CATAMARCA LOS TESOROS DE LA RUTA 40
En Catamarca, la impronta cultural de los pueblos originarios está presente a cada paso, no sólo en sus tradiciones, sino también en su gente, sus artes y sus sabores. Una recorrida por la Ruta 40 y sus maravillas muestra que el eterno astro rey está presente todo el año.
› Por Frank Blumetti
¡No kan kani!”, grita el arquitecto Luis Maturano, a quien llaman Titakin (“Gran Señor” en kakan, el idioma de los diaguitas) ante una apacheta, tosco altar de piedras acompañado de la whipala, voz aimará que describe a la bandera cuadrangular de siete colores, símbolo de las diferentes etnias andinas. ¡Yo soy yo!, traduce para todos los que estamos –poco más de medio centenar– sobre una de las lomitas de colores al oeste de Santa María del Valle de Yokavil, esperando la salida del sol en una fría madrugada, cuyos gélidos efectos combate sin gran éxito una enorme fogata. Pero esa frase no es una oda al egoísmo: mientras su ayudante purifica a todos con una ramita de jarilla, Maturano, ataviado con sombrero y poncho de guanaco, explica que cada quien es único en el universo y, por ende, debe aceptarse a sí mismo, hacerse responsable por su persona. Eso es parte del espíritu de la ceremonia del Inti Raymi: la fiesta del sol que los incas realizaban en cada solsticio de invierno en los Andes para celebrar el inicio de un nuevo ciclo agrícola de fertilidad. La misma en la que hoy, locales y visitantes, estamos participando.
“Llame al sol, maestro”, le pide Maturano a Pedro Condorí, veterano músico, artesano y descendiente de collas, que lentamente sopla un erkencho: al tercer llamado del retorcido cuerno, los primeros rayos del astro rey asoman. Entonces todos cierran los ojos, ofrecen su rostro al sol y alzan sus manos para recibir nuevas energías. Es hora de pasar por el altar a beber un poco de chicha y ofrecer otro tanto a la Pachamama. Todo termina entre abrazos, buenos deseos y emoción, digno preámbulo de la fiesta que tendrá lugar a la tarde en el Anfiteatro Municipal Complejo Margarita Palacios, donde casi dos centenares de adolescentes harán una colorida representación del último Inti Raymi, antes de que los europeos llegaran para torcer la historia.
Este acto mágico que acabamos de presenciar fue la excusa para viajar a Catamarca... o mejor dicho para viajar en esta época del año: en esta provincia hay mucho para ver, visitar y disfrutar en cualquier momento. Y a las pruebas nos remitimos.
VAMOS A LA RUTA Toda historia tiene un principio y la del grupo de periodistas que integramos comenzó viajando en combi desde la capital provincial por la Ruta 60 hacia Belén (unos 330 kilómetros), donde se hizo noche a fin de descansar y prepararse para recorrer la mítica Ruta 40: 5000 kilómetros que van de sur a norte bordeando la Cordillera de los Andes, cuyo tramo catamarqueño –que pasa por los Valles Calchaquíes y el departamento de Belén– alberga todo tipo de sorpresas.
Por ella viajamos al día siguiente con destino a Londres (la versión local, claro), fundada en 1558 y bautizada así en honor al matrimonio entre María Tudor de Inglaterra y Felipe II de España. Es paso ineludible hacia las ruinas del predio arqueológico del Shincal, más conocidas como “la capital más austral del imperio incaico”. Son 30 hectáreas con restos y reconstrucciones de diversos depósitos, viviendas, miradores y escaleras –algunas de ellas imponentes– hechas de piedra, todas parte del centro urbano atravesado por el Camino del Inca y hogar de esta etnia entre 1470 y 1536. El conjunto recibió su nombre gracias al arbusto llamado shinki, típico de la zona.
Abierto de 8 a 18 para los turistas, este espacio fue declarado Sitio Histórico Nacional en 1997 y su puesta en valor –que viene llevándose a cabo desde 2013 (recientemente se realizó el cierre perimetral del predio y se amplió y mejoró el museo)– hace de esta una visita imperdible, plena de silencio, quietud y un sol omnipotente, elementos ideales para apreciar e imaginar la grandeza de épocas largamente pasadas.
TEJES Y MANEJES La tarde culmina visitando parte de la Ruta Del Telar. En Belén, las Arañitas Hilanderas son un gran ejemplo del trabajo en equipo que da sus frutos: un grupo de mujeres se unió para afrontar la crisis de 2001 capitaneadas por Rosa Búsqueda De Vera a fin de tejer para afuera, y terminaron conformando una exitosa cooperativa que hoy produce y ofrece chales, alfombras, carteras, accesorios y todo lo que de la lana (de llama y oveja) puede crearse y que ellas mismas laboriosamente hilan, tiñen y tejen.
Además del ejemplo colectivo, hay otros casos de exitosos proyectos individuales, como el de la artesana textil Selva Díaz, que desde sus tempranos diez añitos aprendió el arte del telar y hoy lo sigue practicando con maestría junto a un grupo de colaboradores: ponchos, mantas (una de ellas para el mismísimo Papa) y todo tipo de prendas hechas con lana brotan de los rústicos telares, hechos con amorosa dedicación y talento. “No me imagino la vida en otro lugar”, suspira Selva, que llegó a Londres hace 40 años desde La Aguada. Difícil, también, imaginar a Londres sin ella.
Otra vez a bordo de la combi y por la 40, el día aún dura para conocer la Iglesia de Nuestra Sra. del Rosario en Hualfín, levantada en 1770 y considerada una de las más hermosas iglesias coloniales de la provincia, con deslumbrantes trabajos en madera tallada y gruesos muros de adobe. El punto final del recorrido es la bodega Hualfín, creada en 2011 y –rara avis– la única en toda América perteneciente al municipio local, según nos cuentan. Con uvas de pequeños y medianos productores de la zona, elaboran un Torrontés decente y un Malbec convincente, especialmente la versión reserva, que nos hace probar Jorge Gómez, encargado de la bodega cuyas pequeñas instalaciones se recortan contra la inmensidad del sol que se pone tras los cerros.
AQUI LLEGA EL SOL Al día siguiente, el último viaje, esta vez hasta Santa María, pueblo de veinte mil habitantes considerado Capital Nacional de la Arqueología. Esta vez, con un invitado de luxe: el arqueólogo Fernando Morales, nuestro guía en las cautivantes ruinas de Fuerte Quemado, otro sitio arqueológico vecino al límite entre Tucumán y Catamarca, sobre la margen izquierda del río Santa María. Tanto en el llano como en el cerro se observan, entre cardones y arbustos, distintos restos como recintos bajos y ligeramente profundos, de formas rectangulares y circulares, y hendiduras en la piedra a modo de morteros. En la cima del cerro (se tarda una media hora en subir) está el Inti Watana o Ventanita de Santa María, por donde se ve asomar el sol en la ceremonia del Inti Raymi.
La belleza del paisaje y de los restos es sobria y austera, y aun con el relato experto de Morales obliga a usar la imaginación y la reflexión, pero la experiencia es conmovedora. Tanto como lo es siempre esta provincia, permanente fuente de maravillas y tesoros ocultos, que aguarda mansamente a ser mejor conocida. Mientras tanto, el sol sigue saliendo para todos y para todo, iluminando la belleza de esta tierra única con magia y energía inagotables.
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