Domingo, 9 de agosto de 2015 | Hoy
FRANCIA. EL LADO OSCURO DE LA CIUDAD LUZ
No siempre París era una fiesta: algunos de los episodios más trágicos y terribles de su historia todavía se pueden rastrear en plazas, monumentos y vestigios de una historia que tuvo tantas sombras como luces.
Por Graciela Cutuli
París, la Torre Eiffel, la Catedral de Notre Dame, el museo del Louvre, el Sacré- Coeur, la bohemia del Barrio Latino... Todo parece destacar el aspecto más luminoso de la ciudad. Pero París también tiene sus lados oscuros y sus lugares malditos. La Ciudad Luz que resplandece hoy bajo la mirada de los visitantes es un ave fénix renacida de una historia sangrienta y atormentada. Las grandes obras que la embellecen de manera constante borran las heridas más grandes de su pasado, pero quienes las busquen encontrarán las cicatrices escondidas entre los monumentos, calles, plazas e iglesias que son un icono en todo el mundo.
El lado oscuro de París es a la vez temible y fascinante. Buscarlo es conocer la ciudad de otra manera y verla tal como ha sido realmente: turbulenta y majestuosa, violenta y bella a la vez. Desde el campanario que dio inicio a una de las peores masacres de la historia, hasta un jardín que fue habitado por el diablo hace un milenio.
RASTROS REVOLUCIONARIOS La Revolución y la ejecución de los Templarios son dos de los episodios que más fascinación ejercen entre los hechos trágicos que dejaron sus marcas en las piedras de la ciudad. Empezando por la Bastilla, que en 1789 concentraba todos los temores y fantasmas del pueblo de París. Detrás de sus altas paredes de sólida piedra se decía que las celdas eran inhumanas, sombrías, bajas, húmedas y que se practicaban las torturas más atroces. Y todo era bastante cierto. Este es el punto de partida ideal para el paseo de hoy, que parte de una moderna plaza –monumental como París entera– dominada por una alta columna donde se yergue un genio dorado, frente a la Opéra-Bastille. Hace 226 años el lugar no era tan sereno como hoy y los sansculottes bailaron la carmagnole –una especie de danza popular de letras revolucionarias– bajo un gran palo donde habían plantado la cabeza de marqués de Launay, el jefe de la guarnición militar de la cárcel. Lo mismo ocurre con la majestuosa Plaza de la Concordia. Con columnas de bronce doradas y uno de los Obeliscos de Luxor en el centro, esconde su trágico pasado en las páginas de los libros de historia. En 1793 se la conocía como Plaza de la Revolución y era el lugar donde se había instalado la guillotina parisina, en una macabra gira por distintos lugares de la ciudad. Ahí cerca se encontraba en aquellos tiempos el cementerio de la Madeleine, donde los cuerpos del rey Luis XVI y de su esposa María Antonieta fueron sepultados en una fosa común. Durante aquellos tiempos de Terror revolucionario, la guillotina funcionaba a pleno y los cementerios no daban abasto, hasta que en julio de 1794 el instigador mismo de esa política del terror, Robespierre, fue también guillotinado. Con el regreso de la monarquía en 1815, los restos de Luis XVI y de María Antonieta fueron rescatados del Cementerio de la Madeleine y transferidos a la necrópolis real de Saint Denis, al norte de la ciudad. En 1859, aquel cementerio que se encontraba en las cercanías de la actual iglesia de la Madeleine fue destruido, pero Luis XVIII –hermano de Luis XVI– mandó construir la Capilla Expiatoria, en la calle Pasquier 29, para preservar algo de la tierra del cementerio. Este pequeño lugar de culto está fuera de los circuitos turísticos y sólo los eruditos pasan sus puertas en busca de huellas revolucionarias. En cuanto a las demás sepulturas, las osamentas fueron transferidas a las Catacumbas, otro lugar destacado de esta visita por el lado oscuro de París.
Pero falta todavía para llegar a ellas, porque aún queda otro lugar vinculado con el trágico fin de María Antonieta: la Conciergerie. El edificio es como una postal de la Edad Media enviada al corazón del París monumental creado por el barón Haussmann a mediados del siglo XIX. El grueso edificio conservó su aspecto de fortaleza gótica. Fue un palacio real del siglo X al XIV; luego fue transformado en cárcel y en sede del tribunal revolucionario. En una de sus celdas la reina vivió sus últimos días, allí mismo donde su cabellera se blanqueó de golpe durante la noche previa a su ejecución... según cuenta una de las leyendas que se puede escuchar durante la visita.
Para terminar el episodio revolucionario y dar un salto atrás en el tiempo, se puede pasar de la Isla de la Cité a la calle de Vaugirard (en el distrito VI) para conocer la Iglesia des Carmes, en cuya cripta se conservan los restos de los 118 curas asesinados en 1792 cuando rechazaron jurar sobre la Constitución. Todavía se pueden ver sus cráneos aplastados, que acentúan el costado lúgubre de la visita.
