Domingo, 15 de mayo de 2016 | Hoy
SAN LUIS > AL PIE DE LA SIERRA DE COMECHINGONES
Merlo es sinónimo de microclima y descanso –sin prisa ni pausa– entre arroyos de aguas templadas, reservas naturales para apreciar la flora y la fauna, museos históricos y platos de la gastronomía regional. Una villa serrana que apunta a renovar su propuesta durante todo el año.
Por Nora Goya
Fotos de Nora Goya
Cortadera, Los Molles y Carpintería son tres pueblos que forman el corredor sobre la Ruta Provincial 1 por donde se debe pasar hasta llegar a Merlo, si se viaja a la villa puntana –en busca de su famoso microclima– en auto desde San Luis capital. Esa es una de las posibilidades, la que suelen elegir quienes tienen poco tiempo y quieren aprovechar la escapada al máximo: tomando un avión hasta allí y haciendo sólo el último tramo por ruta. La otra es realizar directamente todo el trayecto de 900 kilómetros por vía terrestre. El objetivo en todo caso es el mismo: Merlo, el lugar ideal para conectarse con la naturaleza y la historia de la región cuyana, gracias al clima seco y a la posibilidad de disfrutar de sus arroyos y vistas hacia las Sierras de Comechingones. Sin olvidar los barrios tradicionales, como Piedra Blanca, y su moderno centro comercial.
Es cierto que, en los últimos años, Merlo registró un gran aumento de la población permanente. Pero sigue siendo un lugar “para descansar entre sierras”, como coinciden tanto los visitantes como quienes la eligieron como lugar de residencia. Su desarrollo no pasó desapercibido, sino que fue la punta del iceberg para que la Universidad Nacional de San Luis organice el Primer Congreso Internacional de Turismo de Serranías. El evento –con el lema Construyendo espacios sustentables– se realizará del 7 al 9 de septiembre y convocará a profesionales e investigadores del turismo en regiones serranas.
BIODIVERSIDAD A pesar del crecimiento, el casco urbano de la villa –donde se dan cita turistas de todo el país, reconocibles por sus acentos y tonadas– sigue siendo un paseo tranquilo. Paso a paso, media jornada alcanza para conocer el centro, la plaza principal, la iglesia Nuestra Señora de la Merced, los museos, las ferias de artesanías y los locales de gastronomía regional.
Con sólo caminar algunas cuadras por la Avenida Norte se puede llegar hasta Piedra Blanca, una zona de casas antiguas y poco movimiento. A continuación, ya atravesado el barrio, se llega al arroyo donde el agua que baja desde la sierra corre, forma ollas y vuelve a correr entre las rocas. Por eso el lugar sirve de descanso y refresco para los turistas y la población local.
“En Merlo la gente está en contacto con su entorno”, asegura María, que teje con sin prisa y sin pausa con dos agujas, sentada en una silla a la orilla del arroyo. Ubicada entre dos cordones de sierras, la villa muestra lo mejor de sí en el clima: tiene una temperatura media de 20 grados y habitantes que aún miran la luna para anticipar las lluvias, que no superan los 800 milímetros anuales.
Si refresca, será la excusa perfecta para acercarse a los negocios de artesanías, donde se destacan precisamente los tejidos, además de los objetos de cerámica y madera que caracterizan a la región “en la punta de San Luis”, como suelen decir los responsables turísticos locales.
Lucía Miranda es la secretaria de Turismo y explica a Página/12 que se está trabajando justamente “en un plan de innovación, para diversificar y renovar la oferta. En Semana Santa se hizo una primera propuesta gratuita para los visitantes, ofreciendo por ejemplo senderismo con interpretación y observación de aves a través del Club de Observadores local, con la idea de que esto continúe a lo largo de todo el año. Nuestros productos turísticos se relacionan con una vuelta a la naturaleza: hay mucha oferta de alojamiento, pero tenemos que avanzar en multiplicar los paseos y actividades en un destino que ya se encuentra maduro”. De este modo, se trabaja con la “puesta en valor de los miradores, para disfrutar el paisaje desde otro punto de vista, y potenciando lugares como el parque temático de los comechingones y las visitas guiadas al casco histórico en pos de reforzar la identidad”. Además en esta temporada invernal Merlo apunta a tematizar la oferta turística con el Bicentenario, vinculando las acciones con ese aniversario histórico que coincide con el comienzo de las vacaciones en parte del país.
