TIERRA DEL FUEGO. DíAS DE NIEVE EN TIERRA MAYOR
En el centro invernal de Tierra Mayor se divierten con la nieve aquellos que le escapan al vértigo del esquí alpino con excursiones diurnas y nocturnas en trineo tirado por perros, esquí de fondo en terrenos planos, caminatas con raquetas, motos de nieve y almuerzos de cordero patagónico.
› Por Julián Varsavsky
Fotos de Julián Varsavsky
Salimos por la mañana a pasear en auto, sin un programa fijo, hacia el noreste de la ciudad de Ushuaia por la RN 3 a través del paisaje nevado, donde están los centros invernales. A los costados de la ruta nace un manto blanco que alisa el paisaje hasta la cima del pico más alto de la Cordillera de los Andes: el radiante panorama parece una postal antigua en blanco y negro.
Cruzamos los valles Olivia y Carvajal subiendo desde el nivel del mar hasta los 430 metros de altura, para pasar del otro lado de los Andes: Ushuaia es la única ciudad argentina al oeste de esa cordillera.
A los 21 kilómetros de viaje aparece a la izquierda la gran planicie blanca del circuito de esquí de fondo del centro invernal Tierra Mayor. Nos llaman la atención los caniles con los perros siberianos y decidimos parar a curiosear. Allí nos damos el gusto de mirar cara a cara los insondables ojos azules de esos perros de terso pelaje, algunos totalmente blancos. Los acariciamos un rato y ya es inevitable: nos quedamos a hacer la excursión en trineo.
Optamos por un paseo especial que incluye una clase de una hora para poder conducir nosotros mismos el trineo tirado por perros siberianos y alaskanos puros. Nos reciben Darío y Emiliano, dos de los encargados de los perros, quienes arrancan enseñándonos las voces de mando. La otra clave es que la persona que guía parada en la parte de atrás de los trineos aprenda a mover el cuerpo a la hora de girar y frenar. Finalmente salimos de a dos personas, una conduciendo y la otra sentada con cuatro perros. “¡Yi! ¡Yi!”, les grito y los perros doblan a la derecha. “¡Jau! ¡Jau!”, y doblan a la izquierda. Se trata de sonidos guturales de los esquimales, los mismos que usan desde hace siglos.
CORDERO Y A LA ACCION El restaurante en el edificio de madera de Tierra Mayor tiene dos pisos con una vista increíble a las montañas nevadas. Cuando nos estamos por ir una moza pasa con una parrillita crepitante de cordero fueguino: nos quedamos a almorzar.
Mientras saboreamos el banquete patagónico que se asa junto a la mesa, se sienta a conversar con nosotros María, la dueña de casa. Los Giró son una familia dedicada a la aventura en la nieve por tercera generación. El padre de María formó parte en 1965 de la primera expedición argentina al Polo Sur, valiéndose de trineos tirados por perros y vehículos oruga. Tres años antes había hecho una dura travesía invernal de cinco meses por las profundidades del continente blanco. Y en 1970 se vino a vivir a Tierra del Fuego, lo más cerca posible de su anhelada Antártida. Junto con sus hijos, Gustavo Giró se dedicó de lleno a la nieve, abriendo este centro invernal.
El esquí de fondo es quizá la manera más antigua de desplazarse en la nieve y su origen se remonta a 5000 años atrás. Se han encontrado esquíes de esos tiempos en pantanos suecos y finlandeses. Surgió como una necesidad de transporte, cuando las personas quedaban aisladas por la nieve. En el siglo X los vikingos lo utilizaban para trasladarse en sus conquistas invernales. Y en la Primera Guerra Mundial hubo batallones especializados en esquí de fondo, después convertido en deporte olímpico en 1924.
Hoy en día ésta es la forma más sencilla del esquí y la pueden practicar personas sin experiencia, desde niños hasta ancianos.
En el centro invernal Tierra Mayor se creó en 1981 la famosa carrera de esquí de fondo llamada Marcha Blanca, de la que participan centenares de deportistas cada año, algunos llegados de otros países. La carrera tiene dos circuitos a lo largo de los valles, uno de 21 kilómetros para competición y otro recreativo de 7,5 kilómetros. Muchos compiten disfrazados de obispo, de Chilindrina, de escocés o de indio yámana. El circuito une todos los centros invernales del valle y está disponible durante todo el invierno.
María Giró nos cuenta que su pasión es el esquí de fondo y no el alpino que se realiza en la ladera de la montaña, porque esta modalidad le permite salir sola por el bosque sin depender de nadie ni de ninguna máquina que la suba a la montaña. Además es un deporte ciento por ciento aeróbico –completo como la natación–, donde uno se impulsa a sí mismo con brazos y pies sin ayuda de la gravedad. La desventaja que le ve al esquí alpino es que se pasa la mayor parte del tiempo haciendo cola para subir y luego se baja en escasos minutos, mientras que su deporte preferido le ofrece acción permanente. María es instructora de esquí de fondo y otra vez ya no nos queremos ir: después del postre tomaremos una clase.
