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Domingo, 31 de julio de 2016

PERU > LOS ACUEDUCTOS DE TIPóN

El agua de los incas

A 27 kilómetros de Cusco, el Parque Arqueológico Tipón es una obra maestra de la ingeniería hidráulica inca: una red de acequias –incluso subterráneas– con fuentes y cascadas artificiales, algunas en uso desde hace 450 años. Un recinto amurallado donde vivió una élite imperial y un complejo de experimentación agrícola.

 Por Julián Varsavsky

Fotos de Julián Varsavsky

Lo conmocionante en Tipón es que acaso sea el único complejo arqueológico de la tierra que mantiene su sonoridad original. El agua baja de un manantial en la cima de la montaña, corre por las acequias y se sumerge en canales subterráneos, para caer por saltos de agua artificiales chocando contra la roca tallada. El sagrado líquido suena, reverbera en el estrecho valle: refresca de sólo oírlo.

Cualquier ruina del mundo, por muy bien conservada que esté, se caracteriza por su silencio y una inevitable quietud que le otorga un aura fantasmal a monumento muerto y deshabitado. En Pompeya –el sitio arqueológico por excelencia que reproduce como ninguno un tiempo ido– se entra a una casa del tiempo de Cristo y se ven los frescos en las paredes o los utensilios de cocina como quedaron la última vez: allí se puede mirar y tocar. Pero el silencio abre un vacío perceptivo muy notable.

En cambio el Parque Arqueológico Tipón no sólo mantiene su arquitectura sino también dos elementos únicos: el movimiento de las aguas que corren y su correspondiente sonido –uno de los más agradables de la naturaleza– que los sentidos asocian a las ideas de pureza, alivio y relax. A esto se suma que, eclipsado por la ciudadela de Machu Picchu saturada de visitantes, aquí no viene casi nadie. Esto permite caminar por inmensos andenes de cultivo hasta las fuentes de agua casi en soledad, e incluso beber de ellas, reviviendo la cotidianidad remota de este poblado de la élite inca diseñado con un criterio muy estético y los mejores materiales y técnicas del imperio.

El paradójico efecto es el de una ruina incaica en funcionamiento que pierde su carácter de vestigio: incluso los pueblos originarios que habitan la zona, descendientes de los incas, siguen utilizando para sus cultivos este manantial y parte de las obras, de manera ininterrumpida desde hace al menos 450 años: Tipón “vive”.

LA CIENCIA DEL AGUA El norteamericano Hiram Bingham, redescubridor de Machu Picchu, fotografió el complejo agrícola de Tipón para un artículo que publicó en la revista National Geographic de febrero de 1913. A diferencia de aquellas ruinas perdidas en la montaña, estas era más accesibles, 27 kilómetros al sudeste de Cusco y cercanas al poblado de Oropesa, a 3600 m.s.n.m.

Sus orígenes son preincaicos: se cree que en el 1200 d.C. llegaron los primeros ocupantes del imperio Wari. A mediados del siglo XV el noveno inca Pachakutiq Yupanki habría ocupado Tipón –el nombre es moderno y no el original que se desconoce– para desarrollar el virtuoso complejo hidrológico.

Una muralla de seis kilómetros bastante conservada encierra trece terrazas de cultivo irrigadas por la red fluvial y también centros ceremoniales y habitacionales de granito y andesita.

El ingeniero norteamericano Kenneth Wright, famoso por sus estudios hidrológicos de Machu Picchu, analizó el sitio de Tipón definiéndolo como “una obra de arte de la ingeniería hidráulica en el Imperio Inca”. Aquella era una sociedad totalmente orientada hacia la agricultura y por eso el manejo del agua era fundamental, adquiriendo también un carácter sagrado por brotar de la Pachamama, la entidad vital en la cosmovisión andina.