RESERVA Y TREKKING Otro recorrido imperdible es la Reserva de Mogote Bayo, administrada por la fundación Espacios Verdes. Se llega por un camino de curvas en ascenso por la sierra, donde existen hoteles y hospedajes de distintas categorías. A esta reserva, que posee 250 hectáreas de biodiversidad en flora y fauna, se accede -al igual que a otros paseos recreativos- con los micros de línea que salen de la terminal “vieja”, a pocas cuadras del centro urbano, y llegan hasta la entrada sobre la Avenida de los Césares. Desde allí también cabe organizar un trekking por un Vía Crucis de 14 estaciones. En alrededor de una hora de recorrido se habrá subido a dos miradores con vista panorámica de la ciudad y las Sierras de Comechingones, con su superposición natural de verdes. Completan el paisaje los campos sembrados y los ríos que abastecen a la villa.
Al arribar a la cruz de madera ubicada en la decimocuarta estación se alcanza un buen punto para observar a quienes practican parapente desde lo alto de la sierra y realizar avistamiento de cóndores, una especie en peligro de extinción que suele sobrevolar pausadamente estas alturas.
La última parte del recorrido, que finaliza en una cruz de metal, tiene mayor dificultad. También por eso los guías recomiendan, en este ascenso, “evitar el mediodía, ya que la vegetación es abundante pero de poca altura, por lo que no existe forestación que sirva de protección contra el sol pleno”.
Del Vía Crucis se puede descender por el sendero histórico cultural, donde se levantan una casa de 200 años de antigüedad que fue reconstruida y algunos corrales para la cría de llamas, traídas hasta aquí desde la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires.
A minutos del Vía Crucis se encuentra Rincón del Este, otro de los sitios para disfrutar los aromas y paisajes de la villa. Luego de pasar el arco que delimita la entrada, se pueden apreciar especies como el molle y la peperina, además de completar un recorrido por el arroyo -acompañados por un guía- hasta el Salto de Tabaquillo, que presenta una caída de agua de 15 metros de altura.
Como confirmando la vocación turística de la villa, incluso el chofer del micro de línea que tiene recorrido “hasta el rincón”, como le dicen en la zona, se toma el tiempo de explicar al pasar frente a un hotel que “es el más antiguo de Merlo”. Y a continuación da indicaciones para que los pasajeros aprecien el paisaje local e identifiquen lugares significativos.
Dentro de la reserva se ofrece avistar aves y practicar actividades de turismo activo como tirolesa, excursiones en camionetas 4x4 y ascensos hasta el filo de la sierra, a 2100 metros sobre el nivel del mar.
Mientras tanto, el chofer sigue: “El Valle de Conlara es uno de los más grandes de Sudamérica”, asegura cuando conduce a sus pasajeros ante el cordón serrano más alejado. El valle en cuestión tiene 120 kilómetros de extensión y es atravesado por el río Conlara, que tiene un particular recorrido de sur a norte.
En Cerro Áspero hay otro lugar interesante para quienes buscan ecos del pasado. Existía aquí un pueblo minero que tuvo su mayor actividad a mediados del siglo XX, cuando se extraía tungsteno para fundirlo con acero, volviéndolo más resistente. En aquellos tiempos familias enteras trabajaban en comedores comunitarios y atendían la enfermería y lavandería.
