Domingo, 31 de mayo de 2015 | Hoy
CHINA. EL PALACIO DE VERANO DE PEKíN
Son 300 hectáreas milimétricamente parquizadas que incluyen un barco de mármol, un templo de estilo tibetano, parques y pabellones junto a un lago con islas artificiales: es el arquetipo del jardín imperial chino, combinación de paisajismo y arquitectura inspirada en la leyenda taoísta de las Islas de los Inmortales.
Por Julián Varsavsky
Fotos de Julián Varsavsky
Los expertos de la Unesco definen el Palacio de Verano en Pekín como “la culminación de centenares de años del arte de diseñar jardines imperiales en China, sintetizando la filosofía y la práctica de una estética que tuvo gran influencia en el desarrollo de esta forma cultural: un símbolo muy potente de una de las mayores civilizaciones de la historia”. Por eso los monumentales parques con templos y palacios iniciados en 1750 fueron declarados en 1998 Patrimonio de la Humanidad.
Desde 1924 el Palacio de Verano está abierto al público. Y los chinos lo disfrutan en masa, a la manera en que ellos utilizan sus parques y plazas en todo el país, que comienzan a llenarse de gente al amanecer. Si bien estos jardines imperiales están en las afueras de Pekín, desde hace unos años se llega en subte, así que la afluencia de pekineses es masiva todo el año.
EL ESPACIO LUDICO Llegamos al parque en la mañana, mientras junto al lago grupos de ancianos practican los movimientos de ese arte marcial ralentado que es el tai chi chuan. Cruzamos el Puente de los Diecisiete Arcos –tallado con 540 leones– hasta la isla Nanhu y vemos a una pareja más joven jugando al badminton, un deporte muy popular en los parques chinos. Más allá, también con una pelota emplumada de bádminton, cinco señoras practican en círculo una variante local del juego: le pegan con los pies y hasta con el taco a la “pelota”, sin dejar que caiga al suelo con una habilidad asombrosa.
Muchos ancianos caminan para atrás por deporte. Otros bailan en pareja y un joven solitario da patadas al aire debajo de un árbol, con la estética refinada de un Bruce Lee. Desde lo alto de un cerro un hombre se pasa largo rato lanzando alaridos a lo Tarzán con reverberante potencia, una especie de “terapia liberadora de tensiones” que es usual en los espacios verdes chinos.
La serie de entretenimientos lúdicos para adultos se completa con trompos enormes que giran sobre su propia cuerda. También hay personas que hacen girar en una mano dos bolas de piedra decoradas con dragones y un pequeño cascabel en el interior. Y hay mujeres que ponen música y bailan blandiendo un palito con cintas de colores.
En un sector del parque con baldosas un hombre practica el arte de la caligrafía de una manera muy singular: tiene un balde de agua y un pincel gigante como una escoba, que moja y usa para escribir finos trazos con poéticos ideogramas que se evaporan en segundos.
Con el correr de las horas llega la juventud al Palacio de Verano. Las parejas embelesadas salen a remar por los lagos o navegan en barcazas imperiales con cabeza de dragón en la proa como las de los emperadores.
Adolescentes y veinteañeros usan cortes de pelo desordenadamente modernos y las chicas visten minishorts ínfimos que muestran completas sus piernas delgadísimas, tan blancas que traslucen las venas. Como en los pies suelen tener tacos muy altos, caminan a duras penas, como desarmándose. Pero eso sí: las chicas le temen al sol como a un dragón que las fuese a achicharrar, porque el bronceado es sinónimo de fealdad en la cultura china. En el pasado la piel oscura reflejaba una vida de sacrificios en el campo, mientras la nobleza permanecía siempre blanca por su reposada vida a la sombra.
Algunas jóvenes se pasean por el parque con largas viseras de acrílico polarizado que parecen máscaras de soldar levantadas. En las manos muchas tienen guantes hasta los codos aun en pleno verano y casi todas llevan paraguas aunque no llueva. Así como en Occidente las grandes firmas venden cremas autobronceadoras y maquillaje que oscurece, esas misma marcas desarrollan aquí la industria opuesta, destinada a blanquear la piel. Una tradición que viene desde tiempos imperiales cuando las mujeres que habitaban el Palacio de Verano bebían ungüentos de perlas trituradas para mantenerse níveas.
UNA HISTORIA DE SAQUEOS Cuando el emperador Daoguang prohibió el consumo de opio, que hacía estragos entre la población, el Imperio Británico reaccionó ante ese “ataque a la libertad de comercio”, primero mediante el contrabando hacia China desde su colonia en la India, y luego con dos guerras en las que salieron victoriosos e impusieron las condiciones para continuar con ese negocio (así se quedaron con Hong Kong). El resultado secundario de todo esto fue la destrucción del primer Palacio de Verano, una sucesión de palacios y jardines que se extendía por 25 kilómetros.
