CUBA. EL CABARET TROPICANA
El legendario cabaret de La Habana lleva 75 años con su show en pleno bosque tropical, del que brotan esculturales mulatas y mulatos que parecen tallados en ébano. Con refinado erotismo y alto nivel artístico, en el Tropicana se recorre todo el patrimonio sonoro de la isla.
› Por Julián Varsavsky
Fotos de Julián Varsavsky
“El cabaret más famoso del mundo” se lo llamaba en los ’50 en Cuba, exagerando pero apenas: quizá los parisinos Lido y Moulin Rouge le ganarían en fama por estar en París. Pero las comparaciones siguen hasta hoy y el Tropicana ha ganado muchísimo en calidad artística durante el último medio siglo. Su origen se remonta al 30 de diciembre de 1939, cuando el empresario de la noche Víctor de Correa le alquiló una mansión con exuberantes jardines tropicales a una terrateniente llamada Mina Pérez de Chaumont en el barrio de Marianao, para abrir un night-club que sería un éxito entre la clase alta habanera.
El show en un escenario al aire libre con palmas reales, mangos, cedros y mamoncillos era una revista musical llamada Congo-Pantera protagonizada por Tania Leskova, formada en el Ballet Ruso de Montecarlo al igual que el director musical. Y el elenco se completaba con mulatas a las que llamaban “las diosas de la carne”.
El Tropicana crecía en fama de la mano de su casino, donde comenzó a tener cada vez más participación la mafia norteamericana representada por Santos Trafficante y Meyer Lansky, quienes venían a Cuba no tanto en son de jolgorio nocturno sino principalmente a lavar dinero sucio. A la fiesta y los negocios alrededor del Tropicana y otros night-clubs se sumarían las altas esferas de la dictadura de Fulgencio Batista a partir del golpe de Estado de 1952. Lo curioso es que en ese mundo sórdido donde proliferaba la prostitución se daba un show de alto vuelo artístico que se nutría del ballet clásico, el circo, el carnaval, el bolero, el cha-cha-chá, el jazz y hasta cierta influencia de la inmigración china. Además se contrataban estrellas como Nat “King” Cole, Rita Montaner, Carmen Miranda, Omara Portuondo, Celia Cruz, Ignacio Villa “Bola de Nieve”, Pedro Vargas y Josephine Baker, la célebre “Platanitos” que bailaba semidesnuda cubierta por manojos de bananas.
UN CABARET AEREO El boom de aquella legendaria noche habanera de los “años dorados” vino de la mano del turismo norteamericano. De Correa se asoció a Martín Fox, un inescrupuloso hombre de la noche y el juego, quien lo terminó desplazando al frente del Tropicana. Fox tenía un extraordinario olfato para los negocios e ideó un minicabaret aéreo dentro de un avión para traer norteamericanos desde Miami todos los jueves a las ocho de la noche, con show a bordo. Una vez en La Habana llevaba a los pasajeros al señorial Hotel Nacional donde se engalanaban para ir directo al cabaret hasta la madrugada. Luego dormían unas horas en el hotel y regresaban a Miami a primera hora. El paquete costaba 68,80 dólares.
Al avión se le habían quitado las butacas delanteras para instalar un pequeño escenario removible con luces, un telón dorado y una banda musical con batería, trompeta, guitarra, maracas y un pequeño piano al que le recortaron 18 teclas para que cupiera en el estrecho espacio. Después del despegue las azafatas aparecían repartiendo daiquiiris para todo el mundo. Entonces las luces se apagaban y una descarga de tambores introducía a la orquesta al ritmo del mambo. Los acrobáticos bailarines Gloria y Rolando salían a escena con su ropa muy pegada al cuerpo para no engancharse entre los asientos. La mujer iba por las butacas tentando a los hombres y se sentaba en las rodillas de alguno, al que sacaba a bailar. Rolando, por su parte, también llevaba alguna mujer al pequeñísimo escenario. Luego llegaba el canto con Gloria interpretando la canción Siboney mientras los pasajeros hacían coro leyendo la letra en castellano que les daban en un papel.
A TRAVES DEL TIEMPO Entre las historias que se cuentan alrededor del Tropicana está el conflicto legal que tuvo en 1940 su dueño con el vecino Colegio de Belén, gestionado por sacerdotes jesuitas, quienes encabezados por el Conde de San Juan de Jaruco solicitaron al alcalde de Marianao la clausura del lugar por ruidos molestos que afectaban el descanso de los alumnos y ofendían la moral. El diferendo fue a juicio y el abogado del Tropicana argumentó diciendo que el plazo para hacer la denuncia ya había caducado y el cabaret era uno de los principales atractivos de La Habana, con muchas personas implicadas laboralmente. Y al Conde le recomendó que durmiera de día. El fallo del juez fue la absolución de los acusados.
