turismo

Domingo, 18 de enero de 2015

MISIONES. EL PARQUE NACIONAL IGUAZú

Las gargantas del agua

La Garganta del Diablo está nuevamente abierta. La selva irradia exuberancia y el Parque Nacional Iguazú está a punto de inaugurar otros senderos de exploración, al tiempo que desarrolla un valioso trabajo con las comunidades locales misioneras.

 Por Graciela Cutuli

Fotos de Graciela Cutuli

La ira de Dios. Lejos de los paisajes bucólicos que invitan a la calma, esa es la imagen que evoca la Garganta del Diablo, el gran salto de las Cataratas del Iguazú que desde 80 metros de altura arroja un impresionante caudal de agua hacia una profundidad insondable. Los vencejos de la cascada –esos pájaros pequeños y veloces que figuran en el emblema del Parque Nacional– son los únicos que no se inmutan ante el espectáculo: en un vuelo que parece suicida, se sumergen en el abismo para reaparecer, mágicamente, en rápidas bandadas. Nuestros ojos no llegan a ver que el secreto está en sus nidos, estratégicamente ubicados detrás de la cortina de agua, y por lo tanto inaccesibles para los predadores. Pero su vuelo, junto al ruido ensordecedor de la catarata y la nube de agua pulverizada que se eleva varios metros sobre la Garganta, forma parte de la experiencia asombrosa de este sector del Parque Nacional.

LA INUNDACIóN Durante varios meses, sin embargo, la pasarela y el balcón hacia la Garganta del Diablo estuvieron cerrados. El pasado junio, la conjunción de la crecida del río, lluvias excepcionales y un error humano en una represa brasileña río arriba produjeron la fatídica inundación: “El agua tardó doce horas en subir y dos semanas en bajar a su nivel normal. Entre tanto, se llevó las barandas de las pasarelas y lavó hasta el terraplén del tren ecológico que lleva a la Garganta”, evocaba Carlos Corvalán, presidente de la Administración de Parques Nacionales (APN), tras la reciente ceremonia de reapertura del mirador a fin de diciembre.

El ingenioso sistema de pasarelas permite en realidad soportar una crecida: cuando el agua pasa de cierto nivel, las barandas se rebaten para ejercer menos resistencia; cuando sube más todavía, se desprenden y luego son recuperadas y colocadas nuevamente. Esta vez, la situación fue más excepcional y los daños causados a las contenciones obligaron a un trabajo de seis meses de restauración, con un costo de veinte millones de pesos. Varias decenas de barandas fueron rescatadas del agua, pero –puntualiza Corvalán– “unas 50 todavía están dentro del agua” y fueron reemplazadas con las que había en depósito. Hubo también consecuencias para la flora y la fauna: “Se producen modificaciones, porque había mucha arena, las islas se descalzaron bastante y el agua hasta se llevó alguna isla”, observa por su parte el intendente del Parque Nacional Iguazú, Sergio Bikauskas.

Los cientos de personas que, como si fuera un regalo de Navidad, pudieron asistir a la reapertura del balcón hacia la Garganta del Diablo el 22 de diciembre, probablemente no conocían los detalles de lo ocurrido. Pero tuvieron la suerte y el privilegio de reinaugurar uno de los paseos más populares del Parque Nacional Iguazú, el más visitado de la Argentina, cuyas cataratas fueron elegidas entre las nuevas Siete Maravillas del Mundo.

Parte del nuevo tramo en construcción como retorno del Circuito Superior, que pronto será habilitado.

PROBLEMAS DEL ÉXITO “En Iguazú –subraya Carlos Corvalán– estamos preocupados por cuidar la calidad de la visita. Hay que buscar distribución horaria, servicios, incluso en algún momento se podría pensar en limitar el acceso. La proporción de turistas extranjeros está creciendo; de hecho, para ellos un Parque Nacional es como un sello de calidad.”

La APN está haciendo escuela en el uso público de los Parques Nacionales: aquí, a diferencia de lo que ocurre en otros países, donde son áreas exclusivas de conservación con escasa llegada al visitante, se abren al público y apuestan a comprender las cuestiones turísticas, integrando en su visión a las comunidades vecinas.

En esa visión, una recorrida turística por el Parque Nacional Iguazú debería llevar al menos dos días: a los dos circuitos tradicionales, el Superior y el Inferior, se les está sumando uno nuevo por los riachos del Iguazú Superior, que funciona de hecho como retorno del Circuito Superior, con la idea de generar circularidad en el tránsito por el área protegida.

Las obras estarán listas en poco tiempo más, después de las demoras debidas a la necesidad de abocar los esfuerzos a la Garganta del Diablo. Lo curioso es que, durante el tiempo en que el salto más popular de las Cataratas estuvo cerrado, los visitantes tuvieron justamente la posibilidad de aprovechar más a fondo las otras posibilidades del Parque. A futuro, se trabaja también en una mayor integración con el lado brasileño, que tradicionalmente completa la visita.

