DIARIO DE VIAJE. EXPEDICIóN INGLESA A LOS MARES DEL SUR
Los navegantes ingleses John Bulkeley y John Cummins publicaron su diario de viaje por los mares australes en el siglo XVIII. La obra, que pertenece a la Colección Reservada del Museo del Fin del Mundo en Ushuaia, relata las desventuras de la navegación por el sur del continente y las costumbres de los indígenas de la Patagonia.
› Por John Bulkeley y John Cummins*
“Ha sido cosa usual, en la publicación de viajes, introducir ficción en abundancia; y algunos autores han sido estimados meramente por ser maravillosos. Nos hemos cuidado de diferenciarnos de aquéllos mediante una estricta consideración a la verdad. Es indudable que en este libro hay cosas que parecerán increíbles. Lo que contamos de los indios patagónicos y de nuestras propias penurias, por muy bien atestiguado que esté, no obtendrá crédito con facilidad; y la gente apenas creerá que sea posible para la naturaleza humana soportar las miserias que padecimos.”
El 17 de mayo, siendo Pentecostés, obtuvimos varias aves silvestres y abundantes mejillones, lapas y otros moluscos que encontramos muy refrescantes por haber subsistido durante mucho tiempo sin otra cosa que provisiones saladas.
El 18 abordé el barco para ver si era posible encontrar algunas provisiones; saqué de la despensa dos cascos de harina y algo de vino, que fueron muy útiles.
El 19 abordé otra vez para de-sarmar los puentes y así obtener algo de carne y cerdo de la bodega; también desarmamos la carpintería para clavos y otras cosas útiles.
El 20 cortamos la regala para sacar la lancha, lo que fue hecho. Hoy encontramos varios hombres muertos y algunos ahogados en el barco; supusimos que habían bebido hasta que quedaron incapaces de escapar del agua cuando ésta entró al barco. Cuando estábamos a bordo trabajando en el naufragio se puso a nuestra vera una canoa con varios indios que se inclinaban y hacían cruces, dándonos a entender que se inclinaban a la religión romanesca; les dimos dos fardos de tela del barco y los mandamos a tierra donde el capitán, que les dio sombreros y una chaqueta de soldado a cada uno. Tenían en abundancia los mayores y mejores mejillones que haya visto ni gustado jamás. Este día fue el primero en que el contramaestre desembarcó; el capitán lo llamó pillo y villano y lo derribó con su bastón, de modo que quedó inmóvil y en toda apariencia muerto; cuando se recuperó del golpe y vio una pistola amartillada en la mano del capitán, ofreció su pecho desnudo; el capitán le dijo que merecía que le pegara un tiro y luego no dijo más nada. (...)
El 22, los indios nos trajeron tres ovejas y algunos mejillones. Son gentes de pequeña estatura, bien conformados, de cutis oliváceo, con cabello negro; de comportamiento muy civil, llevan poca ropa, fuera de algo en torno a la cintura, a pesar de que el clima es frío en exceso. Se quedaron toda la noche, pues el tiempo está muy lluvioso y ha estado así desde que llegamos aquí; el viento sopla del norte al nor-noroeste.
Sábado 23, el viento del este-noreste al norte, cayó nieve en abundancia, tanta que las montañas están cubiertas de ella. Las heladas son muy intensas y encontramos que el frío es extremado. El mismo día, con el mismo tiempo, abordamos y desarmamos la bodega de proa para sacar harina.
El 25, un poco de viento del noreste y tiempo helado, volvimos a abordar y sacamos de la bodega de proa ocho barriles de harina, un casco de guisantes, y algo de brandy y vino. Ese día se dedicó al reparto de media libra de harina por hombre y un trozo de cerdo por cada tres hombres, siendo la primera vez que se los avituallaba desde que estábamos en tierra.
El 26 sacamos más cascos de harina, un casco de avena molida y algo de brandy y de vino. Al atardecer vinieron los indios con sus mujeres, les dimos sombreros a las mujeres y calzones a los hombres; hicieron señas como si fueran a traer más ovejas.
