Domingo, 20 de septiembre de 2015 | Hoy
BUENOS AIRES HISTORIAS DE CAMPO Y PUEBLO
A 160 kilómetros de Buenos Aires, General Belgrano ofrece termas, parapente, pueblos rurales e historia. Los objetos de antaño, los bosques, el recuerdo de los trenes y del escritor Miguel Briante, durante una tarde de pesca y caminatas campestres.
Por Lorena López
fotos de Lorena López
“Nuestra función es, desde el presente, resignificar lo que tenemos para entender el pasado.” Con esta frase nos recibe María en el museo histórico Alfredo Múlgura, que resguarda y recrea cómo era la vida de los belgranenses, exhibiendo antiguos vestidos de novia (uno de ellos de color negro), fonolas, afiches y fotos que muestran cuánto disfrutaba la gente de las playas del río Salado. Hasta hay una sala dedicada a la panadería que funcionó en este edificio entre 1910 y 1970, recreada tal como era. “Tanto turistas como pobladores valoran mucho este lugar –recalca María–. Más de una vez he visto gente entrar aquí y empezar a llorar, recordando cuando eran chicos y los mandaban a comprar el pan.”
Hay en todo General Belgrano una reminiscencia de la historia y sus personajes desatacados. El restaurante que hoy se llama El Almacén ocupa una de las esquinas más viejas de la ciudad: en 1907 funcionaba aquí un bar donde los jueves daban películas y se anunciaba que “había lugar para guardar los caballos”. “Las películas venían en rollos que era necesario pasar a mano, y cuando había que hacer el cambio siempre se contrataba a un pianista o un cantor para amenizar el momento”, cuenta Ricardo Buiraz, historiador autodidacta de Belgrano. “Luego, de 1928 a 1930 funcionó una escuela y en 1934 abrió un almacén de ramos generales llamado La Porteña, que funcionó hasta 1958”. Otro de los lugares donde el pasado está presente es Los Vagones, un pub armado sobre antiguos coches de tren ubicados en la plaza Primero de Agosto. Fueron restaurados manteniendo, en gran parte, la estética y los valores patrimoniales de estos vagones que eran la vivienda de los trabajadores del ferrocarril. Además de los clásicos sándwiches y minutas, cuando aprieta el frío hay platos más poderosos como guiso de lentejas, y en verano tragos y picadas para disfrutar al aire libre.
POR AGUA, AIRE Y TIERRA Pocas cosas tan relajantes como sumergirse en agua calentita. De esto se trata la “actividad” que nos toca en este momento: cerrar los ojos y no hacer nada más. Es que estamos en las Termas del Salado, un complejo pensado para descansar, pasar de pileta en pileta según las ganas que se tengan y luego ir a tomar un trago en las sombrillitas pensadas con ese fin (aunque no sea verano, ya que están protegidas de manera tal que ni el viento ni el frío molestan). Para quienes prefieren la adrenalina, muy cerca del complejo termal está Gerardo Bruner, alias Pucho, listo para llevar a todo aquel que se le anime al parapente. “Realizamos vuelos de bautismo en mono o biplaza y volamos a distintas alturas, según el día y los vientos –describe–. Es una experiencia única: mucha gente viene con un poco de miedo y después está tan feliz que no se quiere bajar.” Otra opción deportiva la brinda el establecimiento Maktüb, cuyos dueños se dedican a entrenar caballos para las carreras de endurance, que son aquellas de largos tramos (hasta 240 kilómetros) y que demandan un esfuerzo extremo. “Cada caballo tiene un preparación individual: hay algunos que entrenan día por medio, otros hacen 15 kilómetros todos los días y otros recorren 30, todo depende del animal, al igual que su dieta”, explica Nina Pichelli, una de las personas encargadas del entrenamiento. Maktüb ofrece al turista presenciar el trabajo con los animales y las carreras de entrenamiento.
La tarde nos encuentra camino a Newton, un pueblo ubicado a 40 kilómetros de Gral. Belgrano y de pocos habitantes (cinco familias en “el centro”) y otras tantas por el campo, en estancias y parajes. Allí nos recibe Elba, que nos muestra la estación de tren donde funciona el museo, una sala de lectura y la sala de primeros auxilios. “Nos hemos ido organizando entre los poquitos que somos y el año pasado realizamos el primer festival del Newton, donde hubo comida, música, baile y hasta cantaron vecinos de todos lados; éramos casi 800 personas porque vinieron de otros pueblos y este año, en octubre, lo vamos a hacer de nuevo”, cuenta con entusiasmo. Hoy el visitante puede visitar el museo ferroviario, pasear por el campo, jugar al fútbol en la canchita y hacer un asado en el predio lindero a la estación.
Nuestra jornada termina de nuevo en Belgrano, en la costa del río. Las opciones son varias: los que pescan se entretienen con carpas y bagres todo el año, pejerreyes en invierno y tarariras en verano. Los que prefieren el deporte van a hacer el “recorrido saludable” y pasan de máquina en máquina, que ayudan a estirar la espalda, hacer fuerza de brazos y de piernas. Otros andan en patines y la mayoría simplemente camina cerca del agua y bajo los árboles. Nuestra opción pasa por tomar algo en la casa de té La Burgueñita, que ofrece cosas dulces, licuados y tés diversos. Desde adentro vemos cómo cae la tarde, silenciosa, sobre el río.
MIGUEL Y EL BOSQUE El Museo de las Estancias se ubica en el casco de la que fue la estancia Santa Narcisa, una de las más importantes de la región a fines del siglo XIX. Recorremos el edificio visitando la sala de los primeros alambres y marcas de ganado, de la esquila, de la fábrica de quesos y hasta de un herbario. “Lo que más le llama la atención a la gente son la antigua maquinaria para la siembra y todo lo que se utilizaba antes en las casas, como las planchas y las pavas; muchos se reconocen en estos objetos los que tenían sus abuelos”, nos cuenta Patricia, la guía del lugar. Es con ella con quien salimos a caminar por el bosque de 24 hectáreas que rodea al museo y que deslumbra por su silencio y por el porte de sus árboles, que parecen no terminar nunca cuando uno mira hacia arriba. Quizá los dos emblemáticos son el ginkgo biloba de 120 años y el eucaliptus gigante, que también es centenario. A nuestro paso levantamos hojas y en el sendero que hemos elegido todo es silencio y calma, justo lo que viene a buscar el visitante a este lugar. Luego de caminar un rato llegamos a lo que antes fue una isla artificial y hoy es una especie de “placita” donde se le rinde homenaje a Miguel Briante, escritor oriundo de General Belgrano que también escribió durante muchos años en este diario. Una especie de altar lleva como insignia los títulos de sus obras más famosas; nos detenemos largo rato, cada uno eligiendo mentalmente cuál es su cuento preferido. Empieza a estar fresco. Patricia nos ofrece un mate y se arma la ronda en silencio en ese lugar que, como todo bosque, tiene algo de mágico, de onírico, de literarioz
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