Domingo, 15 de mayo de 2016 | Hoy
MÉXICO > EL PASADO ESPAñOL Y EL MUNDO MAYA
San Cristóbal de las Casas, con sus tesoros arquitectónicos de ciudad colonial, y la selva sureña donde la naturaleza custodia las construcciones mayas, forman las contrastantes caras del sureño estado mexicano. Una naturaleza exuberante que no oculta las huellas de un pasado trágico.
Por Dora Salas
Fotos de Dora Salas
México, con sus culturas prehispánicas y su pasado colonial, impacta con fuerza particular en Chiapas, en el sur del país, donde una ciudad como San Cristóbal de las Casas deslumbra con edificios coloniales, y la selva guarda los secretos del mundo maya, sus palacios y leyendas. “Un México tremendo y sin destino, cuyo único camino parece un México dentro de otro México”, comenta una amiga psicóloga que acaba de recorrer turísticamente la zona. Su opinión lleva a pensar en el ensayo La conquista de América, el problema del otro, de Tzvetan Todorov, cuando afirma que “el deseo de hacerse rico y la pulsión de dominio, esas dos formas de aspirar al poder, motivaron el comportamiento de los españoles” y las destrucciones que cometieron.
“Nosotros no nos hemos repuesto nunca de la conquista”, afirma una mujer dueña de un restaurante, cuya trágica visión se completa con otra opinión tanto más cruda: “Somos descendientes de mujeres violadas”.
Como íconos de esos dos mundos que no protagonizaron un encuentro sino un cruento choque, aparecen hoy San Cristóbal de las Casas por una parte, y por otra las ruinas mayas. Entre ambos, el recuerdo de un pueblo que prefirió morir a rendirse.
EL PEÑÓN DE TEPETCHIA Se parte temprano de Chiapa de Corzo, una pequeña ciudad colonial ubicada a 15 kilómetros de la capital estadual (Tuxtla Gutiérrez), para visitar el Parque Nacional Cañón del Sumidero.
Los atractivos de la ciudad, que se conocía como Chiapa de los Indios a diferencia de la Chiapa de los Españoles (ahora San Cristóbal de las Casas) se remontan a la colonia, como la Pila o Corona del siglo XVI, fuente de estilo mudéjar que combina el arte andaluz con una cúpula renacentista y elementos autóctonos, y la iglesia de Santo Domingo, del mismo siglo.
Sin embargo, nada es comparable a la emoción que provoca recorrer en lancha el Cañón del Sumidero, una falla geológica abierta hace unos doce millones de años, de imponente naturaleza y donde aún vibra la resistencia del pueblo chiapaneco frente a los españoles.
El Cañón, cuya boca sur se encuentra en Chiapa de Corzo, tiene un acantilado de más de mil metros de altura sobre el río Grijalva y se abre en el embalse artificial de la presa hidroeléctrica Manuel Moreno Torres (Chicoasén). Por su grandiosidad y belleza en 1980 fue declarado Parque Nacional y en su extensión conviven caimanes, monos araña, halcones y garzas.
El paseo fluvial no se separa del recuerdo sobrecogedor de la batalla del Tepetchia (1534), en la que el pueblo se arrojó al vacío desde el peñón homónimo antes que entregarse al invasor español.
Se trataba de los chiapanecos que, provenientes de la provincia de Nicaragua, se habían asentado tiempo atrás en el lugar. Según la narración de Bernal Díaz del Castillo (Historia verdadera de la conquista de Nueva España), “al no poder vencer los chiapas a su enemigo invasor, los españoles y los indios que los apoyaron, prefirieron morir arrojándose del peñón de Tepetchia” en lo alto del Canón del Sumidero.
Por su parte Fray Antonio de Remesal (Historia General de Chiapa y Guatemala) refiere la resistencia indígena frente al capitán Diego de Mazariegos, y destaca que “pelearon hasta que no pudieron levantar los brazos y viéndose perdidos con sus mujeres e hijos se despeñaron por la parte del río que es altísima”.
Emociona imaginar la escena mirando desde el río el elevadísimo peñón y esa imagen acompaña durante el resto de la excursión, en la que la naturaleza muestra grutas y cascadas en un todo exuberante que en 2004 le valió la inclusión como sitio Ramsar, una convención sobre humedales de importancia internacional.
