“Temuco tiene dos estaciones, decía Neruda”, comenta Ricardo Chancerel González, barbado y multifacético director regional de la agencia ProChile; “el invierno... y la del tren.” Las risas del grupo de periodistas que integramos coronan su observación y preanuncian lo que vamos a conocer durante una semana: el corazón de la Araucanía y el marco único, casi mágico, que le confieren el invierno y su blanco manto. Acabamos de salir del moderno y reciente aeropuerto y viajamos hacia la ciudad de Temuco, en pleno territorio mapuche, palabra que significa “gente de la tierra”, según nos explica Alex Joly, nuestro guía francés, residente hace quince años en Chile y dueño de un castellano y un conocimiento de la zona sorprendentes.

TEMUCO Y LA LLUVIA La ciudad, fundada en 1881, se destaca por sus casitas bajas y pintorescas, hechas de –y calefaccionadas con– madera; salvo en el centro, el ritmo es tranquilo, sin prisas ni histerias. No las hay en el mall Portal Temuco ni mucho menos en la feria Pinto, colorido lugar donde se venden exquisiteces locales que van desde el maíz blanco o mote hasta sabrosas olivas negras, quesos y comidas de la zona y claro, el sempiterno merkén (ají molido ahumado, condimento nacional y popular), rodeadas de legumbres y especias de todo tipo. Ni tampoco en el Mercado Municipal, donde además de carnicerías, pescaderías y restós reinan artesanías en plata, madera y lana, con un kultrún (tambor) que un vendedor golpea como música de fondo. La tarde es fría y lluviosa y tras una visita fugaz a la bonita Plaza de Armas y al vecino Cerro Ñielol, la única Area Silvestre Protegida de Chile sita en el radio urbano de una ciudad, el recorrido continuó con una visita al Museo Regional, que alberga más de tres mil piezas que cuentan la historia de la Araucanía en una antigua casona colonial declarada Monumento Histórico.

El broche de oro estuvo en el Museo Nacional Ferroviario Pablo Neruda, de aire melancólico al recortar sus siluetas de máquinas, vagones e instalaciones contra el cielo gris y lloviznoso, pero no por eso menos interesante. Aquí se encuentra gran parte de la historia moderna de la región, otrora centro ferroviario donde trabajó el padre del recordado y genial poeta trasandino. Una carbonera inmensa de aspecto ominoso, 34 vías y hasta una tornamesa de 27 metros capaz de hacer girar cualquiera de las muchas locomotoras de todas las épocas que allí se conservan. Fue la estación terminal de esta jornada.

BARBAS EN REMOJO Día de visitas a las termas locales y relax absoluto. El Centro Termal Malalcahuello invita a gozar de sus habitaciones elegantes y prolijas, de estilo clásico y atmósfera tranquila, enmarcada por un hermoso panorama de verde y montañas y la posibilidad de disfrutar los baños termales en su soberbia piscina termal cubierta, con tres variedades de temperatura: el placer del agua caliente luego de vivir el frío implacable de la zona es indescriptible. Otra variante está a 33 km de Pucón con el Huife, complejo hotelero y termal con un reputado restaurante, alojamiento suntuoso y piscinas al aire libre de 30º, 37º y 38º, con un impactante marco natural; por otro lado hay otra piscina hidroterapéutica y techada, con mayor temperatura: ambas son una experiencia obligada.

El día siguiente nos ve caminando por la nieve en el resort Corralco, al pie de la cordillera, con el volcán Lonquimay de telón de fondo y rodeado de nieve; mientras realizamos una excursión rumbo a la Araucaria de mil años (créase o no, estos enormes árboles pueden alcanzar esa edad), siguiendo a la guía y maniobrando con las raquetas para evitar hundirnos ignominiosamente en la nieve, pudimos ver –desde lejos– la filmación de la película Neruda del director Pablo Larrain, que cuenta la huida del famoso poeta (interpretado por el chileno Luis Gnecco) perseguido por el gobierno de Gabriel González Videla y por el policía que encarna el mexicano Gael García Bernal, a quien habíamos visto cenando la noche previa en las termas de Malalcahuello. Tras un grato almuerzo, ascendimos a las pistas de esquí y snowboard donde aficionados de todas las edades vestidos con los más vistosos colores suben en la aerosilla y luego se deslizan por la nieve a despecho del viento helado, con o sin experiencia y/o habilidad pero divirtiéndose siempre. Un espectáculo colorido, sobre todo visto desde la comodidad del bar Zorro Con Botas, saboreando un café junto a la chimenea donde la madera crepita alegremente.

LA LAGUNA AZUL La última jornada se completa con una visita a la bonita y muy turística ciudad de Pucón y por fin, a los lagos, destacándose el Caburgua (“lugar cavado con cuchara”, en mapuche, por su peculiar forma) y sus dos playas –la blanca y la negra– bautizadas según el color de su arena (la negra es volcánica). Es imprescindible una visita a los Ojos del Caburgua, donde se puede acceder en auto o bicicleta: hoyas de agua transparentísima animadas por dos saltos, Bellavista y Los Copihues. Robles, castaños, notros y arrayanes que forman parte de la selva valdiviana le dan marco al pozo principal, también conocido como Laguna Azul por su color turquesa... la aventura no termina aquí, pero sí parte del relato, la que queda grabada vívidamente en los ojos, en la mente y en el lado más blanco, más invernal y paradójicamente más cálido de nuestro corazón. Magia blanca, que le dicen.

Después del frío el calor: un merecido relax en el complejo termal de Malalcahuello.