Domingo, 4 de octubre de 2015 | Hoy
EEUU. SAN FRANCISCO, MáS ALLá DEL GOLDEN GATE
Arquitectura clásica, modernidad, cultura y paisajes. Barrios que hicieron historia, colinas y parques en la capital californiana de la contracultura y los movimientos revolucionarios: sin olvidar que aquí se encontraba también la temible prisión de Alcatraz.
Por Belén Coccolo
Fotos: Oficina de Turismo de San Francisco
Un grupo de jóvenes comparte cervezas y risas en un conocido bar de Haight-Ashbury, mientras en el Barrio Castro una pareja gay sale de un mercado naturista con alimentos para la cena. En el céntrico Union Square, turistas y locales se reúnen para probar las famosas pastas de un restaurante de comida italiana cuando dos homeless comienzan a discutir acaloradamente. En bajada y a gran velocidad pasa un tranvía; algunos de sus pasajeros van parados y los pelos al viento no les quitan la sonrisa. Al mismo tiempo, en el barrio chino más grande del país, un ciudadano de esa comunidad intenta ganar unos dólares tocando el ehru, un violín de dos cuerdas que se hace sonar con arco. “Si vas a San Francisco te encontrarás a mucha gente amable”, rezaba la canción de Scott McKenzie en los años 60, sin advertir sobre la diversidad de personalidades y personajes con los que uno se topará en la ciudad y que harán del viaje una experiencia inolvidable.
En San Francisco cada esquina, cada rincón sorprenden. Es un destino que por momentos hace creer al viajero que se encuentra dentro de un estudio cinematográfico, entre coloridas casas victorianas y edificios bajos con escaleras de incendio en el frente, además de los tranvías, que aún hoy funcionan con cables que cruzan el cielo azul de la ciudad. Quienes se animen a caminarla encontrarán algo nuevo a cada paso y podrán dejarse llevar por el arte callejero, que en cada barrio refleja un espíritu diferente.
El Golden Gate Bridge es la puerta de entrada y postal obligada para los turistas, que pueden atravesarlo a pie, en auto o en bicicleta. Cruzando el puente, dejando atrás la silueta de una ciudad cubierta de niebla, se encuentra Sausalito, un área pintoresca y tranquila, con clima cálido durante todo el año, desde donde hay vistas exclusivas de la bahía de San Francisco. Aquí se puede almorzar en restaurantes frente al mar, recorrer la costa en bicicleta, conocer las casas flotantes y probar los vinos de los famosos viñedos de California.
San Francisco se halla en la costa sudoeste de Estados Unidos, pero sobre todo en el imaginario de todos aquellos que han visto sus paisajes retratados en decenas de películas memorables tan diversas como Vértigo, El planeta de los simios o Superman. Además, por supuesto, de la serie policial Las calles de San Francisco.
INTENSA Y DIVERSA San Francisco invita a un itinerario variado para conocer muchas aristas distintas de la ciudad, pasando por su historia, paisajes, negocios o la comida. Aquí se encuentra el Chinatown –barrio chino– más grande de Estados Unidos (y el más antiguo de Norteamérica), reconstruido luego del terremoto que sacudió a la ciudad en 1906. Es también uno de los más auténticos, en un destino donde la comunidad asiática es la segunda más importante y supera en cantidad a los latinos. En pleno centro de la metrópolis, al lado del distrito financiero, es posible adentrarse en el mundo asiático, saborear sus comidas típicas, ingresar a tiendas de regalos, pescados y hierbas medicinales, y conocer las raíces de un pueblo milenario. Es necesario levantar la cabeza para descubrir la arquitectura china de techos arqueados, globos, banderas, adornos de colores y murales que reflejan tradiciones e historias de este barrio.
Yendo hacia la costa, al lado de Chinatown aparece Embarcadero, zona portuaria desde donde hay fabulosas vistas de la bahía de San Francisco. Allí se erige un interesante museo de ciencia interactiva, el Exploratorium, y la Ferry Building Marketplace, una tienda de productos gastronómicos con frutas orgánicas, quesos, aceites, fiambres, vinos, chocolates y cremas. No sólo se puede comprar y probar en el momento, sino que hay también pequeños locales que ofrecen comida elaborada para disfrutar frente al muelle, con exclusiva vista al océano.
