turismo

Domingo, 4 de octubre de 2015

CHACO. VIAJE A EL IMPENETRABLE

El bosque que araña

En 4x4 por El Impenetrable chaqueño y sus senderos de tierra, entre cactus arborescentes y quebrachos blancos y colorados. Un viaje al mundo de las culturas wichí y toba, donde la sequedad y las espinas determinan la vestimenta del gaucho.

 Por Julián Varsavsky

El Parque Nacional El Impenetrable –creado en 2014– no se puede visitar porque está inmerso en un complejo litigio legal con los herederos de la estancia La Fidelidad. Pero este ambiente de 40.000 kilómetros cuadrados excede la superficie del parque y se recorre por otros sectores. Para conocerlo pasamos la noche en un hotel de la ciudad de Castelli, considerada “el portal de El Impenetrable”, y partimos en la mañana temprano por la RP 9 hacia el norte. A los pocos kilómetros dejamos el asfalto para internarnos en un camino de tierra que se abre paso por el Impenetrable.

La senda caracolea entre soberbios quebrachos colorados y blancos, algarrobos, palos borrachos, guayacanes, palos santos y urundayes. Además hay cactus gigantes en blanca flor. Tras la ventanilla vemos un loro hablador verde amarillo en lo alto de un árbol itín. En el pasado era muy común que se los atrapara de pichones para venderlos como mascota parlanchina: para capturar un ejemplar se tumbaba el árbol completo.

El Impenetrable es un bosque seco que rasguña, corta la ropa y expulsa. El primer inconveniente para atravesarlo es el sotobosque, donde casi cualquier plantita tiene espinas para protegerse y evitar perder la escasa humedad de la temporada de sequía. Un ejemplo es el chaguar, que tiene gancho y contragancho, virtuales “uñas de gato” que desgarran la piel. También hay cactus arborescentes de hasta siete metros de altura, con decenas de brazos en forma de candelabro. Y árboles como el vinal tienen espinas de 15 centímetros de largo gruesas como un dedo (a la hora de tasar un campo influye la cantidad de vinales, ya que esta especie los hace casi intransitables y lastiman el ganado).

En lo profundo del bosque aparece un gaucho, ataviado con la vestimenta típica del noroeste chaqueño.

EL GAUCHO Así como el clima determina las formas de la vegetación, ésta a su vez define la vestimenta del gaucho chaqueño del noroeste de la provincia. El apero criollo del gaucho tiene aquí un guardamonte que forma parte de la montura, un cuero rígido cubriendo las piernas del jinete.

El sombrero está retobado, es decir, cubierto con cuero por fuera y por dentro para servir de escudo a la hora de “atropellar el monte”. El otro agregado impuesto por la naturaleza es el coleto, un gran saco de cuero duro apenas trabajado, que cubre el torso casi hasta los tobillos a modo de capa, protegiendo de los pinchazos. Pero el coleto se usa solamente cuando el jinete ingresa al monte cerrado, ya que es incómodo y caluroso al extremo.

También el caballo va protegido con una pechera de cuero haciendo frente a las espinas del churqui y la brea. En general estos gauchos son corredores de “hacienda baguala”, el oficio por excelencia en El Impenetrable, donde muchos campos no tienen alambrados y existe ganado vacuno que crece de manera salvaje, ocultándose en el bosque. Ese ganado es perseguido con perros para enlazarlo.

Al avanzar por el monte el jinete se recuesta sobre un lado de la montura para evitar las ramas de los árboles en la cara –hay muchos tuertos víctimas de El Impenetrable– protegiéndose también con el guardamonte, mientras se abre paso a toda velocidad.

Nos detenemos en un bañado lleno de camalotes y el guía cuenta que hasta hace un siglo El Impenetrable cubría ocho millones de hectáreas, que se han reducido a la mitad por la expansión de la frontera productiva orientada a la ganadería, el algodón y las oleaginosas. De repente, en la lejanía, aparece un hombre a caballo: al rato pasa por nuestro lado y nos damos el gusto de mirar en detalle la configuración completa de un gaucho chaqueño, con su sombrero retobado, el guardamonte y el coleto.

Más adelante el vehículo frena frente a un palo borracho centenario que mide diez metros de altura y tiene un abombado troncoo de 3,5 metros de ancho, una adaptación para acumular agua (los aborígenes aún usan su liviana madera para hacer canoas).

“¿Y la selva impenetrable dónde está?”, pregunta uno de los integrantes del grupo de viajeros. “Estaba esperando esa pregunta hace rato ya”, responde el guía.

Los viajeros suelen llegar a este ambiente esperando ver una maraña verde y húmeda, poblada de epífitas y lianas. Pero la sorpresa llega cuando descubren una relativamente escasa vegetación y un suelo algo arenoso. Pero los bosques secos nunca son selváticos, y el nombre Impenetrable dado por los españoles viene de otros motivos: falta de aguadas para los caballos, exceso de espinas y la existencia de aborígenes belicosos que eran imbatibles en su camuflado terreno.