Jueves 25, viento del oeste noroeste y clima lluvioso; vimos a los indios, que venían hacia nosotros en sus canoas; pero como los desertores se habían asentado en el lugar donde ellos habitaban cuando los vimos por primera vez, pensamos, por como remaban, que tenían intención de ir allí; y sabiendo que los desertores tenían intención de apoderarse de una de sus canoas para llegar al continente, botamos la yola y fuimos hacia ellos. Había cinco canoas, cargadas de focas, mariscos y cuatro ovejas; habían traído consigo a sus mujeres y niños, con lo que eran unos cincuenta en total; arrastraron a tierra sus canoas y construyeron cuatro chozas, que cubrieron con corteza de árboles y pieles de foca; imaginamos por ello que tenían intención de asentarse con nosotros; son unas gentes muy simples e inofensivas, de baja estatura, nariz chata, con los ojos muy profundamente hundidos en sus cabezas; viven continuamente entre el humo y nunca están sin fuego, ni siquiera en sus canoas; no tienen nada con qué cubrir su desnudez, a no ser un trozo de manta vieja que se echan sobre los hombros; siempre los vemos de esta manera, a pesar de que los vestimos cada vez que acuden a nosotros. Por las cruces que se alzan en muchas partes de esta tierra uno pensaría que tienen alguna noción de la religión romanesca. No podemos hacer que nos entiendan mediante habla alguna ni por señas; les mostramos un espejo; cuando vieron sus reflejos parecieron asombrados y mostraron mil gestos y mohínes; y una vez que se veían en el espejo era muy difícil convencerlos de que dejasen de mirar.
El domingo 28, por la tarde, unas doce de las mujeres indias partieron en sus canoas. Pensamos que iban en busca de mejillones, pero pronto vimos que buceaban; lo cual imaginamos hacían para buscar piezas de carne o de cerdo provenientes del naufragio; pero cuando vinieron a tierra vimos que habían buceado en busca de huevos de mar. Entre estas gentes las mujeres parecen tomarse más trabajo que los hombres para las provisiones para la vida; estos últimos tienen poco más para hacer que proveer madera y holgar junto al fuego, mientras que las mujeres van a pescar con cada marea. Hoy matamos dos ovejas indias.
Lunes 29, botamos la yola para ir con los indios y que nos mostraran dónde obtienen los mejillones; pero al llegar tarde para la marea, volvimos sin nada. El capitán envió a nuestra tienda dos cuartos de carnero; el carpintero trabaja a diario en la lancha. Vientos variables.
El 30, las mujeres indias volvieron a zambullirse en busca de huevos de mar y trajeron una gran cantidad, con abundancia de unos gusanos blancos de unos tres cuartos de pulgada de largo y una circunferencia del grandor de una paja de trigo. Estas mujeres se mantienen bajo el agua un tiempo increíble con una pequeña canasta en las manos del tamaño aproximado de una canasta de trabajo de las mujeres en Inglaterra, en la que ponen lo que sea que obtienen al bucear. Entre estas gentes el orden de la naturaleza parece invertido: los machos están exentos de las penurias del trabajo y las mujeres son meras esclavas y sirvientas. Ese día uno de nuestros marinos murió. Observamos que los indios prestan gran atención a los muertos: se sentaron continuamente cerca del antes mencionado cadáver y lo cubrieron con cuidado, mirando a cada momento al rostro del finado con abundancia de gravedad. Durante el entierro su comportamiento era grave y solemne; al ver a la tropa destocada durante el servicio se mostraron muy atentos y observadores, y así continuaron hasta que el entierro terminó. No tienen nada, como ya dije, más que una manta para cubrirse y niños y niñas van del todo desnudos, a pesar de que sentimos tanto frío aquí como en las heladas más duras de Inglaterra y que casi siempre está lluvioso. (...)
Martes 7, fuertes vendavales con granizo, lluvia y relámpagos. Las mujeres indias salieron como de costumbre en sus canoas para bucear en busca de huevos de mar; se zambulleron desde sus canoas a cosa de una milla de la costa; toman el asa de sus canastas, que ya describí, entre los dientes y bucean en aguas de cinco o seis brazas; su agilidad para bucear y su permanencia bajo el agua por tiempo tan largo como generalmente lo hacen sería considerada imposible por las personas que no hayan sido testigos oculares de ello; parecen tan anfibias como focas o aligátores, y rara vez hacen uso de otra provisión que no sea la que sacan del mar. (...)
Domingo 26, vendavales moderados y vientos variables, con lluvia y granizo. La mayoría de nuestros hombres come un alga que crece sobre las rocas; es un alga delgada de color verde oscuro y los marinos la llaman slaugh. Sorprende cómo los árboles de grosella negra, que hay en abundancia, han echado botón en los últimos tres días. Comenzamos a techar nuestra casa con arbustos. Hoy cogimos un hermoso alitán; es el primer pez que vimos vivo desde que estamos aquí. (...)
Miércoles 29, nuevos vendavales del noroeste con lluvia; es seguro que jamás hombre alguno se ha encontrado con tiempo como el que tenemos en este clima. Hoy entramos caminando al bosque para tomar alguna noticia de los árboles, que encontramos muy parecidos a nuestra haya de Inglaterra; pero los árboles y arbustos son en general de naturaleza blanda y flexible y con corteza especiada.
* John Bulkeley y John Cummins. Un viaje a los mares del sur en los años 1740-1741. Colección Reservada del Museo del Fin del Mundo. Buenos Aires, Eudeba, 2014.
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