Continuando el camino de la costa, pero hacia el norte, aparece el Pier 39, en Fisherman’s Wharf, otro punto turístico por excelencia. Una gran escultura metálica de un cangrejo da la bienvenida en la entrada, mientras un grupo de música folk logra que se forme una ronda de espectadores a su alrededor. Al ritmo de la melodía, comienzan a aparecer locales de ropa, accesorios y comidas. El respeto de San Francisco por la diversidad incluye un detalle que agradecerán los zurdos (o quienes quieran hacerles un regalo): Lefty’s, un comercio que vende todos aquellos productos normalmente hechos para una persona diestra y que suelen complicar la vida a quienes no lo son, como cuadernos con el espiral del otro lado, tijeras, cutters, tazas y mucho más. Por otro lado, hay una variada oferta gastronómica: tras haber disfrutado de una panzada de camarones en Bubba Gump, restaurante inspirado en la película Forest Gump, se debe hacer sitio para probar los crêpes de Nutella y frutillas. Para terminar el recorrido, los visitantes se quedan mirando los lobos marinos y sus curiosas maneras de jugar.
Las colinas de diferente altitud caracterizan a San Francisco y ofrecen atractivos puntos panorámicos. No se puede dejar de visitar Lombard Street, la calle más famosa de la ciudad, repleta de empinadas cuestas por donde los autos deben pasar haciendo zig-zag. Por otro lado vale la pena hacer un recorrido por el distrito financiero, donde se erige la Pirámide Transamérica, y hay que visitar Union Square, el centro de San Francisco, que concentra las principales tiendas de moda, galerías de arte, restaurantes y hoteles. Por último, si hay antojo de comida mexicana el lugar ideal es Mission District, el barrio latino, famoso por sus burritos. El verde y la naturaleza tampoco están ausentes: en el Golden Gate Park conviven lagos, jardines y museos. Las ardillas, bastante amistosas, deambulan libremente por el frondoso parque, conocido por sus sequoias gigantes.
CONTRACULTURA Corrían los años ’60 cuando un grupo de jóvenes cansados del consumismo norteamericano comenzaron a reunirse para predicar una filosofía de amor y paz. Un nuevo movimiento que reivindicaba la revolución sexual, el uso de drogas para alcanzar estados alterados de conciencia, el cuidado de la naturaleza y el rechazo al materialismo occidental se empezaba a gestar en San Francisco, en Haight-Ashbury, llamado así por la intersección de las calles con dichos nombres. Allí se reunían quienes impulsaban esta nueva forma de vida, vestían ropas de colores y escuchaban rock psicodélico y progresivo. Hoy quedan recuerdos de una ideología que marcó una época y se extendió por el resto del país y del mundo. Al caminar por el barrio, caracterizado por sus coloridas casas victorianas, se puede ir saltando de las tiendas de ropa vintage a las de libros y música, además de cafés y pubs. Sorprende la cantidad de comercios que venden productos para el consumo de marihuana, legal en el estado de California para uso terapéutico, con una inmensa variedad de pipas de todos los colores, formas y tamaños.
A unas veinte cuadras de allí nace el barrio Castro, símbolo de la lucha por los derechos homosexuales en la década del ’70. Una bandera de colores se alza por encima de los edificios, la bandera del orgullo gay, que hoy puede gritar victoria también más allá de San Francisco. Llaman la atención las calles, impecablemente cuidadas, así como los objetos de diseño y arte, las tiendas con accesorios exclusivos para mascotas y los mercados naturistas. Caminando por aquí no faltan las curiosidades, como un grupo de muñecos Ken mostrando sus partes íntimas o platos del día con formas y nombres sugestivos.
