Domingo, 22 de mayo de 2016 | Hoy
CANADÁ> VIAJE A LOS JUEGOS DEL ’76
Cuando aún se estaba lejos de las retransmisiones deportivas globales las 24 horas, una adolescente rumana dejó a medio mundo con la boca abierta mirando su desempeño en las instalaciones olímpicas de la ciudad francófona, escenario hace cuatro décadas de la impresionante proeza de Nadia Comaneci.
Por Graciela Cutuli
Desde el 1° de junio, Montreal vivirá una ola de nostalgia. Es el día de la inauguración de la muestra Souvenirs de 1976 (Recuerdos de 1976), que evocará los Juegos Olímpicos de ese año. Los mismos que pasaron a la historia gracias a la inolvidable prestación de Nadia Comaneci, la entonces pequeña gimnasta rumana. La exposición convoca al público a visitar los sitios donde se llevaron a cabo aquellas Olimpíadas: a pocos días de la ceremonia de apertura de Río 2016, este viaje en el tiempo para aterrizar 40 años atrás ya promete ser otro de los grandes eventos de la temporada.
MÁS QUE PISA El lugar donde la jovencísima Nadia conquistó por primera vez en la historia 10 puntos –el inédito puntaje perfecto para una gimnasta– era el Forum de Montreal, un histórico edificio polideportivo muy conocido porque allí se entrenaba el equipo de hockey profesional local. Con los años, fue reconstruido y hoy es el Forum Pepsi, una sala de espectáculos por donde pasaron (y pasan) los principales artistas de la escena mundial.
Pero más allá de las competencias de gimnasia, la torre inclinada del Parque Olímpico fue el monumento que se convirtió en símbolo de la ciudad; es de alguna manera su Torre Eiffel, y sobresale enseguida por encima de la trama urbana del barrio de Hochelaga. Por lo menos así se la ve desde los observatorios del Mont-Royal, la colina que surge en el centro y fue acondicionada con senderos de paseo y terrazas panorámicas.
La construcción, que alcanza los 165 metros, es la más alta del mundo en inclinarse de semejante modo, como se anuncia con orgullo en los folletos de Montreal. No hay que decir a un lugareño que es como la de Pisa: replicará enseguida que la suya tiene una inclinación de 45 grados, mientras la italiana sólo alcanza cinco.
Lo cierto es que desde abajo se la ve muy inclinada, y esa pendiente se siente más todavía al subir por el funicular. Durante el ascenso, que dura unos dos minutos, no hay que preocuparse por la sensación de caída: la explicación lógica a esta ilógica situación reside en la relación de las masas de sus distintos tramos y en una base subterránea de 145.000 toneladas de concreto. Arriba la vista es como un panorama gourmet, ya que recibió tres estrellas de las guías Michelin por su belleza. Se ve el Mont-Royal, por supuesto, pero también buena parte de la ciudad y el ancho cauce del río San Lorenzo.
La torre inclinada domina el Estadio Olímpico, un complejo donde se encuentra también la pileta que sirvió para los Juegos de 1976. Tiene la particularidad de tener un piso modulable en altura para regular la profundidad del agua.
En inglés ese estadio se conoce como The Big O, por la forma que dibuja su plano. En realidad sería más bien un Big Q, ya que la torre le agrega una suerte de “colita”. Está en el centro de un predio que se ha convertido con el tiempo en el polo de los deportes y entretenimientos de Montreal.
Desde junio a septiembre, se podrá ver allí mismo la parte principal de la exposición dedicada a recrear las hazañas de Nadia Comaneci, Klaus Dibiasi, Alberto Juantorena y los hermanos Spinks. La muestra se llama L’Experience Olympique y permite revivir con noticias y anécdotas las competencias y la vida de los atletas, para recordar aquel evento en toda su intimidad. El flujo de nostalgia se entiende mejor cuando se sabe que aquellos Juegos y la Exposición Universal organizada unos años antes marcaron para Montréal su entrada en el seno de las grandes ciudades del mundo, corriendo por fin a Canadá de la sombra que proyecta su gran vecino. Además en aquellos años Quebec terminaba de vivir un proceso conocido como la Revolución Tranquila: fue durante los ’60 y comienzos de los ’70, cuando la sociedad vivió una auténtica transformación que la hizo salir del dominio de la Iglesia Católica, reorganizando la educación de sus hijos, lanzando grandes obras públicas y creando un Estado del bienestar a nivel provincial que continúa hasta hoy.
