PERú > LAS ISLAS DE LOS UROS
Tejidos milenarios, islotes hechos de juncos y un turismo sustentable ya consolidado: crónica de un viaje a Puno y las islas del lago navegable más alto del mundo, donde perduran los saberes, los modos de vida y las artesanías tradicionales.
› Por Guido Piotrkowski
Fotos de Guido Piotrkowski
“Desde que sacaron a la Virgen en procesión comenzó a llover, y ha llovido casi una semana seguida. La gente en el campo está muy alegre con las lluvias. Si hay buena lluvia hay buenas cosechas, se pueden encontrar papas y productos a buen precio. Si no hay lluvias es todo caro”. Quien lo dice es Henry Choque, guía de turismo de la ciudad de Puno, ubicada en el sur de Perú, a 3850 metros de altura y a orillas del lago navegable mas alto del mundo, el míticoTiticaca.
La Virgen a la que se refiere Henry es La Candelaria, cuya celebración, la más grande de las fiestas populares del país, se da anualmente entre el 2 y el 8 de febrero. El día 2 es cuando laVirgen sale en procesión, inaugurando así la fiesta, que continúa con desfiles de danzas autóctonas en el que participan conjuntos de los pueblos rurales que rodean la ciudad. Los bailes que se ven en esta ocasión son danzas que sólo pueden apreciarse en esos poblados, danzas rituales agrarias. Una semana después, la celebración sigue con el concurso de danzas folklóricas, que se realiza el 7 en el Estadio Enrique Torres Belón, y un desfile callejero un día después, que colma las calles de la ciudad.
Antes del 2 de febrero las lluvias escasearon en esta región del altiplano peruano. Pero, como una bendición, la Candelaria trajo el agua, y tal como dice Henry, la gente del campo se puso feliz.
También lo están en las islas de la Reserva Nacional del Titicaca, un sitio Ramsar (categoría internacional para la protección de humedales), que es donde nos encontramos ahora. “Acá igual, si hay mucha lluvia, hay pescado por todos lados”, dice Isac, poblador de una de las 90 islas flotantes de los uros, que se yerguen frente a Puno, una ciudad de 500.000 habitantes donde los aguaceros y el sol se alternan sin previo aviso.
LOS UROS Desde la embarcación, poco antes de llegar a la isla, llama la atención un mirador muy particular: tiene la forma de un pescado gigante, y está hecho–como todo en estas aguas– del junco de totora. “Todas las islas tiene nombre, esta se llama pescado grande, porque a nosotros nos gustan mucho los pescados grandes”, dice Gladys, que está casada con Isac. Ambos nos reciben en su casa realizada en totora, el mismo junco que utilizan para hacer estas alucinantes islas que flotan y sus tradicionales embarcaciones.
“Mis abuelos eran doce, como los apóstoles –bromea, con timidez, y sigue–. Nosotros vamos a tener uno más”, asegura Gladys en la pequeña habitación que es su hogar,donde nos guarecemos de la lluvia, que ahora cae con ímpetu.La madre de Isac, que habla poco español, nos enseña sus bordados con motivos de la zona y ánimos de venta. Gladys e Isac tienen 30 años y un hijo que se llama Kenet, de ocho. Kenet está de vacaciones, por eso anda correteando por ahí, bajo el agua, pero cuando hay clases va a la escuela en otra isla. Para el colegio secundario y la universidad deben ir a la ciudad, apunta Gladys.
La población de uros, según el último censo, ronda los 2300 habitantes, y hay un 40 por ciento que vive en tierra firme. “Muchos rentan habitaciones para que sus hijos estudien. Vuelven el fin de semana y ayudan en las tareas, como cortar la totora”, explica Henry.
Los uros también se encuentran en Bolivia, pero allá viven en tierra firme. Su lengua, de la familia uruchipaya, casi se perdió por completo. “En Bolivia algunos conservan su dialecto, pero la mayoría por aquí hablan aymara –aclara Henry–. Son una población mestiza, hay matrimonios de uros con aymras y quechuas”. Es decir, que ya casi no hay pobladores que sean cien por ciento de la etnia uro.
Las islas que flotan no parecen moverse o desplazarse. Pero cada quince años deben volver a levantar una nueva, porque el junco se desgasta y comienzan a hundirse. Lo mismo pasa con las casas: hay que remplazar paredes y techos cada tanto. Un trabajo artesanal, en el que hay que tejer la totora con paciencia infinita y saber ancestral. “Demoramos un mes en levantar una casa –dice Daniel, otro poblador, mientras nos enseña su hogar–. El techo y la pared duran un año. Cada año tenemos que cambiarlo, porque se malogra con el sol, el clima. La isla también se hace en un año, poco a poco. Esta isla ya tiene 15 años, un poco nueva está. Puede durar 30, 35 años, después ya tenemos que hacer otra. La hacemos al lado, esta se hunde y iá”, cuenta mientras su hija dibuja.