Dentro del Parque Nacional, además de los circuitos Superior –que ofrece vista panorámica al filo del agua sobre saltos como Dos Hermanas, Ramírez y Bossetti– e Inferior –que se adentra en la selva para mirar la pared de agua de las cataratas “desde abajo”– se puede recorrer el Sendero Verde, muy transitable y plano. Este camino comienza cerca de la Estación Central del Tren Ecológico de la Selva y termina en la Estación Cataratas. En este tramo es común ver monos caí y coatíes, los famosos e invasivos coatíes del Parque Nacional, con los que hay que tener cuidado en caso de tener mochilas con alimentos o algo en la mano, ya que son rápidos amigos de lo ajeno. Para tener más suerte en el avistaje de aves y de otras especies –en esta época del año son abundantes y fascinantes las multicolores mariposas– hay que recordar las reglas básicas del horario: conviene elegir las primeras horas de apertura o las del atardecer, antes del cierre, además de evitar charlas y ruidos que ahuyenten la fauna.

Con más tiempo –por eso conviene prever dos días de visita– es recomendable el sendero Macuco, un espeso camino agreste de unos siete kilómetros entre ida y vuelta, que termina en la cascada del Arroyo Arrechea. Esta parte de la selva también es hábitat de los monos caí, que suelen desplazarse en grupos numerosos y a veces brindan lo que parece un auténtico espectáculo para turistas: sin embargo, vale recordar que las fotos son el límite de la interacción con el ser humano. No hay que alimentarlos, como a ninguna otra especie del reino animal, ni tocarlos a pesar de su cercanía. Aquí el turista es sólo un espectador invitado en el hábitat de otra especie, y lo mismo vale para la numerosa flora que fascina por su exuberencia, variedad y color: “El Parque Nacional no es un vivero”, observa una turista devenida espontánea guardaparques cuando una compañera de su grupo amaga recoger “unas plantitas para llevar”.

El balcón hacia la Garganta del Diablo, que a fin de diciembre volvió a abrir a los visitantes.

AL PIE DE LA CATARATA En verano, cuando el calor aprieta, la visita a las Cataratas se disfruta más porque el “spray” de los saltos de agua refresca y la selva ofrece una bienvenida sombra. Pero sobre todo, es el momento ideal para la Aventura Náutica, que invita a meterse directamente en el escenario navegando en potentes lanchas por el Cañón del Río Iguazú inferior hasta el pie del salto Tres Mosqueteros, bordeando la isla San Martín.

Inglés, chino, alemán, francés, los idiomas más diversos se oyen entre los pasajeros que se aprestan a embarcar, cada vez más con su GoPro en la mano, para bañarse literalmente en el agua grande del salto San Martín y llevarse la experiencia a casa. Los veinte minutos de la excursión náutica se viven como un Dakar acuático, a pura adrenalina: es una auténtica inmersión en la espuma de las Cataratas, que se ven como gigantes poderosos frente a las pequeñas embarcaciones. Cuando se ve la escena desde arriba se cobra verdadera dimensión de la asimetría entre las lanchas y el paisaje, y uno vuelve a sorprenderse de haber estado allí.

Al bajar de la lancha, empapado y feliz, Wang –un turista chino que asegura en un inglés titubeante haber soñado durante años con conocer Iguazú– parece aún ebrio de cierta experiencia “ecorreligiosa”: “Este paisaje te devora”, dice por fin. “Nunca, nunca me habría imaginado que era tan impresionante. No hay foto, no hay video que refleje lo que acabamos de vivir”, dice, y guarda su cámara como convencido de que sólo sus retinas podrán darle un recuerdo fiel de Iguazú, el “agua grande”.

La RN 101, pura selva y tierra colorada, va de Iguazú a Bernardo de Irigoyen.

CORAZóN DE SELVA El Parque Nacional Iguazú no son sólo las Cataratas, aunque ellas sean la estrella de sus más de 60.000 hectáreas. Recorriendo la RN 101, que va desde Iguazú hasta la localidad misionera de Bernardo de Irigoyen, es posible conocer otra cara de pura selva y entablar contacto con las poblaciones que día a día conviven con la frontera del Parque. “Ahora la ruta –explica Sergio Bikauskas, intendente del Parque Nacional Iguazú, que nos acompaña en una travesía en el camión de avistajes de Iguazú Jungle Explorer– se usa más como actividad local. No se quiere habilitar la pavimentación porque sería atentar contra el yaguareté. Ya hubo atropellamientos más al sur, al menos tres en dos años sobre la RN 12.” Y es sabido que el felino, el tercero más grande de nuestro continente y la “verdadera fiera”, según su nombre guaraní, ha perdido gran parte de su hábitat y está en peligro de extinción: en Misiones apenas quedan unos 60 ejemplares.