AL SAN LORENZO A un par de cuadras del estadio y su torre, la Maison de la Culture Maisonneuve recibe la segunda parte de la muestra. En esta Casa de la Cultura se ha creado un espacio dedicado a las obras y la transformación urbana de Montréal que fueron necesarias para recibir las Olimpíadas.
No sólo se repensó el barrio de Hochelaga para construir las instalaciones: hubo que transformar los transportes y crear una nueva organización urbanística. Hasta se llegó a reformar el litoral fluvial. Durante años, Montreal fue una gigantesca obra y es lo que se quiere recordar también a través de la parte de la exposición.
Una década antes la ciudad ya había tenido otra tanda de obras para recibir la Exposición Universal de 1967. La perforación de los túneles del subterráneo generó suficiente tierra y material como para crear la isla artificial de Notre-Dame –en el río San Lorenzo– que fue sede del evento. Junto con otra isla, Sainte-Hélène, forma actualmente el gran parque Jean-Drapeau, conocido por los seguidores de la F1 porque allí se corre el Grand Prix de Canadá. Ese predio también tiene un vínculo con los Juegos Olímpicos, ya que fue sede de varias competencias náuticas. Para recibirlas hubo que destruir la mayor parte de los pabellones de la Expo, aunque algunos se conservaron: entre ellos el de Francia (hoy un casino) y Estados Unidos (un Museo del Medioambiente). Las islas heredaron de los Juegos un estanque olímpico: es el más grande de América del Norte y sigue recibiendo competencias de remo, canoa, kayak y otros deportes acuáticos.
Cuando no hay campeonatos o carreras de automóviles, el parque es un lugar de paseo al que se puede acceder en subte (gracias a un túnel que pasa por debajo del río). Sobre todo en verano, aunque en invierno el hielo y la nieve lo hacen atractivo para otros tipos de deportes. Desde sus orillas hay buena vista sobre la skyline del centro financiero de Montreal y los muelles de su puerto histórico, que vive desde hace algunos años un proceso de transformación y está convirtiéndose poco a poco en un polo gastronómico y de diversión.
VISITA EN LA VISITA De regreso en el complejo olímpico de Hochelaga, falta ver la tercera parte de la exposición Souvenirs de 76. Está en el Museo Dufresne-Nincheri, que ocupa lo que se conoce como el Castillo Dufresne y se encuentra enfrente del estadio, cruzando una avenida. A pesar de su nombre, no se trata de una mansión histórica que se remonta a los tiempos de la colonia francesa, sino que fue construido a principios del siglo XX por los hermanos, Oscar y Marius Dufresne. Es un recuerdo de la época del Montréal de los magnates, cuando la ciudad era la puerta de entrada a Canadá desde Gran Bretaña y la costa de Nueva Inglaterra. Durante las décadas siguientes fue desplazada por Toronto, más cercana a los Grandes Lagos y las ciudades industriales del centro de Estados Unidos. Actualmente, este eje se ha desplazado nuevamente y es Vancouver la que gana influencia por su posición sobre el Pacifico, en relación directa con los tigres asiáticos, China y Japón.
El Museo Dufresne-Nincheri termina la visita con una muestra que detalla y explica la arquitectura del Parque Olímpico. Es otra manera de aprehender la torre y las demás instalaciones, desde su conceptualización hasta su construcción. Allí mismo se pueden ver las distintas opciones propuestas pero no adoptadas.
Y aunque sea el final de la muestra, no hay que irse de la zona sin conocer el segundo complejo incluido dentro del predio olímpico. Durante estos últimos años la red Espacio para la Vida fue sumando varias instituciones que se ocupan parte de las antiguas instalaciones deportivas: es el caso del Biodôme, en lo que fue el velódromo olímpico. Bajo su enorme estructura se han recreado cuatro ecosistemas americanos: la selva tropical húmeda, el bosque canadiense, el golfo del San Lorenzo y los polos. Cada uno ha sido reconstituido con sus plantas y animales, de modo que es el lugar donde se tiene la garantía de ver castores y mapaches durante una visita por Quebec. En las inmediaciones están el planetario, el insectario (para quien no sufra de aracnofobia u otra entomofobia) y sobre todo el botánico, que tiene un sector dedicado a China con espectáculos de luces al atardecer.
Frente a este show, y girando apenas la cabeza, hay otro espectáculo para no perderse: es cuando la torre olímpica se va iluminando por la noche. Como una flecha de luz, parece querer lanzarse hacia las estrellas, tal vez en busca de algún record olímpico.
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