Dom 16.11.2014
turismo

MUNDO. MONUMENTOS PARA ATRAER VIAJEROS

Gigantes de la ruta

Cuando la naturaleza o la historia no dejaron nada para atraer a los turistas, los pueblos se las tienen que ingeniar para llamar la atención: estatuas, monumentos y rarezas encuentran así su lugar al borde mismo de las rutas del mundo.

› Por Graciela Cutuli

Fotos de Graciela Cutuli

Lo que natura non da... la imaginación lo presta. ¿Cómo atraer la atención de los viajeros que pasan, a veces con otro destino, cuando no se cuenta con atractivos naturales destacados o al menos no tanto como otros lugares tal vez más lejanos, pero más difundidos o monumentales? El dilema no es sólo local: lo saben en Villa Ventana, con el monumento a las golondrinas que marca la entrada del pueblo, o en General Madariaga con el hermano gemelo del Cristo del parque temático Tierra Santa, que abre sus brazos como para atrapar a quienes viajan rumbo a Pinamar. La temática religiosa es recurrente, porque otro Cristo de dimensiones sobrehumanas tiende sus brazos a los automovilistas que transitan por la Ruta 22, cruzando de punta a punta el pueblo petrolero de Cutral-Có en Neuquén.

Cuando se transitan decenas, cientos, miles de kilómetros, estas figuras se convierten en auténticos hitos sobre las rutas, sobre todo en los países de largos trayectos como la Argentina, Estados Unidos o Australia. Y, en algunos casos, con el tiempo se genera el fenómeno inverso: aquello que antes sólo era un indicador en el camino, promesa de nuevas atracciones, se convierte en una atracción en sí misma.

CABALLITOS Y CANGREJOS Los anglosajones, que inventaron el marketing, llevan en esto décadas de práctica: bien lo saben los creadores del insólito caballito mecedor de madera que se encuentra en Gumeracha, una localidad en las afueras de Adelaida, en el sur de Australia. El Big Rocking Horse es la gran atracción de una fábrica de juguetes de madera, que permite recorrer sus instalaciones y, de paso, caminar entre los canguros de su pequeña reserva. Poco a poco, el caballo gigante se convirtió en un atractivo con fuerza propia, coprotagonista de cientos de selfies.

Y ese no es todo el gigantismo: también en Australia, esta vez en una de las localidades que forman parte de la Great Ocean Road –una de las rutas panorámicas oceánicas más bellas del mundo– se puede conocer la langosta más grande del mundo. El monstruo, de 17 metros de altura, responde al nombre de Larry y se cuenta que sus dimensiones se deben a un error de interpretación: el constructor confundió los centímetros del plano que le enviaron... con metros. Por si fuera poco, en Australia también hay un mosquito gigantesco, una oveja de dimensiones pesadillescas y muchas otras curiosidades del género. Hasta una guitarra de 12 metros en Tamworth. Pero no supera ni por asomo a las más grande del mundo (tomen nota los brasileños), que se encuentra en la Argentina: la guitarra criolla mide varias hectáreas de superficie, porque ha sido diseñada con árboles en un campo del sur de la provincia de Córdoba. Se puede ver sólo desde el aire: pero quienes no estén sentados del lado de la ventanilla en los vuelos entre Mendoza y Buenos Aires, la pueden observar desde Google Maps (coordenadas -33.869122 y -63.983796).

AUTOMONUMENTOS A veces fueron construidos por municipios y otras veces por moteles o empresas. Uno de los más famosos –y más remotos– es Carhenge, una réplica del sitio megalítico inglés de Stonehenge en un rincón perdido de las grandes llanuras de Estados Unidos: en los mapas hay que buscarlo cerca de una pequeña ciudad llamada Alliance, en el alejado estado de Nebraska. Carhenge es una atracción construida con autos parados, hundidos en el piso, que soportan otros por encima de ellos: todos están pintados de gris, para recordar más aún el misterioso conjunto prehistórico inglés. Es la obra de un ingeniero local, Jim Reinders, que la levantó junto con sus hijos usando carcasas de autos de otras décadas destinados a un final más digno que el desarmadero: Carhenge es todo un hito en el Oeste salvaje y nadie duda en desviarse –aunque sea por decenas y decenas de kilómetros– para verlo, cuando se cruza el noroeste de los Estados Unidos.

