CATAMARCA > TALLERES, HILADOS Y TELARES
Unos 300 kilómetros a lo largo de la tierra catamarqueña unen 50 puntos donde numerosos emprendedores locales revelan los secretos de un arte ancestral, que sigue vigente a la sombra de las altas cumbres cordilleranas. Es la Ruta del Telar que, entre montañas, valles y sitios arqueológicos, invita a abrirse al arte de abrigar.
› Por Sonia Renison
Fotos de Turismo Catamarca
Es atávico. La mano entra y sale y separa. Pone y saca. Va y viene. Con hilos, fibra y con lana. Las tejedoras, las teleras, los emprendedores textiles todos atrapan al visitante. Y luego una caricia sobre la tela que se va tejiendo en cada “pasada”. Y en esa suavidad, llega la caricia al alma. Será por la idea de protección, de abrigo, que se despierta admiración y convierte en objeto de deseo a cada pieza de tejido que, al final de cuentas, une tramas y urdimbres con lana. Y, sobre todo, une arte, sabiduría y experiencia.
Quizás por esta razón y por otras miles que llegan desde hace más de siete mil años de historia de toda la región andina, en especial del suelo catamarqueño, el recorrido de los pueblos y hacedores es la combinación perfecta para conocer la Catamarca profunda.
Para el doctor en Arqueología Fernando Morales Morales, las últimas investigaciones registraron que la domesticación de los camélidos americanos como la alpaca y la llama va de los 3500 a 5000 años, por lo que el hombre no sólo los utilizaba como animal de carga y para aprovechar su carne y cuero, sino también su lana. En ese contexto, el tejido “contiene un alto valor simbólico, asimismo marcaba la diferenciación social y la de grupos culturales, donde cada clase social llevaba un atuendo y cada grupo cultural o ayllu se diferenciaba por las ropas que vestía o lucía, camisetas o unko, ponchos, cumbis o túnicas, tocados cefálicos, gorros, vinchas”.
PRIMEROS PASOS Desde la misma capital, San Fernando del Valle de Catamarca –donde está el mercado artesanal en la Manzana del Turismo– se pueden conocer detalles y prendas de los distintos artesanos, incluso los que tejen con “symbol”, una variante del mimbre pero autóctono, cuya hoja es casi una cinta con la que se logran canastos y cestería de todo tipo. Sin embargo en cuestión de lanas, fibra e hilos son las teleras belichas (de Belén) quienes le dieron el apodo de Cuna del Poncho. Desde Santa María, la capital provincial de la arqueología, hasta Londres, la capital de la nuez, se puede visitar a medio centenar de tejedores y conocer las costumbres y formas de diseños, texturas y colores que son emblema de esta tierra. Tanto que hasta el papa Francisco recibió su poncho de la artesana Petrona Molina de manos de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, y hace poquito la esposa del actual mandatario, Juliana Awada, le obsequió a la esposa de Barack Obama una manta de vicuña realizada por Antonia Purificación Gutiérrez.
Para hacer este recorrido es indispensable bajar un cambio. En cada “posta” la gente trabaja y las hay de todo tipo. Algunos talleres están en casas particulares y otros en complejos junto a un río; también está el caso de la cooperativa Las Arañitas Hilanderas en Belén, que se estableció hace cinco años pero está unido como grupo desde la crisis de 2001. Sus 23 integrantes trabajan con telares, con manualidades y textiles de diseño, porque desde bijouterie hasta escarapelas de fieltro se pueden encontrar dentro de la sala de exhibición que recibe al visitante. La presidenta es Rosa Vega y es ella misma quien conduce dentro de la casona, donde las artesanas trabajan y uno puede conocer en detalle todo el quehacer, el teñido y la forma de “amasar” el vellón hasta que se forma el “fieltro”, con el que se diseñan desde señaladores con forma de llamitas hasta sombreros y polleras. Almohadones, mantas, ponchos y pompones de adorno –o como llaveros– son parte del universo creativo.