TEMPLARIOS Y PROTESTANTES La Isla de los Judíos fue durante varios siglos un pequeño islote que se encontraba en la punta oeste de la Isla de la Cité, el corazón histórico de París. Su antiguo contorno todavía se puede adivinar en los mapas de hoy: tenía más o menos la misma silueta que muestra hoy día la Plaza del Vert Galant. El verde galante en cuestión es Enrique IV, el emblemático monarca de fines del Renacimiento, que se había ganado este apodo por sus incontables amoríos con mujeres de todas las condiciones sociales. Entre los brazos del Sena, esta plaza es hoy como un rincón de sosiego y luz en pleno centro de la ciudad. Una vez más, su aspecto actual contrasta radicalmente con su historia. Durante la Edad Media, mientras estaba totalmente rodeada por las aguas del río, era un lugar de ejecuciones. Y la que ocurrió allí el 18 de marzo de 1314 se grabó en las mentes y la historia para siempre. Aquel lejano día se encendió una hoguera para quemar al último gran maestro de los Templarios, Jacques de Molay. La increíble historia de los caballeros de aquella orden religiosa que conquistó reinos en Tierra Santa enciende hoy todavía hogueras, aunque de un género totalmente distinto. La última fue literaria y marcó a fuego el negocio editorial de los últimos años, con el best-seller de Dan Brown. Existe una visita del París del Código Da Vinci y la plaza no puede faltar en el recorrido. Fue allí mismo donde, antes de morir, De Molay profirió su maldición contra el rey de Francia y el Papa, su aliado.
Su anatema ha pasado a la historia gracias a los escritos de Geoffroi de París, una especie de periodista de la época, que escribía crónicas de lo que pasaba en la ciudad: “Dios sabe quién se equivoca y ha pecado, y la desgracia se abatirá pronto sobre aquellos que nos han condenado sin razón”. Unos meses más tarde morían el rey Felipe el Bello y el papa Clemente V. ¿La maldición de los Templarios flotará todavía sobre la plaza? En realidad, la isla siguió siendo teniendo el mismo papel durante mucho tiempo más y fue Voltaire quien sacó a los Templarios del olvido al rehabilitarlos.
La torre del Templo, una fortaleza que pertenecía a la orden, sobrevivió hasta el siglo XVIII y sirvió de cárcel a Luis XVI antes de su ejecución. No vale la pena buscarla en el centro de París: fue arrasada por Napoleón en 1808.
Otra tragedia causada por la religión: las luchas entre protestantes y católicos que bañaron regularmente de sangre el Renacimiento francés. El mayor episodio fue la noche de San Bartolomé. Empezó cuando tocaron las campanas de la iglesia Saint-Germain-l’Auxerrois, que hoy todavía existe. Sus campanas siguen sonando, igual que aquella noche del 24 de agosto de 1572 cuando fueron asesinados miles de protestantes que habían ido a París para asistir a las bodas de Enrique de Navarra con la reina Margot. La iglesia está justo enfrente del Louvre y se puede visitar cruzando la plaza.
LA CIUDAD DE LOS MUERTOS París esconde muchos otros lugares vinculados con los momentos más trágicos de su historia. No muy lejos del Louvre y siempre en la época de Catalina de Médicis: una columna sobrevivió a siglos de demoliciones y construcciones, y se la puede ver en la calle de Viarmes número 2. Como si fuese un detalle italiano transplantado a París, la columna de Ruggieri es el último vestigio que hizo construir la reina para su astrólogo, Cosimo Ruggieri. A 30 metros de altura podía dedicarse a observaciones del cielo pero también a la magia negra. Por poco escapó a ser ejecutado en la Plaza de Grève, que hoy día pone en valor el edificio del Ayuntamiento de la ciudad. Siglos atrás era una plaza prolongada por un desembarcadero sobre el Sena, donde se realizaban suplicios y fiestas populares. Torturas (entre otras las de un regicida) y fuegos artificiales la ocuparon indiscriminadamente.
Es tiempo de dejar la ribera derecha y lo que fue el centro medieval para cruzar el Sena y encontrarse con otros lugares trágicos y sin duda el más terrible de todos: las Catacumbas. Se pueden visitar y ya desde la entrada una advertencia no puede ser menos equivoca: “Está aquí el imperio de la muerte”. Se estima que los cráneos y las osamentas de seis millones de personas han sido transferidos a estas antiguas canteras subterráneas. Seis millones de fantasmas esperan a los visitantes, dicen –sin bromear tanto– los guías que acompañan a las visitas a lo largo de más de un kilómetro y medio de pasillos habilitados. En total se estima que las viejas canteras ocupan unas 800 hectáreas bajo la ciudad. Entre el metro, el tren subterráneo y esas galerías, el subsuelo de París es como una gigantesca horma de emmenthal. Muchos de los restos de las Catacumbas provienen de cementerios que han sido destruidos. Los espíritus convivieron durante muchos tiempos con seres vivos, e incluso... muy “vivos”: contrabandistas, ladrones, falsificadores y otros estafadores que escapaban allí de la policía. Hoy los infractores son más bien adeptos al parkour, que exploran los túneles prohibidos en busca de sensaciones fuertes. Y algunas empresas que cultivan, en la oscuridad total, los famosos champiñones de París. La entrada para las visitas está en la avenida Colonel-Henri-Rol-Tanguy 1, al sur de Saint Germain.
No muy lejos están los Jardines del Luxemburgo. Mil años atrás el lugar era un vallecito plantado de viñedos, el Vauvert, donde un rey construyó su residencia. Luego de su muerte, en 1031, el castillo fue abandonado y recuperado por bandas de ladrones y de marginales. Empezó a rumorearse que el diablo convivía con ellos y por la noche se escuchaban terribles gritos, el “Diable Vauvert”, cuya expresión hoy existe en francés. El sitio fue ocupado por una orden religiosa que tuvo que exorcizar las ruinas e instaló un vivero que hoy existe todavía en un rincón de los jardines.
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