turismo

Domingo, 2 de agosto de 2015

CóRDOBA. RECORRIDO POR EL SUR PROVINCIAL

De campos y guitarra

Washington, meca del polo; La Cautiva y su campo con forma de guitarra; y General Levalle, el balneario de los alrededores, son botones de muestra de una región donde el campo sabe cosechar intimidades.

 Por Pablo Donadio

Foto de María Clara Martínez

El regreso desde Villa Mercedes a Buenos Aires por la RN7 no presenta grandes desafíos si se es ducho en el arte de superar camiones de a decenas y manejar por un trazado recto como una regla. Salvo que se mire a la izquierda. ¿Washington? Sí, Washington... eso dice uno de los carteles. Y como ocurre con muchos enclaves del país, todo se debe al ferrocarril, que en algunos casos ordenó y en otros directamente creó pequeñas poblaciones e incluso grandes ciudades. Washington fue una de tantas: con fundación el 8 de febrero de 1886 en los campos de Petrona Bordeau, se estableció allí una colonia y a la vez estación del Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico (BAP), actual Ferrocarril General San Martín, que supo enlazar la capital porteña con Mendoza y de allí conectar con Valparaíso (Chile) en trasbordo con el Ferrocarril Trasandino, razón de su nombre originario.

SOJA Y POLO INGLES Todas las tierras del sur cordobés son un vergel donde los cereales crecen prodigiosos al ritmo de las exportaciones. En esta Pampa Húmeda con tonada, la soja sobre todo tapiza los campos con el verde intenso de sus hojas, y en el vientre de sus vainas doradas las semillas regordetas son el oro de estos pagos. Campos y más campos se suceden apenas separados por algunas ondulaciones y alambrados. Cada tanto, algún camino de arena y ripio interpela la traza asfáltica de la monótona RN7. Uno de ellos es el que lleva a Washington, a sólo cinco kilómetros. Pequeñísimo, discreto y sin una calle pavimentada, el tiempo encuentra aquí su ritmo propio, ajeno a lo que pasa del otro lado de la ruta. La arena del sendero de entrada es el primer desafío, y más con el sol de frente. Esa molestia para los conductores es un bien para muchas de las 100 familias que forman la comuna, y que a esta hora están mateando en el jardín bajo los rayos que entibian la tarde invernal. En apariencia, aquí no pasa nada. Basta dar un vistazo para comprobarlo. Pero las apariencias engañan, vaya si lo sabemos. “Yo soy muy joven, pero muchos dicen que por el año ’60 un avión de la fuerza aérea de Estados Unidos aterrizó por ahí –señala María, una vecina, indicando la avenida de ingreso–. Parece que se enteraron de que un pueblo argentino llevaba el nombre de su prócer y mandaron saludos y varios regalos.”

Esta no es la única historia o mito, ni la más vieja ni relevante del pueblo. Washington está rodeado de miles de hectáreas de tierra fértil y caballos salvajes, dos cosas que llamaron la atención de los ingleses que trajeron el ferrocarril a la zona. Cuentan que Francisco Balfour, primer secretario de la River Plate Polo Association (1892), inició la relación histórica con el deporte en una estancia cercana. Desde entonces, los recuerdos de una época gloriosa salen del arcón a menudo, y se habla de visitas celebres y de glorias locales como Manuel Andrada, un integrante del equipo argentino de polo que ganó para el pueblo la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936. “Mucha gente de Buenos Aires, gente con plata, venía al hotel en tren, y se quedaba a ver los partidos”, continúa María. Habla de la oligarquía porteña que viajaba en el BAP para ver “verdadero polo inglés”. Y no podía ser de otra manera, ya que las actas de la fundación del Washington Polo Club se redactaron en inglés, y recién en 1926 se transcribieron dándoles un carácter más nacional. El hotel que menciona María puede verse en ruinas, junto a algunas construcciones modernas de planes sociales y el criollo almacén de ramos generales. Pero en su momento el polo sí que generó visitas destacadas. Cuesta creer que por estas mismas calles que ahora caminamos pasearan lores ingleses, empresarios chinos y jeques árabes amantes de los caballos. Y por si faltaba algún protagonista, un día llegó Adolfo Cambiaso, el Messi del rubro, que este año obtuvo el Olimpia de Oro por la Triple Corona, los tres torneos más importantes del deporte. Dicen que a fines de la década del noventa compró el campo La Picaza convencido por Gonzalo Pieres, otro de los polistas nacionales de prestigio, ducho en la comprensión del negocio: si los caballos locales pueden correr estas tierras pantanosas y de arenas suaves, bien sabrán responder a las exigencias del polo. Desde entonces Cambiaso no sólo encontró un lugar donde desenchufarse y volver a la tierra: aquí comenzó la cría de caballos y el desarrollo de un modelo para la selección de petisos, puso en valor el torneo local y a la propia comunidad. Donaciones, rifas y gestiones para dar una mano al pueblo lo transformaron en un vecino de referencia más que en un adinerado intocable. Así lució en el remozado Abierto de Polo local, que hace dos meses fue una de las sedes del Tour de Polo del Interior 2015.

