URUGUAY. PUEBLOS DE PESCADORES EN LA COSTA DE ROCHA
El este, pero no Punta del Este. Barra de Valizas, Punta del Diablo, Cabo Polonio y Barra del Chuy son las playas uruguayas donde la próxima temporada de verano se vive en clave de ecoturismo, junto al mar pero también entre bosques, lagunas y ríos.
› Por Nora Goya
Fotos de Nora Goya
Playas de arena blanca, buenas olas para los amantes del surf, bosques místicos con leyendas, travesías entre las dunas, lagunas con aves autóctonas, ríos y faros que guían para iluminar el camino de los navegantes perdidos son algunos de los atractivos de Rocha, en el este uruguayo. Pero sin duda no los únicos de este lugar totalmente alejado de los otros brillos esteños del país vecino.
También es fascinante festejar el Año Nuevo en la playa: observar desde la arena los fuegos artificiales que iluminan el cielo, dando comienzo a un nuevo ciclo, es un espectáculo único para muchos de los veraneantes que eligen dar vuelta la página del año en alguno de los pueblos sobre las costas uruguayas. Un buen lugar para esperar la llegada de 2015.
RANCHOS Y ARENA Barra de Valizas se convirtió a lo largo de los últimos veranos en un destino informal y bohemio, atractivo para gran cantidad de jóvenes, tanto uruguayos como extranjeros. Partiendo de Maldonado, se llega al balneario por la ruta 10 hacia el norte, luego de pasar por La Paloma.
“Desde 2012 comparto con amigos el comienzo de año en Valizas”, cuenta Karina Kolkowsky, que durante el verano cambia el vértigo de los juzgados porteños por las playas uruguayas. Restaurantes a metros del mar con platos que incluyen variedad de pescados, mariscos, camarones y buñuelos de algas son la vedette del lugar, donde el turismo es uno de los motores económicos para los apenas 400 habitantes.
Aquí los pescadores alquilan sus “ranchos” sobre la costa –casitas de madera sin ningún tipo de servicio– a los visitantes más austeros, sumándose a la oferta hotelera más tradicional conformada por campings y hostels. Las playas extensas de arena y aguas limpias terminan de componer el paisaje de este pueblo ubicado en la unión del arroyo Valizas y el océano Atlántico.
“Durante el día disfrutamos de la playa, las caminatas por las dunas y los concursos de pesca”, agrega Karina, como tentando a sumar el este uruguayo entre los destinos del próximo verano. Además, en Valizas funciona una escuela de surf local para el entretenimiento de los más chicos.
Entre los paseos más interesantes, el Cerro de la Buena Vista invita a subir para observar desde su altura el pueblo, la playa, la isla Castillo Grande y Cabo Polonio. Sobre la pendiente de arena, muchos visitantes aprovechan para realizar sandboard durante toda la temporada. Un uso recreativo lejos de los tiempos en que, allá por 1750-1770, el cerro funcionaba como límite natural para dividir los territorios pertenecientes a los dominios del imperio español y el imperio portugués.
Los días de agua clara, Valizas suma a sus paisajes costeros los submarinos: cerca de la costa hay varios restos de naufragios que se pueden visitar en una salida de buceo. Y al atardecer, acróbatas, malabaristas y hasta una orquesta que interpreta música balcánica toman como escenario la calle principal del pueblo, de pura arena, para brindar espectáculos y entretener a los veraneantes. Los artesanos venden sus trabajos en las ferias locales, o simplemente ofreciéndolos en un pañuelo, mientras velas ubicadas dentro de bidones de agua –que funcionan como fanales– cubren la ausencia del alumbrado público, generando una iluminación tenue acorde a la vida de este pueblo de pescadores. La temporada de verano moviliza a Valizas y lo convierte en un pueblo impregnado de bohemia con paseos y diversión nocturna.