Entretanto, en Santa María, es junto al río donde doña Manuela Escalante y sus hijos desarrollaron el emprendimiento Telar de Suriara, que es una propuesta integral porque uno de sus hijos, Armando, trabaja con su cabaña de llamas, que compite con otros productores cuando se realizan las rurales y se premia la genética de estos camélidos. Al recorrer el predio bajo los algarrobos aparece el “merendero”, porque uno puede quedarse por la tarde a merendar y conocer el manejo de los animales. Algunos de ellos permanecen en su corrales y son curiosos; se acercan al visitante y puede ser incluso que se acerquen demasiado. El río está ahí nomás: si el clima lo permite, se puede bajar a ver el paisaje verde mientras Doña Manuela muestra cómo teje en su telar “criollo” montado bajo una enramada y clavado en el suelo de tierra barrida. Todo está impecable por acá y el año pasado la novedad la dio Pedro Escalante, quien munido de un telar circular tejía sin cesar una tela redondeada que terminó siendo un almohadón enorme y redondo, gordo, de miles de colores. Medias individuales para la mesa, bufandas, mantas y guantes: si los hay de llama aproveche; son los únicos que abrigan en el norte argentino.
ARQUEOLOGIA Y TELAR Londres, donde el recorrido imperdible lleva hasta el sitio arqueológico El Shinkal, tiene un centro de interpretación ultramoderno. Su guía de sitio, Rosita Nievas Ramos, le contará mil historias en torno a este sitio. Pero además sabe de todo: para qué sirven el “inkayuyo”, que es una hierba digestiva, y la “maravilla”, con la que se hace una infusión que hace bien para las dolencias del hígado. Y si escucha un sonido parecido a un golpeteo, no se asuste: Rosa le mostrará que se trata de los ultu tucus (tucu tucu) una especie de cuis que hace ese sonido desde sus cuevas, unos huecos en la tierra.
Aquí también hay que ir despacio para comprender la construcción de la kallanka o plataforma ceremonial de los tiempos de los incas. Muy cerquita, entre las dos plazas de este pueblo que está erigido a lo largo y recorrido entero por la mítica Ruta Nacional 40, en la Calle del Señor está Selva Díaz, quien junto a sus hijos y sobrinos ha desplegado en el patio de su casa una verdadera industria del telar. Unos cinco telares montados aguardan a sus hacedores, quienes tal vez durante la visita estén en los fondos, con el teñido de las lanas. Marcelo Helguero es su hijo y hace como diez años –recuerda Selva– les dijo: “A poncho entero unos cuatro mil pesos” (hoy unos 25.000). De esta forma, hasta los domingos desde temprano los chicos tejían y lograban dos cuestiones: obtener su salario y mantener la técnica y cultura vivas. Lo cierto es que desde el teñido con técnicas naturales, como se hacía antiguamente, o con anilinas, uno puede ver todas las opciones en vivo y en directo. Se hierve el ovillo y se lo mantiene así revolviendo con un palo para que tome bien el color, en una olla de metal gigante. Luego se lo tiende en sogas al sol para que afirme el tono y ya casi está listo para empezar a tejer. También aquí se puede ver el producto del trabajo y cada familia o hacedor tiene su impecable etiqueta que designa al autor de la prenda.
En la última Fiesta Nacional e Internacional del Poncho, que se realiza cada julio en la capital catamarqueña y donde recalan cerca de 700 artesanos, se distinguió el diseñador textil Atilio Páez por la línea de ropa que lanzó al mercado. Desde botas tejidas de estilo texano, pero con tela hecha en telar, hasta un vestido de novia tejido, también, en telar. Hombres hay muchos entre los hacedores textiles, como Ramón Baigorria, quien junto a Graciela Velazco tiene diseños de mantas de colores fuertes en bastones –algo muy exclusivo– y sobre todo prendas que llegaron hasta París. En esta fiesta, que cumple 46 años, también Guillermina Zárate se luce con sus prendas de vicuña que han recorrido el mundo, y se eligió a Zulema Gutiérrez como el mejor poncho de 2015. Un premio que un año antes había ganado Francisca Borja Domínguez, de 88 años, quien contó que teje desde muy chiquita y hasta les confeccionó un poncho a los Hermanos Avalos, además de tener 12 hijos, 52 nietos y 42 bisnietos.
Belén, Corral Quemado, Hualfin, Puerta de Corral Quemado, Puerta de San José, Pozo de Piedra, San Fernando y Villa Vil completan el circuito de localidades que, si comenzó en la capital, también debe agendar La Casa de la Puna, donde hay un mercado artesanal, un bar de comidas regionales y talleres de capacitación para aprender sobre el huso, la rueca, el telar y el hilado. La única fábrica de alfombras artesanales queda muy cerca también del centro y hasta le pueden armar una visita guiada para completar el circulo de los textiles y la historia catamarqueña. Y de América.
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