POLONIA > MAGIA E HISTORIA A ORILLAS DEL VíSTULA
Monumentos, templos y palacios de “La Meca de los polacos” revelan la importancia que tuvo la “ciudad real” en la política y la cultura del país. Un viaje que tiene jardines, arte, leyendas y dragones medievales, pero también revive fantasmas mucho más cercanos con la visita a la fábrica de Schindler.
› Por Dora Salas
Nicolás Copérnico y la teoría heliocéntrica, Juan Pablo II canonizado hace dos años y Wislawa Szymbroska, Nobel de Literatura 1996, jalonan la historia de la Universidad Jaguelónica (Jagiellonski) de Cracovia, ciudad a orillas del Vístula conocida como “La Meca de los Polacos”.
Capital del meridional voivodato (unidad territorial o región) de la Pequeña Polonia, Cracovia –Kraków– también suele denominarse “ciudad de las cien iglesias”, “capital espiritual polaca” y “ciudad real”, por la cantidad de templos que alberga y por su historia. Sede de la corona y hasta ahora principal centro cultural y artístico polaco, en Cracovia se palpan las marcas de la historia, de la Edad Media al Barroco y a la elegancia de estructuras recientes, como la pujante y enorme galería comercial de la Estación Central de trenes.
La yuxtaposición de períodos, estilos y experiencias da al conjunto urbano una sugestión particular que se revela en las calles del pequeño centro histórico, Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1978, el barrio judío y la memoria del genocidio nazi, y en los alrededores del Castillo Real del Wawel y la leyenda del Dragón.
Cracovia es tradición religiosa, pujanza económica y arte, pero también testigo del genocidio cometido por los nazis en el siglo pasado. Todo convive y se muestra, como los restos del muro del ghetto y la fábrica de Oskar Schindler por un lado y, por otro, la medieval Puerta de San Florián, así como el primer templo barroco de Polonia, la iglesia de San Pedro y San Pablo, inspirada en la Chiesa del Gesú de Roma.
“Todo principio/no es más que una continuación”, dice el poema Amor a primera vista de Wislawa Szymborska. Cracovia lo demuestra.
LEYENDA Y REALIDAD Había una vez un dragón que se alimentaba con las jóvenes más hermosas de Cracovia, cuenta el cronista Gallus Anonymus, que en 1115 escribió en latín las Crónicas y gestas de los duques y príncipes polacos, y es considerado por ello el primer historiador de Polonia.
La leyenda incluye figuras reales y una historia de desgracias populares. En el territorio del príncipe Krak (nombre del que deriva Cracovia), animales y personas comenzaron a desaparecer y un muchacho descubrió huesos en el río Vístula, en las cercanías de la colina de Wawel, bajo la cual encontró una cueva y un dragón. Entonces Krak ofreció la mano de su hija Wanda y la mitad de su reino a quien matara a la bestia. La tarea no resultó fácil y muchos fracasaron. Pero como el ingenio puede más que la fuerza, un zapatero rellenó un cuero de oveja con alquitrán y azufre y atrajo al goloso dragón que, después de devorar el supuesto manjar, sintió arder sus entrañas, se abalanzó al Vístula y bebió tanta agua que su estómago estalló. La prosperidad volvió al reino y el zapatero se casó con la bella heredera.
La cueva, que existe y se puede visitar, fue creada por el agua, como tantas otras formaciones del altiplano jurásico entre Cracovia y Czestochowa. Se encuentra bajo el castillo del Wawel, que del siglo X al 1609 fue sede de reyes y príncipes polacos, y se desciende hasta ella por una escalera caracol construida en 1918. Muy visitada por turistas internacionales y familias polacas, la cueva deleita a los más pequeños, que al terminar de recorrerla trepan a la estatua del dragón, obra del escultor Bronislaw Chromy, instalada en 1970 y que cada cinco minutos vomita fuego por sus fauces.
Para los adultos el lugar ofrece dos joyas arquitectónicas: el castillo real y la catedral adyacente. El imponente castillo, en estilos románico, gótico y renacentista, impacta con sus estructuras convergentes en un patio central. Iniciativa de Casimiro III el Grande, rey entre 1333 y 1370, fue reconstruido en el siglo XVI y es ahora uno de los más importantes museos del país. Junto al palacio se alza la basílica de San Estanislao y San Wenceslao, catedral de Cracovia, templo en el cual fueron coronados casi todos los reyes polacos.
El castillo y la catedral son Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, como todo el centro histórico de Cracovia, que se inicia en el Barbacan y la Puerta de San Florián. El primero, una de las construcciones defensivas mejor conservadas de Europa, se concluyó en 1499. Sus muros casi inexpugnables tienen tres metros de espesor en la base, 130 mirillas de tiro y siete torrecillas de guardia, y se comunicaba con la Puerta de San Florián mediante una galería.
