Domingo, 4 de septiembre de 2016 | Hoy
ARGENTINA > RECUERDOS DEL PASO DE SAINT-EXUPéRY
Paisajes y personajes argentinos inspiraron la obra del aviador y narrador francés que creó el inmortal Principito. Son muchas las huellas de su vida sudamericana, desde la costa patagónica y la ya famosa Isla de los Pájaros a su departamento en Buenos Aires, sin olvidar un castillo entrerriano habitado por dos niñas muy particulares.
Por Graciela Cutuli
Fotos de Graciela Cutuli
El aeropuerto de San Antonio Oeste, cerca de Las Grutas, lleva su nombre: Antoine de Saint-Exupéry (SAN en la abreviatura de la Fuerza Aérea argentina). El aviador francés hacía escala aquí en su vuelo para la Aeroposta entre Bahía Blanca y Comodoro Rivadavia: corrían los últimos años ’20 cuando llegó a la Argentina con un Latecoere-Late 25 fabricado en Francia, que con su matrícula F-AIEH y una velocidad máxima de ¡192 km/h! podía volar hasta cinco horas y atravesar la Cordillera de los Andes.
Saint-Exupéry lo hizo muchas veces, de día y de noche: no en vano, de regreso en Francia escribiría Vuelo nocturno, un hermoso libro a veces relegado a la sombra del archifamoso Principito. “¡Qué bello país y qué extraordinaria la Cordillera de los Andes! Me encontré a 6500 metros de altitud, en el nacimiento de una tormenta de nieve. Todos los picos –narraba– lanzaban nieve como volcanes y me parecía que toda la montaña comenzaba a hervir”. Aquel histórico avión llegó a manos de expertos restauradores, varios años atrás, en un estado lamentable: piezas rotas y faltantes, el fuselaje muy dañado, los metales corroídos. Pero un cuidadoso trabajo de recuperación, junto con una exhaustiva investigación histórica, permitió dejarlo tal como era en los tiempos de la Aeroposta: así se lo ve hoy, en el Museo Nacional de Aeronáutica de la Base Aérea de Morón (se puede visitar los fines de semana por la tarde). Tal como era cuando Saint-Exupéry lo piloteó en el primer vuelo comercial hacia el sur de la Argentina... En el tablero de lugares relacionados con la memoria del escritor, sin duda es un buen punto de partida. El resto del viaje es mucho más extenso y lleva de norte a sur del país, con base en Buenos Aires.
LA FAMOSA BAÑERA Saint-Exupéry, acostumbrado a los grandes espacios y a sobrevolar tierras infinitas, no se sentía muy a gusto en Buenos Aires. Se decía “prisionero” de la gran ciudad y la describía como un lugar de “gente triste y sin un lugar donde pasear”, donde “los arquitectos volcaron su genio en privarla de todas las perspectivas”. Sin embargo esa Buenos Aires que veía lúgubre era la base inevitable de sus travesías: a la ida y a la vuelta, paraba en un departamento de la Galería Güemes, entre Florida y San Martín, que durante mucho tiempo estuvo cerrado y fue recientemente restaurado a su estado original.
Dos ambientes amplios pero sin mobiliario, que ahora muestran las puertas originales, el piso de madera como nuevo y sobre todo el baño con los azulejos y artefactos que conoció Saint-Exupéry. No es un detalle menor: es famosa la anécdota según la cual en la bañera de este departamento el aviador criaba un bebé “foca” que había traído (¡para disgusto de sus vecinos de narices sensibles!) de sus viajes al sur. Lo de la foca, sin embargo, es prácticamente una imposibilidad geográfica: lo más probable es que haya tenido en su bañera un lobito marino, común en todo el litoral patagónico.
Se cuenta que en sus estadías porteñas –breves pero intensas– Saint-Exupéry conoció también por lo menos Villa Ocampo, la mansión de Victoria Ocampo en San Isidro, y el hotel Majestic, un imponente edificio que hoy funciona como sede de la AFIP en Avenida de Mayo y Santiago del Estero. Justamente allí se encontró con Le Corbusier, que estaba en la ciudad por invitación de Victoria Ocampo (debía proyectar para ella una casa que luego se construiría con modificaciones a la concepción original). El aviador-escritor llevó al arquitecto a sobrevolar Buenos Aires en avión, y es sabido que la impresión del suizo no fue precisamente favorable: en eso sin duda coincidía con su piloto de lujo.