GUITARRA DE áRBOLES Poco más de 65 kilómetros adelante un nuevo sendero invita a La Cautiva. Antigua estación del BAP, su nombre acusa la historia de una mujer blanca supuestamente prisionera de los indios que habitaron estos campos, y que Lucio V. Mansilla en su Excursión a los indios ranqueles supo definir por su bravura. Pero no hay mucho más en concreto que relatos lugareños. Lo que sí puede verse es la casa del jefe de estación, ya vieja y copada por los musgos y las vías del ferrocarril. Un acta del pueblo señala la “innumerable masa de inmigrantes europeos y de otras latitudes, atraídos por el afán de riqueza y las posibilidades de trabajo que la Argentina ofrecía”. Mayoritariamente “la población fue la italiana, en menor medida española, sumados a los árabes y de otras naciones”, a diferencia de las colonias con predominancia inglesa. Pero las sorpresas abundan la zona, ya lo hemos comprobado: al final de una de estas callecitas, un camino conduce a una estancia de curiosa silueta. Parece de cuento, pero aquí también llegaron chinos y hasta periodistas del Wall Street Journal. La chacra tiene un kilómetro de largo, y los 7000 cipreses de su contorno forman la figura perfecta de una guitarra criolla. Todo fue a razón del amor. Y la obra, empresa de Pedro Martín Ureta, un productor agropecuario de la zona que cumplió así el homenaje a su difunta esposa, Graciela Yraizoz, quien amaba ese instrumento y alguna vez soñó darle su forma a la estancia. “Mi padre era muy joven, y estaba ocupado con su trabajo y sus propios planes. Siempre lo dejaba para después”, comentó uno de los cuatro hijos de la pareja. Tras la repentina muerte de su mujer Ureta no dudó, y mientras se ocupaba de los árboles criaba a sus hijos. Manejaba 15 kilómetros en la pickup para llevarlos a la escuela, y si se estancaba en el barro por las lluvias usaba el caballo. Los animalitos del lugar, liebres y cuises, destruían algunas plantas, por lo que el estanciero tuvo que resembrar varias veces y casi abandona el proyecto. Casi. Tiempo después, y sacrificio mediante, la guitarra quedó perfecta: su cuerpo y la boca en forma de estrella hoy relucen modeladas por los cipreses, y seis filas de eucaliptos hilan las perfectas cuerdas de este a oeste, cuyo tono azulado ofrece un contraste desde la altura. Para quien la ha podido ver desde el aire, porque a Ureta nunca le gustó volar.

AGUAS INTEGRADORAS A minutos está General Levalle, el pueblo al que los vecinos llegan a cargar GNC (no hay otro en kilómetros a la redonda) y a disfrutar del pueblo-balneario que también nació y creció en torno a una estación ferroviaria. Su gran atractivo es el Club del Lago San Agustín, enmarcado en 16 hectáreas de lomas naturales y una densa arboleda, producto del ingenio humano. En el lago pueden practicarse diversas actividades de recreación como la pesca deportiva, el canotaje, el remo, la motonáutica y el windsurf. En sus adyacencias se emplaza el aeroclub y el campo de equitación donde se entrena Victoria Chiappero, la única mujer fuera de Buenos Aires que compite representando al país, el otro gran orgullo del pueblo. El predio, con canchas de varios deportes, instalaciones de camping y un escenario natural para recitales, ya ha dado muestras de su versatilidad: en enero de 1994 celebró el Primer Encuentro Regional de Carpas convocando más de 12.000 personas en cuatro días. “Todo se inició en 1966 a manos de un grupo que soñó transformar un bajo natural que reunía agua de lluvia y crear un lago artificial para la vida cotidiana de Levalle y la práctica deportiva. Con el correr de los años se fue transformando en la actividad principal del pueblo, y actualmente es considerado el balneario del sur cordobés, ideal para acampar con todos los servicios, disfrutar de las actividades acuáticas, la pesca y otros deportes, porque año a año hacemos una cancha más o incluimos otras disciplinas”, cuenta Natalia Garattoni, una de las responsables de la Comisión Directiva del Lago San Agustín. Todo ha ido creciendo siempre con sentido social: con la cancha de fútbol han llegado las clases para unos 80 niños del pueblo, y con la actividad ecuestre, la escuela donde Chiappero forma jinetes profesionales. Ahora es el momento de la escuela y la cancha de hockey.

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El viejo almacén de ramos generales de Washington, una de las glorias edilicias del pueblo.
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