Dom 13.03.2016
turismo

ALEMANIA > BERLíN, UN RECORRIDO POSIBLE

Una capital, mucho pasado

Ayer dividida, hoy ensamblada en una sola gran cabeza para un país reunificado, Berlín es una de las ciudades más grandes de Europa. Portadora de historia antigua y reciente, desde la Alexanderplatz hasta Kreuzberg conviven en ella recuerdos de un imperio con las improntas que dejó el siglo XX.

› Por Emilia Erbetta

Fotos: Turismo de Alemania

Dirk es rubio y cuadrado. Maneja el auto en que viajamos desde Munich a Berlín. Somos cinco, no nos conocemos y apenas compartimos un idioma: el inglés torpe de Dirk, el inglés perfecto de un músico de Colonia, mi inglés sudamericano y el inglés áspero de un hippie de más de 40 años que llena el auto de olor a transpiración. El quinto pasajero sólo habla alemán. Dirk tiene una camisa a cuadros naranjas, blancos y azules y durante el viaje para varias veces para chequear cómo está su gato, un siamés que viaja dopado en un canil en el baúl de este BMW negro donde no se sienten los 200 kilómetros por hora. En el auto, mientras avanzamos por la A9, ellos conversan en alemán. Cada tanto se ríen fuerte. Dirk es el más entusiasmado con el auto compartido: cada uno de nosotros le va a pagar 30 euros por el viaje que “contratamos” a través de una aplicación.

La pesadilla lingüística termina cuando me deja en una estación de tren en las afueras de Berlín y una familia peruana me explica cómo llegar hasta Alexanderplatz, en el centro de la ciudad. El primer vistazo al mapa de transportes, con nombres de estaciones de quince consonantes, me aterroriza: parece imposible llegar a domar en siete días esa combinación de fierros que abarca toda la ciudad. Así y todo, sigo su consejo y mientras espero el tren compro en una de las máquinas de autoservicio un pasaje semanal por 29,50 euros, la llave maestra para recorrer todo Berlín combinando subte (U-Bahn) con tren (S-Bahn) y tranvía (MetroTram). Durante una semana ese papel va a ir conmigo a todos lados, como un amuleto arrugado dentro de la billetera, siempre a mano por si me lo piden: la multa por ir sin boleto es de 60 euros.

Berlín es una de las ciudades más grandes de Europa y la más grande de Alemania. Es ocho veces mayor que París. Sus más de tres millones de habitantes viven en 892 mil kilómetros cuadrados que nunca parecen repletos. Incluso en Alexanderplatz, donde combinan el U-Bahn con el S-Bahn y el tranvía, no hay multitudes, como si la ciudad fuera una campera que queda siempre un poco grande. En Berlín hay muchas avispas en primavera, restaurantes de doner kebab, artistas, inmigrantes, una Isla de los Museos, lagos y ríos, y más de 300 monumentos. Cuando empieza la primavera los berlineses salen en manada a andar en bici y hacer picnics en los parques, desesperados después de un invierno largo. En todos lados alguien habla español y alguien come en la calle: un kebab, una porción de pizza, un currywurst, un pancho, unos fideos con salsa picante.

En algunos barrios las distintas “berlines” se superponen como capas geológicas: la Berlín imperial, la Berlín de la República de Weimar, la Berlín nazi, la Berlín dividida, la Berlín reunificada. Como en Whilhemstrasse, la calle principal del barrio gubernamental que fue sede de los ministerios imperiales y después albergó a la dirigencia nazi, donde por cuadra hay uno o dos carteles que cuentan la historia de cada edificio: algunos se remontan al siglo XVIII. Es interesante caminar por Whilhemstrasse y detenerse en estas explicaciones antes de llegar a Topografía del Terror, el centro de documentación que funciona en el terreno donde entre 1933 y 1945 estuvieron las sedes de la Gestapo y la SS. Aunque desde el aire puede parecer un gran descampado sembrado de escombros junto a un pedazo del muro sin adornos, hay mucho más que ruinas, porque el centro de documentación abierto en 2010 recorre con detalle la historia de Berlín durante la Segunda Guerra Mundial, los campos de concentración nazis y la posguerra con foco en el rol que cumplieron las “instituciones del terror” que tuvieron sus oficinas en este lugar.

Sobre la plaza Gendarmenmarkt, los edificios clásicos de la Konzerthaus y la Catedral en invierno.

