Domingo, 18 de enero de 2015 | Hoy
VIAJEROS. HIRAM CHEN, EN DOS RUEDAS POR EL MUNDO
En una década pedaleando, Hiram Chen lleva recorridos más de 70 países partiendo desde su Taiwan natal, con la meta utópica de completar alguno de los 195 reconocidos que tiene el mundo. El ciclista, que entró en Buenos Aires el pasado 5 de enero, cuenta a TurismoI12 sus aventuras y desventuras.
Por Julián Varsavsky
Como buen taiwanés, Hiram Chen es un hombre práctico, decidido y esforzado. Hace diez años se dijo que era el momento de hacer realidad su sueño de la infancia, pensó cuál era el medio de transporte más barato que existe y se lanzó a la ruta con la intención de recorrer todos los países de la Tierra. Desde entonces pedalea con su bicicleta 100 kilómetros por día, en unas diez horas de viaje, por día, y se las ingenia para vivir de viaje sin trabajar nunca.
A sus 38 años, que parecen menos, Chen tiene la piel oscurecida por el sol y un ímpetu nómada que lo lleva a estar siempre de paso en cada sitio: “Durante la primera semana cualquier lugar es lindo, pero después de un mes ya me aburro y debo regresar a la ruta”. Una semana es el tiempo fijado para nuestro entrevistado en Buenos Aires.
Los viajes de Chen comenzaron hace diez años, cuando se fue a pedalear por Nueva Zelanda durante doce meses. Luego voló a Australia, donde giró por tres meses y vio a los canguros en el desierto, para terminar su primer tour en Singapur y regresar a Taiwan.
El segundo viaje fue por Malasia, Tailandia, Camboya, Vietnam, Laos y China, regresando a casa después de un año. Al poco tiempo volvió a China y le dio la vuelta completa al mapa en un año entero.
La cuarta gira lo llevó a China otra vez, a Japón por tres meses y a Corea del Sur, donde un camionero borracho lo chocó obligándolo a volver a Taiwan para reponerse durante dos meses.
Repuesta su salud, Chen decidió seguir la ruta del tren Transmongoliano, por supuesto a pedal: Beijing, Mongolia, República Buriata, Siberia, Moscú y San Petersburgo. De Rusia pasó a Suecia, Noruega, Dinamarca y Alemania, hasta completar prácticamente toda Europa en un año más.
Luego de un tiempo en Taiwan, cuidando a su anciano padre enfermo, voló a Canadá para ver las auroras boreales y comenzó a bajar hacia el sur del continente americano. En la ciudad norteamericana de San Diego le dijeron que la zona donde pensaba acampar era peligrosa, así que eligió armar su carpa en un lugar donde difícilmente alguien podría molestarlo: en un cementerio entre las tumbas. Pero también ha dormido en templos budistas del sudeste asiático –donde los monjes lo alimentaban–, en los parques de Tokio con los homeless, en estacionamientos de París, en las tiendas circulares de los nómadas mongoles, en el patio de centenares de casas de gente común por todo el mundo, en terrenos de decenas de comisarías y hasta en los jardines de iglesias católicas.
De Estados Unidos pasó a México, donde poco antes una ciclista nómada había sido asesinada y entonces la policía lo siguió durante dos días para cuidarlo –en contra de su voluntad– para evitar otro escándalo internacional si algo le pasara a él.
Luego de cruzar toda Centroamérica sin mayores percances, Chen se internó en Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile, atravesando el desierto de Atacama y el Salar de Uyuni. Finalmente alcanzó la Argentina a través de Mendoza, cruzando los Andes con la sola fuerza de sus piernas. A la provincia de Buenos Aires llegó a comienzos de enero para pasar su primera noche en la Comisaría Segunda de Morón, muy bien recibido por los oficiales de guardia, quienes le permitieron acampar. Sus próximos destinos son Uruguay, Paraguay y Brasil. Y para más adelante queda la incursión en Africa.
LA LOGíSTICA Hiram Chen se hizo militar al terminar el colegio en la ciudad taiwanesa de Taichung y ejerció la profesión de las armas durante una década. Las fuerzas armadas le proveían de casa y comida, así que se dedicó a ahorrar cada salario gastando apenas en lo elemental, lo mismo que hace ahora en su vida nómada.
A los 28 años, después de una década en el ejército, renunció con el grado de sargento y se lanzó a la ruta. Pero Chen tampoco vive del aire: tiene como sponsors a la empresa que construye el cuerpo de su bicicleta, a la que hace las ruedas y a la que fabrica los frenos. Y entre todas ellas, además de proveerle las bicicletas, le pagaron los pasajes de avión interoceánicos, que siempre son solamente de ida.
El alojamiento es la carpa o la casa de amigos que conoce en el camino. Lo primero que hace al llegar a un lugar es preguntar si los pobladores toman el agua de la canilla. Y si ellos lo hacen, entonces él también. Además toma mucha Coca-Cola y Pepsi-Cola porque le dan energía.
