Dom 24.01.2016
turismo

AMéRICA LATINA > HOTELES DE LA BELLE ÉPOQUE

Éramos tan modernos

Se acercan a su primer centenario pero mantienen la elegancia clásica de los dorados años ’20: el Hotel Nacional en La Habana, el carioca Copacabana Palace y el Alvear Palace en la Recoleta brillan con la suntuosidad afrancesada de lo que alguna vez fue moderno en América latina.

› Por Julián Varsavsky

Son hoteles con pretensión de palacio; latinoamericanos pero que miran a Europa. Se proyectaron a fines de los años ‘20 y vivieron su esplendor en las siguientes cuatro décadas, para caer de a poco en una majestuosa decadencia. Con el fin de siglo comenzaron a renacer gracias a cuidadas restauraciones y en la última década se les ha agregado el confort de las nuevas tecnologías, manteniendo su estética y una decoración que los convierten en burbujas perfectas sin escenografías, espacios reales que cuentan su propia historia. En la Recoleta porteña, en la tropical Río de Janeiro y en la rítmica Habana, tres hoteles históricos para el viaje lúdico de retroceder en el tiempo a todo glamour.

Piel negra, música clásica y palmeras en el Hotel Nacional de La Habana.

SUEÑOS HABANEROS Recostado sobre un morrillo frente al malecón de La Habana, en el barrio de El Vedado, el Hotel Nacional fue inaugurado la noche del 30 de noviembre de 1930, cuando llegaron al edificio hileras de lujosos autos mofletudos con cornetas abrillantadas y radiadores de acero y níquel, avanzando con lentitud hacia el zaguán donde diligentes door-boys se apresuraban a abrir las portezuelas para que las damas y caballeros pasaran al gran lobby.

Distinguidos gentlemen de cabellos engominados -algunos con largas boquillas y cigarrillos rubios de Virginia- y hermosas señoras de pinta nórdica con el pelo a lo garzón y rouge de labios en forma de corazoncito, llegaban de Nueva York e iban llenando las terrazas. Prestos waiters ponían en sus manos tragos de la época como Manhattans, Martinis y cognacs, en lugar de los famosos mojitos y daiquiris que se sirven hoy en las barras del Hotel Nacional.

Entre los primeros huéspedes célebres estuvo el popularísimo Tarzán. Una mañana, irrumpió en el lobby la figura atlética de Johnny Weissmuller. La noticia trascendió y muchos asistieron a la exhibición de natación que el actor-atleta dio en la piscina del hotel.

“¡Que se cae!”, exclamó un botones cuando Buster Keaton se inclinó en el vacío sobre el alféizar de la ventana de su habitación, tapándose los ojos con la mano. Se trataba de otro gag del venerable actor que no reía pero hacía reír, quien había ingresado al gran lobby simulando una rara y tortuosa cojera.

El 20 de diciembre de 1946 el Hotel Nacional fue cerrado a cal y canto para todo viajero que no estuviera invitado a la mayor reunión jamás convocada por la mafia norteamericana, que se repartió en esa ocasión las áreas de influencia en Estados Unidos. Los gánsteres ítalo-norteamericanos jugaban de locales en la isla: manejaban hoteles, casinos y la prostitución. Asistieron unos 500 jefes, abogados y guardaespaldas de las familias de origen siciliano de Nueva York, Chicago y Nueva Orléans, representadas por Lucky Luciano, Frank Costello y Giuseppe Bonanno.

Esa reunión de La Habana, sin embargo, jamás se hizo pública: no “existió”, nadie “supo” de ella y todos los indicios se borraron. Ni siquiera Frank Sinatra, acusado de haber amenizado las noches de jolgorio, aceptó haber ido a La Habana en aquellos días, ni que cantó hasta perder la voz.

Este suntuoso escenario para una película gansteril combina elementos neoclásicos y neocoloniales con toques art-déco y jardines interiores con galerías de arcadas andaluzas. El lobby está revestido con un zócalo de azulejos sevillanos y tiene muebles de estilo inglés, lámparas art-noveau, porcelana francesa de Sèvres y estatuas de mármol de Carrara.

Los personajes que pasaron por el hotel y su cabaret Parisien -en funcionamiento hasta hoy- están retratados en las paredes: María Félix, Walt Disney, Pablo Neruda, Ava Gardner, Fred Astaire, Jorge Negrete, Pedro Vargas, Cantinflas, el príncipe Ali Khan con su esposa Rita Hayworth y Ernest Hemingway, de quien se conserva un bello ejemplar de pez-aguja regalado al bar Sirena. Aquí también se reunieron Fidel Castro con Rodolfo Walsh y Lilia Ferreyra.

