CORDOBA UNA VISITA GUIADA POR LA HISTORIA
Vuelta a la manzana jesuítica
El centro histórico de la ciudad de Córdoba conserva uno de los más ricos legados que dejó la orden de los jesuitas en el país. El circuito de esta particular “manzana de las luces” incluye la Universidad de Córdoba, la iglesia de la Compañía, el Colegio Montserrat y la primera imprenta que tuvo la Argentina.
Por Graciela Cutuli
Privilegiada por su posición geográfica entre el puerto de Buenos Aires y Tucumán, Córdoba fue elegida para el asentamiento jesuítico a fines del siglo XVII, un detalle no menor que la convertiría en uno de los principales centros comerciales y culturales del Virreinato. La influencia de la orden, que se instaló en la ciudad en 1599, sería fructífera y mucho más duradera de lo que imaginaban quienes ordenaron su expulsión de América en 1767: con la perspectiva de los siglos pasados, hoy no es difícil apreciar la continuidad de esa influencia en la manzana comprendida por las calles Obispo Trejo, Vélez Sarsfield, Caseros y Duarte Quirós, donde el antiguo centro cultural y político de la Compañía de Jesús en Córdoba es la sede actual del Rectorado de la Universidad Nacional de Córdoba, del Colegio Montserrat y del Museo Histórico de la Universidad.
El valor de este conjunto de edificios, así como el de las estancias jesuíticas que conforman un particular itinerario por las sierras cordobesas, fue reconocido por la Unesco, que lo declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad. Junto con las ruinas jesuíticas de San Ignacio Miní, en Misiones, la Manzana Jesuítica es entonces la principal huella del paso de la orden de San Ignacio de Loyola en la Argentina. Para los historiadores, “pudo haber estancamiento en algunas provincias jesuíticas del mundo, pero no así entre nosotros. Sobre todo en materia de filosofía, Córdoba puede reivindicar para sí el mérito de haber estado más al día que muchas de las famosas universidades europeas, incluso la de París”. No era poco mérito, sobre todo si se recuerdan las condiciones de vida, economía y comunicaciones del resto del Virreinato del Perú, exceptuando tal vez grandes capitales como Lima. Buenos Aires, en ese entonces, no era ni siquiera la capital del Virreinato del Río de la Plata, que se crearía recién en 1776, y no había llegado tampoco a la categoría de “gran aldea” con que recibiría al siglo XIX. Mientras la futura capital comerciaba, Córdoba estudiaba y –como “la docta” recuerda con orgullo hasta hoy– escribía una página fundamental de la cultura argentina.
El legado de la Compañía La Manzana Jesuítica es un complejo de edificios de enorme valor histórico, en el corazón de una zona siempre animada por la presencia de los estudiantes y artesanos que se ubican en los tramos peatonales cercanos. Las visitas guiadas –la mejor manera de acercarse al interior y la historia de estos monumentos– salen de la Oficina del Turismo situada a la vuelta del Cabildo cordobés, apenas a un par de cuadras de la Manzana Jesuítica. El conjunto comprende la Universidad de Córdoba, una de las más antiguas de América latina, la Iglesia de la Compañía y el Colegio Máximo (ahora Colegio Montserrat), uno de los más tradicionales de la capital mediterránea.