En Sudamérica, curiosamente, Chen asegura que se alimenta todos los días de galletas y pan con mayonesa. De esa manera vive con cuatro o cinco dólares diarios. En China y el sudeste asiático los costos eran similares, con la diferencia de que por un dólar dormía en hospedajes con cuartos compartidos y por medio dólar podía comer.
Lo que se le complica a las claras a un viajero así es la cuestión amorosa, ya que le resulta imposible tener una novia. “Una vez conocí en Chile a un ciclista como yo, de 60 años, que viajaba con una novia que parecía tener 30 años menos que él... pues ése es mi sueño, pero hasta ahora no la he podido conseguir”, cuenta Chen entre unas risas que no alcanzan a ocultar un deseo muy serio.
Pero nuestro viajero en bicicleta no tiene nada de que quejarse, ya que lleva la vida que él mismo eligió. Para la sociedad taiwanesa –marcada por el Confucionismo– y para su propia madre, Chen es “un loco” porque no tiene un trabajo común y no forma una familia. Y si bien no trabaja, nadie puede decir que no lleva una vida esforzada al estilo taiwanés, desde el momento en que pedalea diez horas por día: “En Taiwan la gente puede trabajar diez horas por día pero lo mío es muy distinto, porque yo lo hago por placer y además soy libre de detenerme donde yo quiera y acostarme a dormir”.
LOS CLAROSCUROS La vida de Chen tiene, por supuesto, sus sinsabores. En el desierto de Gobi en Mongolia se le hacía difícil seguir el camino porque sencillamente no lo hay, y se guiaba por la marca de las ruedas de los camiones en el suelo. En Perú, en medio de otro desierto, dos hombres con armas de fuego le robaron su cámara Nikon, la computadora, el dinero y la ropa que llevaba encima. Pero en Siberia casi lo matan cuando dormía en su carpa en plena noche en las afueras de un pueblo. En un momento Chen oyó ruidos y salió a ver. Y de repente un hombre le dio un palazo que le abrió la cabeza.
Entonces comenzó una lucha contra dos hombres –uno bastante anciano y ambos borrachos– en la que le rompieron literalmente tres palos más en la cabeza. Pero si hay algo que Chen tiene de sobra es resistencia y nunca perdió el conocimiento. Así que decidió defenderse con su cuchillo, ante lo cual los borrachos no demostraron ningún miedo. Al más anciano llegó a apoyarle el filo en el pecho, pero el siberiano se dio cuenta de que Chen jamás se lo hundiría en la carne.
En un momento, ya agotados los tres, se sentaron a conversar por señas. El acuerdo inicial fue que Chen guardara el cuchillo y que ellos dejaran los palos. Incluso lo invitaron a su casa a tomar vodka, propuesta que la víctima rechazó. Pero le advirtieron que si no iba la emprenderían a palazos otra vez contra él. Chen que dijo que sí, pero primero se puso a empacar su carpa con la intención de escapar, hasta que en un momento los dos hombres tomaron dos de sus bolsas y se fueron.
Ser un nómada en bicicleta implica, por ejemplo, estar a veces dos semanas sin darse una ducha. También hay que andar muy liviano. Chen, por ejemplo, tiene sólo tres remeras. Además lleva un teléfono inteligente sin señal para guiarse con Google Maps. Aunque tenga acceso a Internet seguido, solamente manda noticias a su casa cada dos semanas, porque si acostumbrara a su familia a mayor asiduidad se preocuparían cuando no pudiera contactarlos.
Chen no sabe por cuánto tiempo seguirá viajando. Dentro de poco volverá a Taiwan porque la salud de su padre se ha complicado. Pero de todas formas es un hombre sin planes, ni siquiera cuando está en la ruta: casi no lee sobre los lugares a los que se dirige, para que lo sorprendan mejor. No suele visitar museos y tampoco marca un periplo muy definido en los mapas, sino que deja que el viaje fluya. Desconoce si alguna vez otro ciclista se propuso recorrer el mundo entero como él, aunque en México conoció a un chino que llevaba pedaleados en 16 años más de 100 países.
Aunque en un principio la bicicleta haya sido una elección económica, ésta se ha convertido para Chen –así sea por fuerza de la costumbre– en su vehículo preferido por vocación: “Mi sueño es andar en bicicleta hasta el último día de mi vida”. Bajo la premisa de que “soledad es libertad”, la opción por el nomadismo de este aventurero implica estar siempre inmerso en un viaje, cuyo fin teórico sería el de su propia vida. Así va por el mundo fotografiándose con su bandera de Taiwan, pero en su deriva sin fin jamás planta bandera. Por eso su vida es un permanente intermezzo entre un lugar y otro, donde vale más el camino que el destino en sí. La meta se transforma en punto de partida no bien la pisa. Acaso Chen escape de algún fantasma personal y el único lugar donde se siente como en casa sea la ruta misma. Preso de su espíritu libertario, se lanza cada vez a un nuevo viaje, siempre de ida, hacia ningún lugar.
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