Domingo, 11 de enero de 2015 | Hoy
CHUBUT. TEMPORADA DE PLAYA Y AVISTAJES
Lobos marinos, delfines y pingüinos son los reyes de la fauna madrynense durante enero y febrero. Pero la ciudad también es un destino de playa, donde el viento impulsa las velas de windsurf y hasta el yoga se practica sobre una tabla en el mar.
Por Julián Varsavsky
Un poco a la manera del Niño Azul de Rep cuando viaja en caracol, Rubén Marieszcurrena navegó a lomo de ballena franca a sus ocho años, hace varias décadas. Fue cuando jugaba con sus amigos en el muelle de Puerto Madryn, al que usaban de trampolín y donde la aparición de una ballena de 16 metros de largo no era novedad.
“Un hombre que estaba en el muelle me agarró de los hombros y me puso sobre la ballena. Yo me acosté boca abajo sobre ella con los brazos en cruz y comencé a sentir su silenciosa y profunda vibración, como la de un gato cuando ronronea. Toqué su piel suave como un vidrio mojado y al rato me tiré al agua. Hasta el día de hoy se me pone la piel de gallina al recordar esa experiencia surrealista. Era un tiempo en que no había conciencia ecológica y se hacían esas cosas. Yo he visto fotos de chicos incluso parados sobre una ballena. Porque la fauna patagónica estaba –y está– tan incorporada a nuestra cotidianidad urbana que la interacción con ella es permanente y natural”, cuenta Rubén sobre su experiencia iniciática con la fauna, que lo marcó hasta hoy, porque es guía de turismo.
DESDE EL CIELO Lo que atrae a viajeros de todo el mundo es algo muy normal entre los madrynenses, para quienes ver una ballena es algo tan común como ver un caballo en la pampa. Tanto conviven con toda clase de fauna patagónica que la mayoría de los habitantes de la ciudad parecen expertos en comportamiento animal, como verdaderos etólogos empíricos que –lo quieran o no– se pasan la vida observando fauna.
Lo cierto es que en el verano las ballenas ya han partido hacia la Antártida, pero la migración estacional de la especie no le quita interés natural al destino patagónico. Porque en Madryn hay fauna todo el año, y el buen tiempo de enero y febrero –cuando muchos se sorprenden del calor que puede hacer en la Patagonia– invita a una salida original para hacer snorkel entre simpáticos lobos marinos. Una lancha nos lleva hasta Punta Loma ya con los trajes de neoprén puestos. A unos metros de la costa nos tiramos al agua, justo frente a la colonia de lobos.
Al rato los lobitos juveniles comienzan a acercarse con la clara intención de jugar. Primero sacan la cabeza para mirarnos con atención y se vuelven a sumergir. Hasta que entran en confianza y nos miran cara a cara a los ojos, a través del vidrio de la antiparra.
Ellos usan el hocico como nosotros las manos para tocar algo, y a veces nos mordisquean las aletas de los pies. El comportamiento se parece mucho al de los perros cachorros. Y por lo general prefieren jugar con los niños. Ha habido casos –cuenta la guía– de lobitos que se suben sobre la espalda de las personas dentro del agua. A veces, cuando se trata de lobitos bebés, vienen en grupo bajo supervisión de la madre. Los machos adultos, en cambio, jamás se acercan: ellos están siempre ocupados buscando hembras y cuidando que no se les desarme el harén.
YOGA SOBRE EL AGUA Está claro que el agua, con fauna o sin ella, es la gran protagonista del verano en la costa. Y es también el soporte de una actividad que poco a poco gana adeptos: lo explica Verónica Naves, que trabaja en la escuela de deportes náuticos Na Praia, en la costa de Puerto Madryn. Allí se ofrecen, entre otras modalidades deportivas, paseos por el mar en stand-up, esas tablas parecidas a las de surf donde la persona navega parada y se ayuda con un remo.
Verónica es instructora de yoga y hace unas singulares sesiones de su especialidad sobre una tabla de stand-up en el agua. Primero se da una clase de stand-up para aprender a dominar la tabla y mantener el equilibrio. Y después empieza la sesión con las posturas clásicas como la vela, la cobra, el arpa, el saludo al sol, el arado y las torsiones. En las posiciones de parado se usa el remo como vara de equilibrio.
Las sesiones de yoga en el agua se hacen a las siete de la mañana, cuando todavía no hay nadie en la playa. Una de las diferencias es que, al estar la tabla en movimiento, el ejercicio muscular es mayor que en tierra. Pero la gran diferencia pasa por las sensaciones: “En la sala de yoga uno suele poner sonido de agua y de aves, porque en el mar el sonido del viento, el agua y hasta de las aves es real. A veces se acercan lobitos de mar e incluso vemos alguna ballena a la distancia y escuchamos cómo echa agua hacia arriba o el splash tremendo de un salto”, cuenta Verónica sobre su gran pasión.
MAS VERANO El snorkel con lobos marinos, como el stand-up yoga, son dos de las apuestas veraniegas de Puerto Madryn. Pero no las únicas: durante todos estos meses hay avistajes de delfines y toninas (en este caso partiendo de Rawson) y, animales aparte, numerosas actividades náuticas. Sobresale el campeonato de windsurf previsto del 16 al 18 de enero: es cuando el famoso viento patagónico que barre las costas chubutenses con regularidad se vuelve una gran ventaja y las velas dibujan piruetas sobre el azul del mar. Cada balneario ofrece sus propuestas, que además del windsurf incluyen el kayak, kitesurf, buceo y snorkel. Además el 15 de febrero es el triatlón de Madryn, en el que los competidores tienen que mostrar sus dotes para la natación, la bicicleta y el running.
