Domingo, 30 de agosto de 2015 | Hoy
MENDOZA TERMAS, VOLCANES Y NIEVE
Viaje mendocino entre vinos y termas, llegando hasta el sur de la provincia, donde se pasa del fuego extinto de los volcanes a la alfombra de nieve de Las Leñas. Aquí la cordillera custodia un paisaje milenario, de cielo infinitamente diáfano.
Por María Zacco
La luz cenital le otorga un aspecto dramático a la garganta del volcán. Dibuja a la perfección las vetas en las rocas negras e ilumina pasadizos, cárcavas y chimeneas, por donde se cuela la nieve. Provoca estupor desplazarse entre estas formaciones surgidas como consecuencia de la última –y sin duda espectacular– erupción de la mole hace unos 8000 años. El inquietante Malacara no es el único volcán de Malargüe, en el sur de Mendoza. La zona alberga más de 800 en un extraordinario paisaje que parece emular el minuto cero de la Tierra. Contribuye a esa idea la diversidad de esta región ubicada al pie de los Andes, más conocida por su centro de esquí Las Leñas que por sus humeantes fuentes de aguas termales, huellas y restos de dinosaurios, profundas cavernas, farallones con fósiles marinos y arraigadas leyendas.
VINOS Y RELAX Las montañas que rodean la ciudad de Mendoza están completamente blancas. Las fuertes nevadas de julio y agosto son un buen presagio: cuando comience el deshielo correrá bastante agua por las acequias y reparará en parte la intensa sequía de los últimos cinco años, casi imperceptible en pleno trazado urbano. Especialmente por la “isla verde”, siempre esplendorosa, que conforman los parques General San Martín e Independencia y las plazas Chile, San Martín, España e Italia.
Siempre es un placer recorrer la capital mendocina, generalmente tomada como base para cualquier viaje hacia distintos puntos de la provincia. Una simpática opción para hacerlo sobre ruedas es el trolebús que en alrededor de una hora permite tener un pantallazo de la Ciudad Vieja y sus mansiones coloniales; del Barrio Cívico, que alberga el Museo del Vino; y de los ateliers de los artistas locales. Sin embargo, las anchas veredas invitan a caminar por distintos circuitos y descubrir vinerías que ofrecen etiquetas exclusivas de bodegas boutique, inhallables en el resto del país. Antes de comprar los espirituosos souvenirs para llevar a casa, lo ideal es catar algunos vinos en uno de los bares y pubs de la calle Arístides Villanueva, donde la noche siempre es joven.
Vinos y relax. No hay mejor modo de iniciar un viaje por la provincia cuyana. Las Termas de Cacheuta nos esperan para reconfortarnos entre aguas humeantes. El Acceso Sur conecta con la RP82 hacia Luján de Cuyo. En el kilómetro 38 de esta vía se encuentra el complejo termal, en plena Cordillera de los Andes. Entre arbustos y cactus se abren varias piletas de piedra –con temperaturas que oscilan entre los 32ºC y 42ºC– en la quebrada del río Mendoza, que se fusionan con el paisaje.
Las aguas termales, ricas en bicarbonato, sulfato, calcio y cloruro de sodio, provienen de deshielos. Se infiltran a grandes profundidades, donde toman altas temperaturas y al chocar con la roca granítica de Cacheuta se elevan nuevamente hacia la superficie. Sus propiedades terapéuticas se transmitieron de boca en boca hasta llegar a oídos de las élites europeas, que en la Belle Epoque llegaban hasta este rincón del fin del mundo para recibir sus efectos benefactores. El hotel se había inaugurado con pompas en 1910 ya que contaba con una infraestructura turística muy avanzada para la época: tenía 152 habitaciones con baño termal propio. A ese refugio de alta montaña se llegaba en tren, hasta que en 1934 un aluvión destrozó el trazado ferroviario y dañó los baños termales, reabiertos recién en 1936. Otro aluvión más feroz forzó, en 1954, al cierre y abandono del hotel. Pero sus aguas burbujeantes siguieron allí, esperando para resurgir de las cenizas. La reapertura, que se mantiene hasta la actualidad, tuvo lugar en 1986. Los jardines floridos y la antigua torre de acceso al edificio original todavía siguen allí, como un faro que guía hacia la historia del lugar.
Según explica un médico del complejo, se recomienda comenzar a tomar baños de diez minutos desde las piletas tibias hacia las más calientes, que están al aire libre. Pese al frío intenso y a los profusos copos de nieve, es imposible mantener todo el cuerpo sumergido sin sufrir un sofocón. Después de haber probado la temperatura máxima, llega el momento de tomar un “baño” de fango y, por último, descender hasta una gruta descubierta en 1915 que hasta hoy funciona como sauna natural.