A lo largo de los 35 kilómetros de recorrido, de oeste a este, la ruta se despliega como una doble huella de tierra roja bordeada de intenso verde. Hay tres paradas previstas y dedicadas sobre todo a la interpretación de la flora. “La selva –explica Paula, guía de Jungle Explorer– no es homogénea, lo que vemos generalmente son ‘parches’ naturales de un tipo de selva y de otro. Aquí y allá, su ojo experto y el del guardaparques Justo Herrera enseñan al grupo a distinguir un cedro de Misiones, cuya “madera de ley” es buscada por su dureza, un “higo estrangulador” (que en realidad no mata al árbol donde se aloja, sino que prospera gracias a un árbol ya debilitado), un peteribí, de follaje más ceniciento y con un eje central más alto que el cedro. “Aquí hay una gran influencia cultural brasileña, y en Misiones muchos árboles tienen nombre brasileño cuando se compra la madera en los obrajes”, agrega, mientras pasamos a centímetros de un nido de boyeros, de coloridas petunias silvestres y de un carancho que está en realidad lejos de su ambiente: “Aprovecha los animales muertos en la ruta pero no entra en la selva”, explica Herrera.

En medio de esta naturaleza exuberante, el Parque Nacional afronta no pocos desafíos: desde la batalla contra la invasión de plantas exóticas, que pueden entrar con las máquinas viales, hasta la lucha contra el furtivismo que afecta no sólo a los animales sino también a las plantas, como ocurre con la palmera palmitera, que requiere décadas de crecimiento y si se corta –para obtener apenas el equivalente a una lata de palmitos– muere definitivamente.

Integrantes de la Cooperativa de Cabureí, en estrecho trabajo conjunto con el Parque Nacional.

LA GENTE DE CABUREN En esta visión que no margina sino que busca integrar en su esfuerzo conservacionista a los pobladores de los parajes aledaños al Parque Nacional, Iguazú tiene un éxito para mostrar. Su trabajo de extensión se realiza con los pequeños productores del paraje Cabureí, que realizan agricultura de subsistencia en pequeñas superficies de una o dos hectáreas, y el año pasado empezaron a producir localmente mermeladas y productos frutihortícolas, con apoyo del Parque Nacional y del empresariado de Puerto Iguazú, que le compra los productos en forma directa.

Con un doble beso, como se estila aquí, Nelci Becker y sus compañeras de la Coordinadora de Trabajadores Rurales de Misiones reciben al grupo encabezado por Bikauskas, el gran promotor de esta iniciativa –presidida por Casimiro Texeira– que ya empezó a cambiarle la vida a la gente del lugar. “Se empezó a trabajar en la problemática del límite este, donde es habitual la producción de tabaco, que tiene consecuencias negativas para la salud de los productores”, explica. De todas esas discusiones, surgió la posibilidad de trabajar sobre los frutos y verduras, y el propio intendente del Parque asumió el desafío de involucrar al empresariado vinculado con el turismo. “En su mayoría mujeres, las representantes de la cooperativa Cabureí se reunieron con los chefs y empresarios de Puerto Iguazú, y el Parque Nacional salió como garante de esta realidad. Fue algo único en la Argentina, y casi único en América latina, la posibilidad de que el campesinado se reúna en forma directa con el empresario.”

“Hace dos años –explica Nelci con un entusiasmo que reluce en sus brillantes ojos azules, mientras muestra las impecables instalaciones de elaboración de la cooperativa flanqueada por María Celly y Elena Novak– empezamos a trabajar y ahora estamos avanzando para terminar la sala de envasado para los dulces y licores. También estamos preparando la planta para al almidón de mandioca. Somos entre 15 y 20 mujeres y nos vamos turnando, nos ayudamos entre todas. Estamos buscando dejar de plantar tabaco, nos dedicamos a la mandioca, verdura, maíz, batata, pepino, mamón, y queremos empezar con frutillas. También queremos tener un vivero de plantas nativas, como el yacubicaba, el yaracatía, el guabirá.” “Nosotros les llevamos nuestro producto a los chefs para que prueben, estamos abriendo una fuente de trabajo para nuestros hijos y nietos, que no sea el tabaco. Hacemos entre 100 y 150 frascos según la materia prima.” Alrededor, sus nietos –Nayali, Janaina Esmeralda, Maximiliano– ya asimilan la lección: “De grande voy a ser guardaparques”, promete Maximiliano entre juego y juego.

Y aunque está en medio del monte, Nelci no deja de recomendar con una sonrisa pícara un buen trago con licor de la nativa yaboticá: “Sprite, limón y hielo, con licor de yaboticá. Después me cuentan. Y recuerden –recomienda– que cuando vayan a un hotel de Puerto Iguazú, el mamón en almíbar que comen de postre puede ser el que hicimos nosotros”. Un motivo más para volverse con un gusto dulce de la visita a la selva.

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Vencejos de la cascada, aves del Parque Nacional Iguazú, que anidan tras la catarata.
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