SANTA CRUZ > EL CHALTéN Y EL GLACIAR VIEDMA
Un día de escalada sobre paredes heladas, navegando por el lago Viedma entre témpanos descomunales para caminar sobre el glaciar y buscando lugares donde dar los primeros pasos en un deporte que suele resultar ser más sencillo de lo que parece. A final, un brindis on the rocks a puro hielo.
› Por Julián Varsavsky
Fotos de Julián Varsavsky
Un bus nos lleva por la mañana desde El Chaltén hasta las orillas del lago Viedma, donde embarcamos en un catamarán con ventanales panorámicos. La navegación arranca bajo un cielo diáfano y al rato aparecen los primeros témpanos. Uno de ellos, con aires de galeón celestial, triplica el tamaño de nuestra embarcación. Voy sentado en la cubierta exterior del barco –que parece una terraza- y converso con José Ignacio González, jefe de guías de nuestra excursión de escalada en hielo, que ha participado 25 veces del trekking de seis días desde El Chaltén llamado “vuelta al hielo continental”.
Al fondo vemos el imponente pico del cerro Torre, un macizo de granito gris con una especie de “hongo blanco” de hielo en la cima, que encierra una de las polémicas más grandes de la historia mundial de la escalada, un tema que de alguna manera nos roza en la actividad planeada para hoy.
La embarcación apenas se mece y José Ignacio me cuenta la historia del italiano Cesare Maestri, el primer escalador que se autoatribuyó haber llegado a la cima del peligroso cerro Torre en 1959. Su caso es polémico hasta hoy, porque al parecer habría llegado a la cima con su compañero Toni Egger, un austríaco que durante el descenso murió arrasado por un alud. Junto con él desaparecieron la cámara y las anotaciones que probarían la hazaña. Y el relato del italiano fue considerado inconsistente por los expertos. La mayor duda surge porque varios escaladores que siguieron la ruta de Maestri hasta la cima aseguran no haber encontrado en la roca los clavos que tendrían que haber quedado de aquel primer ascenso. La historia inspiró al realizador Werner Herzog para su película Grito de piedra, filmada in situ.
Nos acodamos en la baranda del catamarán para observar témpanos que parecen un submarino insinuándose en la superficie del agua con su periscopio. De uno sumergido asoma un triángulo como la aleta de un tiburón, mientras otros se acercan ocultos con el sigilo de un cocodrilo. Y la historia de Maestri continúa, relatada por José Ignacio.
Con el orgullo herido, el escalador italiano volvió en 1970 al cerro Torre, una zona que era virginidad pura y donde El Chaltén aún no existía. Su plan era ascender al Torre por una ruta diferente, complejizando el asunto al hacerlo en invierno. La pregunta lógica es por qué no lo hizo por la misma ruta: y al mismo tiempo, llegó con un taladro compresor de 135 kilos para perforar la roca con clavos, una técnica muy mal vista por los escaladores. Los puristas lo consideran una “profanación del cerro”, y para peor el compresor fue abandonado en una saliente, donde sigue todavía hoy.
El equipo de Maestri, de todas formas, no llegó a la cumbre sino que se detuvo 60 metros antes, donde termina la pared vertical y comienza el peligroso hongo de hielo. Maestri consideró que ese era “sólo un trozo de hielo que no es realmente parte de la montaña y desaparecerá uno de estos días”. Para colmo, otra vez se puso en duda si el italiano llegó realmente hasta el final de la pared vertical. Años más tarde, el escalador Jim Bridwell declaró: “Mirando hacia arriba vi siete clavos rotos, pero 20 metros de granito liso se extendían entre el último clavo y la nieve de la cumbre.”
En la lejanía aparece ya el frente del glaciar Viedma, esa gran muralla blanca agrietada de 2,5 kilómetros de ancho. Al rato vemos los bloques de hielo caer y convertirse en témpanos, mientras la muralla se derrumba y regenera todo el tiempo. Detrás de un caos de fulgores blancos, el glaciar se pierde zigzagueando como una lengua de hielo. Y es hacia allí adonde nos dirigimos para hacer la primera experiencia de escalada en el hielo de nuestras vidas, impulsados por el magnetismo resplandeciente del hielo. Pero a la historia de Maestri aún le falta su toque final.