CONTINUIDAD DE LOS PARQUES En invierno, las temperaturas en Berlín están alrededor de los -4º y los 2º. Después de la nieve y los días cortos, cuando empieza el calor muchos berlineses pasan el día en unos pequeños huertos privados (kleingartenanlagen) donde construyen unas casas mínimas y plantan hortalizas. De noche, las luces de colores iluminan las entradas y las cercas. También disfrutan intensamente todos sus parques. El más famoso es el Tiertgarten, 212 hectáreas de árboles y senderos en pleno Mitte, cerca de la Puerta de Brandenburgo y del Parlamento alemán, que después de la Segunda Guerra, los berlineses y berlinesas talaron para calentarse y sembrar papas. En ese momento quedaron 700 árboles en pie de los más de 200 mil que había tenido el parque, que inspirado en los jardines ingleses había sido coto de caza de la realeza alemana.

Con el Reichstag todavía destruido y la ciudad en ruinas, entre el verano y el otoño de 1945 fueron enterrados en el Tiertgarten dos mil soldados soviéticos y en su honor se construyó ahí un monumento bien a lo ruso: tan grande que hay que alejarse varios metros y casi pararse sobre la avenida 17 de Junio para que la gran estatua que representa al soldado soviético entre en la fotos. Todavía más impactante es el Monumento de Guerra Soviético de Treptower Park, en el distrito Treptow-Köpenick. Ahí están enterrados siete mil soldados del Ejército Rojo y el lugar tiene una tranquilidad de cementerio. Cerca están los restos fantasmales del Spreepark, el único parque de diversiones que hubo en Berlín del Este y que hoy está abandonado.

Los domingos hay feria americana, de antigüedades y de diseño en otro parque famoso, el Mauerpark. Alguna vez fue alternativo y hoy es turístico, pero vale la pena ir, llegar a media mañana, comprar algo para comer en los puestos de comida y recorrer la feria donde venden muebles antiguos, muebles nuevos, postales, ilustraciones, sellos, libros, monedas, ropa de los ejércitos soviéticos, medallas conmemorativas originales. Después de revolver, hay que comprar una cerveza y sentarse en el anfiteatro a ver algún show de micrófono abierto y a la gorra. Para hacer un picnic es más lindo Tempelhofer Feld, un antiguo aeropuerto convertido en parque, con césped parejo y pistas de aterrizaje que hoy se usan para andar en bici, en roller, en skate. Una tarde de fines del verano, un grupo de amigos juega a la pelota mientras asan unas salchichas en una parrilla portátil. Son argentinos o uruguayos, gritan con acento del Río de la Plata. A unos metros, una familia turca está reunida en reposeras cerca de su propia parrilla.

Breznev y Honecker, en el improbable beso que hoy retrata uno de los tramos del Muro.

DESDE EL AIRE Y EL AGUA Berlín tiene unos mil seiscientos puentes. La voz de la audioguía lo repite varias veces: Berlín tiene más puentes que Venecia. Mientras la embarcación avanza muy lenta sobre el Spree, el río que atraviesa la ciudad a 10 centímetros por segundo, conecta con el mar Báltico y es un afluente del Elba, el centro de Berlín pasa por las orillas como una secuencia de diapositivas: el Forum Marx Engels, una plaza de los tiempos de la RDA con las esculturas de los autores del Manifiesto Comunista, tan grandes que la rodilla de Marx -donde los turistas apoyan una mano para posar- está amarilla de tanto roce; el barrio medieval San Nicolás (Nikolaiviertel), el más antiguo de Berlín, que quedó destruido en más del 60 por ciento después de 1945 y fue totalmente reconstruido recién en los 80; la Isla de los Museos, patrimonio Unesco; el teatro Berliner Ensemble, donde Bertolt Brecht estrenó la Opera de los Tres Centavos; el Palacio de las Lágrimas, paso fronterizo y escenario de despedidas entre 1961 y 1989; la Catedral de Berlín, donde descansa el emperador prusiano. En el fondo de todas las diapositivas, más lejos o más cerca, la Torre de Televisión, con sus 203 metros de altura. Subir para tener una vista en 360 grados de Berlín y adivinar cuál es cada barrio vale la pena y otros 13 euros. El ascensor sube tan rápido que se tapan los oídos.

Postdamer Platz, antiguamente símbolo de la Berlín dividida y hoy emblema de la reunificación alemana.