La fauna, como en todo bosque cerrado, la imaginamos como un sinfín de ojos al acecho que nos ven pero no podemos ver. Y hay que conformarse con lo que cuenta el guía: por estas tierras habitan especies en peligro de extinción como el yaguareté, el tatú carreta y el oso hormiguero. Además existen el puma, la corzuela, el pecarí, el tapir, el pájaro carpintero negro, el águila coronada, el halcón blanco y los yacarés negro y overo.

Al pie de un quebracho blanco el guía recoge uno de los frutos con forma de castañuela. Al abrirlo vemos que tiene varias capas, como las hojas de un libro, y en su interior están las semillas, cada una dentro de una fina película transparente que funciona como alas, haciéndola volar con el viento y desperdigarse por el bosque.

Dentro de El Impenetrable viven unas 60.000 personas, la mayoría aborígenes wichís y qom, que a veces tienen conflictos por las tierras con los criollos. Desde la ruta nos desviamos unos metros hasta un caserío para conversar con los integrantes de una comunidad wichí, quienes al principio se inhiben un poco pero una vez en confianza hablan sin parar. Un hombre de unos 40 años nos cuenta que es pastor evangélico pero también mantiene su religión aborigen. Entre ellos hacen comentarios en lengua nativa y se ríen. A un costado de la casas tienen la escuela, donde reciben formación bilingüe. Les pregunto por sus tierras y dicen que son propias, luego de haber hecho reclamos a Buenos Aires. Cuando nos estamos por ir una joven ofrece unas llamativas artesanías: animalitos muy bien confeccionados con hilo de fibra de chaguar en forma de mulita, cardenal y yaguareté.

Durante milenios los aborígenes se instalaron a la vera de los ríos. Pero a comienzos del siglo XX el ejército comenzó a construir fortines cada 50 kilómetros en la costa del Bermejito. Los militares llegaban con criollos que traían ganado, a quienes custodiaban de los aborígenes. Así fueron expulsando a los pueblos originarios de las mejores tierras. Con el paso de las décadas El Impenetrable fue de a poco dejando de serlo. En el bosque se hicieron picadas para la búsqueda de petróleo y por esos caminos fueron llegando más colonos y terratenientes dedicados a la agricultura y la tala.

La complejidad social de El Impenetrable trae consigo una serie de conflictos. Los wichís y qom tienen una tradición nómada ya casi perdida y son muy diferentes entre sí, tanto en sus rasgos físicos con en el lenguaje. Unos y otros fueron sobresalientes guerreros. Los tobas se convirtieron en excelentes jinetes y son virtuosos en la cestería de palma. Los miembros de ambas culturas fueron siempre cazadores recolectores –tomaban lo que les proveía el monte– y no tenían necesidad de cultivar ni acumular, algo que no forma parte de su cultura hasta hoy (quienes les niegan el derecho a reclamar la devolución de sus tierras suelen argumentar así: “¿Para qué se les vamos a dar si no las saben aprovechar?”).

El otro actor social en este mundo es el “criollo” ganadero, es decir el mestizo llegado desde Salta a fines del siglo XIX y principios del XX, algo así como “capitalistas pobres” que traen consigo la cultura de la “acumulación”, traducida en vacas. Y un tercer actor es el “inmigrante gringo”, un agricultor llegado de Europa central a comienzos del siglo XX con el concepto de que la tierra era del que la trabajara, sin importarles mucho la idea de pueblo originario o criollo ganadero.

Las 4x4 se internan por “peladares” arenosos, yermas planicies difìciles para otros.

POLVO Y SEQUEDAD La camioneta sale del camino y se interna en un “peladar”, zonas peladas de monte con suelo arenoso, otro rasgo fundamental del Impenetrable. En estas yermas planicies con cactus de varios tipos predomina un polvo molesto y omnipresente donde los vehículos suelen “empantanarse”, no en el barro sino en la fina arena seca. Según los pobladores de El Impenetrable, los vehículos modernos no son resistentes al polvo chaqueño y por eso prefieren las viejas camionetas de tracción simple con gomas angostas. Pero cuando llueve apenas unos milímetros, ese polvo se convierte en barro con facilidad y solamente sería transitable con una camioneta 4x4. En el caso de los pobladores locales, cuando los agarra la lluvia simplemente se detienen unas horas a tomar mate: el sol secará rápidamente el barro.

El “equipo de supervivencia” en El Impenetrable incluye pala, machete, agua y comida. De ellos, el que no debe faltar bajo ningún concepto es la pala para desenterrar ruedas. Y se dice que todo vehículo que ingresa a El Impenetrable, se lleva para siempre unos cuantos miles de granos de su indesprendible polvo.

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Palo borracho centenario a la vera del camino, con típico tronco donde acumula agua.
Imagen: Julián Varsavsky
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