Dom 29.05.2016
turismo

JUJUY > YAVI, EL PUEBLO DE ADOBE

Un oasis en la Puna

A media hora de La Quiaca, Yavi es un mundo aparte en el árido paisaje de las alturas jujeñas. Una iglesia rodeada de soledad, la inédita historia de un marqués, paisajes montañosos para dejarse llevar a una caminata sin fin y una larga serie de visitantes fieles que vuelven una y otra vez en busca de descubrir el secreto de su íntimo encanto.

› Por Nora Goya

“Yavi no se apiña sino se desparrama. Sus callejas suben y bajan en torno de un campanario. Tapias terrosas, casucas terrosas, enmarcan el paso de la majada de cabras, de los burros cargados de leña. De día –en la época en que la visité– la tumba el calor, pero refresca de noche, y entonces se encienden sobre su paz las estrellas más deslumbrantes del mundo”. Así describía Manuel Mujica Lainez, en 1968, la imagen de este pueblito ubicado a dieciséis kilómetros de La Quiaca, donde vive un puñado de almas rodeadas de soledad.

Pero Yavi no sólo se distingue por una ubicación geográfica remota, calificación posible sólo si el parámetro son las grandes ciudades. Cuentan las crónicas que aquí mismo existió, en el siglo XVII, el único marquesado que tuvo la Argentina, cuando la región aún estaba lejos de ser el escenario de numerosos combates durante la lucha por la independencia.

El bus de la compañía El Yaveño se acerca al pueblo, situado a pocos kilómetros de la ciudad fronteriza de La Quiaca.

PUNTO DE PARTIDA El viaje para llegar a Yavi comienza en La Quiaca, desde donde se toma la RP 5, cuyo recorrido fascina por la cercanía con el cordón montañoso de Los ocho hermanos. Como sólo existen dos servicios por día del bus conocido como El Yaveño, la mejor opción es el remise, compartido con otros visitantes que no posean auto propio. Luego de 30 minutos se llega a una rotonda y la entrada al pueblo, levantado como un oasis en medio de la aridez del paisaje jujeño.

La Avenida Senador Pérez es la columna vertebral del caserío. A ambos lados la mayoría de las construcciones están realizadas en adobe –que brinda un ambiente fresco en verano y cálido en invierno– con techo de paja, barro y caña. Muchas de ellas funcionan como alojamiento, comercios, despensas y quioscos sólo durante la temporada alta de turismo, entre diciembre y marzo.

“Una vez que finaliza el boulevard en medio de la avenida, doblando a la izquierda se llega a la capilla de San Francisco”, señala uno de los viajeros que llegaron a Yavi con la intención de estar dos días y se quedaron un mes envueltos en la mística del pueblo. Esta iglesia de apariencia sencilla aún mantiene su arquitectura original desde 1690, cuando se terminó de construir. Sobresale por el púlpito, los altares y retablos cubiertos de láminas de oro, así como los cuadros y esculturas realizados en madera con las figuras de de San Francisco, San Juan Bautista, San José, Santa Ana y San Joaquín. Estas obras fueron traídas especialmente desde Cuzco para la iglesia de Yavi.

Luego de visitar la iglesia y atravesar el pueblo, en ciertas horas totalmente solitario, se llega hasta el río Yavi. Caminando por las orillas es habitual cruzarse con los residentes, que en muchas ocasiones hacen de guía ya que es muy fácil perderse para quienes no conocen la zona. Además de tener un recorrido de varios kilómetros, el agua templada del río sirve de refresco para las altas temperaturas del verano y desemboca en una cascada que convierte a la zona en un auténtico respiro dentro de la aridez de la región. Las orillas, donde crece forestación natural, revelan pinturas rupestres de vivos colores sobre grandes rocas. Esta zona es ideal para quienes quieran realizar largas caminatas con el acompañamiento del sonido de los pájaros y para realizar distintos senderos de trekking por los cerros.

