CORDOBA UN ITINERARIO HISTóRICO
Huellas jesuíticas
Entre universidades, tajamares, museos y capillas, un recorrido que incluye varias estancias y el casco histórico de la capital cordobesa. La mirada a un pasado entrelazado para siempre con el carácter de la provincia.
Por Graciela Cutuli
La historia de los jesuitas en Córdoba empieza a principios del siglo XVII, cuando el Cabildo de la ciudad entrega a la orden religiosa un terreno cerca de la plaza de lo que entonces era apenas un conjunto de casitas de piedra y no superaba algunos centenares de pobladores. Si la incipiente población debió su suerte económica a su posición estratégica sobre las rutas entre el Río de la Plata y el Alto Perú, y a la fertilidad de sus valles, debe su prestigio cultural a sus universidades. La primera de ellas fue fundada justamente por los jesuitas: la más antigua de la futura Argentina y una de las primeras sobre suelo sudamericano. Pero la misión evangelizadora y económico-cultural de la orden no se limitó a la fundación de la universidad, ni tampoco a la ciudad de Córdoba. En buena parte de la provincia, varias localidades conservan rastros de su paso. Hoy día se las puede conocer gracias a un circuito turístico, el de las estancias jesuíticas de Córdoba. En total son seis establecimientos, una suerte de empresas agropecuarias de otros tiempos, que eran el sostén material de objetivos más espirituales. Es así que el recorrido que se hace hoy día en la Córdoba jesuítica permite pasar de lo terrestre a lo celestial, de las estancias a las capillas, y apreciar cómo funcionaba este estado en el estado, ese mundo hecho a medida de sus creencias que los jesuitas soñaron construir en América latina, desde las selvas misioneras hasta las sierras cordobesas.
Incunables, museos y facultades El punto de partida se encuentra en el corazón mismo del casco histórico de Córdoba, a dos cuadras de la Plaza San Martín. La manzana jesuítica concentra un colegio, la sede de la universidad, una iglesia, una capilla, un museo y una academia nacional, todos ellos monumentos históricos. El Colegio Nacional Montserrat fue fundado en 1687, pero recién un siglo después, en 1767 –luego de la expulsión de los jesuitas de América– fue trasladado a su emplazamiento actual. El edificio cambió varias veces de fachada (también se le agregó una torre de estilo español) y de tutelas académicas, hasta pasar en 1907 bajo la autoridad de la Universidad Nacional de Córdoba, cuya sede se encuentra del otro lado de la medianera. El edificio actual es el resultado de un lento proceso de construcciones y refacciones, como en el resto del casco antiguo de Córdoba. La llegada de los jesuitas fue en 1599; en 1613 crearon la universidad con dos facultades: una de Artes y otra de Teología. Con el tiempo, la precaria edificación se convirtió en el imponente edificio que alberga el rectorado de una universidad que quintuplicó sus facultades, algunas salas señoriales (como el Salón de Grados, amueblado con sillas de madera tallada) y varias bibliotecas que poseen incunables del siglo XV (contemporáneos de Colón y de Gutenberg).
Sobre la misma calle, Obispo Trejo, al lado del rectorado, se encuentra el Templo de la Compañía de Jesús, alejado de la vereda por una pequeña plaza. Fue consagrado en el año 1671, una fecha que le permite declararse el más antiguo del país. Su construcción empezó un par de décadas antes, y el techo en forma de quilla de barco invertido utilizó cedros del Paraguay. Un cripta, en el subsuelo, guarda los restos de algunos religiosos destacados. La capilla doméstica prolonga el edificio del templo, sobre la calle Caseros. Era el lugar de culto reservado a los jesuitas, y se estima que fue construida entre los años 1665-1670. Lo más destacable de su arquitectura es el singular techo, hecho con cañas cubiertas por trozos de cuero pintado.
Este conjunto de edificios figura desde el año 2000 en el catálogo del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, pero en la misma manzana otros edificios merecen también una visita: entre otros, la Academia Nacional de Ciencias, fundada en 1873 y dirigida en sus primeros años por el naturalista Burmeister. El edificio fue construido por iniciativa de Sarmiento y Avellaneda. Es vecino del edificio de la Facultad de Ciencias Exactas, que se visita por su importante biblioteca y sus museos de Zoología, Geología y Paleontología (con fósiles de dinosaurios y el de unaaraña de 34 cm de largo y 300 millones de años de antigüedad, encontrada en San Luis).
Si la idea es agotar los vestigios jesuíticos de Córdoba capital, antes de irse para las sierras a visitar las estancias, hay que pasar por la cripta del Noviciado Viejo. Un poco alejada de la manzana jesuítica, esta cripta es lo que queda de un noviciado que empezó a construirse a principios del siglo XVIII, y que fue redescubierto y reacondicionado recién en 1989.
