Domingo, 24 de abril de 2016 | Hoy
CHACO > ARTE Y CINCELES 2016
Del 16 al 23 de julio, la capital chaqueña será tomada por un ejército de artistas intercontinentales para competir en la Bienal Internacional de Escultura, una insólita exposición escultórica que atrae a las masas aún más que el fútbol, un evento pensado para sembrar de arte duradero las calles de la ciudad.
Por Julián Varsavsky
Cada dos años Resistencia trastoca su calma pueblerina para convertirse en una gran feria de arte vanguardista a cielo abierto, que despierta pasiones casi futboleras y una popularidad aún mayor que el “arte de la pelota”. Según los organizadores, frente al escenario del cierre en la Bienal 2014 hubo 40.000 personas y a lo largo de las siete jornadas desfilaron unas 200.000. El Estadio Centenario, por su parte, tiene capacidad para “apenas” 25.000 personas, lo máximo que podría atraer un partido de fútbol.
Al observar a la distancia el predio de siete hectáreas donde los artistas trabajan a pleno sol, parece tomado por un grupo de obreros apuntalando los cimientos de un futuro edificio. Más de cerca, el espectáculo es parecido: once escultores de varios continentes sudan la gota gorda ante la mirada de miles de curiosos. El pequeño ejército de “obreros artísticos” se compone de hombres y mujeres con casco y antiparras de soldador –algunos con auriculares para no ensordecer- colocando al fuego trozos de hojalata; escultores de mármol con barbijo cincelan y taladran bloques inmersos en una nube de polvo que encanece al público (o pulen la piedra con amoladoras de disco que rechinan y chispean).
Este atelier colectivo a cielo abierto parece por momentos un taller metalúrgico y en otros una carpintería con sonidos superpuestos. También hay motosierras y compresores de aire que hacen su aporte visual y sonoro al caos creativo, donde desentona la simpleza de una mujer aborigen qom sentada en el suelo trenzando totora.
ARTE POPULAR El público asiste en masa a cada una de las siete jornadas de la Bienal, separados por una cuerda de los artistas en acción: el contacto con ellos es directo y el intercambio también. En tal circunstancia escultores de Siria, Japón, Turquía, Rusia, Colombia y Polonia han probado por primera vez el mate, el refrescante tereré y la suavidad gomosa del chipá en sus tres variedades: guazú, mbocá y cuerito. Cuando la barrera idiomática no lo impide, el público les hace preguntas e incluso sugerencias sobre el desarrollo de la obra. O debaten con el creador sobre la técnica y las herramientas utilizadas. Más de una vez algún chaqueño habilidoso para las manualidades y la mecánica se ha ido a su casa con la inquietud de algún artista, para volver al día siguiente a regalarle una herramienta diseñada durante la noche para facilitarle el trabajo creativo. Es decir que ese ida y vuelta ha influenciado más de una vez el desarrollo de las obras.
El público aspira el aroma de los materiales y acude en días sucesivos a observar el avance de las esculturas, a cuyo génesis asiste desde el momento mismo de la concepción. Algunos se hacen amigos o fans del artista y les hacen campaña por Facebook, ya que uno de los tres premios se otorga por votación popular. El otro lo deciden los niños y el tercero, en metálico, le corresponde a un jurado internacional sin argentinos, para evitar suspicacias.
El desarrollo de la Bienal se sigue al detalle en diarios y televisión. Los artistas de convierten en estrellas pop por unos días y los resistiencianos van tomando partido por cada uno. Al turco Kemal Tifan lo eligieron hace unos años por aclamación femenina como el sex symbol del evento. Y el francés Vincent Lievore se convirtió en el más querido por su locuacidad con el público mientras trabajaba (sabía castellano y así cosechó muchos votos). A un artista extranjero le ocurrió una vez que llegó tarde al lugar donde debía recogerlo el bus para ir a cenar: en medio de su desorientación, fue reconocido por un verdulero que muy presto lo llevó en su moto.
Lo que más sorprende a los extranjeros es que la mayoría firma autógrafos por primera vez en su vida, a veces en un fragmento de mármol desechado. Al terminar el festival los debates a través de cartas de lectores en los diarios acerca de la calidad de las obras se extienden durante meses. Y gente muy humilde es vista en cantidad por el predio participando de un encuentro donde opinan, votan, tocan las obras e interrogan a escultores llegados desde las antípodas de la tierra.