OMBúES Y CASTILLOS “Quienes entran al bosque de ombúes se sorprenden recordando hechos que acontecieron en su infancia.” Con esta leyenda los visitantes quedan envueltos en el clima místico que sobrevuela la región, conformada por ocho mil hectáreas de aguas dulces y poco profundas. Esta zona forma parte del Sistema Nacional de Aguas Protegidas de Uruguay, que se extiende en paralelo al océano Atlántico.
Todos los días parten excursiones que recorren los diez kilómetros del arroyo que une Barra de Valizas con el Monte de Ombúes, ubicado en la orilla de la Laguna de los Castillos. Este bosque de Rocha es un destino privilegiado en el mundo, ya que a lo largo de veinte kilómetros miles de estos árboles –entre ellos algunos ejemplares centenarios– crecen entrelazados, cuando esta especie suele crecer en solitario.
Los amantes del ecoturismo también pueden disfrutar en la Laguna de los Castillos, que conforma un complejo ecosistema de bañados, palmares, ceibales, juncales y arroyos. Este lugar fue designado “refugio de fauna” en 1966, brindando un hábitat excepcional para gran variedad de aves, como el flamenco.
Para la protección del medioambiente, los habitantes y distintas organizaciones locales participan en la implementación de medidas como la prohibición de la caza furtiva. Tampoco se permite acampar en la zona, por lo que el paseo resulta ideal para pasar el día y disfrutar tanto del avistaje de aves como de la pesca.
El cruce entre las aguas saladas (que llegan a través del arroyo Valizas) y las aguas dulces de los ríos favorece la diversidad de especies. La corvina, el lenguado, el pejerrey, el bagre y el camarón se encuentran durante el otoño, y los cangrejos y el siri durante la primavera. Completan el panorama de fauna otros animales, más difíciles de cruzar, como los zorros, zorrillos, manos peladas, gatos monteses, comadrejas y lagartos que habitan esta región única.
CABO POLONIO Ocho kilómetros separan el balneario Barra de Valizas de Cabo Polonio. La travesía a pie por este paisaje de dunas y grandes rocas frente a la costa del Atlántico es la predilecta de los jóvenes turistas en los últimos años. Para animarse a imitarlos hay que salir temprano para evitar el sol del mediodía, llevar protector solar y agua, recomiendan los habitantes a quienes se disponen a realizar la caminata por esta suerte de “desierto con vista al océano” hasta llegar al cabo.
Al llegar esperan dos playas: Norte o Playa de la Calavera, que debe su nombre a los numerosos naufragios en sus costas y se extiende hasta Punta del Diablo; y Sur, playa de aguas turbulentas formada por una franja de arena que llega hasta La Pedrera.
En 1735 el galeón español Polonio naufragó en estas costas. Aquel episodio dio nombre al pueblo, que años más tarde fue escenario de otras historias de embarcaciones naufragadas por desconocer la geografía rocosa del lugar. Cuentan los pobladores que de vez en cuando emergen a la superficie restos de barcos hundidos, y se reviven historias de naufragios y piratas que rozan lo fantástico.
Para no naufragar, hay que saber remontar las olas: como Viviana Díaz, convencida de que “la belleza de este lugar es única” y que ya tiene pensado volver a Cabo Polonio en 2015 para probar el vértigo del mar agitado. Probablemente lo único agitado del pueblo, donde sólo el faro construido en 1881 cuenta con corriente eléctrica para iluminar las noches. Desde lo alto del monumento se pueden observar las playas de La Paloma y La Pedrera, al sur del departamento de Rocha. Una vida rústica, subraya Viviana, pero no sin alternativas, porque “los habitantes de este pueblo abastecen sus viviendas con energía solar y cuentan con agua de pozo”.
Cabo Polonio no tiene campings, pero funcionan algunas hosterías y posadas, además de los “ranchos” de colores que también aquí los pescadores alquilan a orillas del mar. Por eso es habitual que muchos turistas sólo pasen el día y elijan hacer base en otros balnearios cercanos, como Barra de Valizas o Aguas Dulces. Para ingresar sólo se puede ir en vehículo particular hasta la terminal, ubicada sobre la Ruta 10. Desde allí, el recorrido puede realizarse en “camellos” –como se denomina a los camiones autorizados para recorrer el territorio de dunas– o en excursiones a caballo.