De Caroya a San Ignacio Las seis estancias jesuíticas de Cordoba fueron construidas entre los años 1616 y 1725, en Caroya, Jesús María, Santa Catalina, Alta Gracia, la Candelaria y San Ignacio (que no se visita). Los vestigios de cada uno de estos pueblos fueron incluidos en el Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, junto con la Manzana Jesuítica de Córdoba.
La más importante de todas es la de Santa Catalina. Fue fundada en 1622 como centro agropecuario y artesanal completo: cría de ganado, cultivos, molido de granos, industria textil, comercio de productos y animales domésticos. La estancia era uno de los centros económicos más prósperos de toda la región, y sus ganancias permitían sustentar los gastos administrativos de la orden a nivel provincial y hacer funcionar un noviciado. Aunque esté en manos de particulares (la misma familia que la compró luego de la expulsión de la Orden), se puede visitar. Además de la iglesia, está la residencia, construida en torno a tres patios interiores, la ranchería, las ruinas del noviciado, el tajamar y restos de un sistema de acequias.
En la misma región se encuentran las estancias de Jesús María y de Caroya. La más antigua de todas es la de Caroya, fundada en 1616. Su austera silueta vio pasar una historia bastante movida: luego de la expulsión de los jesuitas, fue utilizada como fábrica de armas, entre 1814 y 1816, para el Ejército del Norte, en las luchas por la independencia. Y en 1878 fue convertida en una especie de Hotel de Inmigrantes para albergar a los grupos de italianos que fundaron Colonia Caroya y la convirtieron uno de los centros agropecuarios más prósperos de la provincia, con renombrados quesos y embutidos de toda clase.
Jesús María fue la segunda estancia creada por la orden. Su origen se remonta al año 1618, y estaba sobre todo destinada a la producción de vino. Además de la iglesia, se puede visitar hoy naturalmente la bodega, la residencia, ruinas de molinos y un tajamar de este magnífico conjunto arquitectónico, que es actualmente la sede del Museo Jesuítico Nacional.
La más alejada de todas estas estancias, y la más pintoresca (su capilla parece perdida en el flanco de sierra, formando una mancha blanca en los verdes y ocres de la montaña que muchas veces se elige como imagen de este recorrido). Fue organizada más tarde que las demás, en el año 1683, como establecimiento dedicado sobre todo a la cría de ganado y mulas destinadas al transporte. Las grandes superficies de esta estancia permitían criar extensivamente este tipo de animales, que eran luego dedicados al transporte de mercancías entre Córdoba y el Alto Perú. Su arquitectura es también muy distinta de las demás. No tiene un conjunto tan completo de edificios ni fachadas tan sofisticadas; se trata más bien de una residencia que servía también de santuario y cuya masa compacta era muy fácil de defender, como un fortín, en caso de ataques.
Alta Gracia y algo más Finalmente, el último establecimiento del recorrido es el de Alta Gracia, al pie de las Sierras Chicas. Esta estancia fue fundada en 1643 y sirvió para criar mulas y fabricar telas, entre otras actividades. A diferencia de las demás, sus edificios fueron reciclados en el uso diario del pueblo: el templo (inaugurado en 1723) es hoy la iglesia de la parroquia, la residencia está ocupada en parte por el Museo Casa del Virrey Liniers, y el Obraje alberga una escuela. Este edificio continúa con su vocación educacional en cierto modo, ya que eraallí donde se instruía a los indios y a los esclavos sobre distintas profesiones y tareas manuales. Además de la producción textil, el Obraje de Alta Gracia era el centro de fundición de campanas para toda la provincia en las épocas coloniales. El Museo de Liniers muestra objetos realizados por los indios en la estancia, y también objetos personales del Virrey Liniers, que vivió en esta casa. También se puede visitar la torre del Reloj (muy reciente, ya que fue construida en 1938 para conmemorar los 350 años de Alta Gracia) y el Tajamar (construido en 1659 para proveer de agua a la estancia, gracias a sus 1,5 hectárea de superficie).
Además de la estancia, no hay que perderse en Alta Gracia un paseo por la Casa del Che Guevara (donde vivió en los años ‘30 y ‘40), la Casa de Manuel de Falla (donde el compositor español vivió sus últimos años) y las ruinas del otrora lujoso Sierras Hotel.
En parte o completo, el circuito jesuítico de Córdoba es una mirada hacia ese tiempo donde la historia argentina apenas estaban en ciernes, un asomo a lo que fue, lo que pudo ser y lo que finalmente devino el proyecto de la orden jesuítica en América. Vale la pena recorrerlo, entre los fértiles valles cordobeses, para tocar una vez más la puerta del pasado y dejar que salgan, como de una rara caja de Pandora, sus antiguos secretos.