Los británicos compraban a los chinos seda, porcelana y té, que debían pagar con plata ya que carecían de productos que interesaran a los orientales. Entonces compensaban el desbalance comercial con el opio que procesaban en la India. Al final de la Segunda Guerra del Opio (1856-1860), los británicos y sus aliados franceses enviaron a la corte china una delegación que completaban mercenarios hindúes para negociar un tratado comercial muy ventajoso para ellos mismos.
El 28 de septiembre de 1860 la delegación invasora inició las conversaciones, pero al día siguiente fueron detenidos. En la Junta de Sanciones los envolvieron en las ajustadas vendas con que se achicaban los pies a las mujeres, de acuerdo con una antigua tradición. Durante tres días le echaron agua a las vendas para que estuviesen cada vez más ajustadas. Una veintena de prisioneros murieron resultado de esa tortura y los negociadores fueron devueltos para que llevaran el mensaje de no rendición.
Por ese entonces las tropas francesas ya habían marchado sobre Pekín y el Palacio de Verano. Cuando los sobrevivientes testimoniaron frente al Alto Comisionado británico en China, Lord Elgin, éste ordenó destruir el Palacio de Verano, siguiendo la costumbre de su padre, quien había saqueado los frisos de mármol del Partenón en Atenas, hoy exhibidos en el Museo Británico.
Un ejército de 3500 británicos y franceses incendiaron el Palacio de Verano durante tres días y al terminar instalaron un letrero: “Esta es la recompensa por la perfidia y la crueldad”. Víctor Hugo, el autor de Los Miserables, expresó en una carta su opinión: “Nos autodenominamos civilizados y los llamamos a ellos bárbaros... cuando Inglaterra y Francia actuaron como dos ladrones que entraron a un museo devastando y saqueando, riendo mientras se llevaban bolsas llenas de tesoros”.
Hasta el día de hoy los objetos saqueados en el Palacio de Verano tienen un valor altísimo en el mercado de antigüedades. La Colección Real inglesa tiene muchas de esas piezas, incluyendo cetros imperiales, placas de metal y tallas en caoba. La Colección Wallace de Londres incluye suntuosos jarrones imperiales y también varios museos militares ingleses exhiben con orgullo el fruto de aquel saqueo. Las autoridades chinas actuales hacen permanentes reclamos a los museos pero nunca reciben respuesta alguna.
COMO EL AVE FENIX Después de la primera destrucción del Palacio de Verano, la dinastía Qing reconstruyó con paciencia china una pequeña parte de las ruinas, de las cuales quedan también restos mantenidos así como un símbolo del pillaje colonialista. Pero en 1900, durante la nacionalista Rebelión de los Boxers, una coalición de ocho ejércitos europeos más Japón volvió a destruir los maravillosos templos y palacios. En los pocos años de existencia que le quedarían a la última dinastía, el emperador volvió a levantar el Palacio de Verano, uno de los parques más suntuosos de la tierra, que sin embargo es una pequeña parte de lo que fue.
En las laderas del Cerro de la Longevidad se levanta la octogonal Torre de la Fragancia de Buda, con tres techos superpuestos y coloridas tejas que alcanzan los 41 metros de altura. Más abajo está el templo budista de estilo tibetano.
El diseño de puentes es casi un arte en sí mismo en los jardines imperiales chinos, de los cuales hay seis aquí. Uno de los mejores es el Puente del Cinturón de Jade, construido en el siglo XVIII con un pronunciado arco de mármol y piedra blanca, como no existe otro en toda China. Sus barandas están talladas con seres mitológicos.
En el parque almorzamos en uno de sus muchos restaurantes, dormimos una siesta sobre el pasto y ejercitamos el ocio contemplativo, un poco a la manera de los antiguos emperadores. Muchos chinos se disfrazan como ellos y se fotografían en tronos que parecen reales. El sol va cayendo al fondo del lago y decidimos caminar los 728 metros de largo de una galería abierta y techada que la emperatriz viuda Cixi hizo construir para cuidarse del sol, decorada con 8000 imágenes de paisajes tradicionales, legendarias batallas, seres imaginarios y finos ideogramas.
La galería más larga y famosa del país fue apenas uno de los caprichos de la emperatriz. Cuentan los guías del lugar que, mientras su marido disfrutaba de sus concubinas, la poderosa mujer saciaba sus ansias con la gastronomía: cada comida de ella consistía en un banquete de 128 platos, de los que comía dos o tres. Además de un excesivo apetito, Cixi adolecía de mal carácter y una marcada impaciencia. Sus pasatiempos eran la pesca y la ópera china. En uno de los jardines más hermosos del complejo, la mujer pasaba las horas pescando desde un pequeño pabellón que aún se levanta en el centro de un estanque. A veces los peces no picaban con rapidez y para acelerar el trámite había eunucos especializados que iban por debajo del agua con uno vivo en la mano, que enganchaban en el anzuelo de la insufrible emperatriz.
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