OTRAS TIERRAS La Patagonia es la tierra “saint-exupériana” por experiencia. Porque la sobrevoló incontables veces, inauguró la ruta aérea Bahía Blanca-Río Gallegos y la convirtió en materia literaria de su novela Vuelo nocturno. Aeródromos, estancias, restaurantes y hoteles desde Bahía Blanca a Puerto Deseado saben de su paso: se cuenta de pobladores que lo conocieron y lo reconocieron muchos años más tarde, ya consagrado con su obra literaria. Terre des homes también se inspira en estas extensiones infinitas: “Tengo siempre frente a los ojos mi primera noche de vuelo en Argentina, una noche oscura donde sólo titilaban, como estrellas, las raras luces dispersas en la llanura. Cada una señalaba, en ese océano de tinieblas, el milagro de una conciencia… Hay que tratar de llegar, hay que tratar de comunicarse con alguna de esas luces que brillan a los lejos en los campos”. Más sutilmente, la Patagonia aparece también en la famosa “boa que se tragó un elefante” del Principito: difícil no reconocer en esa rara silueta la forma de la Isla de los Pájaros, una reserva que se encuentra frente al istmo Ameghino, en el comienzo de la Península Valdés.
El paso de Saint-Exupéry está ampliamente documentado, en muchos lugares, a lo largo de un período relativamente breve. Aunque a veces también da lugar a la leyenda, como ocurre en la Costa Atlántica con el Viejo Hotel Ostende. El balneario había nacido en 1913 de la mano de un grupo de inversores belgas, que encontraban el paisaje parecido al del Mar del Norte: altri tempi… los veraneantes de aquel entonces iban hasta la estación Juancho –que estaba dentro de los campos de José Guerrero– y luego tomaban un trencito de vías móviles hasta la actual entrada de Pinamar. Y después, pura aventura en carruaje entre los médanos “corredizos” por acción del viento, como se evoca en la novela Los que aman, odian, de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. La particularidad es que hay testimonios coincidentes sobre una visita de Saint-Exupéry al que entonces se llamaba Termas Hotel: al parecer, el escritor se alojó en la habitación 51, que desde entonces quedó exactamente como en aquellos tiempos.
El viaje que siga las huellas del creador del Principito tiene su otro hito más al norte. Esta vez, en Entre Ríos, una tierra generalmente no tan asociada como la Patagonia con la presencia del aviador. Pero que encierra una clave ineludible: porque el castillo de San Carlos, una imponente construcción de Concordia hoy en ruinas, tiene méritos suficientes para atribuirse un papel fundamental en la concepción del personaje más famoso de Saint-Exupéry. Por supuesto, hay otras versiones, como la que menciona en la base del Principito a uno de los hijos de su colega Charles Lindbergh: ¿pero por qué no valorar las cartas de una inspiración argentina?
Se cuenta que el castillo fue mandado a construir por un francés, Edouard Demachy, que lo puso con todos los lujos de la época, hasta iluminación a gas, algo casi nunca visto en estas tierras en aquellos años. Tenía con qué, considerando que era el heredero de una poderosa familia de banqueros en su país natal. Su objetivo en la Argentina era ocuparse de negocios familiares, un saladero y una fábrica de conservas. Pero la aventura sudamericana de Demachy duró apenas tres años: en 1891 regresó con su familia a Francia, sin mediar explicaciones. El edificio quedó abandonado hasta que bastante tiempo después, a fines de los años 20, se instaló allí otra familia francesa, los Fuchs Valon: y fueron sus dos hijas adolescentes, Suzanne y Edda, las que un día recibieron el inesperado aterrizaje de un piloto en los campos circundantes. El piloto era Antoine de Saint-Exupéry. Y las niñas, dos pequeñas “salvajes” que vivían rodeadas de animales en un mundo de inocente naturaleza. Y que entre sus mascotas tenían un zorro… No hace falta más para atar cabos y, leyendo los textos del escritor, imaginar que el rubio personaje que un día se le apareció en el desierto tiene mucho parentesco con las niñas de la desbordante naturaleza litoraleña que un día se le aparecieron también milagrosamente, hablando su lengua, en un lejano campo argentino. Es un buen broche de oro para el viaje que sigue a “Saint-Ex” en esta tierra, para él lejana, de la que sin embargo afirmó un día: “Me encontraba en la Argentina como en mi propio país, me sentía un poco su hermano y pensaba vivir largo tiempo en medio de su juventud tan generosa”.
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