Luego del cierre de la mina y el fin de las actividades extractivas, Cerro Áspero se convirtió en un pueblo fantasma de caminos zigzagueantes que aún conserva la casita de control y las torres del cablecarril. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial este tipo de fundición se dejó de practicar, por lo que la empresa quebró y la mina fue abandonada. Pero aún pueden visitarse los cuartos de máquinas, las barracas para solteros y la zona de logística, sitios que permiten al visitante transportarse a los tiempos en que la mina funcionaba. Reacondicionadas en parte, las instalaciones se convirtieron en un refugio de montaña, que ofrece acampe y hospedaje a los visitantes.
POETAS Y ARTISTAS VISUALES “Estoy lavando mi alma / me estoy llenando de verdes. / El cielo claro ilumina / tierno verdor de setiembre”, dice el poeta Arturo Esteban Agüero en su Romancero Aldeano. El escritor nació en Piedra Blanca y vivió en la provincia de San Luis hasta su fallecimiento, en 1970.
Actualmente la casa del poeta fue convertida en un museo que vale la pena visitar. Sin ochava, la propiedad construida de adobe tiene cinco salas, una galería techada, un patio con aljibe y abundante vegetación. En las habitaciones hay muebles de la familia junto a la mesa de trabajo de Agüero, una máquina de escribir y la biblioteca personal del escritor. Su vida se reconstruye, desde la infancia hasta la vida adulta, a través de documentos, cartas y versos que intercambiaba con el chileno Pablo Neruda. Además se exhiben textos que acompañaban obras pictóricas, fragmentos de escritos y premios nacionales.
A pocos minutos, en otra de las propiedades de la familia Agüero, está en pie el Algarrobo Abuelo, una especie de más de 1200 años que fuera uno de los primeros árboles de la zona. De más de seis metros de altura, tiene ramas que salen del tronco, suben y luego se doblan hasta llegar al piso formando una figura que impone su presencia.
Al ingresar al predio un descendiente del poeta recibe a los visitantes, envueltos en el aroma de la vegetación que los transporta a los paisajes presentes en la poesía de Agüero. La propiedad se completa con senderos para recorrer puestos de venta de productos regionales hasta llegar a una zona de forestación natural.
Otra casa convertida en museo perteneció a la pintora Palmira Scrossopi y exhibe pinturas y esculturas de la artista. La vivienda, de ladrillos y tejas rojas, está ubicada en la Avenida del Sol, columna vertebral de la zona de galerías comerciales, bares de moda y restaurantes de comida regional e internacional.
CELEBRACIÓN CUYANA A pesar del crecimiento urbano, Merlo aún conserva huellas de la tradición cuyana, casas de adobe construidas en el siglo XIX, sulkies en los patios delanteros y fincas de nogales, vides y olivos administrados por varios miembros de una misma familia.
Las pulperías y peñas folclóricas se encuentran rodeando la plaza principal, la Avenida del Sol y calles adyacentes. En febrero se festeja en el balneario municipal la Fiesta Nacional Valle del Sol, en la que se presentan cantantes y grupos de folklore; y en agosto la Fiesta de la Dulzura, cuando los productores locales exhiben alfajores, chocolates y dulces regionales. El algarrobo y el chañar son dos de las especies milenarias que dan frutos para la producción de miel y dulces, además de brindar la madera para el trabajo de muchos de los artesanos.
Los morteros excavados en las rocas de los arroyos atestiguan la molienda de granos que realizaban los comechingones de la región, como quínoa, maíz y porotos, productos que aún son parte importante en la gastronomía local. Estos cultivos, así como la vida del hombre, son favorecidos por el aire limpio de la villa.
Además los vientos húmedos, que tienen elementos contaminantes, provienen del este y son contenidos por los 2000 metros de altura de las sierras de Comechingones. Estos antiguos macizos “despiden una carga eléctrica muy baja mientras liberan átomos de oxígeno que luego se transforman en ozono”, asegura Juana, que vivió toda su vida en Merlo y puede dar fe. Pero no es todo: también la presencia de hierbas aromáticas como marcela o llantén, en muchos de los senderos que recorren las sierras, permiten comprobar la pureza del aire a la par de las numerosas aves que aquí anidan y encarnan un sueño de libertad.
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