DESCUBRIENDO MALARGÜE Quienes planeen pasar una temporada en los centros de esquí mendocinos Las Leñas, Penitentes, Vallecitos y Los Puquíos deberían tomarse al menos cuatro días para descubrir otras riquezas del departamento de Malargüe, conocido como “la capital del turismo aventura”. Hacia allí partimos muy temprano, antes del amanecer. Son 352 kilómetros –unas cuatro horas– por la RN40 rumbo al sur. Esta vía atraviesa el centro de la ciudad de Malargüe y seguimos hacia el sur, otros 12 kilómetros, para visitar el criadero de truchas Cuyan Co. Los últimos cuatro kilómetros se transitan por un camino asfaltado que se desprende de la ruta hacia la izquierda y atraviesa una zona de sembradíos de semillas de papa y ajo, delimitados por cercos de álamos que los protegen del viento.
El sendero de ingreso al predio discurre entre ocho piletones con agua de manantial donde desde hace 26 años se crían truchas arcoiris. Allí nos recibe César Gatica, al frente del complejo, que incluye coto de pesca, camping y un restaurante, en el que se preparan distintas recetas con truchas recién pescadas.
El desove de los ejemplares de esta especie se produce en junio y luego se las alimenta hasta que alcanzan los 250 gramos, el pesaje ideal para la venta. El criadero abastece a los hoteles de la zona pero las truchas también se degustan en el restaurante de Gatica, en distintas variantes de un menú completo de tres pasos. Uno se pregunta cómo es posible lograr distintas texturas y sabores a partir de un solo producto: la respuesta la tienen el dueño de casa y sus padres, encargados de preparar las sabrosas recetas, que guardan con celo.
Con el sabor del postre, retomamos la Ruta 40 para seguir avanzando 42 kilómetros hacia el sur. Nos espera una larga caminata para adentrarnos en el cráter del volcán Malacara, un gigante que se halla a más de 1800 metros sobre el nivel del mar y domina el paisaje del Campo Volcánico Llancanelo.
POSTAL DE OTRO MUNDO Al este del camino se divisa la Depresión de los Huarpes, una planicie de 3000 km2 más conocida como “las pampas amarillas”, en la que se instalaron los detectores del local Observatorio Espacial Pierre Auger que captan los rayos cósmicos provenientes del espacio exterior –se trata del proyecto más importante a nivel mundial en la materia– para estudiar su energía. En esa misma dirección se ven formaciones volcánicas de la era Cenozoica, mientras hacia el oeste surgen elevaciones del Precámbrico, es decir, del momento en que la Tierra todavía estaba en formación.
Unos kilómetros más adelante ya se ve la mole con una mancha amarilla que lo emparenta con un tipo de caballo que lleva el mismo sello en el rostro y los lugareños han denominado “Malacara”. Esas manchas responden a la presencia de agua durante su erupción (de tipo hidromagmática) que ha entrado en contacto con la lava. Ese mismo fenómeno provocó la erosión de las “tetras” (material volcánico depositado en finas láminas) dando lugar a pasadizos y cárcavas.
Dejamos el vehículo en la base del Malacara e iniciamos la caminata. A veces se torna dificultosa por la gran cantidad de nieve pero su presencia amortigua una eventual caída. Lo ideal es pisar la nieve virgen, en lugar de seguir los senderos muy transitados que se han transformado en hielo, muy resbaladizo. De todos modos, no es un recorrido de alta complejidad y si bien tiene tramos con mucha pendiente el esfuerzo tiene su recompensa.
Cruzamos lechos secos de antiguos ríos y tras una hora de caminata llegan los primeros desafíos para acceder a las entrañas del volcán, que tiene tres cráteres anidados de más de 30 metros de altura. El negro de las rocas se impone al blanco de la nieve y los pasadizos son cada vez más estrechos. La guía indica cómo deslizarse o trepar entre las paredes para acceder a las formaciones de Los Puentes, Tito Alba y las Cárcavas Oscuras. Por fin, en la garganta del Malacara, un halo luminoso que se filtra desde las alturas resalta texturas verdes, rojas y grises que parecen cobrar vida.
El último tramo nos lleva a escalar un mirador desde donde se observa la cuenca de la laguna de Llancanelo –lamentablemente seca, aunque se espera que las nevadas de este año la recuperen–, la cordillera de Los Andes y el campo volcánico de La Payunia, el segundo más grande del mundo, después de Hawaii. Esta reserva natural posee 830 volcanes y alrededor de 1300 conos diseminados en 450 hectáreas de formaciones basálticas.