Los autos de Nebraska no son los únicos hundidos en el suelo norteamericano. Otra célebre instalación con autos abandonados es el Cadillac Ranch de Amarillo, en Texas: aunque la Ruta 66 ya no existe formalmente, su traza sigue siendo recorrida por miles de autos permanentemente y el Cadillac Ranch es una de sus grandes atracciones. Desde 1974 se pueden ver estos diez autos “plantados” en una pradera, cerca de la Interstate 40. Los diez modelos distintos de la marca Cadillac, fabricados entre 1949 y 1963, fueron enterrados en forma oblicua: y como era de esperar, varias leyendas rodean al sitio, que inspiró canciones y películas (el Cadillac Range de Cars, del estudio Pixar, es un guiño obvio). Una de las leyendas asegura que la inclinación de los autos es la misma que las pirámides del Valle en los Reyes en Egipto.

Por si fuera poco, entre los otros atractivos de Amarillo –un museo sobre los indios, otro sobre el quarter horse (el caballo de los cowboys)– se encuentra en el gigantesco par de piernas con medias deportivas que están también al lado de la ruta. Por si no alcanzaron las excusas para ir, se puede probar suerte en el Big Texan Steak Ranch (no olvidar una foto de la pileta con la forma de Texas): los comensales que consuman el gran bife de dos kilos con toda su guarnición, en menos de una hora, no pagan la cuenta. Tal vez paguen, en cambio, la del hospital...

TIEMPO DE GIGANTES El Gorosito es probablemente el más famoso gigante argentino. La monumental estatua de 13 metros de altura rinde homenaje a los obreros petroleros de la Patagonia y se encuentra en el centro de Caleta Olivia. Inaugurado en 1969, desde entonces es el icono de esta ciudad santacruceña: y quizás, en puntas de pie, lleve a divisar alguna estatua del no menos gigante Paul Bunyan, el personaje legendario más representado al costado de las rutas norteamericanas.

Paul Bunyan tiene al parecer orígenes canadienses: se habla de un colono francés de impresionante estatura llamado Paul Bonjean, que el tiempo y la distancia transformaron en un mito norteamericano, muy arraigado en Wisconsin y Minnesota. Paul Bunyan tiene muchas referencias en la cultura popular: hasta Disney le dedicó un dibujo animado. Allí tomó el cariz de un gigante bonachón, acompañado por un buey marcado por igual gigantismo, que tiene que dejar su lugar de nacimiento en Bangor (Maine) por el oeste salvaje e inhabitado, porque ponía en peligro los bosques de su región natal debido a su fuerza descomunal y su afán de cortar árboles.

La personificación más famosa de Paul Bunyan es la de su supuesto lugar natal, en Bangor: la colosal estatua es un icono en toda esta región costera cubierta de bosques y que cuenta entre sus vecinos al autor de bestsellers Stephen King. Los artistas no tuvieron talentos parejos para sus representaciones, y si bien en Bangor Paul Bunyan exhibe cierto realismo, en Bemidji (Minnesota) se lo ve muy kitsch. Pero hay muchas otras oportunidades de sacarse una foto con él y su buey: Klamath (California), Brainerd (Minnesota) y Ossineke (Michigan) son los más conocidos. Para completar la historia y el retrato de familia, si se pasa por Hackensack –también en Minnesota– está Lucette, la novia de Paul. También ella de proporciones ... notables.

En las rutas norteamericanas, además, el Gorosito tiene un pariente cercano: se trata del Golden Driller, su primo hermano, parecido hasta en la postura y la vestimenta (pantalones, botas, guantes y torso desnudo). Fue construido en 1953 para una exposición sobre petróleo y ubicado en 1966 en Tulsa (Oklahoma). Con sus 24 metros de altura, ostenta el título de mayor estatua parada sin soporte.

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