Atravesar al atardecer los seis kilómetros que separan la terminal del pueblo de Cabo Polonio tiene el encanto de cruzar un territorio de variada vegetación y escasamente poblado: el paso envuelve así al visitante en el aroma de la arena y el sonido del mar cercano, recordándole con el viento en el rostro que Cabo Polonio es la quintaesencia del pueblo costero.
PUNTA DEL DIABLO Trescientos kilómetros al norte de Montevideo está Punta del Diablo, otro de los pueblos del este uruguayo. La Ruta 9 es el camino de acceso hacia este balneario de piedras redondeadas por el trabajo del viento y el mar. Punta del Diablo está ubicado al sur del Parque Nacional Santa Teresa, al norte de las reservas forestales de pinos y eucaliptos y al este de la Laguna Negra, todos destinos ideales de paseos y excursiones.
Calles curvadas, arquitectura rústica y barcos de los pescadores sobre la playa dibujan el encanto turístico del pueblo, junto con su feria de artesanías y productos locales. Las playas son tres: Playa de la Viuda –que debe su nombre al faro ubicado al final de una de las bahías– cuenta con grandes olas y bares en toda su extensión, por lo que atrae a los surfistas y al público joven. La Playa de los Botes, de aguas mansas y llanas, genera un escenario ideal para las familias que quieran disfrutar de lo más tradicional de Punta del Diablo: los botes que salen de allí para volver al atardecer con la pesca del día. Esta zona cuenta con la protección de la punta central de rocas, espigón que ingresa 200 metros en el océano. Y la Playa del Rivero –que comienza en la Playa de los Botes y termina en la punta de rocas del Rivero– está formada por una bahía abierta al oleaje proveniente del sur, geografía que le permite contar con buenas olas para practicar deportes acuáticos.
Al igual que otros destinos de la costa de Rocha, Punta del Diablo recibe el mayor flujo de turistas en enero, cuando las temperaturas promedian los 30 grados. Playas repletas, bares de moda y la vida nocturna atraen a visitantes jóvenes que en los últimos años llenaron la capacidad hotelera del lugar. Más que en enero, quienes buscan un destino de descanso con tranquilidad y temperaturas agradables pueden optar por veranear durante diciembre, febrero y marzo, cuando el pueblo adopta un perfil más calmo y familiar.
ZONA FRANCA Y BARRA DEl CHUY Perfumes, whiskies, relojes: de todo como en botica se encuentra en los free shops del Chuy, repleto de comercios y shoppings sobre la Avenida Internacional, la zona franca y límite entre Uruguay y Brasil. Entre los vendedores, de un lado y otro de la frontera, la competencia es feroz y el regateo, una práctica que da resultado. El idioma no importa: las ventas se concretan en portuñol. Y por si fuera poco, numerosos comerciantes turcos, armenios y árabes generan una mezcla de vocablos que remite a la bíblica Babel.
Completan el escenario del Chuy gitanas que cubren sus cabezas con pañuelos y usan sus coloridas polleras tradicionales, mientras persiguen a los turistas para leer la suerte a cambio de algunos pesos.
Ocho kilómetros hacia el este, Barra del Chuy es el último balneario de la costa uruguaya. Sus playas de arenas blancas y temperaturas agradables durante todo el año son elegidas por muchos de los que buscan descanso después de las compras en la avenida Internacional. Desde la Barra del Chuy se puede llegar a la laguna Merín, donde se reúnen miles de gaviotas y otras aves: el sitio resulta ideal para avistadores de pájaros y amantes de la fotografía. En los alrededores de la ciudad también se pueden disfrutar recorridos por palmares y bañados. Finalmente, la visita termina en el Fuerte de San Miguel, a seis kilómetros de la laguna. Construido en 1734 por los españoles, fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1937. Con este bastión, España marcó su posición en la región y sentó su base para enfrentarse a otras potencias –sobre todo Portugal– interesadas en ocupar territorio en América latina.
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