Domingo, 24 de julio de 2016 | Hoy
BUENOS AIRES CAMINATA LITERARIA EN PALERMO
El poeta “refundó” Buenos Aires idealizando el barrio de su infancia, al que dotó de una mitología y una poética, elevando a mito a Evaristo Carriego y rodeando de un aura heroica a compadritos que nunca conoció. La casa de sus primeros años, un viejo almacén y el escenario “real” del cuento Juan Muraña.
Por Julián Varsavsky
La borgeana cita es un domingo a la tarde a los pies de la estatua ecuestre de Garibaldi en Plaza Italia –Plaza de los Portones hasta 1904– que Borges cruzaba con su hermanita Nora para fascinarse con los tigres del zoológico. Era casi la única salida de su encierro palermitano en una vida que, hasta sus diez años, transcurrió en su casa y el jardín que la unía con la de su abuela inglesa Fanny. Florencia Fragasso –profesora en Letras y poeta, guía de esta caminata desde hace diez años– señala el gran portón de hierro forjado en la entrada del ex Zoológico, uno de los pocos resabios del Palermo de primera década del siglo XX, aquel arrabal porteño. Y cuenta que Borges catalogaba a su padre abogado y profesor de Psicología como una especie de anarquista que eligió vivir en esa alejada zona de inmigrantes –era la única casa de dos plantas del barrio– para criar a sus hijos apartados de toda influencia del Estado. De hecho hasta los diez años Jorge Luis no fue a la escuela: fue educado por una institutriz inglesa. Sus tres primeros libros de poesía hacen referencia a ese Buenos Aires de la infancia, que perdió cuando en 1913 la familia emigró a Suiza para que su padre se operara la incipiente ceguera. Allí los sorprendió la Primera Guerra Mundial, complicándoles el regreso.
Antes de comenzar a caminar Florencia lee un fragmento de Dreamtigers: “En la infancia yo ejercí con fervor la adoración del tigre: no el tigre overo de los camalotes del Paraná y de la confusión amazónica, sino el tigre rayado, asiático, real, que sólo pueden afrontar los hombres de guerra, sobre un castillo encima de un elefante. Yo solía demorarme sin fin ante una de las jaulas en el Zoológico; yo apreciaba las vastas enciclopedias y los libros de historia natural, por el esplendor de sus tigres”.
SERRANO AL FONDO Arrancamos por la ex calle Serrano, hoy Jorge Luis Borges, para atravesar una especie de sub barrio de Palermo conocido como Villa Alvear, la zona borgeana por excelencia de la ciudad. Y no sólo porque aquí pasó su infancia: la mitologización que hizo de Palermo –donde ubica caprichosamente a la fundación de Buenos Aires- sería la fuente de toda su obra.
En los libros de poemas que escribió al regresar de Europa con 21 años hay referencias nostálgicas de esa Buenos Aires, a la cual casi no reconoció por haberse modernizado tanto. En ese barrio idealizado ubica, por ejemplo, a uno de sus personajes recurrentes: el compadrito, que por cierto durante su infancia ya casi no existía. Con esos malevos creó a sus héroes palermitanos a la manera de la mitología griega. Borges se asombra de la cantidad de cielo y el rosado de los atardeceres palermitanos, y subraya otro rasgo típico del suburbio: “la calle sin vereda de enfrente” a partir de la cual terminaba la ciudad y se abría la pampa.
A lo largo de esta caminata de 12 cuadras vemos algunas casas típicas de la arquitectura doméstica de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Nos detenemos en la esquina de Borges y Guatemala para observar dos ejemplos: el almacén El Preferido, de 1885, que hoy es un bodegón al estilo de un viejo un despacho de ramos generales. Aquí los Borges harían sus compras, en la versión urbana de la pulpería campera que también era el bar donde los hombres iban a tomar ginebra y jugar a los naipes. Varios duelos de la obra borgeana comienzan con un golpe de cuchillo sobre la mesa o el mostrador como el que se ve hoy en El Preferido, desencadenando la trama de un cuento.
Florencia explica que Borges se plantea refundar lo que se ha perdido del Palermo de su infancia y la única forma es reinventarlo reviviendo sus fantasmas y creándole una mitología personal y una poesía. A partir de la nostalgia idealizadora le compone a su calle unos versos que leemos en voz alta frente al lugar donde viviera Borges, ocupado hoy por otra casa: “Calle Serrano / Vos ya no sos la misma / de cuando el centenario. / Antes eras más cielo / y hoy sos puras fachadas”.
