Domingo, 1 de febrero de 2004 | Hoy
BUENOS AIRES EL JARDíN JAPONéS
El Jardín Japonés es una muestra fiel del diseño milenario asiático y un espacio de contemplación para alcanzar el nirvana. Un activo centro de cultura japonesa abierto a toda clase de visitantes.
Por Julián Varsavsky
Desde hace por lo menos tres mil años, en Japón se practica el
refinado arte de diseñar jardines. A diferencia de Occidente –donde
siempre se los ha pensado como simples lugares de paseo– los jardines
japoneses tradicionales están concebidos como un ámbito para meditar.
Un jardín zen es un espacio para la contemplación, ese rasgo característico
del budismo japonés, que también puede centrarse en observar una
pintura o una caligrafía. Según esta filosofía, el acto
de meditar supone lograr la captación directa de la realidad, sin la
interferencia del pensamiento y el lenguaje, que alteran las percepciones más
puras e instintivas. Para realizar estos ejercicios que aspiran a mantener la
mente en blanco –y llegar algún día al nirvana–, hace
falta un ámbito de armonía natural y un silencio perfecto que
permita alcanzar profundísimos niveles de concentración. Para
esto, despojados de toda suntuosidad y rebosantes de simbolismo, se crearon
los jardines japoneses.
La ciudad de Buenos Aires tiene uno de los jardines japoneses mejor logrados
fuera de Asia. En un predio de dos hectáreas y media ubicado en el barrio
de Palermo, fue creado en 1967 un jardín que toma como modelo el diseño
zen, que generalmente se edifica como acceso previo a un templo. La razón
para construirlo fue un homenaje a la visita a Buenos Aires de los príncipes
herederos de la corona japonesa.
El simbolismo de los puentes. La imagen
emblemática del Jardín Japonés es un puente curvo de color
rojo denominado genéricamente taiko-bashi. Debido a su forma y sus bajos
peldaños resulta complicado de transitar y conviene hacerlo de costado,
tomándose de la baranda. El puente fue diseñado así porque
conduce a la “isla de los dioses y los tesoros”, y para un mortal
no debe ser sencillo llegar a los dioses. En esa isla hay una pequeña
cascada que representa el origen de la vida.
En otro sector del jardín hay un puente muy singular llamado yatsu-hashi
–puente de las decisiones– cuya forma en zig-zag deriva del ideograma
que simboliza el número 8. El puente es una especie de plataforma truncada
casi a ras del agua que, según la tradición, las personas deben
atravesar antes de tomar una decisión de peso en su vida. El puente conduce
a la “isla de los remedios milagrosos”.
La simpleza del bonsai. A lo largo de todo el Jardín Japonés hay innumerables especies de plantas, flores y árboles, tanto autóctonos como orientales. Allí encontramos bambúes, cerezos, ginko bilobas, pinos y plantas japonesas como la sakura, el acer palmatun y las azaleas. En los estanques llaman la atención los coloridos peces carpa de origen japonés (koi), que son tan atrevidos que basta con que una persona se acerque a la orilla para que saquen la cabeza abriendo la boca, cual perritos pidiendo de comer. En un extremo del jardín el Vivero Kandan suele ofrecer exposiciones de arbolitos bonsai, que también están a la venta. Antes de comprar uno se debe tener en cuenta que primero habría que hacer un curso de un día que ofrece el vivero. Un bonsai no es una planta modificada genéticamente sino un árbol al que se le cortan sistemáticamente las ramas y raíces para que pueda vivir sin crecer dentro de una maceta. Esta costumbre se originó en China hace unos dos mil años como un objeto de culto de los monjes taoístas. Mediante los rigurosos procedimientos del bonsai uno puede tener en un balcón, por ejemplo, una pequeña higuera, pinos, duraznos que dan su fruto en tamaño natural, olivos y cítricos. Pero si no recibieran su correspondiente cuidado morirían rápidamente. En el Vivero Kandan se venden árboles bonsai desde $ 12 en adelante, y un curso intensivo de un día donde se aprende a podarlos y trasplantarlos cuesta $ 35.
La ceremonia del té. Una vez cada tres meses se realiza en el Jardín Japonés el rito de la ceremonia del té. Se trata de una demostración gratuita a la que se puede asistir solamente a observar. El té fue introducido en Japón desde China en el siglo VIII. El consumo de matcha -te verde en polvo–, se extendió entre los sacerdotes zen a partir del siglo XV. Pero el arte del Chanoyu no es simplemente una forma refinada de tomar el té. Por el contrario, se lo considera el símbolo de una estética típicamente japonesa que busca la belleza en la sencillez y simplicidad. Incluso, el desarrollo de las fórmulas de cortesía cotidiana de la mayoría de los japoneses obedece sobre todo a los formalismo que se observan en la ceremonia del té.
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