Domingo, 20 de septiembre de 2015 | Hoy
BUENOS AIRES. CAMPO Y TRADICIóN EN ARECO
El pueblo de infancia de Ricardo Güiraldes, que encontró en estas pampas inspiración para escribir Don Segundo Sombra, es un refugio de las tradiciones gauchas y un sitio pintoresco que alberga interesantes museos, ideal para disfrutar en los fines de semana de primavera.
Por Guido Piotrkowski
Fotos de Guido Piotrkowski
“Cuando no tenemos nada que hacer venimos o al río, cuando tenemos que hacer ejercicio venimos al río, cuando tenemos que pensar algo venimos al rio, cuando tenemos que tomar mate con amigos venimos al río, cuando tenemos que hacer las fotos de casamiento y los books de 15, venimos al rio”, suelen decir en San Antonio de Areco, poblado pintoresco y colonial si los hay.
Ubicado a 110 kilómetros de Buenos Aires, se levanta a la vera justamente del río Areco, donde se erige uno de los símbolos de esta localidad: el Puente Viejo. Por aquí no sólo corre agua, sino que han transcurrido un par de siglos de historia. “Cuando salimos de Areco, nos queda la impronta del puente, y lo necesitamos de cualquier manera. Con adobe, con revoque, con el alisado rosado. Como sea, seguimos teniendo el puente”, dice Laura Amorelli, guía de turismo local.
El Puente Viejo fue construido en 1857 para facilitar el cruce de una orilla a otra en este tramo que era un paso obligado del Camino Real hacia el Alto Perú. Se mantiene en pie porque fue restaurado en varias ocasiones, igual que el de la localidad vecina de Arrecifes: pero aquel ya no está, mientras este constituye un símbolo para los habitantes de esta población de alma campestre.
Por el Puente Viejo habían pasado antes de su construcción varios próceres. “San Martín cuando iba camino a la batalla de San Lorenzo, Belgrano con el Ejército del Norte. También Sobremonte al escaparse de las invasiones”, completa la guía. Originalmente construido con el aporte económico de los vecinos, fue uno de los primeros del país en cobrar peaje. Además, su valor histórico toma relevancia con el vuelo poético que le dio el escritor Ricardo Güiraldes, que lo menciona de arranque nomás en Don Segundo Sombra, su obra cumbre. El primer párrafo de este clásico de la literatura gauchesca dice así: “En las afueras del pueblo, a unas diez cuadras de la plaza céntrica, el Puente Viejo tiende su arco sobre el río, uniendo las quintas al campo tranquilo”.
LA MAGIA DE ARECO Al estar tan cerca de la Capital Federal, y también a unos 80 kilómetros de San Nicolás y doscientos 200 de Rosario, Areco es el contrapunto ideal para una escapada de tinte campestre a pasitos de una metrópoli. Con un día basta, piensan muchos, pero este pueblo de 27.000 habitantes –que en un domingo de sol puede sumar hasta unos 15.000 turistas– tiene un gran abanico de alojamientos que permiten pasar el fin de semana... y más también. Andrés Ziperovich, director de Turismo local, precisa que hay 35 restaurantes. Si bien la carne domina el panorama, también hay opciones para el tapeo y el sushi, a los que se suman las clásicas pastas. Por las noches la movida es agitada, señala Ziperovich, detallando que hay bares con música en vivo que permanecen hasta bien entrada la madrugada, incluso los días de semana.
Areco es colonial y bucólico, y tiene la disposición típica de pueblo, con la Parroquia San Antonio de Padua que se erige omnipresente sobre la plaza. Alrededor se distribuyen edificios públicos, muy antiguos y bien conservados, como la Municipalidad y el Banco Nación.
En las manzanas de las cercanías, antes de que el pueblo se funda con la pampa, se levantan hermosos y antiguos caserones, cuyas fachadas –que pueden tener cien años o más– se encuentran impecables. “Areco tiene una serie de ordenanzas de protección de frente desde hace mas de sesenta años que lo hacen muy pintoresco. Es un lugar para venir a ver arquitectura, esa es la magia de Areco”, define el director de Turismo mientras charlamos en la puerta de la Usina Cultural, el más novedoso de los ocho museos que tienen el pueblo y sus localidades aledañas (Vagues, Duggan y Villa Lía, en un radio que no excede los veinte kilómetros, las tres merecedoras de una miniescapada si queda tiempo después de visitar Areco). “La Usina es un centro de interpretación que incorporó la matriz productiva y la vida cultural, y así dejamos lo gauchesco en el Güiraldes, preisa Ziperovich.
DE GÜIRALDES A MOLINA CAMPOS Ocho museos no es poca cosa en un sitio relativamente tan pequeño enclavado en la inmensidad de la pampa bonaerense. Y tres de ellos, al menos, presentan colecciones y muestras de alto vuelo. El Museo Güiraldes, que sufrió bastante con las últimas dos inundaciones, fue renovado: así se reformuló la manera de exhibir, aggiornando la visión del gaucho o, mejor dicho, dando una perspectiva más completa de este personaje que representa un símbolo patrio en sí mismo y no es sólo un peón de estancia como a veces se lo suele presentar. Si antes los museos arrumbaban un montón de objetos en un par de salas sin guión ni concepto, hoy predominan otras ideas. Los responsables del Museo Güiraldes aprovecharon las reformas y lo dotaron de una concepción museológica más moderna. No fue fácil imponer este pensamiento, sino que hubo que luchar frente a los prejuicios de la sociedad local más conservadora y tradicionalista. Mientras paseamos por sus salas, la guía describe el proceso de cambios y dice: “Dentro del relato del gaucho pusimos las diferente miradas a lo largo de la historia. Acá nos vendieron el gaucho de Don Segundo Sombra durante cuarenta años, pero también hubo otros. El gaucho sí es peón de estancia, pero también es el que fue a la Vuelta de Obligado, el que peleó en las guerras de la Independencia”.