Nuestra instructora nos muestra cómo el movimiento consiste en suaves deslizadas que recorren unos cuatro metros por vez, yendo a buen ritmo. En cierta medida, es como caminar sobre la nieve pero deslizándose sin levantar los pies.
El equipo de esquí de fondo consiste en dos bastones que se van apoyando alternadamente –un poco por equilibrio y otro tanto para impulsarse– y dos esquíes finos y livianos que se usan con una bota blanda, cuya punta se fija al esquí mientras y el talón queda libre.
Los esquíes tienen una curvatura flexible que se vence con el peso del cuerpo y en la parte central inferior están “escamados” para adherirse a la nieve, permitiendo darse impulso a cada paso.
Hay dos técnicas para esquiar: una llamada skating en la que se va como patinando sobre hielo y empujándose con los brazos. Se la practica en el sector liso de la pista –que tiene dos partes– y no en el otro, rayado con surcos como si le hubiesen pasado un peine. Una máquina pisapista deja marcadas las dos opciones.
La otra técnica de esquí de fondo es la clásica, donde se hacen coincidir los esquíes en dos surcos paralelos. Esta opción es más cansadora porque el impulso es sólo con los pies. En Tierra Mayor hay un circuito para esquiar tres kilómetros y otro de cinco, aunque se puede seguir hasta los otros centros de esquí y completar el de 21 kilómetros.
En la noche Al atardecer nos vamos al hotel a darnos una ducha y a las dos horas regresamos a Tierra Mayor para una excursión nocturna. Cuando llegamos están listas las motos de nieve, los trineos tirados por perros y las raquetas para dirigirnos hacia un bosque nevado y cenar alrededor de un gran fogón. Cada cual elige la modalidad que quiere para ir hasta el fogón y a la vuelta puede optar por otra.
Nosotros elegimos, a la manera de los personajes de Jack London, la opción más poética de abordar el paisaje invernal: sobre trineos tirados por perros. Atados en sus casetas, los perros se paran en dos patas al vernos llegar. “Ellos buscan quien les dé un abrazo”, me dice el musher o conductor y lo muestra. Pero cuando los atan al trineo se vuelven salvajes y les brota el instinto de sus antepasados los lobos: ladran, aúllan, tironean y saltan, mirando hacia atrás en busca de la orden de largada.
“A los perros les encanta salir al bosque helado en jauría, se desesperan por empujar el trineo y el esfuerzo es más bien para frenarlos”, explica Darío y da la orden. El trineo arranca a toda velocidad deslizándonos por la planicie y luego entra al bosque nevado, conducido sin riendas ni látigo. La jauría levanta con las patas una nieve pura que nos va cayendo con suavidad en la cara.
En minutos llegamos a un sendero demarcado por antorchas y casi al instante aparece el grupo que viene en las motos. Los más rezagados son los que se esfuerzan con las raquetas.
Recorremos el sendero entre árboles muy cargados de nieve hacia el resplandor del fogón, protegido dentro de una estructura circular de madera que parece una gran choza a la que le falta el techo. En la pared interna una larga madera que sigue el contorno circular nos sirve de silla. Al llegar están al fuego las brochetas de pollo con panceta, morrón y cebolla. Entonces entra en acción un dúo de humoristas de Catamarca y Jujuy que son artistas, mozos y guías a la vez, que ofrecen un show de primera calidad que también valdría la pena ir a ver a un pub común.
Pepe, uno de los humoristas, toma la guitarra y arranca con una alusiva canción de Andrés Calamaro: “Hace frío y estoy lejos de casa...”. El termómetro marca -3ºC pero entre el fogón y el vino caliente con azúcar, canela y clavo de olor, el ambiente es de lo más agradable. La excursión es para argentinos y latinoamericanos –el humor norteño improvisado no se puede traducir–, así que enseguida los habilidosos animadores crean un clima divertido y todos participan.
El dúo cuenta historias y cuentos armonizados con arpegios de guitarra, jugando con la sugestión y el misterio de la noche mientras los perros aúllan. En ese momento Pepe simula ir a buscar comida y cuando nadie se lo espera aparece a los gritos con un hacha y los ojos desorbitados. Pero no logra su cometido malvado porque las carcajadas resuenan en la noche estrellada.
Más tarde llega un guiso con carne vacuna, panceta, batata, calabaza, zanahoria, cebolla y “un poquitito de lentejas nada más”, agrega Pepe. El postre es manzana hervida al vino tinto con canela y azúcar. Y para asegurarse de que nadie pase frío sirven un café al coñac con Legui, whisky y azúcar.
Al regreso optamos por las raquetas, al fin y al cabo, la opción más agradable para recorrer los 500 metros hasta el edificio: surcamos la planicie nevada en absoluto silencio sobre una laguna congelada y un puentecito encima de un arroyo que refleja la luna llena.
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