Los uros subsistieron siempre en base a la totora y la pesca, aunque últimamente su economía es en base al turismo. Para practicarlo en forma sostenible dividieron el territorio isleño en dos sectores: la zona norte y la sur, que se turnan para recibir visitantes. Hoy, por ejemplo, toca el lado sur, al que llegamos navegando en media hora desde la costa de Puno. Para entrar al territorio comunal hay que pagar una entrada. Por otro lado, en la mayoría de las islas existe la posibilidad de hospedarse en las casas típicas, construidas especialmente para que los viajeros pernocten y tengan así la oportunidad de experimentar la forma en que se vive por aquí, flotando en el Titicaca, donde los pobladores enseñarán a pescar y a cortar el junco de la totora.
En cada una de las islas viven unas cinco familias. No hay energía eléctrica, pero desde hace años cuentan con paneles solares, que ellos mismo se financiaron gracias a la floreciente actividad turística. Los uros tienen una parte de su territorio comunal en tierra firme también, donde hay un cementerio, un colegio y la posta médica. “Para poder preservar sus tradiciones –explica Henry– las familias tiene una reserva comunal, el gobierno les ha reconocido un área donde ellos puedan estar o vivir, porque de acuerdo a nuestras leyes no existe la propiedad privada dentro del lago”.
PATRIMONIO DEL TEJIDO Antes del mediodía, justo cuando deja de llover y el cielo del Titicaca se vuelve diáfano, dejamos las islas flotantes y navegamos, cerca de una hora, hacia Taquile, una isla reconocida por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial por su arte textil.”Acá todos visten de manera tradicional, es una vestimenta que sólo se ve en la isla. Taquile es una de las pocas comunidades en la que tanto hombres como mujeres aún conservan su vestimenta”, explica Henry apenas atracamos en el muelle.
Las mujeresusan blusasrojas y polleras multicolores, cubiertas con faldas más amplias y de color negro; se cubren la cabeza con un manto también negro. Los hombres usan pantalones negros y camisa blanca con un chaleco encima, y una faja bordada. El chullo o gorro diferencia a los hombres casados de los solteros, y la forma en como se usa la cola del chullo señala si se tiene una u otra condición.
Al bajar, caminamos por un sendero cuesta arriba entre plantaciones de habas y quinoa, turistas que transitan y observan todo con asombro, sobre todo a los pobladores que cargan en sus espaldas aguayos coloridos y visiblemente pesados. Un hombre lleva un bulto de hojas de coca, y una mujer, anciana, uno lleno de polleras para la venta.
Taquile es una isla preciosa de 2200 habitantes, con terrazas de cultivo que la pintan de verde, y cuyo punto mas alto está a 4020 metros de altura, mientras que el lago está a 3800. En la plaza central, con una vista imponente al Titicaca –hay que decir que en realidad desde todos los rincones de la isla hay vistas imponente al Titicaca- están la iglesia, la municipalidad y el local de la cooperativa, donde se venden las artesanías, sobre todo los típicos chullos –que pueden ser de alpaca, oveja o vicuña– y las fajas. También son muy tradicionales las chuspas o morrales usados para llevar la hoja de coca. Los chullos los tejen los hombres y las fajas las mujeres. Cada familia tiene asignado un número asociado a su apellido en una lista pegada en la pared. Así reciben el dinero del producto que se vende en la cooperativa.
Acá, como en las islas de los uros, tampoco hay energía eléctrica, sino solar. Es muy complicado traer un tendido eléctrico, y la opinión de la población al respecto está dividida,según afirma Henry. “Algunas familias dicen que les sería de mucha utilidad la energía eléctrica, que pondrían sus talleres para armar las embarcaciones. Hay muy buenos maestros que trabajan la madera. Mientras que otros dicen que con energía, los más jóvenes pondrían bares y discos, y se perdería la cultura del lugar”.
Andamos a paso lento rumbo a la casa de la familia donde almorzaremos. En el camino nos cruzamos con pobladores, todos vestidos tradicionalmente, una mujer que pastorea sus ovejas y un nutrido grupo de músicos que se prepara para la fiesta del carnaval, a celebrarse al día siguiente. En Taquile, como en los uros, gran parte de la población vive directa o indirectamente del turismo, algo que no sucedía20 años atrás, cuando el sustento era la pesca, ganadería y agricultura. Hoy en día, muchos habitantes hicieron de sus casas restaurantes y alojamientos, además de la venta de sus tejidos, que a partir del reconocimiento de la Unesco se hicieron muy populares.
El almuerzo es en la casa de una de las tantas familias que montaron un restaurante. La vista al lago es impresionante, la sopa de quinoa y la trucha asada, exquisitas, y la atención, súper amable. Luego del almuerzo, nos mostrarán sus tejidos y danzas tradicionales, aquellas que son ritos para la Pachamama (madre tierra) y el Tata Inti (rey sol). Son bailes que piden por lluvias y agradecen las cosechas. Porque a pesar de los nuevos aires del turismo, la vida continúa como antaño, a merced de los dioses naturales que reinan en el Titicaca.
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