En el frente de la casa actual (Serrano 2135) un cartel indica que allí vivió el escritor entre 1901 y 1914, un error ya que los Borges partieron en 1913. Tampoco están más el jardín con el molino rojo –citado varias veces en su obra– ni la cercana escuela de la calle Thames, adonde ingresó Jorge Luis recién a los diez años y sufrió burlas de sus compañeros: lo vestían como un señorito inglés con moño y solapita blanca en la camisa. Según contó alguna vez, le costaba socializar por haber vivido muy encerrado en su casa, donde sus salas de juego eran la biblioteca de libros ingleses de su abuela y la de su padre en español. Allí leía aventuras de corsarios pero también a Platón. Allí hizo, a los nueve años, su primera traducción del inglés al español a partir de un cuento de Oscar Wilde.
A UN POETA MENOR Del barrio Borges rescató al poeta Evaristo Carriego, para crear un mito de su obra a tal punto que se lo empezó a estudiar en los colegios. En el prólogo de su libro sobre el poeta escribió: “Yo creí, durante años, haberme criado en un suburbio de Buenos Aires, un suburbio de calles aventuradas y de ocasos visibles. Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses. Palermo del cuchillo y de la guitarra andaba (me aseguran) por las esquinas, pero quienes poblaron mis mañanas y dieron agradable horror a mis noches fueron el bucanero ciego de Stevenson, agonizando bajo las patas de los caballos, y el traidor que abandonó a su amigo en la luna, y el viajero del tiempo, que trajo del porvenir una flor marchita, y el genio encarcelado durante siglos en el cántaro salomónico, y el profeta velado del Jorasán, que detrás de las piedras y de la seda ocultaba la lepra. ¿Qué había, mientras tanto, del otro lado de la verja con lanzas? ¿Qué destinos vernáculos y violentos fueron cumpliéndose a unos pasos de mí, en el turbio almacén o en el azaroso baldío? ¿Cómo fue aquel Palermo o cómo hubiera sido hermoso que fuera?"
“¡Esta última es un poco la pregunta que inaugura su obra!”, exclama Florencia agregando que los hermanos Borges se disfrazaban de esos personajes y se tiraban por la baranda de la escalera reproduciendo las aventuras: “Los juegos eran lectura y representación”.
Avanzamos una cuadra hasta la manzana borgeana por excelencia y Florencia lee un fragmento de Fundación mítica de Buenos Aires: "Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron / por un mar que tenía cinco lunas de anchura / y aún estaba poblado de sirenas y endriagos / y de piedras imanes que enloquecen la brújula. / Prendieron unos ranchos trémulos en la costa, / durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo, / pero son embelecos fraguados en la Boca. / Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo. / Una manzana entera pero en mitá del campo / presenciada de auroras y lluvias y sudestadas. / La manzana pareja que persiste en mi barrio: / Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga".
Es decir que Borges se atreve a cambiar la historia: propone que el incomprobado lugar de la fundación de Buenos Aires fue Palermo, algo que sin dudas no fue así. Se plantea entonces otorgarle al barrio una épica que muchos no comprendieron. Y remata su poema con sus famosos versos: “A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires: / La juzgo tan eterna como el agua y el aire”.
UN PASAJE DE CUENTO Ingresamos al pintoresco pasaje Russel –ya muy cerca de Plaza Serrano– para ver la casa que fue eje de la trama del cuento Juan Muraña. Se cree que sirvió de inspiración porque era la única a la que se podía entrar por el frente y salir por detrás: en el cuento el asesino huye así hacia el sur. Por otra parte, Florentina Muraña va con el facón de su marido cuchillero muerto, cuyo fantasma habita en el arma: en muchas composiciones de Borges el arma tiene vida propia. En una parte del relato el personaje Trapani dice: “Por el tiempo del Centenario, vivíamos en el pasaje Russell, en una casa larga y angosta. La puerta del fondo, que siempre estaba cerrada con llave, daba a San Salvador. En la pieza del altillo vivía mi tía, ya entrada en años y algo rara”.
Florencia explica que “en el cuento había un italiano de Barracas quien era el malo que lo perseguía a Muraña para cobrarle el alquiler”. Un transeúnte que habita en el pasaje nos interrumpe y agrega: “El malo es el que tiró abajo esta casa con arquitectura antigua que ahora ustedes ven en reconstrucción para hacer un hostel”. Y se arma el gran debate sobre la falta de control municipal y quienes no respetan las ordenanzas que protegen el espíritu calmo de los singulares pasajes palermitanos: frente a la casa de Juan Muraña se ha levantado un garaje con fachada equivalente a tres pisos y al lado otra casa parece una prisión posmoderna con una negra pared de acero, disquisiciones nada borgeanas en un ambiente en el que, para revivir su aspecto histórico-literario, hace falta un poco de imaginación.
La agencia Eternautas ofrece esta y otras caminatas por la ciudad de Buenos Aires al precio de $ 100 por persona. Tel. 5031-9916. http://www.eternautas.com/www.eternautas.com.
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