El parque es un sitio adecudo para el ecoturismo, la observación de flora, fauna y formaciones geológicas. Y el paseo en lancha se puede complementar con una excursión en auto por los cinco miradores del Cañón.
SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS Fundada en el valle de Jovel por Diego de Mazariegos en 1528, luego de derrotar a los pueblos originarios de la zona, la actual San Cristóbal de las Casas se llamó primero Ciudad Real de Chiapa y fue sede del poder español en la provincia de Chiapa, dependiente de Guatemala.
Con posterioridad se anexó a México, dejando de ser capital estadual en 1892. Su nombre actual se debe a que fray Bartolomé de las Casas fue el primer obispo de Chiapa.
Del período de esplendor español quedaron edificios de gran valor arquitectónico, como la iglesia de Santo Domingo (siglo XVII). Este templo, de barroco chiapaneco, muestra en su fachada ángeles indígenas, sirenas, guardas vegetales y otros elementos de decoración, y en su interior se destaca un púlpito de madera realizado en una sole pieza de roble.
También la catedral es una joya arquitectonica, que comenzó a construirse en el siglo XVI y tuvo algunas reconstrucciones. En su fachada barroca, en la que predominan los colores amarillo y blanco, presenta una abundante decoración con elementos vegetales y esculturas.
El Arco del Carmen (fines del s. XVII) es otro de los atractivos arquitectónicos: en estilo mudéjar, con planta cuadrada y bóveda octogonal coronada por una estrella de ocho puntas, es una construcción única en el país.
Toda esta magnificencia colonial se confronta con la fuerza de las poblaciones originarias que hasta ahora mantienen sus tradiciones y modos de vida. Así, a diez kilómetros de la elegante San Cristóbal, se encuentra San Juan Chamula, una comunidad tzotzil con centro comercial y religioso. Las artesanías, en especial tejidos bordados, el sincretismo de los rituales religiosos y las prácticas de sanación dan una idea aproximada de ese México que late con fuerza dentro del otro México.
Y para subrayar esta impresión, hay una farmacia de medicinas mayas y hasta un servicio de capacitación para comadronas y prácticas de sanación.
Desde San Cristóbal la selva húmeda y las ruinas mayas de Palenque son el portal de acceso al clima y las sensaciones de una realidad cuya profundidad en general desconocemos.
AGUA Y RUINAS Dos cascadas, Aguas Azules y Misol-Ha, crean una atmósfera mágica con su rumor y sus nubes en el corazón de la tupida selva tropical. El profundo turquesa de la primera, con desniveles, caídas y estanques, surge a 200 kilómetros de San Cristóbal.
El lecho calizo del río va formando escalones que dan origen a las cascadas y a piscinas y diques naturales. Y en ese paisaje sugestivo, para combatir el frío y la penetrante humedad nada mejor que unas tortillitas y un jarro de chocolate caliente, muy aguado pero confortante.
Mucho más adelante, a 20 kilómetros de Palenque, la cascada Misol-Ha (“barrida de agua”) atrapa con sus 25 metros de altura y la posibilidad de caminar detrás del manto de agua. Un centro turístico con cabañas y servicios permite prolongar la estadía en el lugar para observar a pleno su rica fauna y flora.
Ya inmersos en la selva tropical alta, la zona arqueológica maya de Palenque impresiona no sólo por cuanto se observa sino también por las ruinas que permanecen ocultas o protegidas por la naturaleza. Según estimaciones de hace una década, hasta ahora se ha explorado menos de un dos por ciento de la superficie total que tuvo la ciudad. El resto, más de mil estructuras, sigue bajo la tierra, en innumerables montículos cubiertos por la hierba. “Ahí abajo hay ruinas. La mayoría tal vez nunca se destape”, dice un lugareño sin aclarar si lo lamenta o lo reconforta.
Pero lo visible es impactante y habla de los conocimientos matemáticos y arquitectónicos de los mayas: el Templo de las Inscripciones, el Palacio, el Acueducto y el Juego de Pelota. El complejo, de 4,5 kilómetros de este a oeste y dos kilómetros de norte a sur, fue Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1987.
Palenque (“empalizada”), cuyo nombre original era Lakamha (“lugar de las grandes aguas”) muestra ahora pirámides y plazas cubiertas por la selva, pero al visitarla, recorrer sus plazas, subir y bajar las escalinatas empinadas de las construcciones, la imaginación comienza a recrear la vida de quienes la concibieron y habitaron.
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