En los ’50, Tropicana se consolidó y la dictadura de Batista desencadenó la apoteosis del juego en Cuba. La Habana era conocida como “Las Vegas del Caribe” o “El Montecarlo de las Américas” y entre el público predominaban políticos, mafiosos, artistas de Hollywood y marines norteamericanos.
El éxito impulsó las remodelaciones en el cabaret y se construyó el salón techado Arcos de Cristal para las presentaciones en días de lluvia, una verdadera joya arquitectónica de los ’50 con arcadas parabólicas de hormigón y modernos cristales. Pero la innovación más acertada fue ese exquisito ámbito a cielo abierto con capacidad para 1000 personas que conquistó para el cabaret el sobrenombre de “un paraíso bajo las estrellas”. A la entrada, entre los jardines, se instaló la Fuente de las Ninfas, una delicada escultura del artista italiano Aldo Gamba, con un sistema de juegos de agua y luces de colores que enfocan a ocho bailarinas de mármol danzando en ronda. En el casino aparecieron los “palas”, elegantes hombres y mujeres con aparente buen manejo del dinero que eran un señuelo para incitar a los demás a jugar.
EL CABARET Y LA REVOLUCION El Tropicana con su lujuria elitista era, de alguna manera, un reflejo de la situación política y social de Cuba a mediados del siglo XX. Y en tanto símbolo del derroche burgués sufrió un atentado-bomba en 1957.
Luego del triunfo de la Revolución Cubana el Tropicana siguió funcionando un tiempo en manos de sus dueños. Hasta que el nuevo presidente Manuel Urrutia Lleó cerró los casinos y nacionalizó los hoteles. Martín Fox se fue a vivir a Miami en 1962 y el mafioso Meyer Lansky, ya sin sus negocios, también abandonó el país. Mientras tanto Santos Trafficante permaneció en Cuba con la intención de negociar con Fidel Castro, quien por el contrario quiso dar un ejemplo de lo que pasaría con los mafiosos ligados a la dictadura y lo encarceló.
Muchos pensaron que la prohibición del juego sería el fin del Tropicana. Sin embargo el cabaret continuó, y se le agregó una escuela de alta cocina cuyas artes culinarias se revelaron en el restaurante Los Jardines, en la ex sala de juegos, hoy uno de los mejores de La Habana.
En 1968 todos los cabarets de Cuba fueron cerrados pero Tropicana reabrió en 1970 orientado al público cubano, con un show renovado que sigue una coherencia más teatral en el sentido de contar una historia a través del baile. En la actualidad el Tropicana alberga una respetada academia de ritmos caribeños donde se estudia también ballet contemporáneo, expresión corporal y hasta maquillaje, formando profesionales para trabajar en cualquier centro nocturno.
El espectáculo se ha ido refinando cada vez más con bailarinas y músicos de formación clásica que no se apartan, sin embargo, del canon popular. El cuerpo de baile ha hecho giras mundiales y cada año 100.000 personas asisten a sus shows habaneros.
EL BRILLO ACTUAL Al llegar al Tropicana de hoy, hombres trajeados les entregan una rosa a las damas y un habano a los hombres. Las mesas rodean el escenario y los mozos sirven manjares de todo tipo, mojitos y Cuba libre. De repente bajan las luces, la orquesta arranca con su set de vientos al máximo y entre la copa de los árboles aparecen las esculturales mulatas con sombreros de frutas danzando sobre altares como salvajes Amazonas caribeñas, a 15 metros de altura. Luego van bajando por unas rampas con andar de pavo real y una descarga de tambores moviliza las vibrantes caderas de estas diosas con curvas de chocolate. Abajo las esperan otros “dioses” negros y mulatos que equilibran el espectáculo.
A lo largo del show la orquesta frasea arreglos a lo big band de jazz y también hay pinceladas de ballet clásico y ritmos afrocubanos. Músicos y cantantes galopan sobre el patrimonio sonoro completo de Cuba, incluyendo números de rumba, danzón y cha-cha-chá.
Como cierre, un grupo de mulatas de antología –esa explosiva mezcla de impronta africana con finos rasgos latinos– baja a bailar entre las mesas como en las auténticas “descargas” callejeras de la isla, al ritmo de una trepidante conga de carnaval.
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