Toda la zona, conformada a partir de desplazamientos tectónicos en la era Paleozoica, es muy apreciada por arqueólogos y geólogos ya que posee reservorios de fósiles marinos del período Jurásico, además de huellas y restos de dinosaurios del Cretácico. De hecho, en el Campo Cañada Colorada, a 14 kilómetros de Malargüe, se encuentra el Parque Municipal Cretácico de Huellas de Dinosaurios (se espera su apertura para noviembre próximo). Fue creado a partir del hallazgo, en 2006, de huellas fósiles de esos animales por parte de investigadores del Conicet.
Al dejar atrás el volcán Malacara rumbo a Malargüe se ven montañas negrísimas con dibujos amarillos. Julia, nuestra guía, explica que se trata de fósiles marinos, especialmente bivalvos. Es que en esa zona alguna vez se unieron los océanos Atlántico y Pacífico, antes de que surgiera la cordillera de los Andes. Si resulta extraño imaginarse que alguna vez esas montañas estuvieron bajo el mar, la prueba concreta puede verse en las paredes rocosas de Manqui Malal, a unos 30 kilómetros de Malargüe, un verdadero reservorio de fósiles marinos. De hecho, cuando se escalan sus farallones de más de 40 metros de altura, hay que mirar bien dónde se pisa para no desprender los fósiles de ostras, bivalvos y caracoles de tamaño descomunal.
BLANCA Y RADIANTE Después de transitar distintos paisajes cubiertos de nieve llegó, al fin, el momento de deslizarse sobre ella como corresponde: sobre los esquíes. Una nueva mañana nos encuentra rumbo al centro Las Leñas. De camino, pasamos por la localidad de Los Molles a fin de alquilar los equipos para enfrentar el desafío de la jornada. Los más intrépidos del grupo optan por el snowboard.
Otra vez en la Ruta 40. De frente se ve el cerro El Sosneado, de más de 5000 metros de altura, donde en 1972 se estrelló el avión que transportaba a un grupo de rugbiers uruguayos, cuya historia inspiró libros y películas. Estamos en plena cordillera, se ven todos los picos nevados. Empalmamos la RP 222 hasta el centro de esquí, ubicado a 2200 msnm.
Fernando Passano, jefe de Montaña, explica que este centro es “una de las cinco mecas mundiales” del esquí de fondo, fuera de pista y extremo, el más riesgoso de todos y que requiere mucha pericia. Por supuesto, también hay pistas para principiantes y niveles medios ya que Las Leñas es muy visitado por familias con niños pequeños.Incluso los menos expertos en el arte de surfear la nieve pueden probar la experiencia del descenso de pista ininterrumpido de siete kilómetros, uno de los más largos del mundo. Por la tarde nos espera la magia de la Laguna de la Niña Encantada. Desandamos la R222 y retomamos la 40 hasta llegar a un paraje de esqueléticos árboles nevados. Hay que avanzar a pie un kilómetro y cruzar el puente colgante de Elcha para ingresar en los silenciosos dominios de la laguna de aguas color esmeralda. Hace frío y nieva intensamente: sin embargo, estamos ansiosos por llegar a ese paraje misterioso. La fuente de agua, repleta de truchas, está rodeada de rocas basálticas negras, propias de los procesos volcánicos. Conforma una depresión semicircular, de 70x40 metros, en cuyo interior el reconocido explorador francés Jacques Cousteau descubrió túneles laberínticos. El espejo de agua se alimenta de vertientes subterráneas, muy cristalinas. A pesar de ello es imposible vislumbrar su profundidad, que ha propiciado distintas leyendas. Una de ellas relata la historia de la princesa Elcha, hija de uno de los caciques de pueblos originarios pacíficos que habitaron la zona, prometida en matrimonio al hijo de un cacique pehuenche. La joven, enamorada de un muchacho de su propia tribu, decidió escapar a su destino y planearon huir juntos. Cuando les seguían los pasos para capturarlos decidieron arrojarse a la laguna, donde se convirtieron en roca y lograron eludir a sus perseguidores.
Cae la noche cuando regresamos a Malargüe. Al analizar nuestro recorrido tenemos la sensación de haber realizado un viaje sensorial hacia el momento en que la Tierra era sólo una bola magmática. Las luces de la ciudad no disipan esa idea: notamos que el alumbrado público apunta hacia el suelo, con el objetivo de no contaminar la vista nocturna del cielo superpoblado de estrellas, que parecen estar al alcance de la manoz
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