Dom 29.05.2016
turismo

CUBA > DE MATANZAS A LAS PLAYAS TROPICALES

La Atenas cubana

En la costa norte del occidente cubano es la cuna de mambo y el danzón, y su museo farmacéutico es la última muestra completa en el mundo de una botica francesa del siglo XIX. Una ciudad de puentes y canales fluviales frente a una bahía, a 33 kilómetros de Varadero, con una moderna sede del cabaret Tropicana.

› Por Julián Varsavsky

Fotos de Julián Varsavsky

Centenares de farmacéuticos y estudiosos de la historia de la farmacopea han venido a Cuba en el último medio siglo para curiosear en la “última botica francesa del siglo XIX existente en el mundo”. Es decir: llegan desde los lugares más remotos –incluso Francia– para visitar una farmacia que en 1964 fue convertida en museo de la ciudad de Matanzas, a 100 kilómetros de La Habana.

El 1° de enero de 1882 el doctor francés Ernesto Triolet instaló su farmacia frente a la Segunda Plaza de Armas en Matanzas, en una excelente muestra de la arquitectura doméstica neoclásica del siglo XIX, con un patio central encerrado por tres plantas: en la superior vivía la familia. En la fachada aún se enciende cada lunes, histórico día de guardia de esta farmacia, un farol que es una suntuosa pieza de herrería inglesa con incrustaciones de vidrio coloreado.

En el interior permanecen sus estanterías de cedro sosteniendo una calculadora manual, albarelos de porcelana francesa y frascos de cristal de factura norteamericana multicolor. Estos recipientes son obras artesanales –algunos también de cerámica y opalina– de color blanco con hermosos diseños policromados a mano en los que se leen nombres como lúpulo, raíz de belladona, triaca magua, hojas de acónito, laca amarilla, copal y anís estrellado. Antiguos frasquitos aún contienen las coloridas esencias que daban un sabor agradable a los remedios.

En las dos esquinas del mostrador de madera y mármol hay un ojo de boticario, pequeños armarios para guardar barbitúricos, calmantes poderosos y sustancias peligrosas que no debían estar al alcance de ningún lego y al cual el boticario nunca debía “el ojo” de encima.

En la segunda sala está la mesa dispensarial diseñada por el Dr. Ernesto Triolet, cuyos planos se exhiben en el museo. La parte superior de la mesa fue hecha de dos piezas de jocuma amarilla: mide 5,51 metros de largo, 1,02 de ancho y 0,95 de alto. El mueble posee portafrascos y portaetiquetas giratorios, 32 cajones, un guarda-aserrín, portallaves y dos tablas auxiliares para preparar medicamentos. Allí se exhiben moldes para elaborar supositorios, óvulos vaginales y toallas sanitarias femeninas, un mechero, morteros de mármol y un prensacorchos con forma de caimán: hasta 1900 todo se tapaba con corcho. En la pared un cartel anuncia la efectividad contra el asma y el catarro del jarabe Triolet Café-Compuesto.

Detrás del patio está el laboratorio intacto con su horno de ladrillos, calderas para hacer ungüentos y ánforas para almacenarlos, prensas para extraer el jugo de las plantas, trituradores, alambiques y lixiviadores de planchas de bronce. Además hay una balanza de bronce con mármol y miles de etiquetas de cristal y papel con nombres como aceite de alacranes, de hígado de bacalao, de ricino y de abeto, agua cal de azahar, alcohol de romero, jarabe de brea, de hormigas y de ipecacuana (un vomitivo), harina de linaza, polvo de ciervo, crema de miel rosada, cascarilla de huevo y un Bálsamo Tranquilo. Y llama la atención el herbario con muestras de plantas medicinales, ya que el Dr. Triolet fue un estudioso de sus propiedades curativas e incluso exportaba medicamentos a España, Francia y Estados Unidos, habiendo patentado recetas, como un “remedio infalible para los callos”. Once de ellas fueron premiadas en la Exposición de París de 1900 (en esa ciudad murió al poco tiempo de pulmonía).

Esta completísima muestra de la farmacopea francesa del siglo XIX incluye libros de farmacia y medicina, química y botánica en español, inglés, francés y alemán. En 55 tomos encuadernados está el registro en tinta de hierro y nuez de agalla de cada receta incluyendo la fórmula, el precio, la fecha y el nombre del médico. Entre 1882 y 1900 se ejecutaron 212.000 fórmulas magistrales.