HISTORIA DE DOS CIUDADES Entre las décadas del 50 y 70 el gobierno de la Alemania Federal convocó a trabajadores turcos para reconstruir el país. Cuando el programa “trabajador invitado” terminó, muchos se fueron y miles se quedaron, trajeron a su familias, se armaron una vida en Alemania, más o menos integrados. Hoy los turcos son primera minoría y muchas ciudades alemanas tienen su “little Instambul”. Berlín no es la excepción: la inmigración turca se concentra en Kreuzberg y Neukölln. Kreuzberg, ex Berlín Occidental, es además el barrio de moda, de los bares, los cafés, los artistas, las discotecas, los lugarcitos para comer cualquier tipo de comida: vegana, tailandesa, vietnamita, japonesa, turca. Es la opción que más aparece cuando buscamos hospedaje y que recomiendan todas las guías.

Neukölln es (todavía) la versión no adornada de Kreuzberg, y por eso también vale la pena caminarlo un rato, pasear por el Britzer Garten, conocer el proyecto de vivienda social en forma de herradura (Hufeisensiedlung) diseñado por el arquitecto Bruno Taut y construido entre 1923 y 1933, pasear por el Volkspark, y si es martes o viernes almorzar en el Maybachufer, el gran mercado turco del barrio, que abre de 11 a 18.30. Después de las 16, los vendedores empiezan a ofertar a los gritos y hay cosas realmente baratas, desde frutas y verduras hasta telas. En el Neukölln Arcade, un shopping donde busco w-fi libre como agua en el desierto, casi todas las mujeres que hacen compras rodeadas de niños son musulmanas.

Saliendo de Kreuzberg, después de cruzar el Spree está la estación Warschauer, final de la línea U1 de tren. Alrededor de la estación se juntan chicos y chicas a tomar cerveza, escuchar música y comer salchichas. Bajo una llovizna suave pero constante de principios del otoño, un grupo de punks muy rubios con borcegos DrMartens con la punta gastada y el cuero rajado piden monedas a los turistas que caminan para el lado de la East Side Gallery –un tramo del Muro de Berlín que tiene 1,3 kilómetros, está intervenido por 103 artistas y es el más extenso que se conserva en pie–, en busca de la selfie con el beso de Leónidas Breznev y Erich Honecker de fondo. Antes de llegar, algunos se divierten un rato en un Photoautomat. Por todo Berlín hay de esas cabinas donde se puede hacer una foto carnet por unas monedas.

Warschauer es una de las calles principales de Friedrichshain, histórico barrio obrero de Berlín, donde la vida transcurre hacia adentro, en los microbarrios que los alemanes llaman kiez. Cuando terminó la guerra, en Berlín había más de 60 millones de metros cúbicos de escombros. Dos tercios de la población eran mujeres: para fines del 45, las berlinesas habían trabajado más de dos millones de horas liberando rutas y calles. Casi el 70 por ciento de los edificios del barrio de Friedrichshain quedó destruido por el bombardeo aliado del 3 de febrero 1945 y las batallas callejeras de los últimos días de la guerra. El barrio obrero quedó del lado soviético y en esa selva de piedras, la República Democrática Alemana construyó entre 1949 y 1950 la Stalinalle, una gran avenida que unía Alexanderplatz, en Mitte, con Friedrichshain. Esta calle totalmente destruida, que hoy se llama Karl Marx Alle, fue un regalo al dictador soviético para su cumpleaños número 70.

Una mañana de otoño, más de 60 años después, la “primera avenida socialista de Alemania” es territorio de ancianos y cochecitos de bebé, como si todos los abuelos de Berlín vivieran ahí, en esa área algo solitaria, de veredas anchísimas y arboladas, un microbosque entre la puerta y la calle, olvidada por los turistas, sin demasiada vida nocturna. La monotonía de las construcciones no le resta encanto: por un lado, edificios prefabricados, camuflados detrás de árboles muy altos, un proyecto que encaró la RDA cuando se empezó a quedar sin fondos para completar el proyecto original de departamentos confortables, bien ubicados y arquitectónicamente clásicos para los trabajadores. Esos “palacios obreros” se construyeron en algunos tramos de la avenida y hoy siguen en pie. Después de la muerte de Stalin y en medio del proceso de destalinización que llevó adelante Nikita Khrushchev, la avenida cambió de nombre literalmente de la noche a la mañana: cuando los berlineses se levantaron el 14 de noviembre de 1961 la Stalinalle era la Karl Marx Alle y una estatua de cinco metros de Stalin había desaparecido. Con unos cuantos años bajo tierra, probablemente a Josef no le hubiera gustado saber que con el bronce de su estatua se hicieron figuras para un zoológico.

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