En 2005 una expedición italiana liderada por Ermanno Salvaterra logró lo que varios alpinistas de talla mundial no habían podido: subir a la cima del Torre a través de la ruta inicial por la que dijo haberlo hecho Maestri en 1959 (en 1974 el equipo de Casimiro Ferrari había hecho cumbre por la otra cara del cerro). Y la conclusión a la que llegaron en 2005 fue que las referencias técnicas dadas por Maestri acerca de su “hazaña” habían sido falsas, por no corresponderse con lo que ellos encontraron. Hasta el día de hoy parece haber consenso entre los alpinistas sobre una mentira de Maestri. Y al final de la charla, casi al pasar, nuestro guía agrega que él mismo hizo cumbre en el Torre por la vía que inauguró Ferrari.
A CAMINAR Luego de una hora de navegación desembarcamos a un costado del glaciar. Después de esta inmersión en la historia de la escalada, es nuestro humilde turno.
Nos colocamos grampones de hierro con doce puntas bajo las botas y partimos 15 personas en fila india. Pero los primeros pasos de robot son algo torpes, con dentadas suelas clavándose en el hielo.
El glaciar Viedma mide tres veces y medio lo que la ciudad de Buenos Aires y es el mayor de la Argentina. El aspecto más fascinante de su superficie es la irregularidad. Cada metro cuadrado es distinto del otro y surgen a cada paso extrañas formaciones. La sensación es la de atravesar un sinuoso laberinto con lomadas de hielo y filosos picos que forman pirámides casi perfectas. Pero de repente se abren a nuestros pies grietas de 40 metros de profundidad, al fondo de las cuales corren arroyos virginales: el cuidado de los guías es extremo.
Los instructores analizan la topografía del hielo y eligen un lugar para la primera práctica de escalada. Somos todos primerizos, así que comienzan por el ABC de este deporte.
El primer paso es clavar en el hielo una piqueta o piolet 30 centímetros por arriba de nuestra cabeza, y a continuación la otra (llevamos una en cada mano). Luego hay que clavar bien la punta de un grampón en la pared, subir unos centímetros y después hacer lo mismo con la otra, traspasando el peso de un pie al otro con suavidad y decisión, con la cadera bien pegada al hielo.
El sistema de aseguramiento es el llamado top rope, con tres tornillos que se enroscan en el hielo a mano, vinculados entre sí por una cuerda doble, cada uno con su mosquetón. Un guía hace seguridad desde la base de la pared, sosteniendo la soga: si el escalador resbalara, desde abajo lo sostienen y queda colgando con su arnés, sin caer más que unos centímetros.
Cada cual a su turno, vamos haciendo la primera experiencia en una pared de cinco metros. Al principio cuesta un poco coordinar los movimientos, pero al rato uno se da cuenta de que el asunto es mucho más sencillo de lo que parecía. Al llegar al final de la pared debemos desclavar las piquetas, colgárnoslas, separar bien la piernas y echarnos hacia atrás formando un ángulo recto con el hielo. El ayudante de seguridad va soltando la soga de a poco y bajamos al estilo rappel, caminando hacia atrás.
Durante el almuerzo, sentados sobre el hielo, el guía cuenta que una vez llegó un turista japonés al que le faltaba un brazo y nunca había escalado en su vida. Y para sorpresa de todos, el hombre escaló muy bien con una agilidad sobresaliente.
Nuestro grupo también está escalando muy bien, así que retomamos la caminata para buscar una pared más alta. Al rato de recorrer el paisaje sonoro del glaciar, nos acostumbramos al eco de pequeños y grandes estallidos que parecen tiroteos lejanos y atronadores cañonazos. Al fondo de la gran masa congelada parecen ocurrir violentas tempestades con remansos de paz.
Nos adentramos en la dimensión helada y vemos hielo a los cuatro costados hasta el infinito: pareciera que avanzamos a paso firme hacia los confines de un mundo blanco que encierra los misterios más recónditos de la Patagonia.
“¡Acá!”, grita el líder de la expedición clavando su piqueta en una pared radiante. Ahora el desafío es trepar 14 metros. Cuando uno no sigue rigurosamente la técnica o se apura, se cansa: el asunto no es cuestión de fuerza. Todos subimos varias veces y estamos con ganas de seguir, pero en otro lugar. El guía ahora encuentra un “balcón” de hielo donde hacer el proceso inverso: primero bajamos en rappel y después subimos con un desafío mayor, ya que una vez abajo no hay margen para desistir, porque de alguna manera hay que volver arriba.
A media tarde, ya con el grupo exhausto pero en estado de gracia, torrentes de endorfina nos corren por todo el cuerpo. Entonces los guías preparan un glorioso Bailey’s on the rocks, enfriado con hielo milenario del glaciar. Mirando hacia el cerro Torre brindamos por todos nosotros y por los grandes escaladores que hicieron historia, Maestri incluido: lo perdonamos.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux