Domingo, 10 de enero de 2016 | Hoy
COLOMBIA > KAYAK EN EL OTRO CARIBE
No sólo playas de ensueño y cocoteros tropicales: en la isla de San Andrés el manglar es una magistral barrera natural creada por la naturaleza, cuyos túneles entretejidos de ramas se pueden recorrer en kayak, para bajar luego en busca de las estrellas de mar que se dejan ver entre las aguas transparentes.
Por Graciela Cutuli
Fotos de Graciela Cutuli
El mar de los siete colores hizo célebre a la isla de San Andrés, un paraíso tropical de 26 kilómetros cuadrados situado casi 800 kilómetros al noroeste de Colombia. Cayos, palmeras, arenas blancas, aguas transparentes: la postal perfecta de unas vacaciones en el Caribe. Sin embargo, el viajero dispuesto a un recorrido más detallado de la isla podrá descubrir muchos otros aspectos: desde las dificultades que implica la superpoblación en un ecosistema notablemente frágil, hasta las complicaciones en el aprovisionamiento de agua potable, por no hablar de la disputa territorial con Nicaragua, zanjada con el fallo de 2012 que puso la isla definitivamente bajo soberanía colombiana. Además de piscinas naturales para zambullirse sin medir profundidades, del famoso hoyo soplador y las chivas que invitan a una gira isleña acompañada de tragos y ritmos de cumbia, merengue y vallenato, San Andrés tiene algunos rincones naturales menos conocidos. Y vale la pena alejarse un ratito de las playas para descubrirlos.
LA GRAN BARRERA Como buena isla tropical, San Andrés sabe de tormentas, tan furiosas como breves. El cielo cubierto y amenazante que nos dio la bienvenida terminó desplomado en un aguacero monumental: y al rato, en un fondo celeste y diáfano el sol volvía a brillar desparramando calor. La consecuencia –explica Paul, guía de nuestro paseo inicial por la isla, un sanandresano de pura cepa que habla con nosotros en castellano y con el chofer en kriol, la colorida lengua local- es que las playas son cíclicas: la arena se corre y el paisaje se transforma. De hecho San Andrés es de formación coralina, con muchos acantilados, y por lo tanto ideal para el snorkel y el buceo: los arrecifes se ven por todo el borde costero y son los que garantizan la transparencia del agua y la buena visibilidad de la fauna submarina. Pero al mismo tiempo, en pos del turismo que mueve gran parte de la economía local, “se está trabajando en un proyecto de crear espolones para que la arena de las playas se fije más”, agrega Paul. Sin embargo, para este fenómeno del barrido de las costas por los fenómenos meteorológicos y los embates del mar, la naturaleza tiene su propia respuesta. Y se llama manglar.
El manglar no es un árbol ni un conjunto de árboles: es toda un área de vida, un ecosistema particular que se desarrolla en las zonas intermareales cercanas a las desembocaduras de un curso de agua dulce en regiones tropicales, desde el Caribe hasta Asia y Africa. El nombre viene de la principal especie presente: árboles llamados mangles, que junto a otras plantas –todas altamente resistentes al agua salina- conforman una suerte de barrera costera que protege contra los vientos y las olas que levantan los huracanes y maremotos. “Este manglar –confirma nuestro guía de Chamey’s Náutica mientras prepara los kayaks con que estamos a punto de adentrarnos en el paisaje sombreado que bordea la costa– protege naturalmente contra las tormentas y los vientos huracanados, que son típicos del Caribe aunque no suelen llegar a San Andrés. “Podría estar aquí abajo durante un maremoto –asegura- y sería el lugar más seguro, no pasa nada”.
El paseo comienza en el Parque Regional de Mangle Old Point, sobre el lado este de la isla, bastante cerca del centro. Antiguamente descuidado, en los últimos años recuperó su esplendor gracias a una decisión de la gobernación isleña en pos de salvaguardar el ambiente natural. Sin embargo, implica un cambio radical frente al paisaje de playas, palmeras y hoteles que aprovechan las cálidas aguas sanandresanas para adorar el sol y los colores turquesas del mar: hay algo de salvaje y virgen en este manglar que llama a explorarlo. Los primeros pasos son los habituales de todo paseo náutico: una instrucción breve de remo, qué dirección dar a las palas para girar, cómo manejar la orientación. Chalecos salvavidas... y a bordo. El primer tramo, sin embargo, será muy fácil: como se rema contra la corriente, nuestro guía nos evista el esfuerzo arrastrando las embarcaciones hasta el borde del manglar gracias a un jet-ski. Luego sí, empezamos a internarnos despaciosamente en este ecosistema único de aguas poco profundas y muy limpias, casi transparentes, que se tornan aparentemente más opacas por la falta de luz –la vegetación es muy densa- y el entrecruzamiento de raíces de los mangles. Se rema con facilidad, sin vientos ni corrientes: la única dificultad son los “túneles” estrechos que no dejan espacio para los remos. Pero todo es salvable: y sobre todo, es notable la frescura de este ambiente protegido del sol, que brilla ardiente un poco más lejos pero aquí adentro apenas si se filtra entre las ramas.
De vez en cuando, nuestro guía deja su kayak y avanza a pie mientras nos señala alguna medusa, peces y moluscos que viven en estas aguas. El manglar de hecho es una asombrosa fuente de vida, que da refugio a muchas especies y también funciona como hábitat temporario de numerosas aves migratorias. A pocos centímetros de nuestras embarcaciones flotan las medusas invertidas, una especie que se encuentra en las lagunas de escasa profundidad y en los manglares caribeños: se la conoce así porque suele estar “al revés”, apoyada en el fondo del mar con los tentáculos hacia arriba… porque allí viven pequeñas algas que le brindan nutrientes pero que a la vez necesitan luz para vivir. Unas remadas más y será el turno de un pepino de mar, una especie antiquísima de forma cilíndrica, que se diría una oruga marrón y gigante en las manos del guía al sacarla un momento del agua.
Alejándonos un poco del manglar, pero teniendo siempre a la vista su masa verde de raíces que se hunden firmemente en el agua, nos invitan a dejar las embarcaciones por un ratito para calzarnos máscaras de snorkel: ahora, el verdadero espectáculo está abajo del agua. De pronto aparecen aquí y allá peces azules y amarillos, rojos, azulados y anaranjados: son sobre todo vistosos peces ángel y cirujanos azules, especies típicas de las aguas tropicales que ponen una fiesta de color bajo el agua. Y a pocos centímetros hay enormes caracoles que generan perlas de gran valor, además de estrellas de mar que rápidamente nos hacen terminar con un mito: no sólo hay de cinco puntas, sino que encontramos de cuatro y seis, aunque nos aseguran que hay de muchas más. Curiosas y simétricas, nos asombran por su belleza pero también por su abundancia: el fondo del mar es casi un cielo en materia de estrellas.
El sol está alto en el cielo y es hora de volver a la orilla. Esta vez será la corriente las que lleve con facilidad nuestros kayaks: en pocos minutos estamos de regreso, dejamos nuestros chalecos y deponemos los remos. Pero nos llevamos de recuerdo la visión de uno de los ecosistemas más bellos, raros e importantes que pueden descubrirse en las costas caribeñas, un mundo de sombra y soledad lleno de vida latente y belleza tropical.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.