Los incas acumularon un saber científico muy desarrollado sobre el agua y su relación con la agricultura, que fue primordial en su expansión política. Sus técnicas hidráulicas les permitían establecer con exactitud la relación entre la velocidad del flujo de agua y la pendiente, modificando variables como profundidad y ancho de las acequias. También inclinaban los muros en sentido opuesto a la pendiente de la montaña para disminuir la erosión sobre la piedra. Y matizaban la velocidad del agua distribuyendo la caída en varias bocas. En la fuente principal de Tipón hay cuatro bocas de agua formando cascadas que, luego de 450 años, fluyen a la misma velocidad. Los laterales de esa fuente tienen hornacinas que podrían indicar el carácter ritual de la obra.

En las paredes de los andenes brotan zarunas o peldaños saledizos, unos enormes clavos líticos que servían de escalera, evitando las escalinatas clásicas que quitaban espacio para el cultivo.

A BORBOTONES Las aguas brotan de un puquio (manantial en quechua) desde la cumbre del Patachusán, un apu o centro energético como lo son las montañas más altas en la religión de los Andes: lo más sagrado está en las alturas. Hasta el día de hoy los pobladores del pueblito campesino de Tipón al pie del complejo inclinan la cabeza hacia este cerro tutelar.

De una roca volcánica nace el manantial que baja ocho metros hasta bifurcarse de manera artificial. El flujo orientado hacia la derecha toma las redes troncales denominadas A y B: esta última provee agua a las áreas residenciales de Sinkunakancha, mientras que la red C va hacia Patallaqta, también para uso doméstico. El canal A irriga los principales andenes de cultivo con un sistema de compuertas.

Una de las ramificaciones va hasta el Intiwatana, donde antes de entrar a ese observatorio astronómico el canal se vuelve subterráneo incorporándose al basamento del edificio.

El valle de Tipón tiene un desnivel de 610 metros y varios microclimas: se cree que sirvió para experimentar técnicas de cultivo con riego en un área total de 239 hectáreas. Los tres canales se operaban de manera independiente o a la vez.

Las obras están hechas sobre un terreno adverso con ondulaciones que obligaron a diseñar saltos que frenan la velocidad del agua. Y se utilizó la milenaria técnica de aplanar el suelo en terrazas para cultivar. En total crearon siete conductos subterráneos y los muros de las terrazas alcanzan los ocho metros de altura. Por la parte superior pasa el Qapakñán, la red de caminos incas que unía las cuatro provincias del Tahuantinsuyo.

Se calcula que Tipón tenía 500 habitantes fijos distribuidos en cuatro complejos residenciales, y otros 1500 transitorios entre los que hubo al parecer agricultores y artesanos textiles, ceramistas y metalúrgicos. Ciertas residencias están construidas con mucha fineza artesanal en el tallado de la piedra almohadillada, dando la pauta del nivel social de sus habitantes.

El lugar más llamativo del complejo es una plaza ceremonial de 35 metros largo y 23 de ancho con forma semioval. El punto más alto es Cruzmoqo, en la cima de Wayrapunkua a 3800 metros, donde se encontraron petroglifos que señalarían un centro de adoración. Hasta allí se llega con una exigente caminata.

La muralla se cree anterior a la llegada de los Incas y podría indicar que este era uno de los señoríos que guerreaban entre sí antes del imperio inca: la pax incaica las hizo innecesarias.

Tipón es la muestra más perfecta que llegó a nuestros días de la habilidad de los ingenieros incas para planificar, diseñar y construir obras públicas. Esta tiene sus diferencias técnicas con la red de agua de Machu Picchu, pero la misma lógica. Hoy se deduce aquí la relación que habían establecido aquellos científicos entre las condiciones climáticas y el cultivo. Sabían que los andenes de cultivo en Machu Picchu no necesitaban riego por la mayor cantidad de lluvias, a diferencia de los de Tipón. Y en la utilización de la gravedad para el fluir del agua calculaban previamente el diseño según la extensión de cultivos que necesitaran abarcar. Es decir que sin escritura, sin papel donde diseñar un esquema y sin universidades, los incas desarrollaron su ciencia del agua.

Los muros de los andenes de Tipón estaban inclinados hacia la montaña para evitar la erosión del suelo.

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La simetría parece ir más allá de la necesidad productiva y revela el cuidado del trazado.
 
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