Dom 09.11.2003
turismo

GRECIA SIGLOS DE HISTORIA Y LEYENDAS EN EL PELOPONESO

Ecos míticos

En el norte del Peloponeso, un circuito con cuatro ciudades permite abarcar otros tantos aspectos de Grecia: las epopeyas homéricas en Micenas, las luchas contra los otomanos en Nauplio, las artes dramáticas en Epidauro y los vestigios de la megalópolis de Corinto.

Texto y fotos:
Graciela Cutuli

Se trata de una de las más clásicas visitas en el país del clasicismo. En apenas un día, se pueden conocer y recorrer cuatro ciudades griegas del norte de la península del Peloponeso: Corinto, Nauplio, Epidauro y Micenas. Son cuatro testimonios distintos de Grecia y sus numerosos milenios de historia, de la reciente a la más antigua, donde se mezclan héroes y piratas, los siglos y las culturas. En Corinto, se puede comprobar que no hay sólo uvas, en Micenas se recuerda la partida para la Guerra de Troya, en Nauplio se reviven las vicisitudes de los piratas en el Mediterráneo, y en Epidauro se puede disfrutar de la mejor acústica teatral del mundo (antiguo, por supuesto).
Antes de empezar el viaje, vale mencionar una primera advertencia. En las rutas montañosas de Grecia, capillitas y crucecitas al borde de la ruta marcan el camino. Son ex votos, y hay tantos como carteles: cada uno recuerda un accidente de fin trágico. Los griegos, que gustan de burlarse de sí mismos (no en vano son los inventores de la comedia), dicen que esto se debe a que sus autos no tienen frenos, solamente bocinas. Cualquiera lo puede comprobar a lo largo de pocos kilómetros por las rutas de Atenas y el resto del país. Para tapar este ruido, nada mejor que poner en el auto el último disco de Eleftheria, la cantante griega que está exportando con éxito a toda Europa la rembetika (el tango de Atenas).

3000 años de historia La primera etapa de este camino es Corinto. En cualquier país de Europa, y en muchos otros lugares, el nombre de la ciudad es sinónimo de pasas de uva. Pero en Grecia está asociada más que nada al canal que une las aguas del golfo de Corinto y el golfo Sarónico, es decir el Egeo de un lado y el Jónico del otro. Las obras ya se habían planeado en tiempos de Nerón, porque el cabo Tainaro –en el extremo sur del Peloponeso– era tan temido por los navegantes que pese a toda su experiencia éstos preferían descargar los barcos en una ribera del istmo de Corinto, y llevar por tierra sus mercancías hasta la otra orilla, seis kilómetros más lejos. La maniobra era costosa, fatigosa y lenta, pero hizo la fortuna de la ciudad. Su tamaño lo dice todo: bajo el Imperio Romano, Corinto llegó a tener unos 750.000 habitantes, una población totalmente impensable para aquellos tiempos. Su importancia estratégica era tal que los romanos la arrasaron en 146 a.C., y la reconstruyeron una vez tomado el control de la región, un siglo más tarde. Su riqueza y su cosmopolitismo causaron hasta la ira de San Pablo, en sus famosas Epístolas a los Corintios. Hoy quedan sólo partes de la ciudad romana, la más extensa de toda Grecia, destruida hace siglos por un terremoto. No hay que pasar por Corinto sin ver el Acrocorinto, una fortificación que se encuentra a unos cinco kilómetros de la ciudad, utilizada y remodelada por los distintos pueblos que ocuparon la zona: turcos, francos, bizantinos y venecianos. Los últimos en ocuparla fueron los turcos, hasta la independencia de Grecia. También quedan losrestos del Templo de Afrodita, donde ejercían un millar de prostitutas (una de las Epístolas de San Pablo fue escrita en contra de ellas). Una especie de Amsterdam del mundo antiguo...