El hijo de Triolet siguió los pasos de su padre en la ciencia galena y se hizo cargo de la farmacia hasta que en 1964 se la convirtió en museo, donde siguió trabajando a cargo del legado de su padre. Dice la leyenda que, si bien la clientela eran las familias más ricas del país, para los más pobres no se accionaba la aparatosa caja registradora que aún decora el mostrador, un gesto valorado por los matanceros.

Puentes de hierro, autos antiguos y palmeras componen las escenas matanceras.

CIUDAD ATENEICA Los viajeros suelen visitar de pasadita la ciudad de Matanzas al viajar entre La Habana y Varadero. Otros la exploran de manera minuciosa con una excursión, escapándole por un rato a las mieles del hotel all inclusive frente al mar. Esta ciudad de 148.000 habitantes, surcada por dos ríos y con 29 puentes, tiene una arquitectura monumental en majestuosa decadencia, resultado de su esplendor azucarero del siglo XIX.

Matanzas fue fundada en 1693 y mantiene hasta hoy su cuadrícula rodeando la Plaza de Armas, de acuerdo al modelo urbano de las “villas de Indias”. Pero fue su industria azucarera con una alta concentración de esclavos la que le dio peso en el mapa. Así desarrolló su suntuosa arquitectura neoclásica y también una vida cultural floreciente que produjo grandes literatos, científicos y músicos. Su bohemia intelectual originó otro de los sobrenombres de la ciudad: la Atenas de Cuba, un mote bien puesto si se considera que la antigua Grecia también tenía naturalizada la esclavitud, con la cual se financiaban las bellas artes y el desarrollo del pensamiento.

En esta urbe costera con palmeras, que se extiende por una gran bahía, el mar predomina en el paisaje y los ríos que desembocan en él definen la planta urbana. Las vías fluviales delimitan los tres barrios principales: Versalles, Matanzas y Pueblo Nuevo. Por esto algunos exagerados llaman a la ciudad “la Venecia de Cuba”. El terreno es algo ondulado y en ninguna otra ciudad de la isla hay tantas calles con escaleras.

La “ciudad de los puentes” –acaso otra exageración basada en datos firmes– tiene tres de esas estructuras de hierro ya centenarias. El Calixto García, sobre el río San Juan, fue adjudicado en concurso en 1892 a una sociedad belga. Otro con virtudes técnicas y estéticas es un puente ferroviario y giratorio inaugurado en 1904 que no interrumpe el tráfico de los barcos.

No es común visitar farmacias ni cuarteles de bomberos durante un viaje de placer. Pero en Matanzas casi todo el mundo lo hace. La sede bomberil de esta capital provincial es una de las mejores muestras del neoclasicismo matancero, con un frontis triangular sostenido por columnas a modo de templete. El lugar sigue cumpliendo su función anticatástrofe desde 1897 y en su interior se exponen carros bomba del siglo XIX.

Como toda ciudad criada en aires afrancesados, Matanzas tiene su teatro lírico muy inspirado en términos arquitectónicos, inaugurado en 1863 y hoy en restauración. La obra del arquitecto italiano Daniel Dall’Aglio tiene un lobby recubierto de mármol de Carrara con estatuas de diosas griegas y una sala con 775 butacas frente a un escenario donde cantó Enrico Caruso. Su ingenioso sistema hidráulico permite subir la platea al nivel del escenario para transformar el ámbito en una gran sala de baile.

CIUDAD DE LA MÚSICA Matanzas ocupa un lugar fundamental en la compleja historia de los ritmos cubanos. Es la ciudad donde nació el baile nacional llamado danzón, creado por Miguel Failde en 1879. Aquí nacieron Dámaso Pérez Prado, fundador del mambo que conquistaría el mundo, y también la legendaria Sonora Matancera creada en los años ’20, que estuvo en el centro de la escena artística de la isla durante décadas, haciendo conocida a Celia Cruz.

La música brota casi en cada esquina y los matanceros están entre los mejores “bailadores” de Cuba. El mejor acercamiento musical para alguien que esté de paso, o desde Varadero, es la sede local del Cabaret Tropicana, una moderna construcción de 2001 que parece adosada a la naturaleza, de la que brotan esculturales diosas de ébano y Adonis africanos para recorrer todo el patrimonio sonoro cubano en un show estilo revista que dura cinco horas al aire libre.

El pintoresquismo neocolonial es uno de los rasgos de la ciudad, que se enriqueció con la industria azucarera.

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