Los niños no solamente votan: tienen talleres de artes exclusivos. Y es común que se lleven pedazos de madera que encuentren por allí para hacer el intento en la casa. Eugenio Milani -tesorero de la Fundación Urunday que organiza el festival- cuenta que una vez oyó a una niña pequeña decirle a su mamá: “Vos votá por el francés y yo por el japonés porque me gustan los dos”. En los primeros años del encuentro, que se organiza desde 1988, los veredictos popular, infantil y oficial siempre diferían. Pero en los últimos años comenzaron a coincidir bastante los juicios de niños y críticos de arte (“el pueblo” y la academia siguen sin coincidir del todo). No es casual tampoco que en las escuelas artísticas de la ciudad la matrícula de inscriptos vaya creciendo año a año, al punto de alcanzar a las carreras más tradicionales.
Al séptimo día se devela el misterio en una ceremonia que es pura desmitificación del arte. El día anterior los artistas fueron autorizados a trabajar 24 horas seguidas si lo deseaban y la ceremonia se transmite por televisión: todo Resistencia y pueblos aledaños están atentos a los veredictos. Un gran escenario con luces y pantallas es el eje de la fiesta, que es también un festival de música folklórica con artistas como Soledad o el Chaqueño Palavecino. Entre la masa de decenas de miles hay debate, preferencias por el colombiano, el turco, el peruano, el japonés, el polaco, el francés, que es como se los reconoce. Hasta que acaba el suspenso: anuncian el ganador, éste celebra con una gran botella de champagne agitada hacia la multitud –cual campeón de Fórmula 1– y el cielo chaqueño estalla en un solo estruendo de 20 minutos con miles de fuegos artificiales.
Este año el motivo artístico sobre el que tendrán que trabajar los 11 artistas seleccionados, entre una terna de más de cien, se centrará en la idea del Equilibrium, “la tensión en reposo… el dorado punto medio, lo ecuánime, la proporción… un estado plácido de la belleza”. Los artistas serán de la Argentina, Alemania, Canadá, China, Ecuador, Israel, Japón, Irán, Rumania, Bielorrusia y Taiwán. Y el material de trabajo será el mármol travertino.
Foto: Gonzalo Pujal
ARTE URBANO Todas las obras del concurso deben ser donadas por el artista a la ciudad (tampoco se las podrían llevar por su tamaño). Entonces esas esculturas que la población vio nacer pasan a ser parte del paisaje urbano. Por lo tanto las personas saben quién es el autor, conocen su significado expreso y se convierten en custodios ante actos de vandalismo. Se cuenta incluso que durante los saqueos de 1989, la gente indignada y desesperada corrió en masa por entre las obras callejeras sin rozar siquiera una sola.
Que una ciudad de 400.000 habitantes tenga 615 esculturas de calidad instaladas sus calles no es un hecho fortuito. La fiebre de arte urbano comenzó a principios de los ’50 cuando un grupo de artistas introdujeron el cubismo y la abstracción plásticas para a sacarlas nada menos que a la calle. Si ese arte ya era escandaloso en las “capitales del arte” mundiales, mucho más lo era en la tradicionalista Resistencia: a los impulsores de esa iniciativa –congregados en el centro cultural Fogón del Arriero– los consideraban “locos”.
La filosofía principal de ese grupo de intelectuales se basaba en un antielitismo que planteaba la necesidad de que “el hombre de la calle aliviase su rutina entre obras hermosas, jardines y esculturas”, impulsando entonces la creación artística y su exhibición callejera. Aldo Boglietti y su esposa fueron el alma de todo aquello: querían combatir la apatía de la gente y cierto provincialismo desmovilizador
Resultado de la inmigración, los miembros del Fogón veían una falta de sentido de pertenencia urbana que podría contrarrestarse comprometiendo a las personas a hacer algo por la ciudad, embelleciéndola desde el punto de vista del arte: instaban –e instan hasta hoy sus sucesores– a que cada quien pinte o haga pintar un mural en el frente de su casa o bien instale una escultura. Ni la naturaleza ni la arquitectura han sido muy generosas con Resistencia, de allí la cruzada por acicalarla a través del arte. Y para concretarlo comenzaron regalando algunas de las obras del Fogón a aquellos dispuestos a cuidarlas frente a su casa. Luego hicieron acuerdos con empresas constructoras que aportaban el dinero para los materiales y Boglietti conseguía quien las creara.
Aquel vanguardismo que parecía fuera de lugar se tradujo hasta hoy en 615 esculturas y murales callejeros de gran valor artístico, y en una Bienal escultórica donde la abstracción es regla. Lo más curioso es que con un fino trabajo de varias décadas orientado a sacar el arte a la vía pública, esos persistentes hombres y mujeres dejaron de ser considerados “locos”: o en todo caso la locura se hizo popular, el estado natural de la mayoría.
Foto: Gonzalo Pujal
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