turismo

Domingo, 24 de mayo de 2015

ARGENTINA. CABALGATAS POR LA MONTAñA, LA PAMPA Y LA SELVA

Centauros de norte a sur

De la Patagonia a la Quebrada de Humahuaca, excursiones a caballo para recorrer la Costa Atlántica, los campos de San Antonio de Areco, los Andes de Neuquén y la selva de las Yungas en Jujuy. Diversidad de paisajes para ir al paso, al trote o al galope.

 Por Julián Varsavsky

El imperio mongol –el más extenso de la historia– fue creado a lomo de caballo. Más tarde Napoleón intentó algo parecido con sus regimientos de caballería. Y hasta la Primera Guerra Mundial estos fieles animales fueron una herramienta fundamental de guerra. También Bolívar, San Martín y Sandino tuvieron caballos a los que deben una parte importante de su leyenda.

Unos de los primeros hombres blancos que hizo una gran travesía a caballo por placer en la Argentina fue George Musters, un inglés que en 1869 unió el Estrecho de Magallanes con el río Negro, como invitado en una caravana tehuelche. El resultado fue un maravilloso diario de viaje en el que retrataba a los temidos “patagones” como seres entrañables, con quienes se podía convivir en sus tolderías en términos amistosos. Si bien esa experiencia es imposible hoy, aunque existan formas mucho más cómodas de viajar, las travesías a caballo son valoradas porque mantienen parte del aura aventurera que rodeaba a los antiguos exploradores, cuando había aún rincones del mundo y culturas por descubrir.

Como forma de evocar aquellos viajes y de generar nuevos, TurismoI12 propone cinco cabalgatas de un extremo al otro de la diversa geografía argentina, desde Tierra del Fuego a Jujuy, pasando por la costa bonaerense, los Andes y la pampa de San Antonio de Areco.

Cabalgata al cielo, partiendo de Tilcara y llegando a las Yungas en Jujuy, un ejemplo de nuboselva.

CABALGATA AL CIELO La ciudad jujeña de Tilcara es el punto de partida para una de las cabalgatas más espectaculares de la Argentina, que va desde la Quebrada de Humahuaca hasta la selva de las Yungas en cuatro días.

Arrancamos a cabalgar por los senderos que utilizaban los omaguacas para llegar a las Yungas desde mucho antes de la llegada de los incas. La diferencia es que ellos caminaban y usaban la llama como animal de carga hacia los lugares de trueque. Nuestra “caravana” de cinco jinetes, conducida por el guía Adrián García del Río, se completa con burritos que llevan la comida, la bebida y las carpas. Del otro lado de un valle vemos los andenes de cultivo abandonados hace más de 500 años, con sus pircas de piedra semiderrumbadas.

Al subir van desapareciendo los cardones y la vegetación se reduce al pasto puna y la tola, por donde corretean vicuñas y guanacos. En cuatro horas alcanzamos los 4100 metros en el Abra de Campo Laguna, donde masticamos coca para evitar el apunamiento, pero rápidamente descendemos hasta Corral Ventura.

La primera jornada termina en el puesto Huaira Huasi, levantado sobre una meseta a 3200 metros de altura con una vista espectacular al gran valle. Aquí no hay duchas y dormimos en camas cuchetas entre paredes de adobe sobre piso de cemento (hay quien opta por su carpa). Los baños están afuera de las casa.

A la mañana siguiente partimos hacia el puesto Sepultura. A mitad de camino las nubes se nos vienen encima de repente. Nos cubre un cielo encapotado al alcance de la mano, rociándonos con una suave llovizna. No vemos nada más allá de los dos metros de distancia: estamos dentro de una nube.

El sendero asciende y superamos la altura de las nubes. Entonces el cielo se abre volviéndose color azul radiante, mientras debajo nuestro un gran colchón vaporoso parece bullir cubriendo todo un valle. El espectáculo de la nuboselva, con su cielo debajo del cielo, dura unos minutos pero se repite otras veces a lo largo de la travesía.

Después de almorzar cruzamos la transición entre la Puna y la selva, con una vegetación cada vez más frondosa a medida que descendemos. A lo lejos vemos casas de agricultores que parecen colgadas de un peñasco en la ladera. La segunda noche dormimos en Molulo, en el rancho de la doña Carmen Poclavas, quien nos espera con un guiso carrero con fideos, arvejas, charqui, papines andinos y zanahorias.

El tercer día el paisaje muta hacia selva y la tierra se torna rojiza. Al atardecer desensillamos en San Lucas, un poblado con un centenar de habitantes que viven en casas de adobe y chapa en un valle de altura sobre Las Yungas, cuya selva vemos abajo y a lo lejos. Pasamos la noche en el rancho de doña Ramona.

El cuarto día cabalgamos cuatro horas hasta Peña Alta entre senderos de yunga jujeña, donde cada tanto cruzamos pavas de monte, loros y un tucán. En el Parque Nacional Calilegua nos bañamos en el río Valle Grande y continuamos hasta San Francisco, un poblado sobre la Ruta 83 en los faldeos de la montaña, con 500 habitantes, en su mayoría pastores y agricultores. Un gran asado corona la cabalgata de 100 kilómetros de travesía.

Un picnic patagónico en la estancia Río Minero de Villa Traful, provincia de Neuquén.

RINCON NEUQUINO Un desvío de ripio que nace en la Ruta de los Siete Lagos en Neuquén lleva a un poblado de casas de madera desperdigadas junto a un lago: Villa Traful.