Un frondoso y extenso Planty Park rodea con árboles centenarios las construcciones medievales y hace que el recorrido a pie, de dos horas como mínimo, sea un placer sensorial con perfumes de tierra húmeda y colores intensos. Y si faltan las fuerzas para caminar, pequeños vehículos para turistas son una agradable aunque no económica alternativa.
Más romántico pero aún menos económico resulta optar por blancas carrozas de caballos conducidas por jovencitas ataviadas como los tradicionales cocheros de los tiempos de esplendor del siglo pasado. La parada de estas carrozas se encuentra en la enorme y deslumbrante Plaza del Mercado (Rynek Glóvny).
Esta plaza, de cuatro hectáreas, surgió hace 750 años y, además de sus funciones como punto comercial de Cracovia, se convirtió en cruce de itinerarios mercantiles europeos. Basta recordar, en efecto, que en la Edad Media Cracovia fue la ciudad polaca más rica.
Rodeada por edificios con bases medievales muy bien mantenidos y muchos de ellos con fachadas remodeladas en los siglos XIX y XX, en uno de sus ángulos ostenta la iglesia de Santa María y en otro el pequeño templo de San Adalberto. El centro, a su vez, lo ocupa el mercedo cubierto (Sikiennice), donde aun las personas menos dispuestas al consumo se tientan con mantelitos bordados a mano, collares de ámbar, cajitas de música, licores o cualquiera de las numerosas propuestas de los artesanos locales.
A pocos metros, la antigua Torre del Municipio y los kioscos que en verano acompañan los festivales populares de canto y baile tradicionales. Vale la pena probar las salchichas asadas y los raviolitos de queso y papa: todo delicioso.
En el centro histórico hay varias iglesias, todas interesantes. Dos de ellas son imperdibles, la de San Pedro y San Pablo y la de San Andrés. La primera es el primer templo en estilo barroco de Polonia, con una arquitectura monumental y estatuas que representan a los Doce Apóstoles. A su lado, sobria, egantísima, surge la iglesia románica de San Andrés, del siglo XII.
Y como Cracovia también es sinónimo de música, “en las más hermosas iglesias” se realizan conciertos que conmueven con muy buenos ejecutantes y la resonancia particular de sus templos, como un recital de Bach a cargo del joven cellista Lukasz Laxy, graduado en la Academia de Música local.
Pero la música también está en las calles, en distintas esquinas de la Plaza del Mercado o de la Calle Real, donde de la guitarra clásica al violín y del cello a melodías que surgen de vasos con diferentes cantidades de agua, todo es armonía y buen gusto. Una pocas monedas son suficientes para estos artistas callejeros que, como explicaba uno de ellos, “es para un viaje de estudios a Nueva York”.
LA FÁBRICA DE SCHINDLER Y junto a la belleza, la memoria del horror. En Cracovia las heridas del siglo XX están presentes y nadie las deja de lado. Todo lo contrario. El barrio judío, las sinagogas, los restos del muro del ghetto, la fábrica de Oskar Schindler. Por más que se haya estudiado o leído, Cracovia y sus alrededores son una vivencia directa de lo ocurrido durante la ocupación y el genocidio nazi (1939-45).
En marzo de 1993 Steven Spielberg llegó a Cracovia para rodar su película La lista de Schindler, que recibió siete Oscar, sobre el empresario alemán que en su Fábrica Alemana de Esmaltados, ubicada en la calle Lipowa, logró salvar la vida de polacos judíos. La emoción que produce el film, sin embargo, no se puede con comparar con los sentimientos que acompañan la visita a la fábrica.
Otro tanto ocurre la plaza Bohaterów, la principal del ghetto, espacio en que los nazis seleccionaban a los judíos que iban a ser llevados al campo de concentración. La Plaza de los Héroes del Ghetto, en el distrito de Podgorze, alberga hoy el “monumento de las sillas”, homenaje de Roman Polanski a las víctimas que allí se sentaban a esperar su traslado a la muerte. Frente a la plaza, en una esquina, la Farmacia del Aguila recuerda a ese negocio que fue lugar de refugio de numerosos perseguidos.
También en Podgorze, en las calles Lwowska 25 y Limanowskiego 62, los restos del muro del ghetto hablan de la necesidad de repetir aún ahora “Nunca Más”. Palabras que se hacen lágrimas a sólo 70 kilómetros de Cracovia, en el Museo de Auschwitz-Birkenau.
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