Muchos de los viajeros que recorren esta parte del territorio jujeño quedan envueltos en el paisaje casi onírico que encierran los cerros de la Puna y los ecos de la historia de los pueblos originarios. Huella de esta herencia cultural andina son las coloridas flores y guirnaldas en las tumbas de los cementerios, así como las apachetas de distintos tamaños que se encuentran en zonas elevadas. Al igual que en otros pueblos del norte argentino, al pasar por Yavi los caminantes dejan en estos montículos de piedra, de forma cónica, hojas de coca, bebidas y otras ofrendas a la Pachamama, a cambio de salud y protección para continuar su recorrido. Para los que se detienen, y para quienes llegan de paso tras viajar por la Quebrada de Humahuaca, Yavi es uno de los últimos pueblos de la Argentina antes de cruzar la frontera con Bolivia.

Vista desde el alto en las afueras. Apenas un puñado de viviendas, algunas de las cuales se abren como hospedaje en temporada.

MARQUESADO Y BIBLIOTECA Yavi fue el lugar de residencia del marqués Juan José Feliciano Fernández Campero, único caso de un miembro de la nobleza española que combatió desde 1813 en las Guerras de la Independencia. Campero fue tomado capturado por tropas realistas en la batalla de Yavi, el 15 de noviembre de 1816, y murió en Kingston, Jamaica, cuando estaba siendo trasladado como cautivo a España.

Frente a la capilla San Francisco aún existe la Casa del Marqués. Esta antigua edificación de adobe con un patio empedrado se puede visitar: aquí funciona el Museo Histórico, con mobiliario que perteneció al marqués y su familia, piezas artísticas y objetos cotidianos. En una de las doce habitaciones de la casona se despliega la Biblioteca Bernardino Rivadavia, cuyos libros atestiguan la historia de la región y sus batallas independentistas.

Pero no es todo: en los jardines de la Casa del Marqués funciona también un camping, instalado prolijamente en medio de los sauces y olmos del lugar. Este tipo de alojamiento se suma a otros de distintas categorías, como hostels y hosterías, que se pueden encontrar en Yavi. Siempre y cuando sea temporada alta.

El cementerio local, con las típicas flores artificiales que enfrentan la aridez infinita del paisaje de altura jujeño.

YACIMIENTOS ARQUEOLOGICOS “Hace siete años que conocí Yavi y siempre vuelvo”, sostiene Paloma, que es fotógrafa y rememora su primera llegada al pueblo. “Estaba en la terminal Humahuaca cuando un hombre me comentó sobre Yavi y decidí venir con la mochila de mano y una muda de ropa. Me enamoré para siempre de este pueblo, por eso siempre vuelvo. Vine sola, con amigas y con parejas”, agrega.

Como la mayoría de la gente que llega hasta aquí, también Paloma hizo muchas de las caminatas posibles por los cerros que rodean a Yavi, visitando pueblos cercanos como Yavi Chico, en la región conocida como El Angosto, cerca de la frontera con Bolivia. Se llega por un camino de tierra de cuatro kilómetros, para encontrar las primeras construcciones de un conjunto de casas de adobe cuyos dueños se dedican a actividades ligadas de distinta forma a la agricultura y ganadería de la región, como la cría de llama o vicuña. Este poblado está rodeado de yacimientos arqueológicos y otras huellas de la presencia de poblaciones originarias: entre ellas se destacan las grandes pictografías sobre formaciones rocosas.

Además, en Yavi Chico existe el Museo de Antigales, que cuenta con piezas arqueológicas recogidas y donadas por los habitantes de la zona “para evitar que los arqueólogos y los visitantes se lleven estos objetos”, según aseguran en la región. Otro de los yacimientos cercanos es el de Terraza Alta, conformado por un conglomerado de sedimentos arenosos, arcillosos y canto rodado.

Y hacia el sur de Yavi, la Laguna Colorada –al pie de los cerros de Los ocho hermanos– además de ser un espejo de agua cristalina, ideal para disfrutar de los días de alta temperatura, tiene pinturas rupestres que forman petroglifos representativos de los pueblos primitivos en una de las paredes formadas por rocas. Los habitantes de otros tiempos dibujaron figuras humanas, llamas, espirales y escenas de la vida cotidiana a lo largo de 300 metros, dejando un testimonio imperecedero para las generaciones futuras.

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