Para los que disfrutan de la playa, si bien el agua es fría –las latitudes chubutenses están a la vista– las temperaturas en la ciudad trepan hasta los 35 grados, los balnearios están bien equipados, con mucho movimiento y con la ventaja de un anochecer tardío, que permite disfrutar en la orilla hasta bastante tarde: el cielo se oscurece recién entre las nueve y diez de la noche. Más de treinta kilómetros de playas de arena blanca y canto rodado completan el panorama. Pero si la idea es tener otra perspectiva, se puede tomar el catamarán Regina Australe, con capacidad para 300 personas, barra y restaurante. La nave dispone de tres cubiertas, dos vidriadas para los días de frío o lluvia, y una cubierta superior al aire libre y con reposeras.
Y cuando llega la hora de pasear, la cita es en la feria “Con sabor a Madryn”, donde se ofrecen degustaciones y productos elaborados en forma artesanal. La feria se organiza todos los sábados por la mañana en el Parador Municipal PMY, en la bajada número ocho. Además, todos los sábados de enero y los sábados 7 y 15 de febrero se organiza la feria de arte y diseño “De a cachitos”, en la sede del Club Deportivo Madryn, con una amplia oferta de indumentaria, accesorios, tejidos, bijouterie, muñecos, objetos de decoración para el hogar, numerosas artesanías y hasta cactus.
DESENGAÑO PINGÜINERO Volviendo a la esencia de Madryn como “arca de Noé”, el verano es temporada de pingüinos. Pocos animales de la tierra despiertan mayor ternura que esos pequeños señores de frac con andar chaplinesco, que salen torpemente del mar con la pesca en el buche para sus crías.
Si a eso se le agrega que se han comprobado en la reserva de Punta Tombo parejas de pingüinos que ocupan todos los años el mismo nido desde hace dieciséis temporadas, el paralelismo con ciertos rasgos humanos –como el andar erguido– y su carácter familiero los convierte en un ave muy popular, ideal para peluches y documentales. Pero no todo lo que brilla es oro en la pingüinera.
Jorge Gonzales es guardafauna en Punta Tombo desde hace 14 años y lo que más le gusta es salir a caminar en la mañana por la colonia de pingüinos más grande del continente, cuando aún no han llegado los turistas: “Para los que vivimos acá, la pingüinera es como el patio de tu casa con 800.000 pingüinos”.
“Ellos son indiferentes a los humanos y a los cuises que se suben sobre los arbustos bajo los que anidan, pero entre ellos son muy agresivos. Entre septiembre y principios de octubre, cuando se va poblando la colonia, ves todo el tiempo peleas sangrientas donde se arrancan los ojos a picotazos. En general son los machos, y el que gana se queda con la hembra y el nido. Pero también las hembras combaten cuando una llega y encuentra ocupado su nido del año anterior”, cuenta el guardafauna con el tono resignado de quien le revela a un niño la inexistencia de Papá Noel.
La verdad es que los pingüinos viven juntos pero no se protegen ni se alimentan en comunidad. Son muy individualistas y cada cual defiende su nido. De hecho llegan aquí exclusivamente para reproducirse y aquellos que, por el ataque de algún ave, pierden sus dos huevos, inmediatamente abandonan la colonia y se van al mar. “La actitud más cruel que les he visto a los pingüinos fue una vez en febrero, cuando un grupo de pichones se dirigía por primera vez al mar. Unos juveniles más grandes que estaban en el agua comenzaron a atacarlos y en un momento se ensañaron particularmente con uno, al que le agarraban la cabeza con el pico y lo hundían como queriéndolo ahogar”, cuenta Gonzales, destruyendo definitivamente el mito de esos tiernos “locos bajitos”.
EL DINOSAURIO MAS GRANDE “No tendré muchas ovejas en mi campo pero tengo un dinosaurio”, dice Alba Mayo en el documental que se muestra en el Museo Egidio Feruglio (MEF), sobre el hallazgo en 2011 del dinosaurio más grande conocido hasta ahora. Su descubridor fue el peón de una estancia cercana a Trelew llamado Aurelio Hernández, quien lo vio desde el caballo y le dijo a su patrón: “Vi un gran garrón”.
Al llegar, los paleontólogos del museo no podían creer lo que veían: un fémur petrificado de dos metros de largo en perfecto estado de conservación, en el que se distinguen hasta las marcas de inserción de los ligamentos. En el sitio se encontraron 200 huesos de un total de siete dinosaurios herbívoros que quizá quedaron empantanados mientras bebían. Alrededor había numerosos dientes de dinosaurios carnívoros que los podrían haber perdido al comerse a los otros.
Desde hace casi un año se exhiben en el museo el enorme fémur y también un húmero de este gigante aún en estudio y sin nombre, que dan una idea de las proporciones del titanosaurio que vivió hace 95 millones de años y medía 20 metros de alto por 40 de largo, el equivalente a dos camiones con acoplado.
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