San Antonio de Areco es cuna de plateros y orfebres. Hasta aquí llega gente del mundo entero en busca de piezas únicas, finos cuchillos o mates y bombillas que narran la vida en el campo. La platería es, también, una de las tradiciones más arraigadas por estas pampas. En Areco hay unos cuarentas artesanos, y entre ellos algunos también se ocupan del cuero.
Juan José Draghi fue uno de los primeros plateros de aquí, un autodidacta que se inspiró en las piezas se exhibían en el Museo Ricardo Güiraldes. “Yo me hice platero porque nací en Areco”, solía decir este hombre. Mariano Draghi es su heredero, tiene 40 años, y honra el oficio que aprendió de su padre a los nueve años y que perfeccionaría en Florencia, Italia, a donde se fue a estudiar a los 18. Influenciado por el aura artística florentina y las lectura de Dante Alighieri, trabaja diariamente en su taller del Museo Draghi, un antiguo y precioso caserón pegado a la municipalidad, abierto en el año 2002, que vino a reemplazar al antiguo, fundado por su padre y emplazado en una casa más pequeña. Acá también funciona un cálida posada con pileta.
“Trabajamos mucho por encargo, hago piezas exclusivas, trato de realizar el oficio como se hacia antiguamente. No tengo una producción masiva”, afirma Draghi, mientras nos guía por el patio hacia el taller y el solazo del mediodía se cuela por la claraboya del techo. “Yo no quiero trascender a través de mi nombre, sino que la pieza me trascienda a mí, que valga por sí misma, sin necesidad de que diga Draghi. Para eso se requiere de una elaboración especial, de una idea y de un concepto. En este momento estoy abocado a una misión, trato de transmitir un mensaje en cada pieza basado en la conciencia.”
La última parada del paseo museológico es en el Museo Las Lilas, que alberga una gran colección privada de Florencio Molina Campos. El dibujante alcanzó notoriedad con la simpática y rupturista serie de pinturas en témpera que realizara para la empresa Alpargatas durante doce años. Molina Campos dibujó, y al mismo tiempo narró con inusual maestría el cotidiano gauchesco, a través de la historia de su personajes Tileforo Areco y su novia Genuaria, que no eran producto de su imaginación, sino que eran empleados del campo de sus abuelos en Entre Ríos. En este museo hay más de ochenta originales, entre los que no sólo se destacan los de la serie de Alpargatas, sino que también se puede observar una parte de la producción de su primera etapa, con las historias de losPicapiedras Criollos y la época en que vivió en Estados Unidos, haciendo almanaques para la empresa Minneapolis Moline. “Era autodidacta, por eso sus contemporáneos criticaban sus obras, sobre todo el uso de la línea del horizonte –explica el guía del museo–. En la pintura tradicional la tenemos a la altura de los ojos, en la mitad de la obra. Molina Campos la bajó a un tercio para mostrar un cielo muy grande, la inmensidad de la Pampa. El decía que pintaba lo que veía, y escribía como escuchaba, por eso muchas veces los títulos de las obras tienen como faltas de ortografía.”
Molina Campos también llegó a trabajar para Walt Disney, quien cautivado por su trabajo le pidió que ilustrara tres de sus películas, de las cuales sólo dos llegaron a realizarse. Para la última, Molina Campos deshizo el contrato, disconforme con la versión de un Goofy que según el pintor argentino se asemejaba más a un cowboy que a un gaucho.
La visita termina con un logrado espectáculo de luz y sonido, que es mejor no revelar en estas líneas, así queda lugar para la sorpresa del visitante.
DIA DE LA TRADICION San Antonio de Areco fue nombrada Capital de la Tradición el año pasado. Si bien son varias las razones por las que esta localidad bonaerense ostenta el título, se destaca en particular el Día de la Tradición que se celebra cada 10 de noviembre desde 1939. Los festejos se instauraron como un homenaje a José Hernández, autor del clásico de la literatura gauchesca Martín Fierro, nacido en esa fecha. Desde hace unos años, la fiesta se extiende por una semana, pero el año pasado –en conmemoración del 75 aniversario– se alargó y duró un mes.
Este año, será entonces durante la semana que va del sábado 7 al domingo 15 de noviembre.
El desfile de agrupaciones gauchescas frente a la Municipalidad y alrededor de la plaza es uno de los atractivos más fuertes. No hay paisano en los inmediaciones y más allá también que quiera perdérselo. Muchos llegan a caballo y luciendo sus mejores pilchas: bombachas, botas, facón, rastra y boina.
En la celebración criolla más antigua del país se pone toda la carne al asador, y luego del desfile la multitud se traslada al Parque Criollo Ricardo Güiraldes, donde se puede comer al pie del fogón junto a la paisanada. Por la tarde es el turno de las actividades y se suman la pialada de yeguarizos, corridas de sortijas y las carreras cuadreras. Al atardecer se encenderán los fogones, para dar paso a la música, las canciones y bailes tradicionales.
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