Dioses, héroes y tumbas Desde Corinto el viaje sigue a Micenas, dejando hacia el norte Patras (donde llegan los ferries procedentes de Italia), al oeste Olimpia (cuna de los Juegos Olímpicos) y al sur los innumerables sitios arqueológicos del Peloponeso (en particular las ruinas de Esparta, cuya fama e importancia no se ve reflejada en las pocas ruinas que llegaron hasta nuestros tiempos).
En Micenas, el visitante se remonta hasta el origen mismo de la Ilíada. Esta compacta y austera fortaleza se esconde en los pliegues de un monte de escasa vegetación. En verano, el ascenso hasta las ruinas es un episodio digno de los escritos de Homero: pero el enemigo no es troyano, sino el dios Helios mismo. La Puerta de los Leones, un recoveco de las murallas, ofrece una parada con sombra antes de emprender la caminata por el sitio arqueológico. Esta puerta es como un pasaje a otros tiempos, a otras dimensiones: se retroceden 3700 años y se entra en un mundo poblado de dioses, semidioses y héroes, en un mundo de guerreros que construyeron murallas capaces de impresionar a sus no menos duros descendientes, que pensaron que habían sido levantadas por los forzudos cíclopes. Como otros sitios arqueológicos míticos, fue olvidado por los hombres hasta ser redescubierto por los arqueólogos. Fue Heinrich Schliemann quien logró identificar el sitio en 1874, luego de haber descubierto el emplazamiento de Troya, en Asia Menor. Entre los objetos que encontró en Micenas está la famosa máscara de oro que él atribuyó a Agamenón (aunque se comprobó luego que sería tres siglos anterior), unas de las más valiosas obras de arte del mundo antiguo.
En el Círculo Funerario, un conjunto de tumbas ubicado cerca de la Puerta de los Leones, Schliemann encontró muchos objetos valiosos. Y hay otras dos tumbas en Micenas, la de Atreo y la de Clitemnestra, dos nombres trágicos, víctimas de las maldiciones y masacres que forman la trama sobre la que se bordaron las leyendas y mitos antiguos. Para recordarlos en pocas líneas: Atreo y su hermano Tiestes se ven envueltos en una serie de asesinatos en cadena, en los cuales cada uno actúa por venganza. Tiestes termina sobre el trono de Micenas luego de la muerte de Atreo. Agamenón, hijo de Atreo, es a su vez un personaje central de la Ilíada, al encabezar la expedición punitiva contra Troya y sacrificar a su hija Ifigenia para que puedan zarpar las naves griegas. Clitemnestra fue su esposa y verdugo, ya que al regresar de la guerra de Troya lo mató para vengar la muerte de su hija. No es de extrañar que estos personajes trágicos dejaran su nombre a las tumbas, aunque es muy improbable que los dos túmulos de Micenas sean realmente sus sepulturas.

De piratas y actores Desde Micenas, la ruta llega a la costa del Egeo en Nauplio, en el fondo del golfo de Argos. Aquí se entra ya en un mundo distinto. Las lejanas leyendas homéricas se borran en el tiempo para dar paso a una historia mucho más reciente. Al menos para los parámetros griegos, el puerto de Nauplio no es muy antiguo: apenas ocho siglos deexistencia. El puerto fue objeto de luchas entre los venecianos y los otomanos que se disputaron durante siglos por el control del Peloponeso y del Mar Egeo. La ciudad muestra vestigios arquitectónicos de cada uno de estos ocupantes. En medio de las aguas del golfo, el Bourtsi es una fortaleza construida sobre un arrecife que controlaba las entradas al puerto de Nauplio, y lo protegía de los ataques de los piratas que durante varios siglos asolaron las aguas del Mediterráneo. Los rebeldes griegos tomaron la ciudad el 30 de noviembre de 1822, convirtiéndola en la primera capital de la Grecia liberada del Imperio Otomano (Atenas se convertirá en capital recién en 1834).
El circuito termina en las colinas de Argolida, en Epidauro, remontando hacia el norte y el canal de Corinto. En la actualidad, esta ciudad es conocida esencialmente por su teatro clásico; sin embargo en la antigüedad era un centro médico y religioso dedicado al dios Esculapio, el patrón de los médicos (su símbolo, una serpiente enroscada en un báculo, sigue siendo el símbolo de la profesión). La ciudad prosperó entre los siglos VI a.C y II d.C., y las nuevas creencias borraron el recuerdo de Esculapio y su santuario. Pero quedó intacto el teatro que se había construido para divertir a los pacientes, un lugar famoso ya en el mundo antiguo por su acústica perfecta. Sin más tecnología que la utilización de las pendientes de las colinas y la disposición de las gradas, se logra lo que en cualquier otro teatro se hace por medio de un sistema de sonorización. Los guías hacen pruebas para que los visitantes lo comprueben: sentándose en las gradas, las más altas y alejadas del escenario, prenden un fósforo o se hablan en voz baja entre ellos. Todo se escucha como si uno estuviera al lado: el ruido del fósforo que se enciende, las palabras en voz baja, el ruido de los pasos sobre el escenario. Además, por uno de esos azares de la historia, el teatro llegó casi intacto hasta nuestros días (su remota ubicación entre las colinas disuadió a los constructores de otros sitios de venir en busca de sus piedras). La naturaleza hizo el resto, preservando el sitio de terremotos y otras catástrofes naturales que asolaron a muchos otros lugares de Grecia. En verano, un festival de teatro antiguo permite devolver personajes y frases clásicas a la acústica del teatro, remontando unos 20 siglos de historia. Es el broche de oro que necesita este circuito de ecos míticos, en el corazón de esa historia que es de Grecia pero pertenece a todo el mundo occidental.

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