Conducimos hasta las afueras del pueblo hasta la estancia Río Minero, propiedad de una familia criolla con varias generaciones en el lugar. La estancia tiene cuatro cabañas de ensueño junto al río donde somos atendidos por la familia Lagos, los dueños de casa: padre, madre e hijos ordeñan vacas, amansan potros, cosechan frutillas, hacen pan, le dan comer a los chanchitos y guían cabalgatas con avistajes de ciervos y cóndores por los kilométricos fondos de su casa. Una de ellas es una travesía a caballo de cuatro días durmiendo en carpa.

Nosotros optamos por cabalgar durante una tarde y un hijo de los dueños de casa nos cuenta la curiosa historia familiar: los abuelos de nuestro anfitrión, Osvaldo Lagos, se instalaron en estas tierras en 1911. El pionero fue Feliciano Lagos, quien llegó de España y comerciaba con los mapuches hasta que lo tomaron cautivo y se lo llevaron a Chile. Allí permaneció apresado cuatro años y conoció a Margarita Quesada, una mestiza con sangre negra y tehuelche que vivió hasta los 100 años y era hija del cacique.

Según recuerda Lagos, su abuela era alta como los tehuelches y le contaba que los mapuches le cortaban la carne de los talones con un cuchillo a su futuro marido para que no pudiera escapar. El hecho es que se negoció una liberación y Margarita se vino con Feliciano a instalarse en las tierras de Río Minero.

Cabalgamos por los altibajos de la montaña entre tupidos bosques con árboles altísimos, siempre bordeando un río de aguas azules. En un recodo una playita nos invita al picnic y disfrutamos sobre la arena de la soledad virginal de la Patagonia, casi tanto o más que sobre los caballos.

Junto al mar “El caballo es como un cristiano”, dice don Bernardo Anastasio Holguín, de 77 años, 57 de ellos dedicados a llevar turistas a caballo por los bosques y playas de Miramar. Vive con su esposa desde hace más de medio siglo en un rancho campestre en los bordes de la ciudad, donde tiene ocho perros, dos loritos parlanchines, gallinas y palomas mensajeras. Ya su abuelo era un hombre de a caballo, quien llevaba hacienda de un campo a otro.

A la hora de argumentar por qué “un caballo es como un cristiano”, don Holguín cuenta que de joven vivía con su tío, quien a veces se iba a los boliches y se emborrachaba tanto que había que subirlo a una yegua alazana llamada Rubia, la cual iba solita hasta su rancho, donde se restregaba contra la puerta. Entonces Holguín se despertaba y lo bajaba del caballo al tío para meterlo en la cama. “Yo me crié acá en el monte”, sentencia con tono gauchesco, señalando el denso bosque que vamos atravesando, plantado sobre las dunas. Aquí nuestro experimentado guía cazaba ñandúes para comer, cuando todo esto era pura arena.

“Yo no sé escribir ni una O”, cuenta Holguín, y agrega que las alegrías más grandes de su vida se las han dado los caballos. Aunque lamenta ya no poder domarlos más, porque hace tiempo “me corté el “garrón” (el talón).

Avanzamos por un laberinto de senderos dejando la marca de la herradura en el suelo del Vivero Dunícola Florentino Ameghino, que se extiende sobre 502 hectáreas. Allí se plantaron hace décadas miles de pinos, eucaliptos y acacias. Don Holguín nos conduce por los vericuetos de un bosque que conoce al dedillo, hasta que sin previo aviso nos saca de esa oscura dimensión verde para colocarnos frente a un mar abierto con arenas blancas hasta el infinito a cada costado.

En la estancia El Ombú, San Antonio de Areco, el gaucho Don Pereyra guía las cabalgatas.

LA PAMPA DEL OMBU Uno de los placeres más grandes en la diversa geografía argentina es el de cabalgar la inmensidad de la planicie pampeana, donde la mirada se pierde sin obstáculos en el infinito. Uno de los tantos lugares para hacerlo es la estancia El Ombú de San Antonio de Areco, creada en 1880. Su deslumbrante casco en estilo neoclásico italiano está rodeado por una señorial galería con balaustrada que da ingreso a nueve cuartos decorados con muebles antiguos y centenarias camas de bronce.

Para cabalgar las tierras de la estancia vamos a pasar un día de campo con asado que incluye exhibiciones de destreza gaucha con caballos. Después del almuerzo salimos a cabalgar guiados por don Oscar Pereyra, un gaucho de San Antonio de Areco que desfila siempre en la Fiesta de la Tradición y ha sido peón de campo por más de medio siglo.

Vamos a paso tranquilo y don Pereyra, con su cuchillo al cinto, cuenta que la estancia tenía 600 hectáreas y hoy mide la mitad. En un bañado se practica cría de vacas y hay cultivos de trigo, soja y pasturas. Antes, durante el asado al aire libre, lo habíamos oído cantar a viva voz unas milongas camperas a la sombra de un ombú centenario, abrazado a su guitarra.

Junto a las aguas del Canal de Beagle, a caballo por los confines de Tierra del Fuego.

EN TIERRA DEL FUEGO Una de las mejores formas de abordar el paisaje fueguino desde Ushuaia es con una cabalgata por los faldeos del monte Susana. Partimos desde el Centro Hípico del Fin del Mundo vadeando el río Pipo rumbo al Canal de Beagle. Al subir por el faldeo del monte Susana pasamos por un sector talado por los antiguos presos del penal de Ushuaia que lleva hasta un bosque subantártico de lengas, ñires, guindos y ese arbusto de la Patagonia que es el notro.

Subimos a un cerro para observar desde lo alto la península de Ushuaia y la melancólica bahía que precede a la ciudad, con su puerto que es como el arquetipo de los puertos del mundo, en el último de ellos antes del “fin”, donde conviven lujosos cruceros con fantasmales barcos oxidados y barquitos pesqueros que, al lado de un trasatlántico, parecen un cascarón de nuez.

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Bosque y playa junto a las olas, un clásico de los paseos a caballo por la costa de Miramar.
 
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