Pero lo que hoy es tolerancia e incluso juego ha sido violencia y sangre en otros tiempos. Sobre la calle Castro se encuentra Castro Camera, la antigua tienda de cámaras de fotos de Harvey Milk, que terminó convirtiéndose en un búnker político y centro de actividad del vecindario mientras luchaba por una candidatura, que finalmente consiguió, como primer supervisor abiertamente gay del barrio. Desde ese lugar peleó por los derechos de las minorías, hasta que fue asesinado dos años después en City Hall, el Ayuntamiento de San Francisco. Su historia fue inmortalizada por Sean Penn en la película Milk. Hoy lo recuerda una plaza con su nombre en la intersección de las calles Castro y Market. En su antigua tienda funciona en este momento una organización que lucha por los derechos de la comunidad LGBT, donde se provee información acerca del la situación en cada estado del país, y se venden remeras y merchandising. Además se puede visitar el museo histórico de la comunidad homosexual, que repasa lo ocurrido en los últimos cincuenta años.
LA ROCA El ferry avanza a paso tranquilo pero constante por las aguas del Pacífico, atravesando la niebla de las primeras horas de la mañana. En menos de quince minutos termina el trayecto; el mismo que recorrieron cientos de presos durante tres décadas, pero en pequeños botes que se balanceaban sobre el ajetreado mar y amenazaban con volcar. Al llegar a la isla de Alcatraz recibe a los recién llegados William Baker, o el prisionero 1259. Este hombre, hoy octogenario, vivió tras los barrotes de una de las cárceles más seguras del mundo, luego de tres intentos de escape de otras prisiones. Tras una breve introducción en la que recuerda a aquellos compañeros que quisieron escapar y murieron atrapados por las tenebrosas aguas del océano, invita a subir la colina y comenzar un recorrido que transportará en el tiempo. La cárcel de Alcatraz, también conocida como “La Roca”, fue famosa por ser una de las más estrictas y temidas por los delincuentes. Funcionó desde 1934 hasta 1962, cuando la cerraron -según dicen- por los altos costos de mantenimiento.
“Rompe las reglas e irás a prisión, rompe las reglas de la cárcel e irás a Alcatraz”, reza un cartel en la entrada. Los presos que llegaban aquí eran los más problemáticos, aquellos que habían intentado escapar de otras prisiones o habían tenido altercados con guardias. Porque huir era imposible, o así lo parecía, ya que nunca se supo el destino de los tres presos que protagonizaron una fuga de película, escabulléndose a través de un agujero en sus respectivas celdas, que conducían a un pasillo no vigilado por el cual salieron al exterior, tomaron una balsa y se alejaron de la isla. Se cree que murieron ahogados en el océano Pacífico, aunque nunca se encontraron sus cuerpos. Esta fuga se produjo un año antes del cierre definitivo de la prisión. En total, hubo catorce intentos de escape, con un saldo de veintitrés hombres atrapados, seis asesinados y dos ahogados. Sólo cinco convictos desaparecieron y no fueron vistos nunca más.
Con los auriculares puestos, la visita va llevando por cada rincón de la cárcel que durante cuatro años albergó al famoso gángster Al Capone. Lo particular de este trayecto es que está relatado por ex presos y guardias, quienes recrean las rutinas y algunos momentos ajetreados que se vivieron en esta aislada jaula de acero. Sus pasillos muestran las pequeñas celdas individuales donde los prisioneros dejaban morir los días, excepto los fines de semana, cuando podían salir al patio recreativo, sobrevolado por alcatraces (aves similares a las gaviotas que les dan el nombre a la isla) y sentir el aire salado del mar. Algunas de las celdas recrean el mobiliario de aquella época e incluso se permite ingresar para imaginar cómo serían los días ahí adentro. Se muestran también las celdas de aislamiento, totalmente oscuras, en las que se metía a aquellos que habían tenido mala conducta; la biblioteca y el comedor, que según se decía servía la mejor comida de todas las cárceles estadounidenses.
Los presos no tenían privilegios en esta prisión, considerada la más rigurosa del país. “Tienes derecho a comida, ropa, cobijo y atención médica. Cualquier otra cosa que tengas es un privilegio”, establecía la norma número 5. Pero más allá de su rigidez, existía también otro tipo de tortura psicológica para los prisioneros, y era la posibilidad de observar el mar azul y la ciudad, a lo lejos, como reflejos de la libertad de la que estaban privados. A modo de despedida, uno de ellos cuenta, en la audioguía, su nostalgia al ver por una pequeña ventana de la prisión los fuegos artificiales que alumbraban la ciudad de San Francisco en Año Nuevo.
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