa que dedicarse a la lectura observando el blanco panorama. Pero al mismo tiempo el atractivo más fuerte del pueblo es su pequeño centro de esquí al pie del volcán Batea Mahuida, el único en el mundo gestionado por aborígenes. El gerente de este centro invernal es Alfredo Catalán, el lonko o cacique de la comunidad Puel elegido por votación cada dos años.
El centro de esquí tiene cinco pistas sencillas, y como medios de elevación un T-bar y dos pomas. Quien nunca haya esquiado en su vida aquí puede aprender los primeros pasos con docentes de la comunidad mapuche, en las modalidades de esquí y snowboard. Pero aquellos que le escapan al esfuerzo físico igual disfrutan a lo grande de los exquisitos paisajes, interactuando con el paisaje blanco sin esfuerzo gracias a los paseos en moto de nieve y las caminatas con raquetas. Los niños, por su parte, juegan como locos tirándose en trineos, haciendo muñecos y guerras de nieve, y por supuesto esquiando con profesores.
Para internarnos en la soledad de los blancos bosques de araucarias hacemos una excursión en moto de nieve con los hermanos Claudio y Alejandro Cafulqueo, que compraron los vehículos por su cuenta y aportan el 30 por ciento de la ganancia a la comunidad. Cada uno conduce una moto y lleva un pasajero detrás.
Las motos van como flotando en la nieve y dejan una estela que raya la lisura del manto invernal. Nos internamos entonces en los vericuetos de los bosques de araucaria, que crecen en diferentes comunidades. Al bajar de las motos vemos de cerca las araucarias con su rugosa corteza y las ramas cargadas de nieve. Muevo una rama a ver qué pasa y toda la nieve se me cae encima.
La soledad del bosque blanco es majestuosa y el silencio perfecto. No hay viento ni gente a la vista: el ambiente tiene la magia minimalista del blanco y negro. Entonces Alejandro cuenta que a veces trae viajeros que, una vez en confianza, le preguntan: “¿Y los mapuches dónde están?”.
Seguimos viaje rasgando la virginidad del paisaje para comenzar a ascender hacia la cima del volcán Batea Mahuida, con 45 grados de inclinación. Una vez en la cima vemos los lagos Aluminé y Moquehue conectados por un breve río, y los volcanes Lanín, Villarrica, Llaima, Sierra Nevada, Lonquimay, Tolhuaca y Copahue. Y al final del precipicio brilla la laguna color esmeralda de la caldera del volcán. Alejandro aclara que el Batea Mahuida ya no tiene un cráter muy definido porque explotó desde la base hace 7000 años, perdiendo su forma cónica.
LA CONVIVENCIA Por la tarde salimos a caminar con raquetas de nieve por los bosques, dirigidos por otros guías del centro invernal. Las raquetas sirven para caminar por lugares con mucha nieve sin hundirse hasta la cintura. El guía explica que los primeros en utilizar raquetas de nieve en la zona fueron sus antepasados mapuches, quienes en el siglo XIX las armaban con cañas colihue que calentaban para doblarlas y luego les agregaban un tejido de tiento de potro. Así iban a buscar a las vacas, que solían guarecerse al pie de las araucarias dentro de un “anillo” en el suelo que rodea el tallo, un vacío donde la nieve se derrite por el calor del tronco.
Esta vez hay que hacer un poco de esfuerzo al caminar, pero tampoco tanto. Y la situación es más propicia para conversar con los amigos mapuches. Villa Pehuenia es un pueblo multicultural con 1500 habitantes, 400 de ellos mapuches. Hasta la creación del centro de esquí la relación entre los habitantes originarios y los llegados de afuera era algo tirante. Pero con los años han logrado armonizar. Se saben diferentes, pero cada grupo ha comenzado a entender al otro y el centro de esquí funciona como un punto de unión que beneficia a todos.
La juventud mapuche –cuentan los guías– se enfrenta al dilema de cómo asumir su identidad. Hace décadas a algunos les daba vergüenza decir que eran mapuches, pero esa situación ha cambiado. En general los mapuches viven bastante encerrados en su propio mundo, y los jóvenes se debaten entre querer parecerse al blanco o mantenerse distintos a toda costa. Mientras tanto, en el pueblo se ven flamear dos banderas: la argentina y la mapuche. Hay todavía quienes se miran de reojo, pero ya cada vez más tienden a integrarse en barrios comunes, así como los chicos en la escuela. Incluso se han formado parejas mixtas.
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