La Iglesia de la Compañía merece un lugar especial en el recorrido: se trata del templo católico más antiguo del país –fue fundada en 1640– y tiene una estructura particular. Mientras muchas ciudades –como Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes y Santiago del Estero– tuvieron que luchar con la falta de piedra y cal para levantar sus construcciones, el problema de Córdoba era otro: la falta de madera, para cuya provisión dependía sobre todo de Tucumán, Paraguay y el Río de la Plata. La situación era tal que en 1603 se prohibió cortar leña en una legua a la redonda, una orden que sólo se levantó parcialmente cuarenta años más tarde. Por eso, las maderas utilizadas en la construcción de la Iglesia Mayor cordobesa se importaron de las misiones jesuíticas del Paraguay, lo mismo que las maderas de cedro utilizadas en la Iglesia de la Compañía. La obra estuvo a cargo del belga Felipe de Lermer, que sacó el modelo de un libro francés y lo llevó a cabo aunque nunca había visto uno de esos construido. Cuando el arquitecto llegó a Córdoba, las paredes de la iglesia ya se habían levantado, pero faltaba techar todo el recinto sin que fuera posible pensar en una bóveda de mampostería (ya que los muros laterales no estaban calculados para soportar el enorme esfuerzo del cañón corrido). La solución de Lermer fue una bóveda liviana de madera –importada de Paraguay– con la forma de un casco de navío invertido, con las cuadernas vueltas hacia el interior, no visible, del templo. Dentro de la iglesia sobresalen las cincuenta “empresas sacras” –emblemas rectangulares ubicados a diez metros de altura, que sintetizan la historia de la Compañía de Jesús–, el retablo cusqueño del altar mayor y el púlpito dorado. Los guías suelen contar que los dos estilos del púlpito –más simple abajo, más trabajado y barroco arriba– representan la unión del europeo con el indígena. La puerta de la izquierda era antiguamente la entrada principal hacia la Universidad (el atrio todavía muestra en el límite con el rectorado el escudo de la Universidad), la puerta central era la entrada de los españoles, y la de la derecha, la entrada a la capilla de los indígenas (o “los naturales”), ahora conocida como Capilla Nuestra Señora de Lourdes.
De imprentas y bibliotecas La visita a la Manzana Jesuítica sigue en el edificio contiguo a la Iglesia de la Compañía, que hoy alberga el Rectorado de la Universidad Nacional de Córdoba (fundada en 1613), del que dependen diez facultades. Se pueden visitar el claustro, el jardín, y el monumento a su fundador, el obispo Trejo y Sanabria, en tanto en el primer piso funcionan la Biblioteca Mayor y la Biblioteca Jesuita (cuyos valiosos incunables están todavía en el centro de una disputa con la Academia Nacional de Historia, que reclama el regreso de los libros a Buenos Aires). Cuando los jesuitas fueron expulsados, los 5000 volúmenes de su biblioteca quedaron en Córdoba en manos de otras órdenes religiosas, hasta que en 1810 Mariano Moreno ordenó trasladar una parte –alrededor de 900 volúmenes– a Buenos Aires. Con esos libros nació la Biblioteca Nacional. En el 2001 se devolvieron a Córdoba alrededor de 300 de esos mismos libros, que ahora están en el centro de la polémica. En la Biblioteca del Rectorado se puede visitar además el pabellón que guarda los originales del Código Civil Argentino y la biblioteca personal de su autor, Dalmacio Vélez Sársfield.
Durante la visita, hay que recordar que gracias a los jesuitas se instalaron en la Argentina las únicas dos imprentas que hubo en el país durante el período hispano: la imprenta de Córdoba en particular fue establecida poco antes de la expulsión de la orden, y es la misma que en 1779, cuando estaba abandonada, el virrey Vértiz trasladó a Buenos Aires. Sería la célebre Imprenta de los Niños Expósitos.
Un “oasis de las humanidades” El recorrido de la Manzana Jesuítica concluye en el Colegio Nacional de Montserrat, uno de los más tradicionales del país, que vio pasar por sus aulas a Juan José Paso y Juan José Castelli, entre otros personajes de nuestra historia. Dicen que era un “oasis de las humanidades”, fundado bajo las siguientes reglas: “Los colegiales (becados) serían seis, pobres de solemnidad, hijos legítimos y de lo mejor, y naturales de esta ciudad. Habiéndolos en esta ciudad, serán preferidos a los de otra provincia. Todos los demás colegiales habrán de pagar alimentos. Ninguno de los colegiales, así los que se recibiesen por pobres, como los que se recibiesen con alimentos propios, sean obligados a asistir a la iglesia, fuera de los días del Corpus, su octava, el señor San Pedro y su víspera y Jueves Santo”. Tiempos ya lejanos, que hoy se reviven durante la visita sentándose en las aulas y recorriendo sus galerías y patios, donde las fuentes de mármol de Carrara y las estatuas alegóricas a la orden jesuítica recuerdan el origen de la institución, hoy un Colegio Nacional dependiente de la Universidad de Córdoba.