JUJUY EL PUEBLO DE HUMAHUACA
En Humahuaca se concentra la mayor densidad cultural de un pueblo que desciende del imperio inca del Kollasuyo. Más allá de los siglos y de los cambios originados desde la época de la Conquista, sus habitantes han preservado con orgullo su raíz kolla, que se refleja no sólo en los sitios arqueológicos sino en una animada vida comunitaria cuyas máximas expresiones son los rituales de la Pachamama y el sincretismo religioso que entra en ebullición durante el carnaval.
› Por Julián Varsavsky
Recientemente declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, durante los
últimos doce meses la Quebrada de Humahuaca ha sido revalorizada por
muchos argentinos, quienes la están visitando en un número creciente
luego del reconocimiento en el extranjero. Un viaje por la Quebrada de Humahuaca
es uno de los más completos que tiene la Argentina para ofrecer. Por
un lado está la belleza del paisaje, que además de colorida y
deslumbrante es absolutamente distinta a lo que el viajero más experimentado
pueda haber visto, tanto en nuestro país como en el resto del mundo.
A cada costado de la Ruta 9 que une San Salvador con toda la Quebrada de Humahuaca
se levantan enormes cañones donde priman el color rosado y esas increíbles
montañas con líneas de colores zigzagueantes que uno no puede
explicarse cómo pueden haberse teñido de esa manera.
El segundo elemento esencial del viaje es la densidad histórica de estas
tierras, con los restos arqueológicos del Pucará de Tilcara a
la cabeza. Y el último –acaso el componente más interesante–
es el antropológico-cultural. En la Quebrada de Humahuaca estamos en
la Argentina indígena, recorriendo la única zona donde han logrado
perdurar –adaptados a los tiempos– elementos claros de la cultura
kolla. En la Quebrada cualquier europeo un poco desorientado no entendería
bien si está parado en el norte de la provincia de Jujuy o en algún
lugar de Bolivia o Perú. Y en el fondo la observación no es del
todo irracional, porque los rasgos culturales unificadores provienen aquí
–en última instancia– de lo que fue el imperio inca del Kollasuyo,
seccionado arbitrariamente en países distintos por los españoles.
En Jujuy –por ejemplo– se dan interesantes fenómenos de sincretismo
donde se adora a la Pachamama y se asiste poco después a una misa católica.
Y al recorrer las calles de los pueblos se observa que la mayoría de
las mujeres viste su tradicional indumentaria kolla (sombrero ovejón,
coloridos pompones, una manta para sostener a la “guagüita”
sobre la espalda y chancletas de cuero crudo).
En el pueblo. Humahuaca –ubicado
a 2950 metros sobre el nivel del mar– es el último de los pueblos
que preceden la entrada a la Puna. Con 6000 habitantes, es también el
más grande y al mismo tiempo el más autóctono, ya que se
mantiene relativamente cerrado al ingreso de pobladores foráneos (a diferencia
de Tilcara). Pero, por sobre todas las cosas, es el que concentra la mayor densidad
cultural de toda la Quebrada.
A Humahuaca se entra por una de sus típicas callecitas empedradas en
las que en la noche, la luz de los faroles de hierro forjado se refleja sobre
los adoquines. El aspecto del pueblo evoca los tiempos de la colonia, y las
paredes de gran parte de las casas son de adobe.
Los viajeros visitan toda una serie de sitios de interés encabezados
por el Monumento a los Héroes de la Independencia y al Ejército
del Norte, erigido por Ernesto Soto Avendaño en homenaje a los nativos
de la Quebrada que jugaron un papel primordial en la lucha por la independencia.
De hecho, los pobladores de Humahuaca resistieron once invasiones realistas.
Desde lo alto de las escalinatas la mirada abarca la totalidad del pueblo y
la inmensa soledad de los paisajes aledaños, donde sobresalen apenas
los dedos acusadores de los cardones.
La iglesia de Humahuaca –sede de la prelatura a cargo del combativo monseñor
Pedro Olmedo– quizá sea la única construida antes de que
se fundara un pueblo. Fue levantada alrededor del 1550, mientras que la fecha
de la fundación por parte de Don Juan Ochoa de Zárate data de
1594. Una de las campanas tiene grabada la fecha de 1641.
A tomar la chicha. A las siete de la tarde abre en Humahuaca La Chichería, el bar del indígena kolla Sixto Vázquez, escritor y divulgador de la cultura quebradeña. Mientras nos explica el proceso de preparación de la chicha –según métodos ancestrales–, nuestro anfitrión nos ofrece probar una de sus deliciosas variedades. Las “etnocomidas” son la otra especialidad de La Chichería, en base a vegetales como la particular “papaverde” y la quínoa, considerado uno de los cereales más nutritivos que existen. Sixto Vázquez dirige también el Museo Folklórico Regional ubicado al lado de La Chichería, un espejo de la idiosincrasia y las costumbres de la Quebrada, con una muestra donde sobresalen la colección de instrumentos –erque, charango y bombo– y los disfraces del famoso carnaval de Humahuaca. En 1969, cuando fue creado el museo, estaba dedicado exclusivamente al carnaval, pero con los años se fue enriqueciendo hasta abarcar los principales aspectos de la cultura quebradeña. Es altamente recomendable visitar el museo y realizar una visita guiada, ya que de otra forma el viajero puede pasar por Humahuaca y perderse –por razones de calendario festivo– varios de los elementos fundamentales que hacen tan distinto a este viaje. El museo queda en la calle Buenos Aires 435.
Música y comida. El otro lugar
de Humahuaca que el viajero no puede dejar de lado para captar lo elemental
de la cultura local es la peñarestaurante de Fortunato Ramos, donde transcurren
los almuerzos más animados de Humahuaca. Este músico y escritor
–autor del relato que inspiró la película La deuda interna,
de Miguel Angel Pereyra– ofrece un espectáculo artístico
que acompaña una velada con comidas tradicionales. Fortunato, junto con
su grupo, pasea su talento de cantante y multiinstrumentista por géneros
como el carnavalito y la zamba, y finaliza su presentación con un notable
solo de erque (corneta de caña hueca de tres metros de largo con un cuerno
de vaca en la punta).
Fortunato también recita sus poesías y ofrece un monólogo
sobre la cultura popular jujeña, mientras el público saborea una
entrada de tamales de charqui (carne secada al sol) y una cazuela de cabrito
con papas y salsa de morrones. Para los postres hay dulce de cayote (un fruto
local) con queso de cabra, coronando un banquete criollo a precio muy económico.
Las ruinas de Coctaca. A 9 kilómetros de Humahuaca hay un lugar temido y respetado por los lugareños: los restos de la población indígena de Coctaca, con sus pircas de piedra que se extienden por varios kilómetros (servían para proteger del viento a las plantaciones). Hasta 1593 los omaguacas explotaron este extenso campo de cultivo que disponía de un sofisticado sistema de riego y alcanzaba a producir un excedente para comercializar. Las pircas, que medían 2 metros de altura, están derrumbadas pero conservan la forma de cuadrícula en medio de las cuales crecen cardones de hasta 6 metros de altura. No hay un solo árbol, y el sol del mediodía fuerza a una retirada. Al costado del camino de tierra descubrimos una apacheta, que es un mojón al que cada caminante le va agregando una piedra hasta formar un montículo. Aquí, durante el mes de agosto –después de la época seca– se cava un hoyo para el ritual de “corpachar” la tierra; es decir, darle de comer a la Pachamama, “devolviéndole parte de lo que nos da”.
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