Domingo, 28 de marzo de 2004 | Hoy
SAN JUAN TESOROS PALEONTOLóGICOS
En la capital sanjuanina está el Museo de Ciencias Naturales donde se exhibenlos principaleshallazgos paleontológicos del Valle de la Luna. Una muestra de los primeros dinosaurios de la cadena evolutiva de esa especie.
Por Julián Varsavsky
El Museo de Ciencias Naturales de la ciudad de San Juan es en cierta medida sencillo, muy didáctico y extremadamente valioso para la ciencia paleontológica a nivel mundial. Grandes museos y universidades del planeta darían cualquier cosa por tener en sus vitrinas y laboratorios al menos una de las piezas únicas que se exhiben en este lugar. Muchos de los visitantes del Valle de la Luna y de su vecino riojano Parque Nacional Talampaya ignoran que la cuenca que abarca ambos parques fue declarada Patrimonio de la Humanidad por su valor geológico y paleontológico, y no por su belleza paisajística. Y de hecho, los que visitan los parques se van sin poder observar nada de la parte paleontológica que, como es lógico, es extraída de su sitio original para su conservación y estudio. El lugar donde ir a ver –y entender– la paleontología de la región es el Museo de Ciencias Naturales de San Juan.
Trenes y dinosaurios. Una de las particularidades
de este museo es que los guías que reciben al visitante son estudiantes
universitarios de biología, geología y paleontología, quienes
además de guiar trabajan en los laboratorios del lugar. Por lo tanto,
conocen los temas a la perfección. El área más llamativa
del museo –instalado en el edificio de la vieja terminal de trenes de
San Juan– es su luminoso hall central, donde están las reconstrucciones
de los dinosaurios más significativos encontrados en la zona.
En primer lugar el guía le explica al visitante en un lenguaje sencillo
por qué razón aparecieron los restos de dinosaurios en el Valle
de la Luna. El triásico es uno de los períodos en que se subdivide
la Era Mesozoica (248 a 65 millones de años atrás), tiempo en
que todavía existía el megacontinente llamado Pangea. Fruto del
constante movimiento de placas tectónicas que existen desde siempre en
el incandescente núcleo de la Tierra, se produjeron a comienzos del triásico
una serie de grietas gigantes separadas entre sí por varias decenas de
kilómetros. El terreno que había entre ellas se hundió,
formando una profunda cuenca rodeada por valles montañosos. Aquella cuenca
–conocida como Ischigualasto-Villa Unión– abarcaba los actuales
parques Valle de la Luna y Talampaya. A diferencia de la actualidad, la cuenca
era un vergel con una densa vegetación surcada por ríos y lagos
que permitieron el desarrollo de una gran biodiversidad. Ese era el paisaje
a comienzos del triásico, cuando aún no existían los dinosaurios
sino un género muy distinto de especies conocidas como reptiles mamiferoides,
de cuyo tronco básico surgieron más tarde los mamíferos,
los primates y en consecuencia, el hombre. El hallazgo de varias especies nuevas
de estos antecesores de los mamíferos es uno de los ejes científicos
alrededor del cual se centra la importancia de esta cuenca, y por lo tanto del
museo, donde se exhibe un gran dicinodonte.
Con el correr de los millones de años, el triásico inferior fue
tapado por los sedimentos que bajaban de la ladera de los valles, fosilizando
animales y especies vegetales que quedaron bajo tierra por mucho tiempo antes
de aflorar a la superficie y terminar en las vitrinas del museo. Durante el
triásico medio aparecen los pre-dinosaurios, que comienzan a caminar
en dos patas y adquieren un mejor campo de visión, mayor velocidad y
tienen sus manos libres para atacar. Estas ventajas comparativas estimulan su
desarrollo y el predominio sobre las demás especies. De estos ejemplares
primitivos –únicos en el mundo– se encontraron en la cuenca
de Villa Unión-Ischigualasto el lagosuchus y el argenpentón.
El paraíso de los paleontólogos. Durante
el triásico superior aparecen realmente los primeros dinosaurios, cuyo
eslabón más o menos completo se pudo reconstruir gracias a estos
hallazgos. De esta etapa se encuentran el herrerasaurus y el eoraptor, dos de
los ejemplares más valiosos del museo. En el hall central llama la atención
de todo el mundo el eoraptor lunensis, que no es un dinosaurio bebé sino
uno de los primerosdinosaurios –existió hace 235 millones de años–,
con una extensión de apenas un metro con veinte centímetros. En
las famosas películas de Spielberg esta especie suele aparecer atacando
en manadas. Fue encontrado en 1991 por el doctor Ricardo Martínez, y
hasta la fecha han aparecido cuatro más.
El apasionante raconto prehistórico de nuestra guía avanza a millones
de años por segundo, sin aburrir ni desorientar. En un extremo de la
sala está la réplica del fregüelisaurus, el carnívoro
más grande de Ischigualasto, que era una especie muy voraz, con dientes
aserruchados. De este ejemplar se encontró un cráneo casi completo
y una serie de vértebras. El otro ejemplo fundamental es el herrerasaurus
–encontrado en 1968 por un baquiano de apellido Herrera– que medía
cuatro metros de largo y que era el único capaz de enfrentar a los cocodriloides,
una especie gigante de cocodrilos que dominó la zona antes que los dinosaurios.
El triásico superior también fue cubierto por sedimentos hasta
que finalmente la depresión de la cuenca original quedó tapada,
formando otra vez una planicie. Justo debajo –a muchos metros de profundidad–
quedaron documentadas a la perfección las tres etapas del triásico,
muy lejos del alcance de la mano del hombre.
Nada de este singular proceso que derivó en el encuentro de los dinosaurios
por el hombre moderno hubiese sido posible sin la increíble serie de
sucesos azarosos que determinaron que 125 millones de años después
de que la cuenca fuese tapada, brotara la cordillera de los Andes (hace 70 millones
de años). La cordillera surgió porque la placa oceánica
de Nazca que se desplazaba bajo las aguas del Pacífico chocó contra
el continente americano, y la presión subterránea de esa fuerza
levantó la cordillera. Valle de la Luna y Talampaya están a muchos
kilómetros de los Andes, pero lo suficientemente cerca como para que
el terreno también se inclinara en una pendiente curva que asciende en
dirección a la cordillera. Dicho en términos sencillos, cuando
el terreno se dobló –a la altura de la cuenca de Ischigualasto-Villa
Unión–, también se fracturó y produjo algunas elevaciones
que dejaron a la vista las tres etapas del período triásico, en
una forma exacta y cronológica como no existe en ningún otro lugar
del mundo. Se dio entonces un fenómeno único en la historia de
la ciencia, que el paleontólogo alemán Alfred Romer describió
a fines de la década del cincuenta de la siguiente forma: “...
cada paleontólogo sueña con encontrar algún día
un yacimiento virgen cubierto de cráneos y esqueletos, pero casi nunca
se realiza este sueño...”. Quienes tuvieron contacto con Romer
expresaron que cuando él se refería a Ischigualasto, lo comparaba
con “el paraíso de los paleontólogos”.
El museo queda en la Av. España 400 norte, ciudad de San Juan. Abre todos
los días de 9.30 a 13.30 y la entrada con la visita guiada cuesta $3.
Tel. 0264-4216774 www.ischigualasto.org.
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