El clasicismo suntuoso del Copacabana Palace Hotel, frente a las playas de Río de Janeiro.

GLAMOUR CARIOCA El 13 de agosto de 1923 se inauguró en Río de Janeiro el Copacabana Palace, inspirado en dos famosos hoteles de la Riviera francesa: el Negresco de Niza y el Carlton de Cannes. Fue el primer gran edificio en la legendaria playa y para la fiesta de apertura se contrató a la cantante, actriz y vedette francesa Mistinguett, aquella de “las piernas más hermosas del mundo”. La presencia de la diva les dio al evento y al Copacabana Palace una inmediata proyección mundial, que se consolidó cuando en 1933 Fred Astaire y Ginger Rogers aparecieron bailando en escenarios del hotel -reconstruidos en la playa californiana de Mailbú- en la película Volando hacia Río.

Al señorial edificio del arquitecto francés Joseph Gire se ingresa por una escalera de mármol de Carrara que conduce a un interior con cristales de Bohemia, candelabros checos, alfombras inglesas y muebles de Suecia. Desde las habitaciones se ven las arenas legendarias de Copacabana, el cerro Pan de Azúcar y el imponente Cristo Redentor.

Al echar un vistazo a las firmas en su Libro de Oro, se nota la trascendencia del lugar: Walt Disney, Lady Di, el rey Carlos XVI de Suecia, Alain Delon, Robert De Niro, Louis Vuitton, Hubert de Givenchy, Brigitte Bardot, Ava Gardner, Igor Stravinsky, François Mitterrand y Liza Minelli.

Con el traspaso de la capital a Brasilia en los ’60, el Copacabana Palace entró en declive y estuvo a punto de ser demolido, hasta que las autoridades municipales lo declararon patrimonio arquitectónico. Y cuando lo compró la cadena Orient-Express Hotels, Trains and Cruises renació de las cenizas recuperando su brillo original hasta hoy.

Durante la “segunda vida” del hotel pasaron por allí figuras como Claudia Schiffer y los rockeros The Police, U2, Madonna y The Rolling Stones. En el Golden Room -aún activo- se presentaron Ella Fitzgerald, Yves Montand, Edith Piaf, Nat “King” Cole y Ray Charles.

Entre las anécdotas famosas se cuenta la estadía del director de cine Orson Welles en 1942, quien luego de una salida con su novia mexicana Dolores del Río llegó celoso y pasado de alcohol y habría arrojado a la piscina el contenido completo de su habitación por la ventana, incluyendo un escritorio.

Una esquina afrancesada de Buenos Aires en el Alvear Palace Hotel.

BUENOS AIRES AFRANCESADA Con el boom agroexportador de comienzos del siglo XX, las clases altas porteñas decidieron vivir en Buenos Aires como en París, creando su fastuosa escenografía arquitectónica en el norte de la ciudad. A unas cuadras del cementerio de la Recoleta -nuestro equivalente al Père-Lachaise- esa Buenos Aires afrancesada erigió su gran hotel inspirado en el Ritz parisino: el Alvear Palace Hotel. Se terminó de construir en 1932 y el resultado fue un edificio monumental de 11 pisos y cinco subsuelos con una planta baja surcada por una galería central de 85 metros de largo, inspirada en el diseño de un trasatlántico. Su roof-garden supo ser el centro social de la oligarquía porteña, donde se hacían presentaciones en sociedad, casamientos y bailes de beneficencia.

La decoración del lobby y las habitaciones combina los estilos Luis XIV y Luis XVI con candelabros de cristal, cortinados de terciopelo, columnas internas con detalles en oro, sillas Jansen de París, arañas de cristal de Baccarat, parquet de roble de Eslavonia y pisos de mármol de Carrara.

En las habitaciones hay amenities de Hermès, sabanas de algodón egipcio de 500 hilos, edredones de pluma de Dinamarca, baños revestidos con mármol Botticino, arreglos florales, bandejas de frutas y servicio de butler, quien da a los huéspedes una bienvenida personalizada, prepara el jacuzzi y los pedidos de comida.

Entre los doce salones de fiesta hay dos inspirados en el Salón de la Paz y en el de los Espejos del Palacio de Versalles, subrayando una estética que aspira revivir el savoir vivre del siglo XVIII francés.

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